Samuel Little asesinaba a sus víctimas con la convicción de que nunca sería atrapado

Jane Doe: la víctima perfecta

photo_camera AFP/MARK RALSTON - Acto en recuerdo de varias víctimas de asesinos en serie. Samuel Little era uno de ellos

En septiembre de 2012, un anciano llamado Samuel Little fue detenido en un albergue para personas sin hogar de Louisville, Kentucky. Se trataba, a priori, de una cuestión de trapicheo con alguna droga. Nada nuevo bajo el sol: Little, antiguo boxeador, tenía a sus espaldas un expediente repleto de diversos delitos: robo, asalto, conducción bajo los efectos del alcohol… En una ocasión, incluso, fue condenado por violación. A pesar de su intensa actividad delictiva, no le había ido mal. Por hache o por be, se había ido librando y solo había pasado alguna corta estancia en prisión.

Esta vez, la historia iba a tener un desarrollo y un desenlace distintos. Little fue extraditado a California, donde fue juzgado por asesinato. En septiembre de 2014, dos años después de su detención, fue condenado a cumplir tres cadenas perpetuas consecutivas. Unas pruebas de ADN lo habían conectado con las muertes de tres mujeres en Los Ángeles durante la década de los 80. Se llamaban Audrey Nelson, Guadalupe Apodaca y Carol Alford. Las tres fueron estranguladas. La investigación, liderada por la criminóloga Mitzi Roberts, del departamento de Policía de Los Ángeles, y el fallo del jurado hicieron justicia para ellas y sus personas más cercanas.

Samuel Little a menudo se hacía llamar Samuel McDowell. Pasará el resto de sus días en prisión

Little fue ingresado en prisión de inmediato. Mientras permanecía entre rejas, el FBI comenzó a reabrir otros casos para estudiar una posible relación con el reo. Al cabo de un tiempo en la cárcel estatal de California, fue transferido a un penal de Texas. A principios de 2018, un ranger del estado sureño consiguió trabar una estrecha relación con él. Su nombre es James Holland, pero Little acabó por llamarle simplemente Jimmy. Del mismo modo, el agente se permitió la licencia de dirigirse a él como Sammy. Una vez establecida esa base de confianza entre Jimmy y Sammy, el asesino empezó a hablar. Lo que dijo figura ya en los libros de historia del crimen de Estados Unidos. 

Los tres asesinatos por los que fue condenado Little no fueron ni los primeros ni los últimos que cometió. Desde su silla de ruedas, el convicto aseguró a Holland y a los investigadores del FBI que, de hecho, Nelson, Apodaca y Alford solo eran una pequeña parte de su historial criminal. Algo sospechaba la agencia federal, que, mientras tanto, había conseguido hacer progresos en algunos casos más. Podrían ser 10 o 20 muertes, tal vez. Sin embargo, no eran ni 10, ni 20. Samuel Little dijo haber asesinado a 93 mujeres.

Samuel Little se declaró culpable de matar a dos mujeres en Cincinnati en la década de 1980. Declaró ante el juzgado del condado de Hamilton por Skype desde la prisión de California

Hasta la fecha, y tras un año y medio de investigación, el FBI ha conseguido vincularlo a 50 asesinatos perpetrados entre 1970 y 2005. Después, estuvo otros siete años sin ser molestado por las autoridades. En total, más de 40 años durante los cuales el asesino se movió, casi impunemente, en un mundo que nadie podía o, quizá, nadie quería ver; un mundo de prostitución, drogas, pobreza y desamparo en el que Little era capaz de desenvolverse como pez en el agua. Es natural: había crecido y vivido en él. 

Little conocía perfectamente todos los códigos y las aristas de ese entorno al margen de la rutilante sociedad estadounidense. Era perfectamente consciente de la diferencia entre las ciudades y los guetos; entre los ricos y los pobres; entre lo que se veía como un ambiente respetable y lo que no. Sabía que ambos mundos eran como el agua y el aceite: podía haber un terremoto en un suburbio de Los Ángeles, que a Hollywood ni siquiera llegarían las réplicas. Esta desconexión fue, en parte, la que mantuvo a Little vagando libremente por Estados Unidos durante unas cuatro décadas, aunque fuese dejando cadáveres a su paso.

Minnie Hill sostiene una foto de su difunta hija, Rosie. La joven, fue encontrada muerta en Florida en 1982. En 2018, las autoridades de Texas comenzaron a vincular a Samuel Little con asesinatos en todo el país
Una cuestión de estrategia

¿Por qué mataba Little? La respuesta a tal pregunta es compleja, pero se puede resumir en una cuestión de poder y gratificación sexual. Atraer a sus víctimas y golpearlas hasta tenerlas a su merced le hacía sentirse superior. “Quería su desamparo; todo lo que deseaba era que llorasen en mis brazos”, confesó Little a la periodista Jillian Lauren, del medio estadounidense The Cut. Esa sensación de dominio culminaba en una gratificación sexual que el asesino obtenía al asfixiar a sus víctimas manualmente. 

Repitió esta fantasía en multitud de ocasiones hasta convertirse en el mayor asesino en serie de la historia del país; las 50 víctimas confirmadas con las que se le ha asociado superan el macabro balance de Gary Ridgway, ‘el asesino de Green River’, al que se ha relacionado con el asesinato de 49 mujeres. 

A pesar de ser bastante “prolífico” -es el calificativo que ha empleado el FBI para describirlo-, Little no era un delincuente compulsivo, sino que tenía una estrategia. Tal y como él mismo ha reconocido, siempre seguía un patrón similar; una línea de actuación estructurada alrededor de un elemento central: la víctima. No las elegía al azar. En todas ellas, había un rasgo común: su vulnerabilidad. En una siniestra paradoja, Little se fijaba en quien nadie se fijaba: prostitutas, heroinómanas, alcohólicas. La mayor parte eran afroamericanas. Como Little. 

