Tras el derrocamiento del Daesh en Siria, miles de mujeres, junto con sus niños, fueron detenidas y conducidas a campos de refugiados en los que se está produciendo un nuevo adoctrinamiento yihadista que espera poder salir a la luz

La célula durmiente del califato

AP/BADERKHAN AHMAD - Un niño juega con una espada rota, en el campamento de al-Hol, que alberga a familias de miembros del grupo Daesh, en la provincia de Hasakeh, Siria

Los campos de refugiados son las nuevas víctimas del yihadismo

Diez años después del estallido de la contienda, Siria sigue devastada. Una vez los ataques armamentísticos han cesado, el hambre y la pobreza se han cernido sobre el país, causando desplazamientos nacionales e internacionales de miles de refugiados que trataban de buscar un futuro mejor. El régimen de Bachar al-Asad ha conseguido resistir y las últimas elecciones sirias calificadas como “fraudulentas” por parte de la Comunidad Internacional así lo evidencian, pero, ahora, Al-Asad gobierna sobre un país de miseria y ruinas. 

Atalayar_Niños Daesh

Los enfrentamientos civiles, las intervenciones internacionales y, sobre todo, la expansión del terrorismo, han sido acontecimientos que han marcado el curso de una guerra en la que las víctimas más desfavorecidas tanto directa como indirectamente han sido los civiles. Este sector ha sido víctima de una cruenta guerra en la que las unidades nacionales e internacionales se han disputado territorios e influencias hasta la muerte.

El surgimiento del Daesh como nuevo actor en la guerra ha supuesto una amenaza en la seguridad internacional que ha desembocado en la reacción de las principales potencias para evitar su expansión en la zona. Los terroristas consiguieron ocupar extensos territorios sirios a través del terror, los asesinatos y la violación hacia civiles de toda índole. En este aspecto, el sector más vulnerable para ser captado por las filas yihadistas ha sido y continúan siendo, los niños y las niñas. Los primeros para aprender a matar y a matarse en nombre de Alá, con el fin de cumplir el sueño de crear un califato mundial, según reivindica su doctrina. Las segundas para llevar a cabo las doctrinas difundidas por el manifiesto de la brigada Al-Jansa, reivindicador del papel de la mujer musulmana en la sociedad, destinada a procrear, educar y servir sexualmente a los terroristas con el fin de dar a luz a niños que desde el minuto que nazcan serán rechazados por la sociedad internacional al considerarles puntos de unión con los terroristas y futuros yihadistas. 

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Algunos de ellos, tras la derrota del Daesh en los territorios sirios, han conseguido huir y refugiarse en campos en los que se está observando un despertar de nuevas células yihadistas que ahora buscan operar con otros medios, más silenciosos, pero igual de efectivos. Las cifras apuntan a una ola de deportados que han superado los 3,2 millones de refugiados que se han repartido en campos entre el Líbano, Turquía, Jordania e Irak.

Mientras tanto, en los mismos campos, exmujeres de yihadistas y niños nacidos de sus uniones, son considerados terroristas por enaltecer los actos cometidos por los actos terroristas de sus padres que bien han muerto o bien están en prisión. El futuro de estos niños se mantiene en la incertidumbre por vivir en un constante debate moral de si son víctimas o victimarios, cuando en realidad son niños que no conocen otra realidad que la guerra y sus circunstancias. 

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La guerra ha despojado de sus familias y de su niñez a menores que han ido a caer, por múltiples factores, en un terrorismo atroz y cruel que adoctrina en el miedo y se sirve de los niños para manipularles y convertirles en “soldados”. Muchos de ellos con tan solo diez años ya saben manejar AK-47 y degollar. En la misma línea, aprenden que su vida no vale nada por la causa del bien común de este tipo de yihad.

