El antiguo secretario de Estado de Estados Unidos fue una figura clave en la política internacional de la época y estuvo en medio de las discusiones por el Sáhara Occidental

Kissinger y el Sáhara

REUTERS/ZOHRA BENSEMRA - Campamento de refugiados de Boudjdour en Tinduf

Henry Kissinger fue un hombre clave en la historia y se vio inmerso en las disputas por el Sáhara Occidental.

Es posible que Henry Kissinger sea uno de los personajes más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Su política pragmática, alejada de todo tipo de idealismo ―lo que en numerosas ocasiones le llevó a ser cínico e incluso cruel― le hizo ser un personaje admirado y odiado a partes iguales por la opinión pública internacional. Al mismo tiempo, su inteligencia, su sentido del humor y su honestidad brutal en ocasiones puntuales le hicieron ser valorado y respetado por los diplomáticos de otros países.

Mi intención no es evaluar su trayectoria ni juzgar sus méritos y errores. En esta breve serie de artículos me centraré en la respuesta de la máxima autoridad de la diplomacia estadounidense hacia la crisis del Sáhara Occidental entre 1974 y 1976. A pesar de los estereotipos sobre la Guerra Fría y el juego de bloques, la década de 1970 estuvo llena de eventos que escapaban al control de las grandes potencias. Si estas acababan involucrándose y tomando partido era bien por oportunismo o bien porque no les quedaba más remedio. 

1974: “El mundo puede sobrevivir sin un Sáhara español”

A juzgar por los documentos de la diplomacia americana, desclasificados y disponibles para el público interesado desde hace una década, los EEUU intentaron evitar involucrarse activamente en la crisis del Sáhara Occidental hasta 1974, aunque su modesta mediación entre España y Marruecos en los dos últimos años de la presencia española en el Sáhara facilitó que la crisis se resolviera de forma satisfactoria para sus intereses. No obstante, la influencia estadounidense es mucho menor de la que algunos autores sugieren: la ocupación del Sáhara no fue un plan maestro coordinado por los EEUU. Más bien, Kissinger se limitó a observar y esperar, y a medida que se complicaba la situación, a tratar de conciliar a las partes del conflicto sin mucho entusiasmo. Una vez se produce la invasión marroquí, el pragmático secretario de Estado se limita a aceptar los hechos consumados y tratar de evitar una escalada que amenace las inversiones estadounidenses en Marruecos y España.

Es probable que Kissinger no supiera mucho sobre el Sáhara Occidental hasta julio de 1974, cuando el embajador estadounidense le envió un largo telegrama advirtiéndole sobre la “estrategia bismarckiana de largo alcance” del rey de Marruecos. Poco después, la CIA y el Departamento de Estado elaboraron un informe conjunto sobre el tema sorprendentemente detallado y preciso, lo que da idea de la capacidad de los servicios de inteligencia estadounidenses durante la Guerra Fría. El informe narraba los orígenes del conflicto y las versiones y posibles estrategias de cada una de las partes, analizaba las capacidades económicas y militares de los distintos actores, y evaluaba los intereses estratégicos y económicos de EEUU en España, Marruecos y Argelia. Para la CIA, el meollo del conflicto eran los depósitos de fosfatos, la pesca y el control del territorio: España deseaba abandonar el Sáhara, pero quería recuperar parte de su inversión en las minas, mientras que Hassan II no solo aspiraba a adquirir nuevas explotaciones, sino que además esperaba atajar problemas internos completando parte de su proyecto irredentista.

En esta foto de archivo del 4 de mayo de 2017, el presidente argelino Abdelaziz Bouteflika.

Argelia, por su parte, recelaba del expansionismo marroquí y esperaba poder acceder a un puerto atlántico que le permitiera exportar el hierro de Tinduf, mientras que para Mauritania lo más deseable era que el Sáhara accediera a la independencia o la autonomía y les sirviera de tapón frente a las pretensiones marroquíes. El documento concluía sugiriendo que lo mejor para los intereses estadounidenses sería que España y Marruecos alcanzasen un acuerdo, aun a costa de alienar a Argelia. Desde ese momento, Kissinger se involucraría personalmente en el asunto.

