En Yemen, Siria, Irak, Afganistán, el Sahel, Colombia o Libia, las guerrillas, los grupos radicales, las milicias y los Ejércitos han optado por aprovechar la contingencia sanitaria para avanzar en sus objetivos militares y políticos

La COVID-19 no puede con las guerras

photo_camera AP/HANI MOHAMMED - Un combatiente rebelde hutí sostiene su arma durante una reunión en Saná, Yemen

Si la crisis de la COVID-19 ha servido para introducir un paréntesis en el convulso girar del mundo, escenario en 2019 de decenas de revueltas populares ahora en suspenso, no parece haber sido capaz de pausar la violencia y las guerras en curso.

Tanto en Yemen como en Siria, Irak, Afganistán, el Sahel, Colombia o Libia, las guerrillas, los grupos radicales, las milicias y los Ejércitos en conflicto han optado por aprovechar la contingencia sanitaria para avanzar en sus objetivos militares y políticos, intensificando los enfrentamientos. Especialmente en Siria y Libia, donde Turquía y Rusia, potencias implicadas en una guerra civil de múltiples aristas, no han dejado de azuzar el pulso geoestratégico que libran desde hace más de un lustro.

En la última semana de marzo, con la cifra de contagios disparándose en todo el planeta, en Libia, por ejemplo, más de un centenar de milicianos de ambos bandos han perecido en el peor combate librado desde que hace un año el mariscal Jalifa Haftar, hombre fuerte del país, levantara un asedio a la capital. “Creo que es ilusorio pensar que con la crisis sanitaria de la COVID-19 los conflictos van a paralizarse. De hecho, en el Sahel Boko Haram sigue activo”, explica Laurence Thieux, profesora de relaciones internacionales en la universidad Complutense de Madrid.

Un vehículo militar de combate de infantería (IFV) turco seguido de un tanque de combate M60T se ven a lo largo de la autopista M4, que une las provincias sirias septentrionales de Alepo y Latakia
Crisis de la diplomacia mundial

Al contrario que en otras crisis, la emergencia sanitaria global también ha socavado la capacidad de acción de la diplomacia internacional e interrumpido procesos de diálogo y negociación en marcha, ya fuera a través de la ONU o la mediación de terceros, favoreciendo igualmente la continuidad de la violencia. Uno de los casos más significativos es el del diálogo entre EEUU y los talibanes, que debería haber progresado a lo largo del mes de marzo y que en la actualidad se halla en un incierto y peligroso paréntesis. 

“Todos los líderes afrontan la presión de concentrarse en las prioridades nacionales e ignorar los riesgos de conflicto en estados débiles que pueden parecer difíciles de resolver o simplemente no lo suficientemente importantes”, explica el laboratorio de análisis “Crisis Group”. “Pero habrá un día después, y si el próximo período no se trata con prudencia, podría estar marcado por grandes disrupciones en áreas ya en conflicto, la erupción de nueva violencia y un sistema multilateral mucho más frágil”, en el que China emerge frente a Europa y EEUU, subraya.

El secretario general de la ONU, António Guterres, renovó su llamamiento a un alto el fuego global

Esa aparente debilidad del sistema multilateral se intuye también en la diferente manera en que los diversos contendientes han respondido a la petición del secretario general de la ONU, António Guterres, quien el 23 de marzo reclamó “un alto el fuego global” para luchar contra la pandemia.

Mientras que guerrillas como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), en Colombia, se adhirieron al llamamiento, en lugares como Yemen los bombardeos diarios no cesan, pese a la presencia del virus. En Libia, los combates no solo no han dejado de sucederse en los últimos diez días, sino que se han extendido a otras zonas del país, como las ciudades de Sirte o Bani Walid, hasta hace unas semanas en calma. Ausente la vigilancia internacional, también se ha incrementado el flujo de armas -pese al embargo de la ONU- y sobre todo el desembarco de mercenarios rusos y sirios -estos últimos enviados por Turquía- en una guerra civil que ya es el un conflicto multinacional más privatizado de la historia contemporánea.

Combatientes leales al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) abren fuego desde su posición en la zona de Al-Sawani al sur de la capital libia, Trípoli
Refugiados y migrantes expuestos

La alerta sanitaria mundial ha restringido los viajes, suspendido las reuniones bilaterales cara a cara y reducido también la capacidad de maniobra de las agencias dependientes de la ONU, condiciones que condicionan igualmente a la gestión de otra de las grandes crisis globales, la de los refugiados y migrantes.

“No debemos olvidar el impacto devastador que esta enfermedad tendrá en las decenas de millones de personas que ya viven en situaciones humanitarias extremas”, explica el director general de la Organización Internacional de las Migraciones (IOM), António Vitorino.

La IOM es una de las agencias que se han sumado al Plan Global de Respuesta Humanitaria a la COVID-19 que ha solicitado a los estados cerca de 2.000 millones de dólares extraordinarios para atender a más de 100 millones de refugiados y migrantes atrapados en países como Libia, Siria, Venezuela, Níger o Myanmar.

En este sentido, la organización insiste en la necesidad de que se incluya a los migrantes en la respuesta general de cada Estado a la pandemia y advierte sobre el riesgo de que la limitación de recursos aumente la xenofobia y la discriminación hacia los migrantes y los extranjeros. “Este es el momento para que la comunidad internacional se una para combatir este terrible virus. Al hacerlo, no debemos darle la espalda a los más marginados del mundo, sino buscar soluciones que protejan a toda nuestra comunidad global”, afirma Vitorino.

Soldados del Ejército Nacional Afgano (ANA) hacen guardia en un punto de control en la carretera Jalalabad-Kabul, al este de Kabul, Afganistán, el 4 de abril de 2020
Multilateralismo frente al ascenso chino

Las llamadas a la unidad y la solidaridad entre naciones coinciden con las advertencias de los expertos sobre el papel predominante que está adquiriendo en la geopolítica mundial China, un régimen poco proclive al multilateralismo, origen de la pandemia global, que ha emergido como adalid en la lucha contra la misma.

No solo facilitando material y expertos a las naciones con menores recursos, como en África, donde ha desplazado definitivamente a Europa y Estados Unidos -primeros proveedores de ayuda en crisis precedentes- sino también en el propio “viejo continente” y en la principal democracia de América, con la que libra además una guerra comercial.

“Cuando el colapso financiero causó una recesión económica mundial en 2008, Estados Unidos aún tenía suficiente influencia para dar forma a la respuesta internacional a través del G20, aunque Washington tuvo cuidado de involucrar a Pekín en el proceso”, recuerda Crisis Group.

Un soldado iraquí en la base aérea de Qayyarah

El laboratorio añade que Washington también asumió una respuesta multilateral tardía a la crisis del ébola en África occidental pero que “hoy, con su influencia internacional ya debilitada considerablemente y con una mala respuesta interna al COVID-19, no ha logrado aunar a otras naciones y despertado el resentimiento internacional”.

Pekín “ha acelerado su maquinaria diplomática para posicionarse como líder de la respuesta internacional a posibles brotes generalizados”, especialmente en África, insiste Crisis Group antes de advertir que la actual pandemia “amenaza con ser larga y agotadora”. “Hará que la diplomacia, y especialmente la diplomacia de crisis, sea más difícil. Pero es crucial mantener intactos los canales de comunicación, y un espíritu de cooperación, en un período en que el sistema internacional parece estar tan listo como siempre para fragmentarse”, concluye.

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