Tras la salida de las tropas internacionales de territorio afgano ahora hay un reposicionamiento de grandes potencias en el concierto internacional

La Isla Mundo, el Rimland y su valor en el siglo XXI: algunas consideraciones sobre Afganistán

photo_camera AP/ZABI KARIMI - En esta foto de archivo del 15 de agosto de 2021, combatientes talibanes toman el control del palacio presidencial afgano tras la huida del presidente Ashraf Ghani, en Kabul, Afganistán. Con la salida de Estados Unidos de Afganistán, China ha visto realizadas sus esperanzas de reducir la influencia de un rival geopolítico en lo que considera su patio trasero.

Estados Unidos salió de Afganistán y se centra en el área Asia-Pacífico.

El valor de Afganistán reside, más que en la abundancia de recursos, en su situación geográfica, de ahí que los grandes imperios contemporáneos tratasen de atraerlo a sus esferas de influencia desde el siglo XIX, con resultado desigual. Afganistán fue el centro alrededor del que giró gran parte, quizá la más importante de la acción colonial anglo rusa en Asia central. Para Rusia representaba la expansión lógica de sus intereses económicos hacia el sur del continente y el Hindostán. Para el Imperio Británico, la posibilidad de crear un Estado tapón, bajo su control, entre Rusia y la India, y posibilitar de esta manera su dominio de la Isla Mundo teorizada por McKinder en 1905. Asia central como nexo entre Oriente, Asia y Europa, la convirtió desde un punto de vista teórico, en la región más importante de Asia. Hasta 1917, la mayor parte de la región fue objetivo de la expansión colonial rusa, ocupándose grandes extensiones de territorio sustentadas en la ocupación militar y en la implementación de medidas políticas que posibilitasen la integración de esos territorios dentro de Rusia. La creación de la provincia de Ferganá dentro del Turquestán ruso inició el antagonismo entre Londres y San Petersburgo en la región. La Gobernación General del Turquestán fue resultado de la ocupación militar y colonización de la región. Alrededor de esta, extendió el Imperio Ruso su acción diplomática, más interesados en atraer a los kanatos regionales bajo su influencia y establecer protectorados propiciando la expansión y el dominio comercial ruso sin enfrentarse directamente con los británicos. Londres entendió la expansión rusa como una amenaza a la India y una amenaza a su dominio sobre la región.

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Ambos imperios vieron en la región que comprende el actual Afganistán, la clave de sus respectivas políticas de expansión regional y contención del adversario. El Imperio Británico ya intentó antes de la guerra de Crimea ocupar Afganistán, como intento de limitar la expansión rusa, dando lugar a la primera Guerra Anglo-Afgana, la derrota del imperio, y la retirada de Kabul, uno de los episodios más definitorios del carácter afgano que ha perdurado hasta hoy. La guerra con Rusia en Crimea propició el tratado de Peshawar, que posibilitó una paz con Afganistán que solo se vio alterada por un enfrentamiento entre facciones.

Mientras Rusia seguía extendiendo su influencia política y ocupando pequeñas porciones de territorio desde el norte, Gran Bretaña invadía de nuevo Afganistán, ocupaba Kabul e imponía sus condiciones al emir por el tratado de Gandamark.

En los años finales del XIX, tras encontrarse al borde del enfrentamiento por el avance ruso hacia Persia, ambas potencias convergen en la necesidad de llegar a acuerdos que propicien el reparto de la región entre sus correspondientes esferas de influencia. Rusia mantendrá el control del territorio del norte del actual Afganistán e iguales derechos comerciales que los ingleses, reconocía el control político del Imperio Británico en el resto de la región, convirtiendo el emirato afgano en un protectorado británico de facto.

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En este punto se produce un hecho de relativa trascendencia, cuyas consecuencias subyacen a día de hoy. El trazado de la línea Durand, que separa Afganistán del norte de la India, el futuro Pakistán, cortando el Pastunistán del grueso de las zonas de mayoría pastún que quedaron dentro de Afganistán.

Aún habría de darse un breve enfrentamiento en 1919, entre británicos y afganos, cuando el emir Amanullah avanzó hacia la India a través del Khiber. La derrota de los afganos provocó una situación paradójica, ya que, a partir de la firma del armisticio, los británicos dejaron de intervenir en los asuntos afganos

Como vemos, podríamos considerar que, Afganistán es la plasmación de que la historia es cíclica, y de cómo tendemos a cometer los mismos errores cometidos por aquellos que nos precedieron. La evacuación en helicóptero del personal de la Embajada de EEUU en Kabul tras la entrada de los talibanes en la ciudad nos retrotrae, lejos de las tan manoseadas comparaciones con Saigón en 1975, y algo menos, con Teherán en 1979, a la retirada británica de Kabul en 1842. Afganistán se ha convertido a lo largo de la historia en un ‘cul de sac’ para las potencias que han tratado de intervenir en el país, siendo preferible adoptar una estrategia de no intervenir si los otros no intervienen.

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Este breve apunte histórico, situado en un contexto concreto, sirve para ilustrar de manera somera, la importancia relativa de Afganistán en la geopolítica contemporánea más allá de la Guerra Fría. Demostrando que, además, la historia se desarrolla en un ‘continuum’ donde todo es producto de una concatenación de hechos y decisiones sin aparente importancia, que muchas veces pasan desapercibidos, pero que son decisivas en las consecuencias finales derivadas de un determinado hecho.