Base aérea de Torrejón, 9 de octubre de 1974. El secretario de Estado de los EEUU, Henry Kissinger, se reúne con Pedro Cortina, ministro español de Asuntos Exteriores. En la agenda, diversos temas de actualidad. Algunos, como el embargo petrolero de los países árabes a causa de la guerra de Yom-Kippur o la invasión turca de Chipre, son relativamente ajenos a España y son discutidos con ligereza. Otros, como la Revolución de los Claveles en Portugal, afectan más seriamente a España y son objeto de una conversación más intensa. En un momento de la reunión, Cortina saca a colación el tema del Sáhara Occidental. El ministro está muy preocupado, pues había leído un artículo en el Washington Post que decía que EEUU estaba a favor de una negociación directa entre Rabat y Madrid. La respuesta de Kissinger es contundente: lo único que merece la pena de dicho diario es la sección de deportes y, si acaso la posición de neutralidad estadounidense cambiase, el Gobierno español sería directamente informado por el departamento de Estado. Cortina continúa protestando, pero el secretario de Estado le interrumpe en un arranque de honestidad:

“Les hemos explicado nuestra política. No tenemos ninguna visión particular sobre el futuro del Sáhara español. Ya le conté en privado que, como politólogo, el futuro del Sáhara español no me parece especialmente brillante. Me siento igual respecto a Guinea-Bissau o el Alto Volta. El mundo puede sobrevivir sin un Sáhara español […] Hubo un periodo de mi vida en el que no sabía dónde estaba el Sáhara español y era tan feliz como lo soy ahora.”

Cinco días después de su reunión con el ministro español, Kissinger visita al presidente argelino Búmedian. Éste pregunta al secretario de Estado su opinión sobre el “problema” Sáhara Occidental. Kissinger responde francamente: “No puedo entusiasmarme sobre 40.000 personas que probablemente no sepan que están viviendo en el Sáhara español. Espero que no pienses que soy muy cínico. No tenemos ningún interés en que España esté allí; no es lógico que España esté en África”. Después, Kissinger se interesa por los intereses argelinos en la zona. Búmedian le asegura que no tenían ninguna pretensión territorial ―aunque les preocupa que Marruecos impidiese el paso de productos argelinos hacia el Atlántico―, y aventura que el desenlace más probable sería un reparto del Sáhara entre Marruecos y Mauritania.

Houari Búmedian y Abdelaziz Bouteflika

Un día después, el 15 de octubre, Kissinger se desplaza a Rabat y se encuentra en privado con Hassan II. El rey marroquí se muestra particularmente asertivo y sugiere que los EEUU ya tienen muchos problemas en Chipre y que una escalada de tensión en el Sáhara va contra sus intereses. El rey y el secretario de Estado alaban al anterior ministro de Exteriores español, López-Bravo, y critican a Pedro Cortina, quien, según Kissinger, tiene la mentalidad de un secretario ― la antipatía del diplomático estadounidense hacia el ministro español se intuye en algunas réplicas sarcásticas recogidas en la transcripción de sus reuniones.

Después, Hassan intenta convencer a Kissinger de la legitimidad de las pretensiones marroquíes y del peligro que representa un Sáhara independiente en la órbita soviética ―no obstante, el rey marroquí sabía por sus contactos en Argelia que la URSS no tenía intereses en la zona. Kissinger le asegura que comprende su postura, pero que debe ser paciente. Hassan replica que no puede aceptar un referéndum de autodeterminación, que conoce a los colonialistas y sus tácticas, y asegura que si España concede la independencia al Sáhara las tropas marroquíes atacaran de inmediato, de modo que EEUU ya puede dejar de venderles armas si no consiguen una salida negociada.

La conversación entre el rey marroquí y el representante estadounidense es fascinante, y quizá uno de los momentos clave de la crisis del Sáhara Occidental. Kissinger parece admirar la determinación del rey y, en varios arranques de sinceridad calculada, se muestra particularmente crítico con el servicio diplomático norteamericano. Hassan II es ambicioso, pero también realista, algo que sin duda agrada a Kissinger: 

“No quiero avergonzar a ninguna de nuestros amigos, no pediremos a nadie elegir entre España o Marruecos. Somos conscientes de los enormes intereses estadounidenses en España, pero una vez Franco fallezca deberíais revisar esta estrategia y quizá transferir algunos de esos intereses a Marruecos.”

