Los jefes de los movimientos armados de 2012 son mayoritariamente los mismos que en la revolución de 2006 e, incluso en algunos casos, que en la revolución de los años 90

La difícil desmovilización e integración de los grupos armados en Mali

photo_camera AFP/MICHELE CATTANI - Soldados del Ejército maliense patrullan la zona junto al río de Djenne, en el centro de Mali, el 28 de febrero de 2020

En la mayoría de procesos de regeneración del Estado tras un conflicto, uno de los principales desafíos es la integración de los movimientos armados en el Ejército o en la sociedad civil tras años de guerra. A pesar de que este sea un problema común en numerosos Estados posconflicto, el caso de Mali ejemplifica los riesgos y desafíos que supone la integración de los grupos armados tras las revueltas tuareg.

Una semana antes, el primer ministro de Mali anunció el desmantelamiento de los controles de seguridad organizados por la milicia tradicional de cazadores Dan Na Ambassagou del país Dogón

La última revolución tuareg en 2012, provocó que un gran número de personas de las regiones del norte y centro de Mali se vieran involucradas en un conflicto cuyas consecuencias siguen presentes hoy en día. Los movimientos armados tuareg, a favor o en contra de la independencia, se multiplicaron en cantidad en comparación con las revoluciones previas. Por otro lado, esta ha sido la primera crisis en el norte de Mali en la que han participado activamente grupos yihadistas como MUJAO y Ansar Dine, que se enfrentaron tanto a los grupos tuareg como al Estado maliense con el objetivo de implantar la Sharía en Mali. Mientras tanto, algunas milicias armadas como Ganda Izo se reconstituyeron en el centro de Mali a causa de la violencia proveniente del conflicto en el norte y de la desaparición de los funcionarios públicos que huyeron del conflicto. A pesar de la firma de los Acuerdos de Paz y Reconciliación en 2015 entre los grupos armados del norte de Mali y el Estado, el yihadismo continuó expandiéndose por el centro y el este de Mali, hasta llegar a Burkina Faso y Níger. Los grupos yihadistas aprovecharon la marginalización de algunas poblaciones y explotaron los conflictos intercomunitarios para reclutar seguidores. La formación de nuevos grupos en el centro de Mali empeoró la crisis social y de seguridad, impulsando a la creación de otras milicias de autodefensas de corte étnico-comunitario que se han radicalizado llegando a realizar masacres contra población civil. Desde 2016 hasta 2020, la situación fue agravándose hasta que, en 2020, la inestabilidad e inseguridad junto con los estragos económicos de la pandemia de coronavirus provocaron una crisis política que culminó con el golpe de Estado de agosto. 

Mapa que muestra las zonas de influencia de los grupos armados en el Sahel y las bases militares regionales

A pesar de que esta situación es única debido a las circunstancias particulares de la revolución tuareg y la expansión del yihadismo en Mali, los responsables de la violencia no han cambiado. Los jefes de los movimientos armados de 2012 son mayoritariamente los mismos que en la revolución de 2006 e, incluso en algunos casos, que en la revolución de los años 90. Independientemente de a qué facción pertenezcan, los líderes de las milicias autodefensa dogón como Dan Na Ambassagou, también estuvieron presentes en las milicias creadas en los 90 y en los 2000, Ganda Koy y Ganda Izo, para luchar contra los tuaregs. Este fue el caso de uno de los dirigentes de Dan Na Ambassagou, Youssouf Toloba. Los líderes yihadistas tampoco son desconocidos. Iyad Ag Ghali, líder de la revolución tuareg de los 90 y 2006 fue el creador de Ansar Dine y de la red JNIM y varios jefes de esas revueltas, de la tribu de los Ifoghas de la región de Kidal, se unieron también a los grupos yihadistas. Casi la totalidad de los protagonistas de la violencia, es decir, de los líderes de estos grupos, habían sido desmovilizados con anterioridad, e incluso habían firmado pactos con el Estado, desvinculándose de los grupos y con el objetivo de integrarse en la sociedad civil. Este hecho ilustra cómo las estrategias de reintegración de los miembros de grupos armados no han funcionado hasta ahora. En el título III de los Acuerdos de Paz y Reconciliación firmados en 2015, se recogen las políticas y estrategias para desmovilizar a los combatientes del conflicto de 2012. De acuerdo con un informe del Observador Independiente del Centro Carter que supervisa la aplicación de este compromiso, hay aproximadamente 84.000 miembros de grupos armados inscritos en los programas de Desmovilización, Desarme y Reintegración (DDR) esperando a ser integrados en el Ejército y en la sociedad civil. Hasta la fecha, menos de 2.000 se han unido a las Fuerzas Armadas malienses. 

Un mapa de las ubicaciones del Ejército francés en el Sahel se muestra mientras el presidente francés Emmanuel Macron pronuncia su discurso después de una reunión por videoconferencia con los líderes del G5 del Sahel el martes 16 de febrero de 2021 en París

Aparte de la lentitud del proceso, otros desafíos que se presentan a la hora de integrar a excombatientes de grupos armados es el hecho de que algunos de ellos llevan prácticamente toda su existencia luchando contra el Estado maliense, bajo distintos líderes de sus comunidades. A pesar de que sean integrados correctamente, existen altas posibilidades de que su lealtad permanezca en su grupo armado originario, además de que la obediencia sigue siendo hacia sus líderes y no necesariamente hacia los mandos del Ejército con el que llevan combatiendo desde hace años. Por último, la absorción de los grupos armados, y sobre todo de los líderes de estos en el Ejército y en el Gobierno presenta grandes desafíos por dos razones principales. En primer lugar, cuando no se lleva a cabo una correcta integración sobre todo de los altos cargos de los grupos armados en el Ejército, se acaba produciendo una inflación de rangos que provoca que jóvenes líderes de grupos armados acaben dirigiendo a soldados del Ejército maliense que hubieran tenido un mayor rango de no ser por la integración de los combatientes. En el caso de Sudán del Sur, por ejemplo, por la incorrecta absorción de los rangos hubo un gran número de generales, incluso mayor en número que en Estados Unidos, para una población de apenas 11 millones de personas. En el Ejército maliense, también existen varios generales y jefes militares que provienen de grupos armados, como Ag Gamou, que fue desmovilizado tras la revolución tuareg de los años 90. En segundo lugar, en el nuevo periodo de transición en Mali, las nuevas autoridades han hecho un esfuerzo por integrar en el Gobierno y en los órganos de la transición a miembros de la CMA y de la Plataforma, los movimientos firmantes de los Acuerdos de Paz y de Reconciliación de 2015. Sin embargo, debido a la lentitud del cumplimiento de los acuerdos y el anuncio del Gobierno de la nueva hoja de ruta de la transición, polémica para algunos líderes tuareg, miembros de las distintas comunidades tuareg del norte de Mali temen que los líderes de los grupos armados integrados en este nuevo Gobierno hayan dejado de representar sus intereses. 

Un parche de las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa) llevado por un soldado es fotografiado durante la Operación Barkhane en Ndaki, Mali, el 29 de julio de 2019

En conclusión, el nuevo Gobierno y los representantes de los intereses de las comunidades del norte de Mali en Bamako deben hacer un esfuerzo en este periodo de transición para acelerar la reintegración de los combatientes armados en la sociedad civil y para aplicar las directrices de los Acuerdos de Paz y Reconciliación lo antes posible.

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