Los países del Sur global han decidido actuar conforme a sus propios intereses, mantener su autonomía y no verse arrastrados a una confrontación que no perciben como suya

La guerra de Ucrania y la rebelión del Sur global

photo_camera PHOTO/AP - En relación con las sanciones a Rusia, la reacción del Sur global no ha sido muy distinta y la mayoría de dichos países sigue comerciando con Moscú

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.

La guerra de Ucrania se está alargando y complicando a un precio altísimo para las partes. Occidente ha respondido a la agresión militar de Rusia con un conjunto de sanciones sin precedentes, cuyo efecto, sin embargo, ha quedado reducido por la negativa del Sur global a alinearse en dicho sentido con Estados Unidos y sus más estrechos aliados.

Al percibir un declive de la era eurocéntrica de la historia humana, los países del Sur global han decidido actuar conforme a sus propios intereses, mantener su autonomía y no verse arrastrados a una confrontación que no perciben como suya. También entran en juego el resentimiento por los abusos de la época colonial, la percepción de que Occidente utiliza según su conveniencia distintas varas de medir y el rechazo a que una parte del mundo imponga al resto su sistema de valores.

En cualquier caso, la pugna entre las potencias occidentales y la Federación Rusa por intentar alinear al Sur global con sus designios estratégicos será una de las claves que pueda determinar tanto el desenlace de la contienda militar como, fundamentalmente, la supervivencia de la Rusia de Putin cuando la guerra acabe.

Introducción

La guerra de Ucrania ha producido una reacción unánime de la Unión Europea, los Estados Unidos y los aliados más estrechos de la gran potencia norteamericana contra la agresión de la Federación Rusa. Sin embargo, en el resto del mundo la actitud ha sido distinta. Esta circunstancia está generando una fractura entre Occidente y lo que se ha denominado el «Sur global» (figura 1).

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Para sorpresa de Washington y de sus aliados, el país que está liderando este movimiento es la India, un socio estratégico de Estados Unidos en su rivalidad con China.

Esto coincide con un momento histórico particularmente singular —considerado por muchos un cambio de era—, en el que todo parece indicar que, después de haber ostentado el liderazgo de la historia durante cinco siglos, las potencias occidentales lo están cediendo al mundo asiático1. Ante una previsible nueva jerarquía de poder, los actores internacionales miran por sus propios intereses y procuran quedar bien posicionados de cara al futuro sistema internacional.

A este cambio de paradigma, dominado por la intensa y creciente rivalidad chino- norteamericana, se suma también un importante componente de resentimiento antioccidental vinculado al pasado colonial. Del mismo modo, la autoridad moral de las potencias occidentales se ve afectada por los registros que han quedado en la memoria de los diversos actores internacionales, incluida la reciente insolidaridad occidental durante la pandemia de la COVID-19.

De alguna manera, podría decirse que las naciones del Sur global perciben que han alcanzado la mayoría de edad y se muestran dispuestas a romper definitivamente con la tutela, de una u otra manera, ejercida por Occidente sobre el resto del mundo, en sintonía con la expresión que Niall Ferguson popularizó: «The West and the Rest»2.

Por otra parte, como expresa Josep Piqué, existe una gran preocupación sobre los valores que predominarán en el mundo que está por venir:

«Un futuro basado en la libertad y la dignidad de las personas, con un medio ambiente sostenible, en el que la tecnología no sea un instrumento para la dominación y en el que las tensiones geopolíticas no nos lleven a situaciones que pongan en riesgo nuestra propia existencia. O un futuro alternativo basado en el autoritarismo totalitario y en el uso de la fuerza al margen del derecho internacional»3.

Las consecuencias estratégicas de todo ello son enormes, más aún en un momento de la mayor incertidumbre, en el que no sabemos cómo acabará la guerra de Ucrania, la amenaza nuclear ha subido de tono y algunos analistas se preguntan si Europa y el mundo no estarán marchando sonámbulos hacia el abismo4. Si para Washington y sus aliados resulta esencial aislar a la Federación Rusa para asfixiarla económica, tecnológica y políticamente, el Kremlin deposita gran parte de la esperanza de sobrevivir como gran potencia a esta guerra en la redirección de sus flujos comerciales y su red de vínculos diplomáticos hacia ese Sur global en rebelión contra Occidente, dinamitando así un orden mundial en el que las potencias occidentales han disfrutado de una significativa capacidad de influencia.