El rey marroquí parecía entender a la perfección la forma en la que Kissinger veía el mundo. Aunque en sus encuentros y mensajes diplomáticos hiciera referencia a unos supuestos derechos inalienables de Marruecos sobre el Sáhara, los argumentos que probablemente convencieron al secretario de Estado de no oponerse a los planes marroquíes estaban expresados de forma “realista”: un nuevo Estado no era viable en la región y representaba un riesgo de convertirse en una zona de influencia soviética, mientras que una ocupación marroquí pactada con los españoles aseguraría la estabilidad y los intereses comerciales y estratégicos de EEUU en la región.

Miembros del Ejército de Liberación Popular Saharaui desfilan con las banderas del Frente Polisario durante una ceremonia para conmemorar los 40 años de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) en el territorio en disputa del Sáhara Occidental

 

1975: “Ya no se trata de escoger entre España y Marruecos”

Durante 1975 Estados Unidos continúa la venta de armas a Marruecos. Para tranquilizar a los españoles, Kissinger les entrega información específica y detallada sobre el material vendido. A lo largo del año los documentos de la diplomacia estadounidense muestran su confusión respecto a la estrategia española. El embajador estadounidense en Madrid informa a Kissinger sobre las pretensiones de un sector del Gobierno español de impulsar un movimiento independentista en el Sáhara, aunque otros contactos le aseguran que España desea negociar una salida con Marruecos. Hassan II, por su parte, comienza a impacientarse y contacta de forma insistente a la diplomacia americana. La postura española le parece ilógica, especialmente cuando aceptar el derecho de autodeterminación puede causarles problema en Cataluña y el País Vasco. La inteligencia americana informa en septiembre que un sector importante del ejército español es partidario a un entendimiento con Marruecos que no termina de concretarse.

Los acontecimientos se aceleran a partir de octubre. El día 4, Kissinger vuelve a reunirse con Cortina, esta vez en Washington. El secretario de Estado comunica al ministro español que sus servicios de inteligencia han detectado preparativos contra un posible ataque. Cortina responde que están al corriente y preparados para cualquier agresión, también sugiere que el ataque marroquí será tanto contra posiciones españolas como argelinas ―una teoría un tanto disparatada dadas la capacidad militar marroquí. La discusión sobre el Sáhara termina con un comentario sardónico de Kissinger: “Si Hassan II tiene que negociar contigo será afortunado de conservar Marruecos.”

Zona de Al-Mahbes, donde los soldados marroquíes custodian el muro que separa el Sáhara Occidental controlado por el Polisario de Marruecos.

La decisión de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) del día 16 de octubre de 1975, que no reconoce las pretensiones marroquíes sobre el Sáhara, convence a Hassan II de adoptar una postura más agresiva y anuncia públicamente una marcha “pacífica” de voluntarios que llevaba meses siendo preparada. Marruecos también intensifica su ofensiva diplomática y comienza a buscar apoyos internacionales. La mayoría de países árabes se mantienen neutrales ―aunque expresan su incomodidad ante la idea de un nuevo Estado independiente―, pero Hassan II consigue tres aliados inesperados para un eventual conflicto: Háfez al-Asad de Siria, que ofrece tropas; el rey Faisal de Arabia Saudí, que promete cortar el suministro de petróleo a España en caso de guerra; y Yasir Arafat de la Organización para la Liberación de Palestina, ajeno a la ironía que supone apoyar la ocupación ilegal de otro territorio árabe. El mayor éxito diplomático de Marruecos, no obstante, es asegurarse la neutralidad de la URSS, en aquel momento uno de los principales proveedores de armas de Marruecos y un importante cliente en el mercado de fosfatos, además de tener intereses pesqueros en la costa marroquí. La inteligencia americana sabía que los soviéticos no querían involucrarse en el Sáhara, pero aún así los marroquíes consiguen persuadirles de que el frente Polisario es un “proxy” ruso ―o al menos les ofrecen un buen relato que Kissinger utilizaría un año y medio después para justificar su apoyo a Marruecos.

