La República Islámica jugaba un doble juego, intentando no alienar a sus aliados tradicionales en Afganistán y al Gobierno en Kabul a la vez que asistía a los talibanes

La cambiante política de Irán hacia los talibanes

AP/MOHAMMED SHOAIB - Afganos corean consignas contra Irán durante una manifestación en Kabul, Afganistán, el martes 12 de abril de 2022

Irán se ha ido acercando a los talibanes en las últimas dos décadas, y esta tendencia se ha visto reforzada desde que tomaron el poder en Afganistán hace poco más de un año. Esto puede parecer sorprendente, dada la hostilidad del movimiento talibán hacia los musulmanes chiíes. Para explicarlo, debemos considerar la historia de Afganistán desde el 11 de septiembre y las complejas interdependencias entre los dos países.

Tradicionalmente, Irán ha sido un actor importante en Afganistán, su pobre y turbulento vecino oriental. Los dos países tienen estrechos lazos culturales. Las comunidades afganas tayika, hazara y aimak hablan idiomas cercanos al farsi, y la lingua franca en Afganistán es el dari, que es mutuamente comprensible con el farsi, y no el pastún del grupo étnico más numeroso. Además, alrededor del diez por ciento de los afganos son musulmanes chiíes, sobre todo entre la minoría hazara, y la mayoría de ellos siguen el chiismo imamí que domina en Irán (el resto son ismailíes).

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El principal rival estratégico de Irán en Afganistán es su otro vecino oriental, Pakistán. Los dos países han tenido relaciones particularmente tensas desde su reislamización a fines de la década de 1970, después de la revolución islámica de 1979 en Irán y del golpe de Estado del general Zia ul-Haq en 1977 en Pakistán, debido en gran parte al carácter antichií del islamismo suní de este último. El radicalismo suní en la región ha sido fomentado tanto por Pakistán como por su aliado más cercano y principal competidor de Irán por influencia regional, Arabia Saudí.

Teherán ha tratado de mantener y aumentar su influencia en Afganistán utilizando herramientas políticas y económicas. El régimen iraní se considera a sí mismo el protector de la minoría hazara, pero también ha cultivado vínculos con comunidades predominantemente suníes, especialmente los tayikos, que conformaban el grueso de la Alianza del Norte que luchó contra los talibanes en la década de 1990. Desde el punto de vista económico, Irán es uno de los principales exportadores a Afganistán, un mercado no despreciable para la República Islámica dadas las sanciones internacionales a las que está sometida. Finalmente, es el principal inversor en la provincia afgana de Herat, en su frontera nororiental, así como un proveedor significativo de ayuda al desarrollo.

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Auge y caída de los talibanes

Teherán vio con preocupación el ascenso de los talibanes a mediados de la década de los noventa y apoyó la guerra de resistencia de la Alianza del Norte contra el Emirato Islámico de Afganistán que habían declarado tras tomar Kabul, mientras este era respaldado por Pakistán y Arabia Saudí. En 1998, las tensiones casi estallaron en guerra abierta cuando los talibanes conquistaron la capital provisional de la Alianza del Norte, Mazar-i-Sharif, masacrando a miles de personas. Diez diplomáticos y un periodista de la agencia de noticias estatal iraní IRNA murieron en el asedio de tropas talibanes al Consulado iraní, y varias docenas de iraníes fueron tomados como rehenes. Teherán respondió amasando decenas de miles de tropas en la frontera, pero la mediación de la ONU para liberar a los rehenes calmó la situación.

Cuando EEUU y sus aliados invadieron Afganistán después de los ataques del 11S, Irán les proporcionó inteligencia y apoyo militar a través de sus aliados afganos. Ayudó, además, a construir el Gobierno de unidad nacional que reemplazó a los talibanes, e incluso expulsó a uno de los señores de la guerra que había refugiado durante años, el líder muyahidín y narcotraficante Gulbuddin Hekmatyar, por denunciar la invasión. En aquel momento el régimen de Teherán se consideraba un socio de Washington en Afganistán, compartiendo su interés en luchar contra los talibanes y Al-Qaeda, estabilizar el país y detener el tráfico de opio. Fue una desagradable sorpresa que George W. Bush incluyese a Irán en el “eje del mal” apenas unos meses más tarde.