La guerra en Ucrania se cronifica

La guerra de Ucrania se inició el 24 de febrero con lo que el Kremlin denominó una
«operación militar especial», cuyo objetivo principal era producir un cambio de Gobierno en Kiev favorable a Moscú. Con ello Putin pretendía que Ucrania no se pudiera incorporar de facto a la esfera de influencia de Washington y quedara bajo el control estratégico de Rusia.

La operación, que, según la apreciación del Kremlin, debía culminarse en unos cuantos días —no más de un par de semanas—, fracasó: la guerra se transformó en un conflicto armado de grandes proporciones como el mundo no ha conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y con gravísimas consecuencias, tanto para los actores implicados como para el resto del mundo.

En respuesta a la invasión rusa de Ucrania, Occidente impuso amplias sanciones económicas que marcaron un cambio histórico: varios bancos rusos fueron desconectados de SWIFT y los bancos más grandes del país, como Sberbank y VTB, fueron incluidos en las listas completas de sanciones de bloqueo; más de la mitad de las reservas de divisas extranjeras del Banco Central de Rusia, valoradas en 640.000 millones de dólares, fueron congeladas5.

También se impusieron sanciones en el ámbito energético, aunque pronto se comprobó que contribuían a la subida de los precios del petróleo y del gas natural, lo que terminó haciendo daño tanto a los países europeos como a la propia Rusia. Además, las contrasanciones rusas, sobre todo el significativo recorte del suministro de gas natural a la Unión Europea, ejercieron su efecto. A 31 de julio, los volúmenes de los oleoductos — más de 400 millones de metros cúbicos por día (mm3/día) un año antes— se habían reducido a cerca de 100 mm3/día; el precio de la energía eléctrica en Alemania casi se duplicó de enero a junio —de 140 a 260 euros por megavatio/hora— y la escasez de gas ya está reduciendo la producción de las principales industrias6.

La contraofensiva ucraniana del mes de septiembre ha hecho que, por primera vez en el transcurso del conflicto armado, el Kremlin confronte la posibilidad de perder la guerra7. La movilización parcial de 300 000 reservistas rusos, los referendos de anexión de las provincias ocupadas, la intensificación de las amenazas nucleares y el atentado contra los gasoductos Nord Stream —cuya autoría está por determinar— abren un panorama de escalada muy preocupante.

En las actuales circunstancias, no se ve un final al callejón sin salida en que esta guerra ha degenerado. Kiev parece decidido a recuperar todo el territorio perdido
—incluida Crimea—, Moscú no parece dispuesto a aceptar la derrota y Washington no permitirá que la Federación Rusa salga airosa del trance.

El Kremlin interpreta un desenlace de la guerra percibido como una derrota como una amenaza existencial, la posibilidad de una guerra civil o incluso de un desmembramiento territorial. Para Washington, la supervivencia del régimen de Putin en una posición internacional fuerte dañaría irremisiblemente su liderazgo internacional y dejaría a Estados Unidos muy debilitado frente al reto chino, su actual prioridad estratégica. Cuanto más desesperada sea la situación para Rusia, mayor será también la probabilidad de que el Kremlin pueda llegar a utilizar el arma nuclear, algo que condiciona y modula la actuación de la Casa Blanca en el conflicto.

El camino de Estados Unidos y sus aliados se allanaría si la Federación Rusa quedara aislada del resto del mundo. La diplomacia norteamericana y de muchos de sus aliados está ejerciendo en dicho sentido una gran presión política y diplomática. Por su parte, Moscú está desplegando su red de relaciones internacionales para contrarrestarla, encontrar nuevos mercados para sus recursos energéticos y abrir nuevas vías de importación para acceder a las capacidades, fundamentalmente tecnológicas, que Occidente le suministraba.

