Kenule "Ken" Beeson Saro-Wiwa fue un escritor candidato al premio Nobel de literatura, productor de televisión y activista medioambiental nigeriano

Ken Saro Wiwa, un mártir del petróleo 

Ken Saro Wiwa, un mártir del petróleo 

La geografía africana está seguramente salpicada de muchos héroes anónimos que murieron por defender la dignidad propia y la de sus comunidades sin que ese sacrificio último haya sido consignado en ninguna crónica olvidada de cualquier periódico de provincias. A ello ha contribuido la sordidez en la que se han movido los regímenes impuestos en la mayoría de los países artificiales, trazados con escuadra y cartabón, desde su colonización, la nula valoración de la vida del nativo, cuyo germen procede de la esclavitud, y la corrupción instalada hasta nuestros días, como señas de identidad de los poderes tanto políticos como económicos que definieron una centuria de sombras en el continente cercano.

Solo por poner un ejemplo, el pueblo ogoni de Nigeria ha venido luchando durante más de medio siglo contra la contaminación salvaje que petroleras europeas, como la angloholandesa Shell, pero también la francesa Total o la italiana Agip, causaron en sus territorios del Delta del Níger, algo que Naciones Unidas solía denunciar cada cierto tiempo, y que supone la toxicidad de sus aguas unas mil veces por encima de los niveles permitidos, de tal forma que, según constató una investigación del organismo multilateral, unos 2.100 millones de litros de crudo anegaban sus orillas, un desastre ecológico de proporciones gigantescas, equivalente al naufragio de un Exxon Valdés cada año, y que al parecer a muy pocos medios de comunicación occidentales ha interesado difundir aún a fecha de hoy.

El pasado mes de noviembre se cumplieron 26 años de la ejecución de uno de estos mártires que se cruzaron ante la maquinaria de doble moral que continúa esquilmando impunemente los recursos naturales africanos, después de que el ejército nigeriano acabara con la vida de miles de ellos. El escritor, nominado a Premio Nobel de Literatura, y profesor universitario Ken Saro Wiwa (1941) fue ahorcado junto a otros siete presos de conciencia por el gobierno del general Abacha en 1995 por oponerse a la devastación, actitud que fue catalogada oficialmente de sediciosa, pese a las peticiones de clemencias de la ONU, la OUA o la Comisión Africana de Derechos Humanos, entre otras organizaciones transnacionales. 

Al margen de los amagos por parte de estas petroleras de desviar la atención y acallar lo evidente, como la publicación urbi et orbe de supuestos códigos de respeto a los derechos básicos de las personas, lo cierto es que fueron corporaciones que funcionaron como pequeños despachos de intereses incrustados en los palacios de las dictaduras africanas y que no trasladaron a esos imperios conquistados los mismos cánones de conducta sociales, económicos y ambientales que rigen en los países democráticos de donde proceden. Sin ir más lejos, la Shell admitió haber instado a los mandatarios locales a la intervención de los militares contra aquellos que protestaban e incluso facilitado la dotación de armamento para defender a plomo sus instalaciones extractivas. 

Saro Wiwa pagó con su propia vida la defensa de sus derechos y los de su milenaria comunidad como ciudadanos del mundo, algo que no ha servido, por lo visto, para que esas multinacionales, arropadas y defendidas por nuestros Estados avanzados y civilizados, cesen en empantanar el tercer mundo de vertidos de todo tipo y desechos tecnológicos con tal de amasar unas fortunas con las que jugar en los parqués de las primeras bolsas de valores del planeta.

Qué menos que la Unión Europea emprendiese acciones legales contra estas empresas con carácter retroactivo y una muy necesaria y costosa campaña de rehabilitación ecológica para revertir al menos una parte de los estragos, puesto que las almas de los ogonis muertos, como Wiwa, son ya desgraciadamente irrecuperables.

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