20 años de la muerte de Léopold Sédar Senghor

El legado del poeta

photo_camera Leopold Sedhar Senghor

El primer presidente de Senegal combinó en su persona las habilidades del intelectual, el estadista y el poeta. Su pensamiento deja varias lecciones.

Mientras la presencia francesa en África se iba eclipsando a finales de la década de 1950, surgían liderazgos locales con diversas posturas en torno a qué posición adoptar frente a la metrópoli. Un plebiscito por la continuidad o no de los territorios de la Comunidad Francesa comenzó con un «no» de la díscola Guinea en 1958, y el efecto contagio arrasó como un vendaval. Pero entre aquel septiembre, y hasta 1960, año de la emancipación senegalesa –así como del África francesa–, las tensiones aumentaron. 

Una de las voces prominentes entre las élites en los territorios franceses de África fue la de Léopold Sédar Senghor, partidario de una confederación francoafricana, por lo que fue criticado en algunos círculos africanos que buscaban alternativas más radicales, como había puesto de manifiesto la Guinea del combativo Sekou Touré. Senghor ejerció la presidencia fundacional de Senegal durante 20 años (1960-1980), bajo la acusación de tendencias unipersonales y acompañado de una mirada socialista. Al término de su presidencia, se retiró de la vida política impregnado de un aura de grandeza. Su impronta intelectual, como pensador, político y poeta, explica en gran medida la fama de su prestigio internacional. ¿Cuál fue su perfil y qué ideas detentó?

Un intelectual militante

Antes de consagrarse como político, presidente y estadista, Senghor ya tenía un camino como intelectual. Nacido en 1906, de padre y madre conversos al catolicismo, el adolescente decidió en 1926 no continuar su formación hacia el sacerdocio. Trasladado a París, prosiguió sus estudios universitarios, impartiendo clases de lengua y letras francesas y convirtiéndose en el primer agregado africano en una universidad europea. En 1938 obtuvo una plaza de profesor en un renombrado colegio de Secundaria en un suburbio parisino. Al año siguiente fue movilizado por la guerra y cayó prisionero de los nazis, ocasión que le sirvió para aprender alemán y estudiar poesía, griego y latín hasta ser liberado en 1942 a causa de una enfermedad. Su militancia en la resistencia antifascista se inspiró en torno a la defensa de su identidad, explotada desde sus pasiones: las letras, el arte y la poesía.

Desde 1935, ya en Francia y a través de la lengua francesa, se había volcado en la escritura, pronunciándose en favor de «la raza negra». Conocer al martinico Aimé Césaire, otro importante poeta de la negritud, fue decisivo en su trayectoria. Juntos fundaron la revista L’Étudiant noir, desde la cual se enarboló dicho pensamiento en forma de protesta y catarsis en sus momentos iniciales, a la que se fueron sumando otras figuras de importancia. También fue protagonista en la fundación de la revista y editorial Présence Africaine.

En cuanto a su carrera política, tuvo un rápido ascenso. Desde 1936 comenzó a militar en las filas del socialismo francés, pasando por cargos de importancia: en 1946 era el representante senegalés en la Asamblea Nacional francesa. En 1948, bajo muchas críticas, creó en su país el Bloque Democrático Senegalés, rompiendo con las filas del socialismo local y buscando tejer alianzas con grupos más allá de las tradicionales comunas. Además, se le criticó su constante acercamiento a Francia y cómo eso se reflejaba en su modo de vida. En virtud de esa postura, su propuesta era la de una república independiente asociada a la metrópoli, en el marco de una confederación francoafricana. 

Su gran preocupación era evitar la balcanización, y de esa inquietud data la efímera y truncada Federación de Mali, que terminó generando dos naciones independientes, Senegal y Mali. El 5 de septiembre de 1960, Senghor fue elegido presidente, y Mammadou Dia primer ministro. No muy tarde llegó un deterioro de las relaciones entre ambos que mostró algo del carácter autoritario del mandatario, que gobernó Senegal hasta 1980 y abandonó el cargo de forma voluntaria. En búsqueda de la unidad regional, propuso planes de integración con Mauritania, Mali y Guinea, así como afianzar la cooperación con otras naciones africanas. Sus logros no terminaron con su salida de la Presidencia, y en 1983, se convirtió en el primer africano en la Academia francesa.

La negritud

Como promotor del socialismo africano, la reivindicación del modo de vida tradicional, previo al contacto con Europa, fue común en su tiempo a varios pensadores y políticos africanos. Además de filósofo y poeta del movimiento de la negritud, Senghor abrazó la doctrina de ensalzar la cultura africana y todo lo que remitiera al continente, en suma, los valores de la civilización negra, en una corriente formada por escritores negros de expresión francesa y vehiculada principalmente a partir de la poesía. La negritud unió a pueblos del Caribe y África. Ante la denostación impuesta por el colonialismo, la negación de la identidad propia, el senegalés antepuso el orgullo de ser negro y/o africano, bajo un razonamiento paulatino. En sus palabras, el objetivo del socialismo africano «no es solamente dar soluciones económicas, sino promover al hombre en su totalidad y en todos sus sentidos».

De un modo crítico, partiendo de la premisa de que la emoción es africana y la razón helena, como aseveró el poeta, la negritud, en sus orígenes, fue más una denuncia agria que una herramienta de deconstrucción. No obstante, la meditación de Senghor en torno a sus orígenes continuó. En Francia se sentía humillado y confundido respecto al valor del ser negro, colonizado y alienado, y al comienzo no encontraba una explicación certera, pero sí detectaba que el principal problema era la dominación racial de blancos sobre negros. 

El quid de la cuestión fue lograr una definición de los valores negros no impuesta por franceses o europeos, sin incurrir en el racismo o en el desprecio a lo francés. A pesar de criticar el colonialismo y la alienación resultante, no por ello se tornó en francófobo; al contrario, fue un militante incansable de la francofonía. De todos modos, subyace en su obra la tensión resultante entre los valores propios y las exigencias de la modernidad, destacándose el esfuerzo por reconciliar ambos mundos, pero sin dejar de criticar el monopolio cultural europeo. Tal vez, el mejor resumen de estas ideas sea la expresión senghoriana: «Asimilar sin ser asimilado».  

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