Los recientes reveses sufridos por Rusia han expuesto sus vulnerabilidades y están sembrando dudas en los países del Sur global sobre su relación con Moscú. En la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, celebrada en Samarcanda, tanto China como la India expresaron su preocupación por los derroteros que está siguiendo la guerra. En última instancia, los costos de la contienda recaerán principalmente sobre las economías más débiles del Sur global, pues sus Estados carecen de amortiguadores, ya sean reservas de productos básicos estratégicos, liquidez o superávits comerciales8.

El punto de vista del Sur global

Inicialmente, el 2 de marzo, de los 193 países que conforman la Asamblea General de las Naciones Unidas, 141 votaron a favor de la condena a Rusia por su agresión militar a Ucrania, 5 lo hicieron en contra (Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea, Siria y la propia Federación Rusa) y 35 se abstuvieron (Pakistán, Irán, Sudán e Irak). Cuando posteriormente se propuso la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos, muchos países del Sur global se abstuvieron y Pekín se opuso, lo que representaría a tres cuartas partes de la población mundial.

Así, cuando el 26 de abril el secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, convocó en la base militar estadounidense de Ramstein (Alemania) a los países contrarios a la invasión para establecer el Grupo Consultivo para la Seguridad de Ucrania (Ukraine Security Consultative Group) con el objeto de coordinar los apoyos al país invadido en su lucha contra las fuerzas rusas, apenas acudieron unas cuarenta naciones, pocas más de las que forman parte de la OTAN, la Unión Europea y las democracias del Pacífico9.

En relación con las sanciones a Rusia, la reacción del Sur global no ha sido muy distinta y la mayoría de dichos países sigue comerciando con Moscú e incluso beneficiándose en algunos aspectos de una relación privilegiada con el Kremlin, al conseguir una reducción de hasta el 30 por ciento en el precio del petróleo importado.

Iberoamérica está manteniendo una posición bastante ambigua y polarizada a favor o en contra de Rusia, muy condicionada por cuestiones de política interna: los Gobiernos más cercanos al populismo y al autoritarismo son los más favorables al Kremlin. En el África subsahariana los Estados están procurando no verse involucrados en la rivalidad ruso- occidental, además muchos de ellos mantienen importantes relaciones con Rusia: las importaciones de armamento ruso están creciendo y hay mercenarios de Wagner presentes en nueve de estos países (figura 2).

En Oriente Medio y el norte de África se mezclan intereses del ámbito de la energía, pues la participación de Moscú en la OPEP+ sigue siendo clave para el mantenimiento de unos precios altos del petróleo, y existe una dependencia de las importaciones de cereales rusos y ucranianos. La región MENA es simultáneamente la mayor exportadora del mundo de hidrocarburos y la mayor importadora de cereales.

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En Asia hay diversidad de posicionamientos: si Japón, Corea del Sur, Singapur y Taiwán se han alineado inequívocamente con Estados Unidos, la República Popular China representa la posición contraria. Pekín, más que una política prorrusa, practica una de rechazo cada vez más decidido del liderazgo norteamericano10. Su relación con Moscú determina en gran medida la capacidad de Rusia para sostener esta guerra y su supervivencia como potencia cuando haya acabado. De momento, China ha aumentado sus importaciones de petróleo ruso, ha proporcionado algunos medios militares y ha intervenido con declaraciones de apoyo, aunque no ha sido tan completo como implicaba la asociación «sin límites» entre Rusia y China anterior a la invasión11.

La India es un caso muy particular, pues se trata de un país cercano a Washington que ha preferido abstenerse de cualquier condena que identifique al Gobierno de Vladímir Putin como agresor. La relación con la Federación Rusa juega un papel importante en las aspiraciones de la India a convertirse en gran potencia sobre la base de una mayor autonomía estratégica. Nueva Delhi no desea una Rusia muy debilitada para evitar que caiga por completo bajo influencia china.