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El doble juego de Teherán

El temor a una invasión estadounidense desde Afganistán se combinó con otro factor: Arabia Saudí se distanció de los talibanes, frustrada por la continuada negativa del grupo a negociar con el Gobierno afgano y renunciar a sus vínculos con Al-Qaeda. Teherán comenzó entonces a proporcionar a la insurgencia talibán suficientes armas para mantener a las tropas occidentales ocupadas. El Ejército estadounidense denunció ya en 2009 que los combatientes talibanes estaban utilizando armas de fabricación iraní. Este tráfico respondía en parte a ánimo de lucro de redes criminales, pero no cabe duda de la implicación de la Guardia Revolucionaria iraní.

En 2015 las relaciones entre Irán y los talibanes se fortalecieron en respuesta a la aparición del Estado Islámico-Provincia de Khorasan, una filial del Estado Islámico con una agenda similar de yihad global. Dado su extremismo antichií, Irán y los chiíes afganos lo veían como una amenaza existencial, pero los talibanes también estaban preocupados porque el grupo atraía a desertores de sus filas y comenzó a conquistar territorio bajo su control. Teherán no confiaba en la capacidad de las Fuerzas Armadas afganas para derrotar al Estado Islámico, por lo que su hasta ahora limitado apoyo a los talibanes se convirtió en contactos de alto nivel.

Irán jugaba un doble juego, intentando no alienar a sus aliados tradicionales en Afganistán y al Gobierno en Kabul a la vez que asistía a los talibanes. Además, era consciente de las tensiones dentro del movimiento. Una facción liderada por el veterano Abdul Ghani Baradar, actualmente viceprimer ministro en funciones, ha evolucionado hacia posturas más moderadas con la esperanza de obtener reconocimiento y ayuda internacionales. Otras dos facciones, encabezadas por Mawlavi Yaqoob y Sirajuddin Haqqani – vástagos del Mullah Omar y de Jalaluddin Haqqani de la Red Haqqani (aliada de Al-Qaeda), respectivamente – son más ideológicas y radicales. Mientras Baradar desea colaborar con la República Islámica, las facciones lideradas por los dos hombres más jóvenes rechazan la cooperación con el régimen chií.

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El triunfo de la Realpolitik

Irán considera que le conviene fomentar un Gobierno estable en Afganistán, incluso si eso significa avenirse con sus antiguos enemigos. En julio de 2021, cuando los talibanes todavía fingían estar dispuestos a llegar a un acuerdo negociado con el Gobierno afgano tras la retirada estadounidense, Teherán organizó una cumbre para el diálogo intraafgano en la que participaron delegaciones de alto nivel de ambos bandos. La cumbre era una iniciativa complementaria a las negociaciones oficiales en Doha promovidas por EEUU y tenía como objetivo impulsar el papel diplomático de Irán en la región.

Durante la toma de Afganistán por los talibanes a mediados de agosto de 2021, la Embajada iraní en Kabul fue una de las pocas que permaneció operativa. El 28 de agosto, el líder supremo Ali Jamenei declaró, pragmáticamente, que “la naturaleza de nuestras relaciones con los gobiernos depende de la naturaleza de sus relaciones con nosotros”. Menos de dos meses después, el 4 de octubre, la primera delegación extranjera que visitó a los nuevos gobernantes de Kabul estaba compuesta de funcionarios iraníes encargados de temas de comercio y tránsito.

Irán también ha participado en las reuniones periódicas de los seis vecinos de Afganistán más la Federación Rusa, que comenzaron de forma virtual en septiembre de 2021. El mes siguiente, Teherán acogió la primera reunión en persona de los ministros de Relaciones Exteriores de Rusia, China, Pakistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. El propósito declarado de las reuniones es promover un gobierno inclusivo en Afganistán; en la actualidad, está integrado exclusivamente por talibanes, casi todos pastunes.

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En enero de 2022, el ministro de Relaciones Exteriores iraní, Hossein Amir-Abollahian, recibió al ministro de Relaciones Exteriores interino del Emirato Islámico de Afganistán, Amin Khan Muttaqi. Durante su estancia en Teherán, Muttaqi se reunió asimismo con dos líderes de la oposición afgana que han encontrado refugio en Irán, Ismail Khan y Ahmad Massoud. El primero era un comandante de alto rango en la Alianza del Norte y confidente de su líder, Ahmad Shah Massoud, que fue asesinado por Al-Qaeda como regalo a los talibanes días antes del 11S. El segundo es el hijo de Massoud y lidera ahora el Frente de Resistencia Nacional en Afganistán.

