El recién investido primer ministro Mustafa al-Kadhimi deberá enfrentarse a los problemas que el país tiene abiertos en muchos frentes distintos

Irak: retos para el nuevo Gobierno

photo_camera PHOTO/ Oficina de Medios del Parlamento Iraquí via REUTERS - El primer ministro designado de Irak, Mustafa al-Kadhimi, pronuncia un discurso durante la votación del nuevo Gobierno en la sede del Parlamento en Bagdad, Irak, el 7 de mayo de 2020

Irak ya tiene nuevo primer ministro. Medio año después de la renuncia de Adel Abdul Mahdi, Mustafa al-Kadhimi, antiguo director de los servicios de inteligencia, ha conseguido acceder a la Jefatura del Gobierno tras pasar el duro examen del Consejo de Representantes, la Cámara Baja del Parlamento iraquí.

La votación en sede legislativa se saldó con su nombramiento y con el de buena parte del gabinete que había propuesto. No obstante, los diferentes grupos políticos aún no han llegado a un acuerdo para designar a los estratégicos titulares de Petróleo y Asuntos Exteriores. Las carteras de Justicia, Agricultura y Comercio también permanecen vacantes, pues los candidatos sugeridos no contaron con el apoyo de la Cámara.

Sin embargo, Al-Kadhimi, un hombre sin experiencia previa en política a gran nivel, pero con amplias conexiones en los círculos de poder, ya ha conseguido lo que no lograron ni Adnan al-Zurfi ni Mohamed Tawfik Allawi. Ninguno de estos dos veteranos gestores, designados previamente por el presidente Barham Saleh para ocupar el cargo de primer ministro, pudieron ganarse la confianza de los diputados.

De este modo, Al-Kadhimi ya ha salvado un obstáculo muy importante. El reto de hacerse finalmente con el cargo, aunque no es menor en un paisaje político tan fragmentado, parece bastante asequible si se compara con la labor que le espera al frente del Gobierno. Irak tiene problemas en muchos frentes. El país se encuentra, en diferentes ámbitos, inmerso en crisis de distinta naturaleza que amenazan con convertirse en estructurales.

Mustafa Kadhemi asumió el cargo de primer ministro de Iraq el 7 de mayo tras romper meses de estancamiento político
La crisis del petróleo, una profunda derivada del coronavirus

La crisis sanitaria derivada de la pandemia del coronavirus es, posiblemente, la más perentoria que afronta el país. Irak comparte frontera con Irán y, en menor medida, con Turquía, los dos países donde el patógeno ha registrado una mayor expansión en toda la región de Oriente Próximo. En comparación con estos dos países, las cifras que ha registrado Irak son, afortunadamente, bastante bajas.  

Según las estadísticas oficiales, los casos positivos no superan los 2500 y las víctimas mortales apenas se sitúan por encima de las 100. A tenor de estos datos, al menos por el momento, el virus ha tenido un impacto muy moderado en términos de salud.

Sin embargo, a nivel económico, la situación se vuelve mucho más complicada. Con frecuencia, la llegada del coronavirus ha tendido a agravar los problemas que ya atravesaban muchos países en este apartado. La parada casi total de diferentes sectores productivos, el comercio, el transporte, el consumo, etc., ha profundizado una situación de penuria económica que ya estaba presente antes del advenimiento de la pandemia.

Funcionarios de salud iraquíes y personal de la Defensa Civil con trajes protectores rocían desinfectante como precaución contra el coronavirus en mercados comerciales y hoteles utilizados por ciudadanos iraníes en Najaf, Irak

La iraquí es una economía relativamente poco diversificada, muy dependiente desde hace décadas de las exportaciones de petróleo. El oro negro, que ya atravesaba un momento de depreciación antes del shock que ha supuesto la pandemia, se encuentra en la actualidad en mínimos históricos. El parón económico ha dejado por los suelos el valor del crudo, lo que ha representado un golpe muy duro para el maltrecho tejido productivo iraquí.

El grupo OPEP+ ha intentado poner su granito de arena para aliviar, al menos mínimamente, la situación que atraviesa el país. A principios del pasado mes de abril, los exportadores de petróleo y sus socios acordaron un recorte drástico de su producción con la esperanza de que, al reducir su oferta, la materia prima pudiese revalorizarse. Irak, que ha estado exento con frecuencia de este tipo de reducciones, también deberá realizar un ajuste, aunque no será tan pronunciado como el asumido por otros países que disponen de un mayor volumen de reservas.

En todo caso, la disminución de ingresos derivados de los hidrocarburos parece que va para largo. Un reciente informe de la financiera estadounidense Morgan Stanley apunta a que la demanda mundial de petróleo no recuperará sus niveles previos a la pandemia hasta finales de 2021. Se cumpla o no el vaticinio, para los países que, como Irak, dependen casi totalmente de sus exportaciones en este campo, se avecinan meses especialmente duros.

Refinería de petróleo de Zubair, al suroeste de Basora en el sur de Irak
Descontento social

Las estrecheces económicas han propiciado que cientos de miles de iraquíes lleven meses saliendo a la calle para denunciar el empeoramiento generalizado de sus condiciones de vida y el deterioro de los servicios públicos. 

Las movilizaciones ciudadanas muy pronto tomaron, asimismo, un cariz político. La corriente de protesta se volvió contra una clase política a la que muchos consideran corrupta y encerrada en una burbuja; una élite incapaz de ver más allá de sus propias divisiones sectarias que, a lo largo de décadas, no se ha centrado en resolver problemas concretos.