El día 17 de octubre Kissinger recibe a Abdelhadi Butaleb, el embajador marroquí en Washington. Butaleb trata de tranquilizar al secretario de Estado y le asegura que Marruecos no busca un enfrentamiento armado con España. También trata de persuadirle de que la decisión de la CIJ en realidad reconoce los derechos históricos marroquíes sobre el territorio y que los españoles siempre han admitido que el territorio pertenecía a Marruecos. Kissinger responde que comprende su postura, pero que no entiendo por qué motivo los marroquíes tienen tanta prisa. Butaleb replica que España está permitiendo a Argelia armar al frente Polisario, que los españoles no controlan el territorio y que la región se va a llenar de agentes desestabilizadores extranjeros. Un año después de que el rey asegurase que no exigirían a los EEUU posicionarse, el embajador marroquí declara: “Ya no se trata de escoger entre Marruecos y España, sino de escoger entre Marruecos y elementos extranjeros que pretenden usurpar lo que legítimamente pertenece a Marruecos.”

Dos días después, Kissinger comunica a su embajador en Marruecos la necesidad de tranquilizar al rey y asegurarse que no hay un conflicto armado. La actividad diplomática durante las últimas semanas octubre y noviembre de 1975 es intensa: los estadounidenses tratan de persuadir a españoles y marroquíes de alcanzar un acuerdo en el marco de las Naciones Unidas, mientras que los argelinos están indignados con la idea de un acuerdo bilateral entre Madrid y Rabat y manifiestan su oposición frontal a la Marcha Verde. El 30 de octubre el presidente Búmedian convoca al embajador estadounidense en Argel. El mandatario argelino está convencido de que los EEUU están detrás de la Marcha Verde; el embajador estadounidense trata de tranquilizarle y asegurarle de que la influencia de Kissinger sobre Hassan II es mínima. La situación se complica: si bien la posibilidad de que Argelia se enfrente militarmente a Marruecos es reducida, los argelinos tienen capacidad de sobra para apoyar a la guerrilla del Polisario y desestabilizar la región. Al día siguiente, Kissinger envía un telegrama a Hassan II pidiéndole paciencia y recomendándole actuar bajo los auspicios de la ONU. El secretario general de la ONU, Waldheim, había ideado un plan que contemplaba la retirada de España durante 1976, la administración temporal de la ONU del territorio y su incorporación a Marruecos tras algún tipo de consulta popular. 

Campamento de refugiados de Smara en la provincia argelina de Tinduf

No obstante, Hassan II no quería renunciar a su plan. Mientras tanto, las manifestaciones por la independencia se sucedían en el Aaiún y otras ciudades del Sáhara Occidental, al mismo tiempo que se intensificaban las acciones guerrilleras del Polisario. El 31 de octubre varias unidades del Ejército marroquí penetran en el todavía territorio español del Sáhara y ocupan unos puestos fronterizos abandonados poco atrás por el Ejército español, que se replegó hacia posiciones más favorables. Según los análisis de la inteligencia española y estadounidense, los marroquíes no tenían ninguna posibilidad en una guerra convencional frente al Ejército español, que podía llegar fácilmente hasta Rabat, si bien este no era el objetivo. Durante esos días, parte de la población civil española comienza a evacuar las ciudades del Sáhara en dirección a Canarias y la Península. La situación durante esos días ha sido bien plasmada en las obras de Mariano Fernández-Aceytuno, que fue oficial de grupos nómadas del Ejército español en el Sáhara. 

El 29 de octubre, Waldheim y Kissinger se llamaron por teléfono para discutir la crisis del Sáhara. En la conversación, muy cordial, el secretario general de la ONU expresa a Kissinger su preocupación por lo encendidos que están los ánimos de Búmedian y de Hassan II. Waldheim insiste varias veces sobre lo “emocional” que se muestra el presidente argelino, y advierte del alto riesgo de un conflicto en la zona, no por parte de los españoles ―que estaban deseando marcharse y, según Waldheim, no tenían ninguna intención de luchar― sino entre marroquíes y argelinos. La solución, en su opinión, era convencer a Hassan II de desconvocar la marcha, pues ya había conseguido alcanzar un compromiso con los españoles: estos se retirarían en un plazo de dos o tres meses, para establecer a continuación un Gobierno interino de transición con la participación de marroquíes, mauritanos y saharauis que preparasen un referéndum. El secretario general de la ONU, no obstante, no menciona la posibilidad de autodeterminación o independencia. 

