La amenaza yihadista se cumple, costándole la vida a casi un centenar de personas

Joe Biden: “No lo olvidaremos, no lo perdonaremos, os cazaremos y os lo haremos pagar”

AP/EVAN VUCCI - El presidente Joe Biden habla sobre los atentados en el aeropuerto de Kabul en los que murieron al menos 12 militares estadounidenses, desde el Salón Este de la Casa Blanca, el jueves 26 de agosto de 2021

Así de contundente respondía el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ante los atentados provocados en las afueras del aeropuerto de Kabul que han costado la vida al menos a 90 personas, entre los que se encuentran civiles afganos y 13 miembros de la Armada estadounidense.

Este ataque, reivindicado por el ISIS-K, la rama afiliada al Daesh en Afganistán, se trata del atentado con más víctimas para las tropas estadounidenses en Afganistán desde el año 2011. 

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En un discurso dirigido a la sociedad estadounidense y con una fuerte carga emocional, Biden se refirió a los soldados asesinados como “héroes comprometidos en una misión que salva vidas”. Posteriormente, continuó advirtiendo que “EE. UU. responderá con fuerza y precisión en el momento preciso, en el lugar que elijamos, en el momento que elijamos (…) Voy a defender nuestros intereses y a nuestro pueblo con todo lo que esté bajo mi mando” advirtió.

En este sentido, la jornada de ayer antes de los ataques, estuvo marcada por varios avisos que se produjeron a lo largo de toda la mañana en la que países como Estados Unidos, Australia, Reino Unido o Alemania advertían del peligro ante “un inminente ataque terrorista”, según reportaba la Inteligencia estadounidense y pedían a la población que se alejara del aeropuerto. Horas después, un primer estallido se producía en las inmediaciones del aeropuerto, seguido de un segundo cerca del Hotel Baron. 

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A pesar del ataque terrorista y de las significativas bajas, Biden ha continuado en la misma tónica ante la retirada de las tropas estadounidenses programada para el 31 de agosto tras afirmar que “podemos y debemos completar esta misión. Los terroristas no nos amedrentarán. Vamos a seguir con la evacuación (…) llegó el momento de terminar una guerra de 20 años”, concluyó.

Asimismo, su discurso no ha estado alejado de polémica al referirse al papel estadounidense en la guerra afgana. Tanto es así, que el presidente estadounidense ha subrayado que “nunca he creído que debamos sacrificar vidas estadounidenses para establecer un gobierno democrático en Afganistán, (un país) que nunca ha estado unido y (que está) compuesto por tribus que nunca se han llevado bien”

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Estas declaraciones se producen en un contexto yermo para la política exterior estadounidense. En Afganistán, la guerra más larga para una de las grandes potencias mundiales, se estima que Estados Unidos gastó más de 2.26 billones de dólares en la ocupación, costando a los estadounidenses más de 300 millones de dólares al día. Si a esto le sumamos las pérdidas humanas, el escenario empeora todavía más. Desde 2001, 2.433 soldados estadounidenses murieron en la guerra, junto con 1.444 soldados aliados y se estima que 71.000 civiles habrían muerto como consecuencia directa del conflicto, según informa el proyecto Costs of the War.

Veinte años después, Afganistán vuelve a enfrentarse a los mismos desafíos, incluso más acrecentados. Los talibán consiguieron hacerse con prácticamente el control de todo el país en apenas semanas, sin contar con mucha resistencia por parte del Ejército afgano. Estas ocupaciones insurgentes han hecho peligrar directamente las conquistas que se consiguieron realizar en términos de derechos humanos durante los 20 años que estuvieron las tropas internacionales en suelo afgano.

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El escenario que se plantea no es desconocido ya que como en múltiples ocasiones, la historia vuelve a repetirse. Afganistán, con la llegada de los talibán, no cuenta con un proyecto democrático ni a corto ni a largo plazo. El motivo por el cual Estados Unidos decidió involucrarse en el país, aquella “guerra contra el terrorismo” que abanderó Bush, no ha cumplido con su misión. Con los talibán controlando el país y con las amenazas terroristas de grupos como el Daesh, sin olvidar a Al-Qaeda que mantiene estrechas relaciones con los talibán, convierten al país afgano en un caldo de cultivo de grupos terroristas e inseguridad, con todas las consecuencias que ello implica.

Por otro lado, España da por concluida su operación de evacuación en Afganistán. Esta mañana, llegaban los dos últimos aviones del Ejército del Aire, dos A400M, a Dubái a primera hora, según ha informado el Ministerio de Defensa. 

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Ahora, con los recientes atentados, la situación se agrava más. En los hospitales las cifras de fallecidos no dejan de crecer y, paralelamente a la política estadounidense, afgana o internacional, los civiles, una vez más, son las grandes víctimas de este escenario. Si además ponemos el foco en los derechos de las mujeres, con la llegada de los talibán son prácticamente inexistentes. En las últimas horas se ha informado acerca del secuestro por parte de los insurgentes de 270 juezas afganas que están ante un peligro de muerte inminente, no sólo por su condición de mujer, si no por ser trabajadoras de Estado, según informan. 

Estados Unidos retira sus tropas, pero por otra parte lanza una amenaza directa contra los terroristas. Aún se desconoce cuáles serán las consecuencias, pero lo que ya es claro es la desesperación de la población afgana por huir del país. Antes de estos atentados, en los últimos días veíamos imágenes de afganos agarrándose a las ruedas de los aviones que procedían a las evacuaciones en un intento desesperado por buscar un futuro mejor. Ahora Afganistán vaticina ser una guerra abierta entre yihadistas, que lejos de instaurar una democracia, el terror y la violencia protagonizaran la nueva etapa de un país que se cierne en la oscuridad. 


 

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