Una historia de ambigüedad en la lucha contra el terrorismo

ISI: unas siglas bajo sospecha

REUTERS/AKHTAR SOOMRO - El Ejército ha sido una institución que ha gozado de bastante poder en Pakistán a lo largo de las últimas décadas

Suele decirse que la mayoría de países tienen un Ejército, pero que, en Pakistán, es el Ejército el que tiene un país. En efecto, el estamento militar cuenta con una influencia muy considerable en la vida política y civil de este territorio centroasiático. Se trata, quizá, del mayor poder fáctico que opera en el país y ante el que prácticamente todos los gobiernos han tenido que plegarse para mantener unos mandatos sin sobresaltos.

No obstante, si los militares han sido la pata más visible para apuntalar a los dirigentes, dentro de los entresijos del poder ha habido otro actor que ha tenido la capacidad de mover hilos muy sensibles. Se trata de los servicios de inteligencia, a los que la asesinada líder Benazir Bhutto describió una vez en una entrevista como “un estado dentro del Estado”.

La agencia que se encarga de obtener y gestionar la información sensible en Pakistán es la ISI (‘Inter-Services Agency’). Esta entidad ha jugado un papel muy importante a lo largo de las últimas décadas de la historia del país. Por su situación geográfica, Pakistán ha sido protagonista inevitable de dos grandes luchas geopolíticas: la guerra contra el terrorismo en Afganistán y la disputa con India por la región de Cachemira. En las dos ha estado involucrado este poderoso organismo.

Mano a mano con la esfera de Al-Qaeda

Hablar de la historia del terrorismo yihadista es hablar también de la historia de la ISI. Se debe comenzar desde el principio. Cuando el Ejército Rojo invadió Afganistán a comienzos de los 80, los primeros focos de resistencia se establecieron desde Peshawar, en Pakistán. A través de la porosa frontera entre los dos países, batallones de guerrilleros lanzaban incursiones para darles a las tropas soviéticas su propio Vietnam. Entre ellos, se encontraba Osama bin Laden, que, junto con Ayman al-Zawahiri y Abdullah Azzam, fundó Al-Qaeda.

Contra todo pronóstico, los guerrilleros consiguieron entablar una guerra de desgaste de la que salieron victoriosos. Claro está, no pudieron hacerlo solos. Aunque Washington, como líder del bloque capitalista, estuvo detrás, quien realmente canalizó la llegada de fondos, equipamiento y recursos para la instrucción fue la ISI. Tenía cierta lógica: se trataba de una institución que se encontraba sobre el terreno y disponía de las facilidades logísticas para llevar a cabo la misión.

Un póster y una foto utilizados para identificar a Osama Bin Laden se muestras en la exposición ‘Revealed: La Caza de Bin Laden’ en el Museo Memorial del 11-S de Nueva York

Sin embargo, su implicación en lo que ocurría en su país vecino no se detuvo con la retirada soviética. La de los noventa fue una década negra para la historia de Afganistán. El vacío de poder existente en Kabul provocó una cruenta lucha entre facciones que no se aplacó hasta que los talibanes fueron capaces de establecer un centro de poder más o menos fuerte en la capital. De nuevo, la ISI estuvo por medio, pues facilitó la construcción de campos de entrenamiento para numerosos militantes islamistas. A partir de 1998, los talibanes volvieron a dar un santuario a Bin Laden para que pudiera establecer su base en Afganistán.

A comienzos del nuevo siglo, el decorado cambió notablemente, pero las costumbres siguieron por el estilo. El shock de los atentados del 11-S cambió el equilibrio de la región para, al menos, las dos siguientes décadas. Ahora, era la Casa Blanca y no el Kremlin el que envió decenas de miles de soldados a combatir en Afganistán. Había que destruir a Al-Qaeda. La campaña fue un éxito bastante pírrico. Independientemente del número de bajas infligidas al Ejército estadounidense, su victoria solo fue parcial. Una gran parte de la infraestructura de la organización terrorista fue desmantelada, sí, pero sus líderes escaparon a través de las montañas a las zonas tribales del norte de Pakistán. Desde entonces, Al-Qaeda dejó de ser una realidad monolítica y diversificó su estructura en ramas, grupos afines y células.

