Japón ha completado su misión espacial más ambiciosa de la última década. La Agencia de Exploración Aeroespacial Japonesa (JAXA) ha logrado traer a la Tierra granos del suelo de un asteroide, una roca espacial que orbita entre nuestro planeta y Marte.
El domingo, 6 de diciembre, a las 19:07 hora peninsular española, una muy pequeña capsula acorazada de 16 kilos con alrededor de 100 miligramos de pequeños fragmentos del suelo del asteroide catalogado 162173 Ryugu entró a gran velocidad en la atmosfera de la Tierra. Descendió los últimos 10 kilómetros sustentada por paracaídas y aterrizó en el Complejo de Experimentación de Proyectiles de Woomera, un área acotada de alrededor de 100 kilómetros cuadrados situada en el extremo sur de Australia, a unos 500 kilómetros al noroeste de la ciudad de Adelaida.
Del modo descrito, la astronave Hayabusa2 ‒en español, halcón peregrino 2‒ ha dado fin a su cometido exploratorio de alto riesgo al encuentro de la roca de unos 500 metros de diámetro, ya que gira sobre sí misma al mismo tiempo que se mueve a velocidades en torno a los 100.000 kilómetros por hora. Reliquia espacial que se cree que podría tener alrededor de 4.600 millones de años de existencia, el viaje de ida y vuelta se ha prolongado durante seis años, al estar emplazado a 300 millones de kilómetros de nuestro Planeta Azul.
Para localizar con mayor facilidad el lugar exacto del impacto sobre el suelo australiano, la JAXA ha utilizado telescopios para observar la luz emitida por la capsula durante su entrada en la atmosfera. También había organizado un amplio despliegue de instrumentos de detección a bordo de helicópteros y drones, así como antenas situadas alrededor de la amplia zona de aterrizaje prevista. “Por fin ya está de regreso en casa” ha exclamado el máximo responsable de la misión, el profesor Yuichi Tsuda.
Un vuelo chárter esperaba al contenedor herméticamente sellado para ser trasladado inmediatamente a Japón e iniciar lo más pronto posible la distribución y análisis de los sedimentos de roca alienígena. Ricos en agua y compuestos orgánicos de carbono y de un tamaño no superior a los 2 centímetros, los científicos nipones pretenden intentar descifrar el origen del sistema solar y de los asteroides, ya que su superficie, a diferencia de los planetas, ha permanecido prácticamente inalterada.
Con Pekín apretando fuerte con las misiones Chang’e a la Luna, Tokio puso en órbita el 3 de diciembre de 2014 la sonda Hayabusa2 de 610 kilos, que alcanzó Ryugu el 28 de junio de 2018 y pasó año y medio alrededor de la pequeña roca espacial. Una vez en sus inmediaciones, la sonda tuvo que aproximarse muy despacio para evitar chocar con su superficie irregular y hacer fracasar la misión.
A finales de septiembre del citado año depositó dos minúsculos vehículos todo terreno de 1,1 kilos y un módulo de superficie de 9,6 kilos, todos ellos repletos de instrumentos. Hayabusa2 se posó sobre el asteroide el 22 febrero de 2019 para atrapar muestras de las capas superficiales de Ryugu. La operación se prolongó unos pocos segundos y a una velocidad muy bien calculada e inmediatamente después se alejó a toda velocidad, todo ello de forma totalmente autónoma.
Unos meses más tarde efectuó el disparo de una pequeña carga explosiva para provocar que se desprendieran fragmentos. Una vez estable la zona de caída de restos de la explosión, la sonda descendió de nuevo el 11 de julio, está vez sobre el cráter formado. Recolectó partículas del material expulsado por la detonación y, cumplida su labor, a finales de 2019 inició el viaje de regreso a la Tierra.
La misión que acaba de concluir forma parte de un proyecto más amplio de la JAXA para recoger materiales de asteroides cercanos y traerlos a la Tierra para su análisis. La primera etapa fue Hayabusa, que despegó desde el Centro Espacial japonés de Tanegashima el 9 de mayo de 2003 y retornó el 13 de junio de 2010. Su objetivo consistía en alcanzar el asteroide 25143 Itokawa, un cuerpo situado a 300 millones de kilómetros de la Tierra que orbita alrededor del Sol, también entre la Tierra y el Planeta Rojo.
De forma muy irregular, rocoso, alargado (530 metros de longitud) y descrito como muy parecido a una gran patata voladora, Hayabusa fue la primera iniciativa en pretender traer muestras de un cuerpo celeste distinto a la Luna. La primera Hayabusa llegó hasta las inmediaciones de la pequeña roca volante el 12 de septiembre de 2005. La estudió durante varios meses desde 20 y 7 kilómetros y luego se posó sobre su superficie el 20 noviembre por espacio de media hora.
Despegó, siguió dando vueltas alrededor del asteroide y cinco días más tarde volvió a descender en otro punto para permanecer unos pocos segundos mientras atrapaba para traerlas a la Tierra. La misión no resulto un éxito completo ya que Hayabusa soltó un pequeño módulo de superficie bautizado Minerva para tomar imágenes y medir su temperatura, pero falló en el intento.
Las investigaciones efectuadas con las 1.500 partículas de un tamaño de entre 3 y 180 micras capturadas por Hayabusa y publicadas en las revistas Science Advances y Science han confirmado que el asteroide rocoso Itokawa contiene grandes cantidades de agua. También, que los meteoritos más frecuentes que llegan a la Tierra ‒llamados condrítas‒, provienen de rocas espaciales semejantes y en su mayor parte están compuestos de silicio.
La recogida de muestras de asteroides también es objeto de interés por parte de la comunidad de científicos de Estados Unidos comprometidos con el conocimiento del espacio ultraterrestre. La primera astronave de la NASA dedicada a estudiar de forma exclusiva uno de estos cuerpos celestes es OSIRIS-REx, una sonda de 2.110 kilos que fue lanzada al espacio el 8 de septiembre de 2016 para viajar al encuentro del pequeño asteroide 101955 Bennu.
Con la forma de una gigantesca piedra redondeada de 490 metros de diámetro y en órbita a 330.000 kilómetros de la Tierra, OSIRIS-REx descendió sobre Bennu el pasado 20 de octubre. Desplegó su brazo robótico articulado de 3,35 metros con una especie de aspiradora en su extremo y recogió sedimentos orgánicos del suelo durante 10 segundos.
OSIRIS-REx permanece ahora dando vueltas alrededor del asteroide, hasta que en marzo de 2021 los técnicos de la NASA decidan iniciar su regreso a casa. Si el calendario se cumple, lo previsto es que aterrice en el desierto de Utah el 24 de septiembre de 2023 con un máximo de 2 kilos de muestras procedentes de Bennu. La Red de Espacio Profundo de la NASA, una de cuyas tres estaciones de seguimiento se encuentra en Robledo de Chavela (Madrid), ha seguido las dos misiones japonesas y ahora la OSIRIS-REx.