Un exmiembro reclutado por el Daesh, Jomah de 17 años, relató para The Wall Street Journal que recibió “clases” junto con niños de apenas 8 años sobre como decapitar y recalcó la insensibilización a la que se vio expuesto tras la normalización mostrada por los yihadistas: “Era como aprender a cortar una cebolla. (…) Le cogías por la frente y luego rebanabas despacio la zona del cuello.” El hecho de que el mensaje político-ideológico se escondiera en el discurso religioso no es algo baladí. Para el Daesh atribuir las acciones delictivas a los mensajes religiosos es algo primordial para poder justificarlos y hacer que los niños no sientan miedo. Por este motivo los yihadistas escogen pasajes del Corán violentos y hacen estudiar a los menores la sharía mientras lo alternan con entrenamiento militar. 

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Por otro lado, el analista internacional Ayman al-Tamimi mostró vídeos fechados en junio del 2014 que mostraban niños de 5 años cometiendo actos terroristas. Es el caso de Isa Adare, un niño de tan solo 5 años fruto del matrimonio de una británica y un sueco que viajaron a Siria para servir al Daesh. En el vídeo se podía observar cómo el niño accionaba el detonador de una bomba que hacía estallar a un coche con tres prisioneros dentro, acusados de espionaje.

Uno de los casos más extremos en el abuso hacia estos niños es la utilización de ellos como “sacrificios”. En estos casos los yihadistas animan a los niños para que se sacrifiquen por la causa mayor del Daesh, siendo esta la creación de un califato mundial. En el año 2016, 88 de esos niños fueron víctimas de estos engaños, cometiendo atentados suicidas tras hacer detonar los explosivos que llevaban alrededor de su propio cuerpo. 

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Las niñas corren otro tipo de destino al ser, en su mayoría, violadas y casadas forzosamente cuando todavía son pequeñas. Siria es así el reflejo de crímenes inhumanos en los que ningún fin ha podido justificar el medio. Los menores, si consiguen escapar de sus filas, sufrirán a la larga secuelas físicas, traumas emocionales y dificultades para salir de una espiral violenta. Siria continúa respirando por los poros guerra e inhumanidad y los niños son las víctimas más vulnerables y perjudicadas en una guerra que no ha entendido ni de géneros ni de edades.

Tras la caída del Daesh

La caída de Baguz en el 2019, considerado como el último bastión terrorista de Siria desencadenó en miles de detenciones de combatientes yihadistas y el traslado de sus familiares a cárceles y campos ubicados en el noreste de Siria, bajo control kurdo. Entre ellos, se encontraban terroristas europeos, que captados por los mensajes propagandísticos del Daesh, viajaron a Siria para luchar por la construcción de un califato mundial, alejado de “las ideas inmorales europeas”. Esta disyuntiva generó un debate que gira en torno al deber moral, los derechos humanos, la justicia y la seguridad internacional por volver a repatriar a sus nacionales europeos. 

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A la espera de respuestas internacionales en este limbo legal, los campos de Roj y Al-Hol, al noreste de Siria, albergan más de 70.000 personas entre las que se encuentran 10.000 mujeres, muchas de ellas viudas, y niños cuyos padres son terroristas del Daesh.

Al-Hol es uno de los campamentos destinados a reunir a los desplazados de los antiguos integrantes del Daesh. Estos campamentos resultan ser focos de radicalización por las arraigadas ideas radicales que se acrecientan aún más debido a el abandono internacional y a la propia derrota del “califato”. Del mismo modo, dentro del campo es muy difícil saber distinguir entre quienes son los radicales y quiénes no. En este sentido, cerca de Al-Hol, en el centro de rehabilitación Al-Houri, se aglutinan múltiples adolescentes que han sido excombatientes del Daesh y que sufren las consecuencias más directas por haber pertenecido a la organización, independientemente de su edad. 

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La situación en estos campos empieza a ser de extrema gravedad tanto por la influencia del yihadismo en los más pequeños y por las malas condiciones en las que viven como por la violencia. Según la Agencia EFE, el pasado enero se produjeron 20 asesinatos en Al-Hol, uno de ellos decapitado. Tras conocerse, el colectivo de activistas Rojava Information Center (RIC), informó que las 19 víctimas eran residentes del campo y que rondaban la veintena de edad. La vigésima víctima era un miembro de la Policía kurda, la Asayish, la cual fue ejecutada tras recibir varios disparos en la cabeza. Sin embargo, el campo mantiene centros de rehabilitación que tratan de brindar apoyo psicológico a estos jóvenes, pero en la mayoría de los casos, los recursos son escasos y no cumplen su cometido.

