Era su primer poemario. Tenía 24 años y los mismos sueños que aquellos otros jóvenes de la generación del 27 a los que tanto había leído. Él también había dejado su Córdoba natal para conquistar la capital española y paseaba sus inquietudes y deseos por los jardines de la Residencia de Estudiantes donde había sido becado. No le faltaban fuerzas, ni imaginación ni tampoco las ganas, a lo que se unía una sensibilidad profunda que le guiaba por la necesidad de saber, de indagar, de esa búsqueda constante. Y llegó la gran noticia: ese primer poemario al que puso por nombre "Una interpretación" recibía nada menos que el Premio de Poesía Adonáis. Era la edición 55. El autor, Joaquín Pérez Azaústre.
Desde aquel entonces han pasado 20 años, y qué mejor para celebrar este aniversario que la reedición de la obra. La editora de Esdrújula Editores, Mariana Lozano Ortiz, no lo dudó ni un segundo. Y así, dos décadas después, aparece de nuevo con su imagen en la cubierta, ilustración de José Luis Pajares, prólogo de Pere Ginferrer y esos profundos poemas que empiezan con "Una hermosa muchacha despierta en 1939 tras un largo sueño", y a los que no ha cambiado ni una coma, asegura Pérez Azaústre, aunque sí añade a estas páginas dos hermosos epílogos de las poetas Raquel Lanceros y Ana Castro. "Quería que tuviera algo especial, me interesaba que hubiera esa triada de generaciones, tres poetas a los que admiro una barbaridad".
"Una interpretación, como el resto de sus poemarios, no es un mero recopilatorio de poemas, sino que se presenta como un viaje. Tras él, una historia propia late con el pulso de su voz poética tremendamente vitalista que es inherente a Joaquín y a su poesía y por eso con él, ya sea en Madrid, París o en la corte de Camelot, la fiesta no acaba nunca", escribe Ana Castro en este libro. Y tiene mucha razón.
El Café Libertad 8, ese mítico espacio madrileño donde se respira la palabra cantada y recitada en cada rincón, fue el escenario escogido para recordar ese pasado que hoy vuelve a ser presente, para reflexionar sobre qué ha sucedido en esos 20 años, nada más y nada menos, en los que Pérez Azaústre afirma que "en este tiempo ha pasado la vida". Un camino en el que ha ido avanzando, escribiendo sus poemas y novelas, pero también su historia personal, todo con sus alegrías y tristezas, sus curvas y sus rectas, y "que no ha sido malo", por eso, quizá, desde la serenidad, afirma que está en paz y "que ahora se trata de seguir construyendo".
Una vida que le fue abriendo las puertas en este apasionante mundo literario y que le trajo nuevos premios como el Loewe, primero el Creación Joven en el 2006 por “El jersey Rojo”, y en el 2011 por “Las Ollerías” o también el Premio Internacional Jaime Gil de Biedma en el 2013 por “Vida y leyenda del jinete eléctrico”. Poemario, este último, que entusiasmó al músico Alberto Ballesteros. Y ahí empezó otro proyecto, un sueño cumplido, un nuevo disco. Y en el 2018 sacaba "La canción del jinete eléctrico", donde las voces de ambos se unen, donde la música acaricia los versos del poeta para llegar al corazón de los lectores, de los oyentes.
No fue casualidad entonces que en esta presentación hubiera en el escenario un invitado de honor, que también está de celebración pues acaba de sacar “La fiesta en paz”, 9 canciones "prepandémicas", dice Ballesteros, que "hablan de casi todo lo que no ha existido estos últimos años".
Pero antes de recitar, de atreverse a cantar ante una invitación traicionera y divertida, Pérez Azaústre, que días antes del confinamiento recogía su último premio por su también última novela “Atocha 55”, contaba la sensación que le había causado la relectura de “Una interpretación”: "Fue una grata sorpresa sentir que me sigo reconociendo en este libro". Quizá porque está lleno de emociones, de sentimientos, de la tristeza de un tiempo horroroso vivido en esta España, de la necesidad de la luz y el color, de una estructura, de esos recuerdos de juventud, de ese viaje... el de la propia vida, que regresa, en ocasiones, sin proponérselo, a esas sendas ya andadas para reencontrar, para descubrir otras... Qué continúe ese trayecto, qué nos invite a seguirlo, que nunca acabe el viaje...
"Como una revelación, el poeta en plena juventud fue capaz de conectar con la emoción desnuda, con el sentido eterno, con la memoria de la literatura para regalarnos versos diáfanos, sabios, transparentes que parecían manar como un prodigio desde lo más recóndito del corazón humano". Son palabras de Raquel Lanceros en su epílogo que bien pueden resumir lo vivido en Libertad 8. Sentimiento.
Y entonces sí, tras las palabras llegaron la música y los versos: Has contado despacio/las ruinas que quedaron/de tu casa de mármol tras el fuego. Así comenzaba Pérez Azaústre, con esa evocación a una guerra civil que no termina de cerrar heridas, para luego volver a caminar, junto a su amigo José Luis Rey, por las madrileñas calles de su juventud hasta la "Parada de la calle Velintoria", esa casa de Aleixandre "llena de fantasmas maravillosos", recordarnos que su pasión es el cine y evocar a Rita Hayworth, "que fue la causa de que mi madre me dejara acostarme más tarde", con su soledad y ternura, o llevarnos a la ciudad del amor con el poema "Que me entierren en París", versos, como dice Ana Castro, que nos muestra al poeta que, pese a todo, evoca la luz.
Que no me llore nadie./Y que rieguen mi nombre con champán. Que nunca acabe esta fiesta./Que me entierren en París.