Las relaciones bilaterales entre los dos Estados vecinos han continuado desarrollándose. En abril, Irán reconoció la presencia de diplomáticos talibanes en la Embajada afgana en Teherán, aunque insistió en que esto no implicaba un reconocimiento formal, que no tendrá lugar hasta que no haya un Gobierno más inclusivo en Kabul. En julio, se anunció un acuerdo según el cual Irán venderá al Emirato Islámico 350.000 toneladas de petróleo.

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Asuntos pendientes

La actitud del régimen iraní responde a sus intereses. Además del temor compartido al Estado Islámico, necesita discutir con el nuevo Gobierno afgano temas como el acceso al agua y los refugiados. Teherán está particularmente preocupado por la presa Kamal Khan sobre el río Helmand que se inauguró en 2021 y podría privar de agua a los humedales de Hamoun en la provincia iraní sudoriental de Sistán y Baluchistán. Los humedales se están secando debido al cambio climático y la mala gestión del agua, y un deterioro de la situación podría exacerbar la insurgencia suní de los baluchis en la provincia.

En cuanto a los refugiados, Irán alberga a casi cuatro millones de afganos, de los cuales menos de la cuarta parte están registrados con ACNUR. Tales cifras desbordan la capacidad del sistema sanitario y no pueden ser absorbidas por el mercado laboral, lo cual ha ido generando resentimiento. El pasado mes de abril, vídeos de iraníes atacando a afganos en varias ciudades del país se hicieron virales en las redes sociales, provocando manifestaciones en Afganistán durante las cuales se arrojaron piedras a la Embajada iraní en Kabul y a su Consulado en Herat. Irán reaccionó convocando al encargado de negocios de Afganistán en Teherán y suspendiendo su misión diplomática durante un par de semanas, pero necesita la colaboración de las autoridades afganas para evitar nuevas oleadas de refugiados.

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Un grupo especial de refugiados afganos son los que componen el grueso de Liwa Fatemiyoun. Esta brigada de entre 10.000 a 15.000 hombres está formada por musulmanes chiíes, en su mayoría afganos, aunque también incluye a paquistaníes. Fue creada por la Guardia Revolucionaria iraní para proteger los santuarios chiíes en Siria, y ha estado luchando del lado del régimen sirio y sus aliados. Con la guerra en Siria aparentemente estancada, se ha especulado que la brigada podría ser reubicada a Afganistán para luchar contra el Estado Islámico. Sin embargo, eso parece dudoso sin el consentimiento de los talibanes, y es improbable que lo den.

Otra cuestión problemática es el contrabando. Irán es un eslabón clave en la ruta de exportación del opio y tiene el mayor número per cápita del mundo de adictos a opiáceos, dos millones de personas según las autoridades iraníes. Cerca de 4.000 policías y guardias fronterizos iraníes han muerto tratando de detener el tráfico en las últimas tres décadas. Sin embargo, el incidente más reciente no fue debido el opio; en diciembre de 2021, un combatiente talibán murió y nueve policías iraníes murieron o resultaron heridos durante una operación de contrabando de combustible. Ambas partes se mostraron dispuestas a minimizar la escaramuza, atribuyéndola a un "malentendido", pero tales incidentes podrían escalar.

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El compromiso entre Irán y los talibanes funciona en beneficio de ambas partes. En los últimos años, los talibanes han buscado aparecer como un movimiento nacional y se han esforzado por reclutar a miembros de minorías étnicas. Han integrado en sus filas a uzbekos y hazaras, atraídos por la lucha contra el Estado Islámico, y en 2020 nombraron a un gobernador hazara en el distrito de Balkhab. Desde que retomaron el control, han mantenido conversaciones con algunos líderes hazara deseosos garantizar los derechos de las minorías y asegurar un papel político. Y en las recientes celebraciones chiíes de Ashura, han ofrecido protección contra los constantes ataques del Estado Islámico.

Los Gobiernos occidentales se han mostrado consternados por el trato de las mujeres en el nuevo Afganistán. El pasado mes de marzo el ministro de Relaciones Exteriores iraní, Amir-Abollahian, planteó el tema ante su homólogo afgano en funciones, Muttaqi, durante la tercera reunión de los vecinos de Afganistán y Rusia en China, generando cierto escepticismo e incluso mofa, dadas las políticas de la República Islámica hacia sus propias mujeres. Sin embargo, es poco probable que esta cuestión sea un factor decisivo para Teherán.

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