Del mismo modo, Moscú no solo es un socio histórico de la India que siempre se ha mantenido fiel a su alianza, sino que le está facilitando petróleo a precios muy rebajados —las importaciones de Rusia han aumentado de un 1 por ciento a un 20 por ciento— y es el mayor socio de Nueva Delhi en materia militar. Aunque la India esté diversificando sus fuentes de importación de armamento —sus principales proveedores de armas durante el periodo 2016-2020 fueron Rusia (49 %), Francia (18 %) e Israel (13 %)—12, sigue dependiendo de Moscú para el sostenimiento de sus Fuerzas Armadas.

Por su parte, Estados Unidos —que ha presionado a la India, de momento sin resultado alguno— ha mantenido en las declaraciones oficiales un difícil equilibrio entre la evidente decepción frente a la actitud de Nueva Delhi y la necesidad de seguir contando con su apoyo en las iniciativas diplomáticas dirigidas a contener la influencia de China en la región del Indo-Pacífico13.

Las razones que empujan a actuar de esta manera a los países del Sur global son una combinación de intereses particulares: de búsqueda de mayor autonomía y de rechazo a Occidente como referente de un orden y un comportamiento global, todo ello con un importante componente de resentimiento hacia las potencias occidentales, tanto por los excesos del imperialismo en la época colonialista como por el empeño de Occidente en imponer sus valores como universales.

Además, el Sur global —que reclama una mayor representación en las instituciones internacionales, particularmente en el Consejo de Seguridad de la ONU— considera que se trata de un conflicto lejano, de una guerra que no es suya pero de cuyas consecuencias está siendo igualmente víctima: precios al alza de la energía y de los alimentos, inflación y riesgo de un serio bache en la economía global.

En relación con las políticas climáticas, el Sur global tiene también una clara diferencia de perspectiva: los países ricos sienten la urgencia creciente de reducir las emisiones y los países en desarrollo siguen centrados en la necesidad de ofrecer crecimiento a sus ciudadanos. Como el cambio climático es el resultado de la acumulación de emisiones de CO2 a lo largo del tiempo y la mitad de las emisiones totales desde el principio de la era industrial ha venido de los Estados Unidos y Europa —solo un 2 por ciento del continente africano—, una transición justa no puede recaer por igual en unos y otros. Aunque simultáneamente se enfrenten a las peores consecuencias del cambio climático, para alcanzar la mitad del nivel de vida de las naciones más desarrolladas, los países emergentes tendrían que aumentar en un 50 por ciento el consumo global de energía, lo que entra en contradicción con los objetivos de la transición energética14.

Del resentimiento y del deseo de revancha no se ha derivado nunca nada positivo, pero hay que contar con ellos en la ecuación del comportamiento humano. De este modo, existe una responsabilidad derivada por los abusos que han generado dichos sentimientos. Los actos tienen consecuencias y los atropellos cometidos por las potencias imperialistas desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX están pasando ahora la factura que entonces sus víctimas, por una debilidad relativa, no pudieron presentar. El caso de China y las guerras del Opio es muy ilustrativo y está sirviendo a Pekín para cerrar filas y reforzar su nacionalismo apelando al «siglo de las humillaciones».

Por su parte, en agosto de este año, en el acto de celebración del 75º aniversario de la independencia de la India, Narendra Modi —que nunca viste ropa occidental en un claro signo de autoafirmación cultural— proclamó el deseo de que la India se convierta en un Estado desarrollado en 2047, el centenario de su independencia. Uno de los objetivos que se ha marcado es que su país se deshaga de los rastros de la mentalidad colonial y se enorgullezca de sus propias raíces. Modi es un ferviente nacionalista y, como tal, ahonda en los referentes históricos propios. Además, es el primer líder indio que, tras la independencia, no procede de la élite occidentalizada del país.

Esta India emergente no olvida que entre 1750 y 1900, a causa de las políticas del Raj británico, su producción manufacturera pasó del 24,5 por ciento mundial a un escasísimo 1,7 por ciento15, que Londres propició la partición de la India para conservar un mayor control sobre las partes resultantes y tampoco olvida el racismo estructural del Imperio británico, que rechazaba como algo denigrante los matrimonios mixtos, en fuerte contraste con el mestizaje que practicaron las naciones ibéricas16.

