Con un poder de convocatoria de estrella de rock, Amin Maalouf presentó en la sede madrileña de Casa Árabe 'El naufragio de las civilizaciones'. Cree que el mundo es un barco en tinieblas y a la deriva, pero también que es posible cambiar el rumbo

Esperanza levantina para después del naufragio

photo_camera PHOTO/GUILLERMO LÓPEZ - El escritor libanés Amin Maalouf la semana pasada en Madrid

“Ojalá hubiera tenido la oportunidad de haberme sentado con él y haberle dicho tantas y tantas cosas que me encantaron de sus libros”, afirma Laura, aún emocionada, a su amiga Mathilde en el vestíbulo de Casa Árabe mientras guarda tres libros de Amin Maalouf (Beirut, 1949) en la mochila. El escritor franco-libanés le acaba de firmar su última obra, ‘El naufragio de las civilizaciones’ (Alianza), que presentó en Madrid el pasado día 23. El poder de convocatoria de Maalouf en una tarde lluviosa y desapacible, casi tan melancólica como el libro, fue incontestable. La cola empieza a formarse casi dos horas antes del acto, un centenar de personas se queda sin sitio. “Ni Cristiano Ronaldo”, ironiza Yasmin en el salón de actos, que está repleto. En las primeras filas del auditorio se distinguen las canas del jurista Baltasar Garzón y del periodista Ramón Lobo, pero hay mucha gente joven. Maalouf ha rubricado un ensayo pesimista, a pesar de que lo niegue en cada entrevista, pero el llenazo invita a la esperanza. 

“¿Pesimista? No lo creo, la misión es abrir los ojos. No es demasiado tarde”, asegura Maalouf cuando el periodista Guillermo Altares le hace la cuestión de rigor. En ‘El naufragio de las civilizaciones’ el escritor levantino evoca con nostalgia el pasado que pudo ser y el futuro que no fue en el Levante, esa región de fronteras porosas que limita al norte con Estambul, al sur con El Cairo y que tiene como centro las costas de Fenicia y las agrestes colinas de Jerusalén. Un territorio que un día estuvo llamado a proyectar luz sobre el mundo y hoy el sectarismo desangra. “Si los ciudadanos de esas diversas naciones y los fieles de las religiones monoteístas hubiesen seguido viviendo juntos en esa región del mundo y conseguido cohonestar sus destinos, la humanidad entera habría tenido por delante, para servirle de inspiración e indicarle el camino, un modelo elocuente de coexistencia armoniosa y de prosperidad. Por desgracia, fue lo contrario lo que ocurrió”, escribe el autor de ‘Samarcanda’ y ‘León el africano’ en este autobiográfico ensayo.

Portada libro Maalouf

Maalouf cree que el mundo va a la deriva como el barco del Titanic, metáfora que justifica a pesar de lo manido de la imagen. A su juicio son ejemplos del peligroso rumbo que la humanidad ha tomado el terrorismo religioso, el auge del populismo, la aparición de Trump o Bolsonaro, el racismo, la desigualdad, etcétera. Tal vez sin quererlo, el escritor franco-libanés se alinea, a pesar de las más que aparentes distancias, con el politólogo estadounidense Samuel Huntington, profeta del choque de civilizaciones. El escritor beirutí cree que todas, “enfrentadas las unas con las otras, se están hundiendo juntas”.

Salón de actos de Casa Árabe durante la presentación de la última obra de Maalouf

Quizás el mejor de los ejemplos para mirar con relativo optimismo al futuro es el mismo Maalouf, su propia condición. Su identidad mestiza. Sus múltiples adscripciones. Árabe cristiano nacido en el Líbano, nostálgico de un Levante mitificado pero apasionado del proyecto comunitario europeo. Afincado en Francia desde hace 40 años, dueño de una limpia prosa en la lengua de Molière, pero orgullosamente persistente en su dicción arábiga. Identidades plurales -y nada asesinas- para un mundo que será de mezcolanzas o no será. Algo que Maalouf ha tenido siempre claro y que hizo que su figura trascendiera globalmente hace ya décadas.

En definitiva, su capacidad de mirar el mundo, como dio testimonio literario en ‘Las cruzadas vistas por los árabes', una de sus obras más celebradas, con los ojos del otro. Su condición de hombre de un lado y otro de las fronteras capaz de superar los clichés del Oriente y Occidente como categorías cerradas y excluyentes. Es por ello por lo que Maalouf lamenta una y otra vez, sin ocultar su dolor, el fracaso de la sociedad multiconfesional, multicultural y plurilingüe que se forjó en el Levante. Y que hoy, en cambio, con sus dificultades, triunfa en Norteamérica y Europa Occidental. 

Amin Maalouf
Fracaso de las sociedades árabes

En efecto, no faltan en las páginas de ‘El naufragio de las civilizaciones’ las críticas a las sociedades árabes. Deja el ensayista constancia de la derrota histórica del panarabismo y del socialismo, y no disimula su deseo de que el mundo encuentre causas capaces de superar los perniciosos comunitarismos y particularismos. “A lo mejor necesitamos en este siglo un equivalente ético del internacionalismo proletario sin las monstruosidades que sus aguas acarrearon”, se plantea en un pasaje de su última obra. 

