Los simpatizantes del clérigo populista Muqtada al-Sadr ponen contra las cuerdas al frágil Estado iraquí

La enésima fractura en el bloque chií arrastra a Irak al abismo

AFP/ AHMAD AL-RUBAYE - Miembros armados de Saraya al-Salam (Brigada de la Paz), el ala militar afiliada al clérigo chií Moqtada al-Sadr, apuntan durante los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad iraquíes en la Zona Verde de Bagdad el 30 de agosto de 2022

La acuciante división entre las facciones chiíes bloquea la gobernabilidad y empuja a Irak a un nuevo conflicto.

La probabilidad de que estalle un nuevo conflicto armado en Irak es alta. La polarización ha alcanzado cotas elevadas, prácticamente inéditas desde hace años, tras la infructuosa celebración electoral que tuvo lugar en octubre de 2021. En esta ocasión, sin embargo, la violencia política no es un fenómeno que enfrente entre sí a sectas y comunidades distintas, a suníes contra chiíes o suníes contra kurdos, como ha ocurrido en el pasado. Esta vez, los enfrentamientos vienen produciéndose en el seno de la comunidad chií, mayoritaria en un vasto país de más de 40 millones de habitantes, clave a nivel estratégico por su posición geográfica y sus ingentes reservas de petróleo. 

El sector chií ha experimentado un cisma que impide la gobernabilidad de Irak, que la atasca de forma irreversible. Dos entidades se alzan por encima del resto: la personalista plataforma Sairoon (en español, Adelante), construida en torno al clérigo Muqtada al-Sadr y, por ende, conocida como el Movimiento Sadrista, y el Marco de Coordinación, una coalición homogénea conformada por formaciones proiraníes entre las que destaca Estado de Derecho, encabezada por el ex primer ministro iraquí Nuri al-Maliki, quien ocupó el cargo durante más de ocho años. Irreconciliables, una y otra rivalizan por el poder. Tanto que ni siquiera se atisba una salida clara a la crisis. A falta de diálogo, predomina la fuerza.

Manifestación Irak

Es cierto que las fracturas en el sector chií no son nuevas. Desde 2007, los choques entre simpatizantes de al-Sadr y los diferentes movimientos proiraníes han sido habituales. Las posiciones de partida, en realidad, son similares. Pero difieren en un punto determinante: la postura con respecto de Irán, su vecino regional, también de mayoría chií, con quien el régimen iraquí de Sadam Husein libró una sangrienta guerra en la década de los ochenta. Una facción, la del clérigo al-Sadr, reniega de toda influencia de Teherán por cuestiones de soberanía; la otra se pliega sin reservas a sus intereses. Ese es el principal punto de fricción, sino el único. 

La crisis, eso sí, tiene otros matices de calado. No se circunscribe tan solo a una rivalidad intercomunitaria chií, sino que también se explica por un hartazgo prácticamente generalizado contra el sistema. Los iraquíes han perdido la poca confianza que a duras penas conservaban en las formaciones políticas. El establishment gangrena las instituciones a base de prácticas corruptas y disputas sectarias interminables, como advirtió en su reciente dimisión el prestigioso Ali Allawi, ya exministro de Finanzas. Mientras, los ciudadanos apenas cuentan con servicios públicos mínimos. Solo los ingresos petroleros sostienen el país. 

Al Kazemi Al Sadr

En 2019, los iraquíes inundaron las calles en una serie de protestas masivas que se prolongaron hasta el curso pasado. Espoleadas por el auge del nacionalismo iraquí de corte laico, las concentraciones pedían poner fin al intervencionismo exterior en la política nacional, en concreto demandaban frenar la asfixiante tutela iraní, pero también erradicar la corrupción sistemática y reanimar una economía en horas bajas. Otra de las exigencias pasaba por desmantelar la arquitectura institucional diseñada tras la invasión estadounidense, que repartía el poder en cuotas sectarias. La respuesta de las autoridades no fue otra que reprimir las protestas con violencia. 