Con estos antecedentes bien conocidos, la autoridad moral de las potencias occidentales queda muy debilitada y ya no cuenta con el respaldo de su abrumadora superioridad material, científica y organizativa17. Así, desde otras regiones del mundo se acusa de hipocresía a unas potencias que descalifican como decimonónicas actitudes que a ellas mismas las llevaron a su posición de bienestar y de poder actual, más aún cuando las naciones occidentales se presentan en muchas ocasiones como jueces de los comportamientos ajenos, algo que siempre resulta molesto para quien es objeto de reprobación y que no deja de exponer las contradicciones de aquel que desde un pedestal moral señala con el dedo a los demás18.

Hay, sin duda, apreciaciones justas en todo ello, pero también enfoques distorsionados. En muchos casos, los países del Sur global culpan a los Estados occidentales de sus propios fracasos —algo muy arraigado en la psicología humana— o cometen impunemente tropelías contra su propia población en nombre de sus singularidades culturales o geopolíticas; en otros, se quejan con bastante fundamento del doble rasero aplicado —muy en particular en el trato dado a los refugiados de otras guerras cuando proceden precisamente del Sur global— y se preguntan sobre la legitimidad de la invasión norteamericana de Irak en 2003, que careció del mandato de la ONU19.

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Asimismo, como indica Parag Khanna, en Asia se empieza a hablar de unos valores propiamente asiáticos, menos individualistas, con una mayor aceptación de la jerarquía y más conservadores en relación con el modelo de familia. Esta visión incipiente de los valores asiáticos se ha visto reforzada por los éxitos de los países más avanzados de la región durante la pandemia en relación con la superioridad de las cifras de mortalidad occidentales por cada 100 000 habitantes (figura 3): Estados Unidos, 321; Polonia, 310;
Reino Unido, 305; Italia, 292; España, 244; Francia, 239; Alemania, 180; Canadá, 118;
Corea del Sur, 55; Taiwán, 46; India, 38; Japón, 3520.

Ciertamente, en el seno de las sociedades asiáticas hay división de opiniones en relación con Occidente y hay importantes sectores muy occidentalizados o favorables a tales planteamientos, lo que está produciendo una creciente polarización entre las posiciones más o menos favorables al modelo de sociedad occidental y a sus designios geopolíticos de la región.

A río revuelto, ganancia de pescadores

En el contexto descrito y partiendo de la amplia red de relaciones e intereses que une a Rusia con el Sur global, el Kremlin está encontrando vías para redirigir sus flujos comerciales y para esquivar en parte las sanciones de Occidente. Ciertamente, las infraestructuras no se modifican de un día para otro y en particular redirigir las exportaciones de gas natural le llevará años, aunque la subida de los precios esté compensando a corto plazo la reducción de sus volúmenes de exportación tanto de gas como de petróleo —sin contar con los ingresos por las exportaciones encubiertas de petróleo ruso, que se han triplicado—21.

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Desde febrero de 2022, el Kremlin ha redoblado sus esfuerzos para proteger la economía del país, alejarla del dólar estadounidense y promover el rublo en el comercio internacional. Ya en 2014, Moscú, guiada por consideraciones geopolíticas y de seguridad, había iniciado un plan de desdolarización de Rusia. Así, entre 2013 y 2020 la participación del dólar en las exportaciones rusas cayó de casi el 80 por ciento al 55 por ciento (figura 4). El esfuerzo de desdolarización de la Federación Rusa coincide con la estrategia de China para debilitar el dominio del dólar estadounidense e internacionalizar su moneda. Siguiendo esta dinámica, el sistema financiero global está gravitando hacia la fragmentación y la multipolaridad monetaria. Está por ver cómo la situación terminará afectando a la capacidad de Rusia para escapar a las sanciones de Occidente y cuáles serán las consecuencias no deseadas sobre el sistema financiero mundial22.

Hay diversidad de opiniones sobre la capacidad del Kremlin para sobreponerse al efecto de las sanciones. De momento, según datos del FMI, las previsiones de contracción económica de Rusia para 2022 han pasado del -8,5 por ciento al inicio de la guerra al -6 por ciento en julio. No obstante, lo más probable es que la escalada de la que estamos siendo testigos tenga para Rusia efectos devastadores en el largo plazo.