La policía antidisturbios en la Plaza Tahrir durante las protestas antigubernamentales en Bagdad, Irak

Algunas concentraciones, sobre todo al comienzo de los disturbios, el pasado otoño, se volvieron violentas. Cientos de personas murieron a manos de las fuerzas de seguridad. El entonces primer ministro Mahdi se vio obligado a dimitir de su cargo ante su incapacidad de articular una respuesta a la ola de indignación ciudadana que se le venía encima.

Desde luego, ha habido quien ha tratado de sacar partido a esta situación de descontento. Influyentes clérigos chiíes, como el ayatolá Ali al-Sistani, apoyaron sin reservas a los manifestantes, haciendo suyas sus reivindicaciones para tratar de expandir su influencia y, por ende, la de Irán.

Manifestantes antigubernamentales sostienen una pancarta con una imagen desfigurada del nuevo primer ministro Al-Kadhimi, durante una manifestación contra su nombramiento en la plaza Tahrir
Un campo de batalla de intereses internacionales

En efecto, los vecinos del este han cobrado un protagonismo muy importante en la vida política iraquí. En los últimos meses, aprovechando el vacío de poder reinante en Bagdad, Teherán, poco a poco, ha ido tejiendo una red de respaldo político, social y territorial favorable a sus intereses.

¿Cómo lo ha hecho? Además de contar con el apoyo de algunas de las agrupaciones políticas más destacadas del Parlamento, Irán ha desplegado sobre Irak numerosos grupos armados que han supuesto un factor desestabilizador muy importante para el país. Entre los más importantes, se encuentran las Fuerzas de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés), Usbat al-Thairen (literalmente, ‘Liga Revolucionaria’) y las milicias asociadas a Hizbulá, que en Irak toman el nombre de Kata’ib Hizbulá.

Cabe recordar que, en Irak, unas dos tercios de la población profesan la tradición chií del islam, de modo que gran parte de su territorio es tierra abonada para la implantación de grupos como los anteriores, que tratan de ganarse a la población llegando donde el Estado no puede llegar. 

Miembros de las Hashed al-Shaabi o Fuerzas de Movilización Popular (PMF)

¿Qué contrapeso se opone a su acción? Hasta el momento, las Fuerzas Armadas iraquíes han estado asistidas por la Coalición internacional encabezada por el Ejército de Estados Unidos, que ha sufrido numerosas escaramuzas por parte de las milicias chiíes. En respuesta, se ha articulado una campaña de ataques aéreos con el objetivo de minar la fuerza de los combatientes proiraníes. Uno de ellos, a principios de año, acabó con el general iraní Qassem Soleimani, comandante de las Fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria, y con Abu Mahdi al-Muhandis, líder de las PMF. 

Sin embargo, el Parlamento iraquí votó, a principios de año, coincidiendo con la escalada entre EEUU e Irán, a favor de la salida de las tropas de Washington, que comenzará a concretarse el próximo mes de junio. Más allá del proceso de negociación, que constituye en sí mismo un reto a corto plazo, queda por ver en que situación se encontrará el país una vez que las fuerzas internacionales hayan ido retirando sus tropas. 

Con o sin presencia militar sobre el terreno, las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y sus aliados y Teherán no tienen visos de desaparecer, e Irak seguirá estando en medio de los dos. Si, finalmente, se produce ese repliegue, es probable que Irán continúe presionando para intentar llenar ese vacío, como ya está haciendo en otros países de la región como Siria y Líbano.

Fuerzas iraquíes y miembros de las Fuerzas de Movilización Popular (PMF)
Daesh nunca se fue

La disputa geopolítica entre Irán y Estados Unidos, tan fielmente plasmada en los últimos meses en Irak, no es el único peligro territorial que acecha al país. Del mismo modo que las milicias iraníes han sacado provecho de la situación de interinidad política que atraviesa el país, también lo ha hecho Daesh.

A pesar de que el grupo terrorista ha perdido buena parte de su implantación territorial y también a su líder más carismático, el clérigo Abu Bakr al-Baghdadi, ha demostrado su resiliencia y su versatilidad en circunstancias adversas. Como experimentó Al-Qaeda en su día, Daesh ha mutado en una organización sin una estructura monolítica y, por tanto, mucho más difícil de detectar.

En los últimos meses, a un lado y otro de la frontera con Siria, el grupo ha ido restaurando parte de su antiguo poder y capacidad operativa en muchas áreas rurales. Un reciente análisis del laboratorio de ideas Center for Global Policy asegura que la entidad supo retener en sus filas a los combatientes más aptos para llevar a cabo su actual estrategia insurgente. Entre los blancos de sus ataques, se sitúan, precisamente, los grupos armados financiados por Irán y también las patrullas de las Fuerzas Armadas iraquíes.

El análisis del Center for Global Policy advierte de que, desde sus posiciones en el norte y el oeste del país, las unidades de combate de Daesh están ganando terreno poco a poco hacia los entornos urbanos y, lo que es más preocupante, dando muestras de una coordinación cada vez mayor en sus actividades.

La guerra en Siria constituye otro riesgo para Irak. En la medida en que los combates en el país vecino se recrudezcan, dada la extrema porosidad de la frontera, la acción de los grupos yihadistas que luchan contra Bachar al-Asad a las órdenes de Turquía puede constituir una amenaza directa para la ya inestable situación de las provincias más occidentales de Irak. En caso de necesidad, entidades como Hayat Tahrir al-Sham o la Organización de Guardianes de la Religión, asociada a Al-Qaeda, pueden establecer conexiones con los operativos de Daesh, lo que podría representar un refuerzo de las redes terroristas en ambos países.

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