El 2 de noviembre, el embajador estadounidense en Madrid envía un telegrama a Kissinger. El Gobierno de España está muy preocupado por la Marcha Verde, anunciada para el día 4. Según el ministro Cortina, Hassan II se negaba a negociar y había camuflado a miembros de las unidades de élite del Ejército marroquí entre los supuestos civiles desarmados que iban a protagonizar la marcha. Marruecos estaba planeando una invasión militar, y aunque España no deseaba luchar, se defendería si era preciso. Ese mismo día, Kissinger vuelve a escribir a Hassan II pidiéndole paciencia: Franco estaba enfermo y España se encontraba en una situación interna delicada, pero si esperaban un poco los españoles estarían más que dispuestos a acordar una salida negociada, siempre y cuando fuera en el marco de la ONU. La respuesta del rey marroquí llega al día siguiente, pero no es la esperada: sus planes de invasión seguirán adelante, y además espera el apoyo estadounidense ante lo que califica como una intento soviético-argelino de desestabilizar el Magreb. Ese mismo día, Franco entra en coma.

Campamento de refugiados de Smara en la provincia argelina de Tinduf.
Noviembre de 1975- febrero de 1976: El desenlace

La Marcha Verde cruza la frontera con el Sáhara el día 6, aunque el Ejército marroquí ya llevaba más de una semana en otra zona del territorio español. Las fuentes públicas estadounidenses no profundizan en esto, pero sabemos que la CIA estaba al corriente de la actividad militar marroquí al menos desde la primera semana de noviembre, cuando William Colby, el director de la CIA, envía a Kissinger un memorándum en el que analiza la situación: las fuerzas marroquíes son mucho más débiles que las españolas, y en caso de enfrentamiento tienen las de perder. Esto pondría a Hassan II en una situación muy vulnerable, y existiría riesgo de una desestabilización grave en Marruecos. El informe concluía: “Independientemente del desenlace, los tres países [Marruecos, Argelia y España] acabarán culpando a los EEUU por no haber ejercido la presión suficiente para evitar la crisis.”

Y en efecto, así fue. La mediación estadounidense fue prácticamente inexistente durante noviembre de 1975, el mes en el que se decidió el futuro del Sáhara. La estrategia de Hassan II fue un éxito, ya que consiguió dividir al Gobierno y la diplomacia española ―confusos por la convalecencia de Franco― y obligarles a negociar en sus propios términos y a espaldas de la ONU, tal y como detalla Tomás Bárbulo en ‘La historia prohibida del Sáhara español’. Los acuerdos entre españoles y marroquíes ―sobre los que no me extenderé, ya que el tema ha sido tratado en profundidad por otros autores españoles― se produjeron de forma bilateral y sin mediación estadounidense. El resultado resultaba sin duda satisfactorio para los estadounidenses, ya que Madrid y Rabat habían llegado a un entendimiento sin que se produjera una crisis militar. No obstante, Kissinger tuvo que hacer frente a las críticas de Abdelaziz Bouteflika, por entonces ministro de Exteriores de Argelia. 

La conversación entre ambos que se produjo el 17 de diciembre en París es interesantísima y muestra una faceta de la Guerra Fría que no solemos tener en cuenta: la política de bloques no solo no era tan estricta como muchas veces pensamos y muchos conflictos internacionales escalaron o fueron desactivados por la relación personal entre los diplomáticos. Kissinger y Bouteflika, en particular, parecían mantener una relación cordial basada en el respeto mutuo, y argelinos y estadounidenses estuvieron en constante comunicación durante esos años dado el prestigio internacional de los argelinos entre el movimiento de países no alineados y en la Organización para la Unidad Africana. No obstante, la crisis del Sáhara afectó profundamente las relaciones entre ambos países.