La consistencia de las movilizaciones propició la caída del entonces primer ministro, Adil Abdul-Mahdi. Su lugar lo ocupó Mustafá al Kazemi, un chií de perfil moderado que venía de dirigir los servicios de inteligencia. Kazemi propuso un adelantamiento electoral que, tras una serie de complicaciones, quedó fijado finalmente para octubre de 2021. Es en ese momento cuando se puso en marcha el contador que desembocaría meses después con la muerte de al menos 30 personas en el corazón de Bagdad tras una batería de enfrentamientos armados entre milicias rivales. Esa cuenta atrás ha dejado un país al borde del abismo. 

Elecciones: el catalizador de la crisis

El Movimiento Sadrista ganó los comicios amasando 73 de los 329 asientos del Parlamento, infligiendo un duro varapalo a los partidos proiraníes. Es cierto que las elecciones registraron la participación más baja en la historia del país, pero la victoria fue contundente, con una diferencia de 40 escaños sobre la formación de Nuri al-Maliki. Un resultado incontestable. Al principio, todo apuntaba a que la formación del clérigo formaría Gobierno con las plataformas suníes y kurdas, pero sus rivales proiraníes bloquearon la confluencia y recrudecieron sus acusaciones de traición. El movimiento, sostuvieron, violentaba la voluntad de la mayoría chií. 

Mustafa al Kazemi

En forma de represalia, al-Sadr conminó a todos sus diputados a dimitir en masa. El órdago no funcionó porque, en lugar de pedir su vuelta inmediata al Parlamento, las formaciones chiíes proiraníes colocaron con celeridad a sus peones y avanzaron en el nombramiento de un primer ministro alternativo. El elegido para ocupar el puesto era Mohamed Shia al-Sudani, ministro en el gabinete de Al-Maliki, algo que el clérigo no podía permitir. Por eso incitó a sus seguidores a tomar las calles. 

Primero, los simpatizantes de al-Sadr irrumpieron en la Zona Verde de Bagdad, que alberga a la mayoría de las embajadas y misiones diplomáticas internacionales, el Parlamento y el Tribunal Supremo. Después, bloquearon el acceso al recinto e impidieron el funcionamiento de las instituciones. Y por último, en una demostración de fuerza, ocuparon la sede parlamentaria. Los seguidores del clérigo chií paralizaron el país. Pero al-Sadr, poseedor de un poder cuasi hipnótico sobre sus bases, se pasó de frenada. Lo que al principio se demostró como una expresión de protesta pacífica, pronto fue adquiriendo tintes violentos. 

Al final, Bagdad se convirtió en un campo de batalla. La milicia de Saraya al Salam, dirigida por el clérigo, protagonizó los choques con las Fuerzas de Movilización Popular, manejadas desde Teherán. Las Fuerzas de Seguridad iraquíes, a las órdenes del primer ministro Al Kazemi, evitaron entrar en la refriega y limitaron su acción a decretar un toque de queda. No se movilizaron. Ni siquiera cuando los misiles sobrevolaban la Zona Verde, en teoría sometida a estrictas medidas de seguridad. 

Muqtada al Sadr

En vista de los mortales resultados de sus diatribas, e increpado por su mentor espiritual, el ayatolá Kazem Hairi, que instó a sus seguidores a tender puentes con la República Islámica de Irán, el clérigo Muqtada al-Sadr reaccionó exigiendo a sus seguidores que pusieran fin a la violencia. Antes había anunciado su renuncia definitiva de la política. Pero de sus declaraciones todavía emana cierto escepticismo. No es ni mucho menos la primera vez que dice abandonar la política. Lo hizo por primera vez en 2008 para estudiar en Irán precisamente del lado de Hairi, y también en 2014. De producirse, el panorama político iraquí cambiaría por completo. 