Además, en su mayoría, cuentan con un amplio rechazo internacional tras considerarles terroristas. Mientras tanto, las células latentes que se encuentran organizadas en estos campamentos aprovechan su estado psicológico para tratar de seguir reclutándoles. Estos niños sufren una doble agresión ya que cuando intentan regresar a sus comunidades muchos de los habitantes les rechazan por haber formado parte de grupos terroristas. Un líder de la oposición armada en Siria declaro para el medio The Economist que “ellos mataron a nuestros familiares y amigos y por ello merecen morir”. 

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Este contexto puede hacer que estos niños, al crecer en un clima que les repudia, se conviertan en nuevos yihadistas del Daesh que configuren, en un futuro, un nuevo peligro para la sociedad internacional. Aparte de este rechazo internacional, es necesario citar las terribles consecuencias que sufren estos niños como consecuencia de haber perpetrados crímenes desde edades muy tempranas. Si los menores han sido excombatientes directos, sufren múltiples casos de estrés post traumático y altos casos clínicos de ansiedad, aumentando así la larga lista de heridas invisibles como consecuencia directa de la guerra.

De acuerdo con un informe de Save The Children, “el 49% de los niños afirma que siempre o casi siempre tienen sentimientos de pena o tristeza extrema” y el 78% se sienten así en algún momento del día.

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El Daesh ha empleado la captación de estos niños como parte fundamental de su propaganda del terror. El informe ‘Niños del Estado Islámico’ contabilizó hasta 254 vídeos emitidos por el grupo terrorista en los que aparecían niños de entre 10 y 15 años detonando bombas y portando armas de fuego.

En las antiguas zonas de Siria controladas por el Daesh, los terroristas “educan” a los niños en estas dinámicas ofreciéndoles como recompensa comida, bebida y dulces. En este adoctrinamiento, las clases de los colegios fueron suspendidas y las aulas pasaron a ser de centros educativos a almacenes de armas y centros para el entrenamiento militar de los menores. Además, los yihadistas llevan a cabo en los territorios ocupados una política de terror en la que buscan someter a la población al hambre. 

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Con esta cruenta estrategia las familias envían a los niños a los campos de entrenamiento para conseguir dinero y poder comer.

En esta línea, la ONG Human Rights Watch emitió un informe en el que se reflejaba que los yihadistas pagaban 100 dólares mensuales a las familias que enviaban a sus hijos mientras que los mayores de edad cobraban 200 dólares. Del mismo modo, los niños aprenden enseñanzas del Corán y son adoctrinados en la violencia, aprendiendo a usar todo tipo de armamento. En cambio, si un niño se niega a seguir los entrenamientos es castigado duramente con latigazos o torturas a través de fuertes golpes en las plantas de los pies.

Adoctrinamiento del Daesh en los campos

Muchos de estos niños no han conocido otra situación que no sea la guerra. El miedo, la vulnerabilidad de los pequeños y la propia soledad que viven algunos de ellos tras perder a sus familiares hacen que este sector poblacional sea clave para convertirse en “siervos” de los grupos terroristas. Los niños pasan a convertirse en víctimas tanto directa como indirectamente ya que se convierten en víctimas de asesinatos, trabajos forzosos, mutilaciones y violencia sexual como de ser ellos mismos los que, obligados por el Daesh, cometen estas acciones. 

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La situación en campos como los de Al-Hol están viviendo fenómenos que no se habrían experimentado anteriormente en grupos terroristas islámicos. Las mujeres están cobrando un papel fundamental en la captación de los niños hasta ser ellas mismas las que están conformando en los campos una suerte de matriarcado, bajo las directrices de un emir que controlaría la gestión del recinto. Motivadas por la muerte de sus maridos o sus encarcelamientos, su ideología se ha vuelto cada vez más extremista y son ellas mismas las que motivan a sus hijos a seguir perpetuando las ideas yihadistas radicales.