Más de mil multinacionales han suprimido o reducido significativamente su relación con Rusia. El punto más débil de Moscú es tanto su enorme dependencia tecnológica de países europeos —como Alemania o Francia— como el embargo aplicado a los semiconductores. A la Federación Rusa le costará mucho contrarrestar este último y ya están sintiendo sus efectos en las operaciones militares.

Para reducir los costes que se están acumulando, el Kremlin ha recurrido a una combinación de medidas compensatorias económicas y represión política. El aumento en las tasas de interés del Banco Central y los controles de capital han ayudado a que el rublo haya pasado de una pronunciada caída inicial a su máximo en siete años a fines de junio. Los aumentos de las pensiones de jubilación y los rescates de empresas han ayudado a amortiguar los efectos en el ruso medio. La represión política sofocó la ola inicial de protestas internas. Los pocos oligarcas que se han atrevido a hablar han pagado un alto precio.

Es difícil evaluar lo que Rusia y Ucrania están dispuestas a sufrir en esta guerra. Estados Unidos sostendrá a Ucrania el tiempo que haga falta con el objetivo de que Rusia se desangre en el proceso. Probablemente, Putin tenga la esperanza de que el invierno juegue a su favor y de que el dominio energético le permita dividir a los países europeos y dañar la economía y la capacidad de combate ucranianas para dar un vuelco al resultado de la guerra. Una preocupación suplementaria para el Kremlin proviene tanto de la resistencia de una parte de la población rusa frente a la movilización forzosa como del comportamiento de algunas de las antiguas repúblicas soviéticas, que, al percibir la debilidad de la Federación Rusa, empiezan a desafiar su dictado.

«Las escaramuzas fronterizas entre Armenia y Azerbaiyán en el Cáucaso y entre Kirguistán y Tayikistán en Asia Central han dejado en evidencia el vacío de poder creado por la guerra en Ucrania en la periferia rusa, donde hasta hace poco no se movía una hoja sin el consentimiento del Kremlin»23.

Todo ello hace que el tiempo se esté volviendo en contra de los designios estratégicos de Putin. En cualquier caso, el grado de barbarie que esta guerra está generando tiende a empujar a las partes hacia un abismo desconocido. Mientras tanto, la capacidad del Kremlin para sostener la lucha y, sobre todo, para mantenerse como potencia cuando la contienda acabe estará muy condicionada por la pugna entre Occidente y Rusia para que el Sur global se alinee conforme a sus respectivos intereses estratégicos.

Conclusión

La invasión rusa de Ucrania ha degenerado en una devastadora guerra de desgaste con un futuro muy incierto y crecientemente peligroso. Ninguna de las partes parece dispuesta a hacer concesiones: Kiev no está dispuesta a ceder territorio a Rusia, Moscú ve en la derrota una amenaza existencial y Washington perdería su prestigio y liderazgo internacional si Putin no sufre un grave correctivo por la agresión militar a Ucrania.

Para doblegar a la Federación Rusa, Estados Unidos y sus aliados han puesto en marcha una serie de sanciones sin precedentes. Sin embargo, el Sur global —con el caso destacado de la India— no se ha alineado con Occidente en el deseado cerco económico, tecnológico y político a Rusia y ha proporcionado oxígeno al Kremlin tanto para el desarrollo de esta guerra como para la defensa de su estatus de potencia una vez que finalice.

Para los países del Sur global se trata de una guerra distante, que no es suya pero cuyas consecuencias están pagando igualmente. Su reacción responde tanto a intereses particulares como a la defensa de su autonomía y al resentimiento por el comportamiento de las potencias imperialistas en la era colonial, todo ello en un contexto global donde el declive de Occidente se intuye cada día más cercano.

De momento, el Kremlin está sobreviviendo a las sanciones y a la presión de Occidente en mejores condiciones de lo que se esperaba. Está por ver cómo acabará esta guerra, y son muchas las amenazas que se ciernen sobre la seguridad mundial. La pugna entre las potencias occidentales y Rusia para alinear a los países del Sur global con sus respectivas estrategias de amplio espectro podría llegar a ser una de las claves del desenlace.