La charla también revela dos formas distintas de entender las relaciones internacionales. Para un realista como Kissinger, el objetivo era que las partes del conflicto llegasen a un acuerdo. Su prioridad era mantener la estabilidad en la zona y evitar una guerra que pudiera desencadenar una crisis de legitimidad en el régimen marroquí o que complicase la sucesión de Franco en España; los deseos de la población saharaui le resultaban indiferentes. Bouteflika y el Gobierno argelino, en cambio, no renunciaban a sus ideales anticoloniales y democráticos. Para Argelia, la celebración de un referéndum era imprescindible. La cuestión de la independencia no tenía por qué estar sobre la mesa ―aunque Bouteflika creía que un Sáhara independiente era viable y vaticinaba que sus recursos naturales le podrían convertir en el Kuwait del Magreb―, pero al menos era necesario preguntar a la población si preferían ser parte de Marruecos o de Mauritania. Por supuesto, Argelia tenía intereses materiales y estratégicos en el Sáhara, pero a juzgar por los documentos desclasificados, los estadounidenses pensaban que la oposición de Búmedian y Bouteflika a la anexión unilateral marroquí partía de su idealismo, su ideología revolucionaria y anticolonial y su confianza en instituciones internacionales como la ONU o la CIJ. Aunque Bouteflika consiguió que Kissinger le asegurase que presionarían a Marruecos para que se celebrase un referéndum auspiciado por la ONU, este nunca se produjo. 

Soldados del Frente Polisario están en la entrada del quinto sector de la base de Bir Lahlou, Sáhara Occidental

El drama saharaui acababa de empezar. Tras el acuerdo alcanzado entre Marruecos y España el 14 de noviembre, los funcionarios y militares españoles presentes en el Sáhara van retirándose paulatinamente, con el 28 de febrero de 1976 como fecha límite. A principios de año ya apenas quedaban españoles en la zona, y cada vez más saharauis abandonan las ciudades ante la llegada de decenas de miles de marroquíes, tanto civiles como militares. Muchos de estos refugiados se establecieron en campamentos al otro lado de la frontera con Argelia, el germen de los actuales campos de refugiados saharauis. Durante los siguientes quince años, el Frente Polisario, apoyado por Argelia, libraría una guerra de guerrillas contra Marruecos y Mauritania. 

A pesar de la escalada bélica y el derramamiento de sangre, Kissinger quedó muy satisfecho con el desenlace de la crisis entre Marruecos y España. Ya no se veía forzado a posicionarse o escoger entre ninguno de los dos países amigos de EEUU. El Gobierno español, en un periodo muy intenso marcado por la muerte de Franco, también estaba moderadamente contento, tal y como atestiguan el memorándum de la conversación del 25 de enero de 1976 entre Kissinger, José María de Areilza ―el primer ministro de Exteriores del rey Juan Carlos― y Manuel Fraga, que entonces era ministro de Interior. La conversación se centró en la política interna española y aporta muchas de las claves de lo que sería la Transición. La cuestión del Sáhara solo aparece de forma marginal cuando Kissinger preguntó a Fraga por el estado de ánimo del Ejército y este respondió que “la salida del Sáhara fue muy buena porque no produjo una desmoralización”. En esa línea, Areilza trató de presionar a Kissinger para que apoyase una hipotética entrada de España en la OTAN: según el ministro, una vez abandonadas las colonias españolas en África, el Ejército necesitaba un objetivo para que el “aburrimiento” no les hiciera sentir la tentación de intervenir en política. 

Tras la retirada de España, EEUU comenzó a apoyar activamente a Marruecos con inteligencia y venta de armas. La guerra del Sáhara supuso una importante fuente de ingresos para los estadounidenses, y el Departamento de Estado justificó su apoyo a Marruecos presentando la guerra del Sáhara como un conflicto típico de la Guerra Fría, con un viejo aliado ―Marruecos fue el primer país del mundo en reconocer la independencia de EEUU en 1776― siendo acosado por una guerrilla revolucionaria pro-soviética. Lo cierto es que la URSS no quiso involucrarse en el conflicto en un primer momento; los servicios de inteligencia estadounidenses sabían que los soviéticos habían detenido la venta de armas a Argelia en diciembre de 1975 para que no los entregasen al Polisario, y los diplomáticos del régimen comunista habían defendido siempre que el conflicto del Sáhara era un asunto que debía resolverse entre los Estados árabes. Aun así, los diplomáticos marroquíes siempre buscaron apoyos para su ocupación alegando que el Polisario era un “proxy” soviético, una estrategia que siguen utilizando cuarenta años después, si bien el comunismo internacional ha sido sustituido por el yihadismo salafista.

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