Uno de los administrados del campo de Al-Hol, Jaber Mustafa, afirmaba que “las extranjeras más radicales están trabajando en secreto para reorganizarse. Quieren reconstruir el estado islámico dentro de este campo. Ha habido muchos crímenes relacionados con esto". 

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Estos acontecimientos ponen a los campos en un punto de mira internacional sobre cuál debe ser el futuro de estas mujeres y sus niños. Tras la retirada de las tropas estadounidenses en el norte de Siria en el 2019, Trump alertó a los países europeos que debían repatriar a sus prisioneros, para que estos sean juzgados en su país de origen y estén bajo un control mayor ante el riesgo de colapso de las cárceles kurdas y el difícil control dentro de los campos.

Sin embargo, Europa considera que los yihadistas retornados suponen un riesgo para la seguridad del país ya que argumentan haber “recibido instrucción militar y estar profundamente adoctrinados en el proyecto yihadista”. Por este motivo, la decisión de Europa estuvo enfocada en mantener tanto a los yihadistas como a sus familiares encarcelados o juzgados en Siria y en Irak.  

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En esta línea, ACNUR estima que hay un total de 11.000 mujeres y niños retenidos en la zona del Kurdistán sirio. El dilema europeo plantea las mismas medidas adoptadas hacia los hombres yihadistas para que las mujeres se mantengan en Siria ya que argumentan la alta capacidad de captación que ejercen y el entrenamiento militar al que se han enfrentado, en algunos casos. A pesar de que no existan pruebas de que hayan realizado atentados terroristas, en cuanto regresen a Europa serán arrestadas y juzgadas por lo que no es necesario que se cometa un acto terrorista para ser juzgado como tal.

Esta medida se mantiene en todos los países europeos, a excepción de Alemania, que dictamina que aquellas mujeres que hayan acompañado a sus maridos a Siria pero que se hayan mantenido en la esfera privada del hogar cuidando a los niños, no serán juzgadas por terroristas. 

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Con respecto a los menores, los Gobiernos coinciden en que estos deben ser tratados como víctimas. De hecho, los hijos de los yihadistas son el único grupo por el cual los Estados europeos han ido elaborando planes de repatriación. Sin embargo, estas repatriaciones han sido escasas.

En esta línea, Bélgica ha sido uno de los países que ha liderado la gestión de la repatriación de los pequeños. El pasado marzo, el primer ministro belga, Alexandre de Croo, se comprometió a hacer "todo lo posible" para repatriar a los menores de 12 años que se encontraban en los campos. De Croo manifestó que las medidas se tenían que tomar lo más rápido posible debido al deterioro de las condiciones de vida en ambos campamentos. De acuerdo con el ministro, las solicitudes de repatriación se estudiaran en base a tres criterios: el interés superior del niño, el peligro que podría representar para el sistema y la seguridad y las implicaciones. 

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Así, Europa afronta un nuevo debate que sitúa al continente entre la espada y la pared. Por una parte, el temor a que los yihadistas y sus mujeres puedan cometer actos terroristas que atenten contra la seguridad nacional sigue siendo el argumento de base para que las repatriaciones no se produzcan. Por otro lado, los campos que acogen a los familiares junto a los simpatizantes del Daesh se están convirtiendo en focos terroristas que pretenden llevar a cabo su propia yihad desde un punto dialéctico y de doctrina que podrían derivar en futuros ataques que vuelvan a poner en peligro la seguridad internacional. Mientras tanto, en esta disyuntiva se encuentran los niños que, lejos de suponer que ocurrirá con su futuro, han sido las víctimas de un fenómeno yihadista que se ha expandido como la pólvora y ha transformado las oportunidades y el crecimiento en miedo y misera. 

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Los menores, tanto los captados por el Daesh como los que no, son los mayores damnificados como consecuencia por los daños físicos y psicológicos como por la situación que, aunque sean poco conscientes, tendrán que enfrentar a lo largo de toda su vida tras haber vivido un pasado en el cual la guerra ha sido su niñez y las secuelas de esta se mantendrán de manera permanente.


 

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