José Pardo de Santayana*
Coronel de Artillería DEM Coordinador de Investigación del IEEE

Referencias:

1 SHAMBAUGH, David. International Relations of Asia (3.a ed.). Rowman & Littlefield, 2022.

2 FERGUSON, Niall. Civilization: The West and the Rest. Allen Lane, 2011.

3 PIQUÉ, Josep. «Macrotendencias en el mundo que nos viene», Política Exterior. 28 de julio de 2022. Disponible en: Macrotendencias en el mundo que nos viene | Política Exterior (politicaexterior.com)

4 MEARSHEIMER, John J. «Playing With Fire in Ukraine. The Underappreciated Risks of Catastrophic Escalation», Foreign Affairs. 17 de Agosto de 2022. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/ukraine/playing-fire-ukraine

5 SHAGINA, Maria. «Western Financial Warfare and Russia’s De-dollarization Strategy how Sanctions on Russia might reshape the Global Financial System» (Briefing Paper, n.o 339). FIIA, mayo de 2022. Disponible en: https://www.fiia.fi/wp-content/uploads/2022/05/bp339_western-financial-warfare-and- russias-de-dollarization-strategy.pdf

6 JENTLESON, Bruce W. «Who’s Winning the Sanctions War?», Foreign Policy. 18 de agosto de 2022. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2022/08/18/russia-ukraine-war-economy-sanctions-putin/

7 FIX, Liana y KIMMAGE, Michael. «Putin’s Next Move in Ukraine. Mobilize, Retreat, or Something in Between?», Foreign Affairs. 16 de septiembre de 2022. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/ukraine/putins-next-move-ukraine

8 MULDER, Nicolas. «The Collateral Damage of a Long Economic War. Sanctions Have Hurt But Not Felled Russia—and Are Harming the Global South», Foreign Affairs. 26 de septiembre de 2022. Disponible en: https://www.foreignaffairs.com/russian-federation/collateral-damage-long-economic-war

9 DACOBA CERVIÑO, Francisco José. «Ucrania: ni guerra relámpago, ni paz duradera» (Documento de Análisis,       n.o    51). IEEE, 13 de julio de 2022. Disponible en: https://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2022/DIEEEA51_2022_FRADAC_Ucrania.pdf

10 HOLBIG, Hieke. «War in Ukraine and the Global South: Perceptions, reactions and Implications», GIGA Forum. 17 de mayo de 2022. Disponible en: https://www.giga-hamburg.de/en/events/giga-forum/war- ukraine-global-south-perceptions-reactions-implications

11 JENTLESON, Bruce W. Op. cit.

12 SIPRI Report 2021.

13 RIDAO, José María. «India y el mundo», Política Exterior, n.o 208. 1 de julio de 2022. Disponible en: https://www.politicaexterior.com/articulo/india-y-el-mundo/

14 BORDOFF, Jason y O’SULLIVAN, Megan L. Op. cit.

15 PAUL, T. V. «India’s Role in Asia», en David SHAMBAUGH (ed.), International Relations of Asia (3.a ed.). Rowman & Littlefield, 2022, p. 164.

16 GULLO, Marcelo. Madre patria. Espasa, 2021.

17 MAHBUBANI, Kishore. The Asian 21st Century. Springer, 2022.

18 STUBB, Alexander. «Understanding the War in Ukraine (11) – West and the Rest». Disponible en: Understanding the War in Ukraine (11) - West and the Rest - YouTube

19 STUBB, Alexander. Op. cit.

20 JOHNS HOPKINS UNIVERSITY, CORONAVIRUS RESOURCE CENTER. «Mortality in the most affected countries». Disponible en: Mortality Analyses - Johns Hopkins Coronavirus Resource Center (jhu.edu) [consulta: 19/4/2022].

21 JENTLESON, Bruce W. Op. cit.

22 SHAGINA, Maria. Op. cit.

23 «Rusia pierde el control de su periferia», Informe Semanal de Política Exterior, n.º 1293. 3 de octubre de 2022.

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