Mapa de los asesinos en serie más prolíficos del mundo

“Nunca maté a senadores, ni a gobernadores, ni a periodistas elegantes de Nueva York. Si te matase a ti, saldría en todas las noticias al día siguiente. Yo me quedaba en los guetos”, explicó el asesino a Lauren. “Creyó que nunca sería atrapado porque nadie se haría responsable de sus víctimas”, describió en una nota de prensa publicada por el FBI Christie Palazzolo, analista criminal del Programa de Detención de Criminales Violentos (ViCAP, en sus siglas en inglés). En efecto, quién iba a molestarse en investigar la muerte de una prostituta negra, o de una drogadicta latina, debía pensar Little. 

Durante más de cuatro décadas, los hechos le dieron la razón. Sus crímenes quedaron en el olvido. Los casos permanecieron sin resolver, o bien fueron despachados cargándole toda la responsabilidad a una sobredosis. En su trabajo periodístico, Lauren recogió unas declaraciones del sargento Darren Versiga, que participó en la investigación de los casos por los que fue condenado inicialmente Little. Su sinceridad deja poco margen a la interpretación: “No era posible cometer un crimen contra una prostituta negra. Sencillamente, no era un crimen”. 

Sin nombre

De muchas de las víctimas, todavía no se sabe nada. 43 de los casos confesados permanecen sin confirmar. La única luz que recae sobre ellos procede de los testimonios de Little, detallados hasta el extremo, y de unos dibujos al pastel realizados por él mismo en su celda. Vistas las circunstancias, el FBI ha publicado los retratos y ha pedido la colaboración ciudadana para identificar a esas mujeres. La oficina federal estadounidense ha publicado, además, cinco vídeos cortos que muestran a Little ofreciendo detalles sobre cinco de sus supuestos asesinatos.

Aun en los casos en que se ha logrado conectar a Little con los cadáveres, la información concluyente es escasa. Según el dossier publicado por el ‘bureau’ en su página web, el camino aún no está despejado. En al menos ocho casos de los cincuenta confirmados, se pueden leer las palabras “Confession matched to a Jane Doe”. La máxima expresión del anonimato, condensada en dos palabras: Jane Doe. En el argot del FBI, es el nombre imaginario que se asigna a una mujer cuya identidad real no se conoce. 

Los retratos de las víctimas que Little dibujó a partir de su memoria


Existe una tendencia racial clara en el historial criminal de Samuel Little. En el dossier del FBI, figuran algunos detalles sobre 41 de los casos que ha confesado Little, pero que permanecen, por el momento, sin demostrar. No hay ningún nombre, pero sí datos sobre las características físicas de las víctimas, siempre basados en los recuerdos del asesino. De esas 41 mujeres cuyos nombres aún quedan en la oscuridad, 36 eran afroamericanas. Otras dos eran hispanas. El patrón es algo menos acusado en los casos de las ocho Jane Does confirmadas: cinco eran afroamericanas y otra más, hispana.

En la carretera

Otros asesinos en serie tristemente célebres restringieron su zona de operaciones a espacios concretos y familiares. El mencionado Ridgway es conocido como el asesino de Green River porque sus asesinatos se concentraron en torno a la cuenca de este río. Dennis Rader (llamado B.T.K., las siglas que inglés significan ‘atar, torturar, matar’) circunscribió su actividad a la zona de Wichita y sus alrededores, en el estado de Kansas. Las víctimas del ‘acosador nocturno’ Richard Ramirez vivían todas del área metropolitana de Los Ángeles.

Tonya Maslar sostiene una vieja fotografía de su madre, Roberta Tandarich. Su cuerpo fue encontrado en Firestone Metro Park en 1991

El de Samuel Little, sin embargo, es un caso aparte. Sin un asentamiento fijo, su estilo de vida consistía en echarse a la carretera de forma continua, casi como un nómada. Su huella quedó plasmada en todo el país, de este a oeste. Su primera víctima, según relató a The Cut, fue una prostituta del barrio de Coconut Grove, en Miami. Era el Año Nuevo de 1970. No fue la última mujer que asesinó en la gran ciudad de Florida. Los Ángeles fue otro de sus lugares predilectos para cometer crímenes, pero no se limitó a esas dos grandes urbes. El FBI lo ha relacionado con asesinatos acaecidos en el sur profundo: Georgia, Arkansas, Mississippi, Alabama… Se ha demostrado también su letal actividad en lugares más septentrionales, como Ohio, el estado del cinturón de acero donde Little creció, y Maryland, a orillas del Atlántico norte.

Aunque, según Little, los asesinatos cesaron en 2005, su siniestro ‘road trip’ no terminó hasta su detención en 2012. Su viaje fue muy largo; demasiado, quizá, a juzgar por sus consecuencias. Hay muchos interrogantes que quedan abiertos. Uno de ellos es: ¿debe sorprender que el asesino de 50 mujeres -y puede que de 93- haya obrado casi sin ningún problema durante tantos años? A juzgar por lo que advirtió el propio Little, no. El asesino pensaba que nadie iba a querer investigar en su mundo, pobre y desolado; el mundo de los renegados, de las Jane Doe cuyas muertes, en su momento, nadie parecía tener mucho interés en resolver. Por suerte, esa indiferencia ha quedado enterrada. Poco a poco, las Jane Doe van recuperando sus nombres. Y con ellos, su dignidad.
 

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