Pero es poco probable que dé un paso a un lado porque, como ha quedado demostrado, cuenta con un respaldo masivo de la calle, de todos los puntos del país, quizá como ningún otro líder político iraquí con la excepción del ayatolá Ali al-Sistani, que guarda silencio sobre los últimos acontecimientos. En Irak, quien controla a los chiíes controla prácticamente todo. Al-Sadr, cuya familia fue duramente represaliada durante el régimen de Sadam por su condición chií, y que se enfrentó sin reservas a la ocupación estadounidense, se muestra ahora en contra también de la influencia iraní en Irak. El clérigo de marcada retórica populista es la punta de lanza contra la élite política a pesar de que muchos de sus aliados han ocupado cargos de Gobierno.   

En un intento a la desesperada por desatascar la situación, Al Kazemi ha propuesto formar un diálogo nacional que recoja las demandas de las fuerzas políticas principales del hemiciclo. El jefe de Gobierno en funciones, que cuenta con el respaldo de Occidente, siempre ha sido una figura débil, sin la fuerza necesaria como para impulsar grandes transformaciones. Por su parte, el presidente del Parlamento se ha desmarcado de sus declaraciones. Mohamed al Halbusi, elegido en enero, pidió la disolución de la Cámara y la convocatoria de elecciones anticipadas a nivel general y regional. 

Muqtada al Sadr Ali Jamenei

Los círculos proiraníes quieren evitar a toda costa una repetición electoral. Las perspectivas para ellos son poco halagüeñas después del batacazo del pasado mes de octubre y las proyecciones de futuro no son mejores. Las instituciones también se han pronunciado. Presionado por los simpatizantes de al-Sadr, el Tribunal Supremo, la más alta magistratura del país, también ha rechazado de plano disolver el Parlamento arguyendo que no cuenta con las prerrogativas constitucionales. 

Estados Unidos vs. Irán

Hoy por hoy, Irak no es la prioridad de Estados Unidos. Menos aún en un contexto marcado en clave interna por la inflación, la crisis energética y las elecciones de mitad de mandato de noviembre, en las que los demócratas se juegan mantener la mayoría en ambas Cámaras. En clave externa, Washington se ha desentendido de forma progresiva de la esfera árabe, limitándose a reforzar el bloque contra Irán y la posición de Israel a pesar de los sonados intentos por reeditar el acuerdo nuclear iraní. Bagdad ha salido por completo del radar. 

Joe Biden Al Kazemi

Irán ha seguido la estrategia inversa. El régimen de los ayatolás controla el Marco de Coordinación, por lo que su debilitamiento en detrimento del ascenso de al-Sadr le afecta, por eso redobla esfuerzos. Entre los apoyos de Irán en suelo iraquí destaca Qais Khazali, un antiguo aliado de al-Sadr que se ha transformado en su opositor más aguerrido. Después se encuentra la figura de al-Maliki, extrañamente próximo a Estados Unidos e Irán, que busca recuperar el poder a lomos de su formación Estado de Derecho, la tercera fuerza en número de escaños. Pero es Hadi al-Amiri quien es considerado como el hombre fuerte de Irán en Irak. Fue leal a la República Islámica incluso durante la guerra entre ambos (1980-1988), y hoy lidera la milicia Badr y la coalición Fatah, otro de los integrantes del Marco de Coordinación. 

“La sensación general entre los funcionarios iraquíes y los diplomáticos extranjeros en Bagdad es que tanto Washington como Teherán ejercen un veto sobre el Ejecutivo iraquí”, escribe el analista del Council of Foreign Relations Max Boot. “Quienquiera que dirija el país necesita el apoyo de ambos, una tarea difícil dada su longeva enemistad”. A pesar del bloqueo, ningún líder político ni miliciano apuesta por imprimir un cambio definitivo del statu quo porque eso significaría, irremediablemente, perder sus privilegios. ¿En manos de quién caerían si no los recursos del país? 

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