Pero el autor de ‘Identidades asesinas’ no halla la gran razón que explique el porqué del atraso actual de las sociedades del norte de África y el Oriente Medio y Próximo respecto al mundo occidental. A su juicio, uno de los grandes traumas de las últimas décadas que explican lo sucedido fue la derrota de los ejércitos árabes frente al Estado de Israel en los seis días de junio de 1967. Un golpe del que, a su juicio, los árabes no se han recuperado aún. “¿Podría atreverme a albergar la esperanza de que algún día los pueblos que engendraron a Averroes, a Avicena, a Abenarabi, a Jayam y al emir Abdelkader sabrán también ellos volver a dar a su civilización momentos de auténtica grandeza?”, se pregunta casi retóricamente el autor de ‘La roca de Tanios’. 

Sostiene Maalouf que los países árabes, con excepción de Túnez, no caminan hacia la democracia, pero el prosista nacido en Beirut está convencido de que los anhelos de sus gentes son los mismos que los del resto de habitantes de este planeta. “No pierdo la esperanza, las aspiraciones profundas de los pueblos son las mismas, democracia, dignidad, libertad. Prevalecerán”, asegura el novelista vecino de París al auditorio de la sede madrileña de Casa Árabe. Eso sí, Maalouf evita dar pronósticos sobre qué será de los países de la región en los próximos años. 

¿Dónde está, pues, la esperanza entonces? “Nuestra época tiene la ventaja de contar con los medios científicos, técnicos y económicos para poder resolver todos los problemas actuales”, asevera. “Pero las mentalidades son el gran problema. Y este hecho es también la razón que nos hace optimistas”. “El día en que tomemos conciencia de ello, las conductas cambiarán radicalmente, se enmendará la deriva y aparecerá una dinámica saludable”, afirma el escritor de origen libanés. Contradicciones que Maalouf, con todo, admite en el libro. “¿He estado en lo cierto al decir que las tinieblas se extendieron por el mundo cuando se apagaron las luces de Levante? ¿No es acaso incongruente hablar de tinieblas (...) cuando nuestros semejantes viven cada vez más y con mejor salud que en el pasado; cuando tantos países de eso que fue ‘el tercer mundo’, empezando por China y por la India, salen por fin del subdesarrollo?”, se interroga el escritor, como planteando una enmienda a la totalidad de ‘El naufragio de las civilizaciones’. Cierto es que la hora actual es la de las pertinaces guerras de Oriente Medio, la crisis de las democracias y la amenaza nuclear planetaria. Pero también es el momento de la historia en que, en su conjunto, la humanidad ha vivido mejor, con más paz y bienestar material.

Amin Maalouf
Siempre nos quedará el Líbano

Y en el centro de todo, el Líbano. Una malhadada franja de tierra áspera asomada al Mediterráneo oriental. El proyecto cosmopolita de la Suiza del Mediterráneo que no ha podido ser. El sueño maronita sobre las faldas del Monte Líbano. “Fue desde mi tierra natal desde donde empezaron las tinieblas a extenderse por el mundo”, escribe de manera lapidaria Maalouf al final de su ensayo. Un Líbano que justamente estos días, tras décadas de guerra y sectarismo, se une inesperadamente en la protesta. ¿Premonitorio? Un gentío enarbola sin complejos en las calles y plazas la bandera del cedro. Una protesta contra el régimen confesionalista que ha forzado la dimisión del primer ministro Hariri y que aprovecha la presencia de Maalouf en Madrid para hacerse oír a las puertas de Casa Árabe. 

Pero ¿por qué fascina tanto el Líbano? ¿Por qué volvemos una y otra vez a este diminuto país? “Creo que el Líbano ha sabido mantener una alegría de vivir, una manera de aferrarse a la vida a pesar del sufrimiento”, concede Maalouf cuando la charla se acerca a su final, con un público deseoso de poder acercarse a su profeta y pedirle un autógrafo o un selfi. 

Tal vez España y el Líbano sean los dos países del mundo donde más se haya pensado y repensado sobre la propia identidad y ser. “La ansiedad es profunda, y no se disipará con las protestas, un cambio de gobierno ni con la convocatoria de elecciones. La ansiedad deriva de la búsqueda perpetua del Líbano de su sentido, y de su fracaso perpetuo para actualizar uno en concreto”, escribía recientemente el ensayista egipcio Tarek Osman. Cambien Líbano por España y parecerá que están leyendo a Ortega o a Unamuno. Al final no somos tan distintos.

De hecho, Yasmin, Andrea, Mathilde y Laura -españolas, brasileñas, marroquíes, francesas, Mediterráneo norte y sur- deciden, entusiasmadas por haber estado tan cerca de su ídolo, irse a cenar juntas. Después del apocalipsis tocan menesteres más prosaicos. Lo harán en un restaurante libanés del centro de Madrid. “Hoy hummus, por Maalouf”, dice Mathilde, parisina como el escritor. Y es que siempre nos quedará el Líbano. 

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