El FMI y el Gobierno ghanés llegaron a un acuerdo trienal de ayudas

Ghana y el fallo macroeconómico

Tras dos décadas de crecimiento discontinuo, Ghana se encuentra en una crisis económica que no le ha dejado más alternativa que acudir a las instituciones de Breton Woods. El 12 de diciembre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las autoridades ghanesas llegaron a un acuerdo trienal, en el marco del Servicio de Crédito Ampliado, por el que el país recibirá 3.000 millones de dólares a cambio de reformas económicas. Según el FMI, estas tienden a restablecer la estabilidad macroeconómica y la sostenibilidad de la deuda, protegen a las personas vulnerables, preservan la estabilidad financiera y sientan las bases para una recuperación sólida e integradora. La vuelta de Ghana al redil del FMI debería responder a la necesidad de las autoridades del país de restablecer la sostenibilidad de su deuda. Sin embargo, una semana después del acuerdo, el Ministerio de Finanzas de Ghana anunció la suspensión del pago de parte de su deuda externa. 

Desde la primera década de este siglo, el país se apoya en la estabilidad política lograda tras las reformas iniciadas por el difunto John Rawlings, destinadas a generar ingresos para el país. La recaudación fiscal casi se duplicó en menos de una década –del 14% del PIB en 1999 al 27% en 2007–. A esto hay que añadir la lucha del Banco Central contra la inflación, que pasó del 40% en 2000 al 10% en solo siete años. Esta recuperación económica permitió a Ghana librarse parcialmente de su deuda externa y convirtió al país en un modelo para las instituciones financieras internacionales. Con la credibilidad adquirida con la amortización de su deuda, las autoridades ghanesas lograron captar una emisión de bonos de casi 750 millones de dólares en 2007, principalmente mediante una apuesta por el fortalecimiento del sector privado como imán para atraer inversión extranjera. El PIB pasó de 4.980 millones de dólares en 2000 a 77.590 en 2021.

Sin embargo, Ghana no logró resistirse a los cantos de sirena de una industrialización a marchas forzadas. Como otros países africanos tras las independencias, Ghana tuvo demasiada fe en los halagadores datos macroeconómicos de las instituciones financieras internacionales y, como ellos, cayó en la “bulimia” del endeudamiento para financiar sus ambiciones. Es innegable que Ghana sacó más provecho de la inversión extranjera directa que otros países, pero también que pecó de precipitación al no comprender que la industrialización es un proceso lento que no se puede basar solo en capitales extranjeros y que necesita condiciones previas, como una base financiera y un mercado interior sólidos. En caso de crisis o recesión global, la primera permite rescatar al sector privado mediante inversiones públicas, y el segundo absorbe la producción destinada originalmente a la exportación. 

De la misma forma que las crisis consecutivas del primer choque petrolero (1973) y la derrota estadounidense en Vietnam (1975) pusieron fin a las ambiciones africanas de industrialización, la recesión fruto de la pandemia y la guerra de Ucrania han derrumbado a Ghana, aclamada no hace tanto como el país con mayor tasa de crecimiento del mundo.

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