En los años posteriores al 11-S, se vivió en la región un florecimiento de siglas que orbitaban alrededor de la esfera yihadista. El grado de connivencia de los servicios de inteligencia paquistaníes con estos grupos armados, que han estado operando a un lado y a otro de Pakistán, es siempre una zona gris. A pesar de que, oficialmente, tales vínculos no existen y de que Islamabad, oficialmente, siempre ha estado junto a Washington, informes de la inteligencia británica y estadounidense señalan contactos frecuentes de la ISI con los talibanes, la Red Haqqani y otras entidades de dudosos fines. 

Cabe preguntarse, llegados a este punto, por qué Pakistán ha seguido albergando ese trato con todos estos actores. ¿Qué ha sacado de una política tan arriesgada de cara a Estados Unidos, su principal aliado? Se trata, sobre todo, de una cuestión de pragmatismo. Aunque la convicción ideológica puede tener algo que ver, lo cierto es que el mismo territorio paquistaní es muy amplio y hay regiones donde el poder está bastante atomizado entre señores de la guerra locales. Muchos de ellos han entablado lazos con organizaciones terroristas o, incluso, pertenecen a ellas.

Para poder mantenerlos a raya y garantizar la estabilidad del país, los diferentes gobiernos de Islamabad han estado condenados a entenderse con ellos. La ISI ha sido la encargada de gestionar toda esta complicada red de lealtades, al tiempo que se mostraba a sí misma como un aliado confiable de las Administraciones de George Bush hijo y Barack Obama.

El expresidente de Pakistán Pervez Musharraf, uno de los rostros más polémicos de la llamada guerra contra el terrorismo

Ese doble juego ha quedado al descubierto en ciertos episodios, cuando líderes importantes del núcleo de Al-Qaeda han sido descubiertos… en suelo paquistaní. Es el caso, por ejemplo, de Khaled Sheikh Mohammed, uno de los ideólogos de los atentados del World Trade Center, o del propio Bin Laden, que vivía cómodamente en un lujoso recinto en Abbottabad, a solo cien kilómetros al norte de la capital. Se cree que, en el presente, el remanente del núcleo original de Al-Qaeda continúa permaneciendo en algún lugar de Pakistán.

El país sigue siendo un actor primordial en la región del sur de Asia. Su influencia es decisiva para que Afganistán pueda conocer una cierta estabilidad. Si, finalmente, el Gobierno de Kabul consigue llegar a un acuerdo para un alto el fuego permanente con los talibanes, Islamabad (y muy especialmente la ISI) no se quedarán al margen.

Cachemira: un conflicto olvidado

Sin embargo, la frontera occidental no ha sido el único campo de actuación de los servicios secretos paquistaníes en las últimas décadas. Uno de los teatros geopolíticos más importantes -y, a menudo, olvidados- de todo el mundo se encuentra en la región de Cachemira, en torno a la cual Pakistán e India mantienen un contencioso que no parece tener una solución a corto plazo.

Como en Afganistán, la ISI ha dejado su huella a través de diversos grupos considerados terroristas. El último informe anual del Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo (OIET) constata que numerosas organizaciones que operan en la región han estado sostenidas con apoyo del estado paquistaní. Jaish-e-Mohammed, Lashkar-e-Taiba y Laskar-e-Jhangvi son las principales.

El primer ministro pakistaní Imran Khan ha mantenido a Cachemira en la lista de prioridades de su política

Los servicios secretos de Pakistán han sido acusados repetidamente de financiar y equipar las bases de entrenamiento de estas y otras agrupaciones. Aunque los diferentes gobiernos del país han estado sometidos a una intensa presión de la comunidad internacional para cesar esta política, lo cierto es que no se ha detenido hasta la fecha.

Las escaramuzas con las Fuerzas Armadas indias son constantes. La escalada de tensión que se vivió allí a finales del verano pasado da buena muestra de ello. Sin embargo, en algunas ocasiones la violencia ha alcanzado de lleno a la población civil. Uno de los ejemplos más claros se encuentra en los atentados de Bombay de noviembre de 2008. A lo largo de cuatro días, varios hombres armados con fusiles de asalto asesinaron en la ciudad india a 164 personas. Los atacantes que perpetraron la matanza estaban asociados a Lashkar-e-Taiba.

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