El emirato y posteriormente reino de Afganistán, mantuvo un perfil bajo en el contexto internacional hasta las últimas décadas del siglo XX. Seguía manteniendo una cierta importancia geoestratégica, constituyendo parte de lo que hoy denominaríamos el patio trasero de la URSS, cuya importancia se tornó relativa dado el realineamiento de Persia con Estados Unidos desde 1953 y el creciente antagonismo entre la URSS y China. Moscú, sin intervenir de manera directa, hizo de su vecino uno de los principales receptores de ayuda soviética a partir de 1945.

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Tres golpes de Estado y la intervención soviética marcan la década de los 70. En el 73 Daud Khan, ex primer ministro da un golpe que derroca a su primo el rey -sha-, Mohammed Zahir. Adopta la tradicional actitud afgana de mantener un complejo equilibrio entre las potencias contendientes. Trata de implementar reformas económicas de corte liberal mientras acepta ayuda soviética y forma en la URSS a los oficiales que comandan el Ejército. Es depuesto y fusilado en 1978 tras el golpe ejecutado por parte de estos mismos oficiales. El motivo es la represión contra militantes comunistas por parte del Gobierno de Daud. El país se alinea definitivamente con las tesis soviéticas. El nuevo hombre fuerte es Nur Mohamed Taraki líder de la facción pastún del Partico Comunista. Taraki trata de implementar medidas económicas y sociales en una sociedad mayoritariamente rural, con estructuras sociales extremadamente tradicionales, cuyo núcleo básico es la familia, donde imperan leyes consuetudinarias mediatizadas por elementos religioso y étnicos. Estas reformas se imponen la mayoría de las veces mediante el uso de la fuerza, ya que el marxismo era una ideología contraria a la religión que implicaba practicas sociales incompatibles con su modo de vida.

A comienzos de 1979 se organizan los primeros grupos de muyahidines, opositores al centralismo del Gobierno, sustentados por el elemento religioso como base ideológica frente al marxismo, dando comienzo a una guerra civil. Estos grupos se alimentan de las deserciones masivas en el seno del Ejército, alrededor de la mitad del Ejército deserta o se une a los muyahidines a lo largo de 1979. En septiembre Taraki es depuesto por un golpe encabezado por el primer ministro Amin, la primera medida, ejecutar a Taraki, la segunda, solicitar abiertamente la intervención soviética.

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A pesar del debate dentro del Gobierno de la URSS y de las posiciones encontradas entre los defensores de la ayuda a un país amigo, los que consideraban la irrelevancia de Afganistán, y la oposición de parte del Ejército, en diciembre de 1979 la URSS intervino. Accedía a la demanda de ayuda del Gobierno socialista afgano, inmerso en una guerra civil, a la que, de la misma manera que ocurre en este momento, no se encontraba una solución viable. En menos de dos semanas el presidente Amin es depuesto, unidades soviéticas ocupan los principales núcleos de población del país tomando el control de instalaciones militares y de las escasas infraestructuras existentes en el país.  Se trató de una intervención limitada con la intención de aupar al candidato de Moscú, Karmal y estabilizar el país. La intervención, tal y como habían expresado algunos altos mandos del Ejército, fue un error, que pronto se revelaría como un cenagal del que resultaría muy complejo salir. Durante los 8 años de intervención, la gran mayoría de medios militares desplegados se emplearon en la defensa de ciudades, infraestructuras e instalaciones militares. Las operaciones ofensivas se realizaron con medios específicos y en contextos muy determinados, como operaciones contra bases o grupos insurgentes. La mayor parte de las unidades empleadas en la defensa del territorio eran de baja calidad, compuestas por reemplazos procedentes de las Repúblicas asiáticas, con periodos de servicio de dos años. Fuerzas especiales y medios aéreos fueron empleados exclusivamente en labores ofensivas.

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Afganistán en este momento representaba un potencial punto de desestabilización de la URSS, desde el que EEUU, tarde y mal trató de extrapolar, casi cuatro décadas más tarde, las lecciones aprendidas en Vietnam, a un territorio y en un conflicto que presentaba notables diferencias, pero también paralelismos interesantes, una oportunidad de golpear decisivamente, de manera indirecta a Moscú. Desde 1985 el apoyo de EEUU a la insurgencia, creando una sólida estructura para canalizar el apoyo económico y militar a través de Pakistán, complicó aún más la situación para las tropas soviéticas, aumentando el número de opositores a la intervención dentro de la URSS. Pakistán desde el 79 comenzó a apoyar a los partidos religiosos afganos, principalmente Jamiat I Islami de Burhannudin Rabbani, tayiko, de manera que contrarrestase a la mayoría pastún. Pakistán se manejó con pies de plomo a la hora de alimentar las inquietudes de los pastunes, básicamente, porque una de sus demandas, con la que jugaron siempre aliados y enemigos, era la supresión de la línea Durand y la reunificación del Pastunistán en una sola nación.

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Contiguo al Pastunistán, el valle del Panjshir constituyó la base y feudo de los tayikos de Ahmad Sha Massud, desde donde dirigió la guerra contra soviéticos y hasta su muerte en 2001, contra las milicias talibán. Massud fue el principal líder insurgente al que se enfrentaron las tropas soviéticas, llegando a controlar desde el valle del Panjshir la Ring Road o el acceso a las vías de retirada del Ejército soviético hacia la URSS. Sin embargo, Massud no fue el principal receptor de la ayuda de EEUU, la gestión paquistaní favoreció más a las organizaciones donde el componente religioso pesaba más que el étnico, como la facción de Rabbani o los pastunes de Gulbuddin Hekmatyar. La insurgencia siempre resultó más efectiva en las zonas rurales, donde su influencia era mayor, multiplicando su efectividad con la llegada de material moderno de EEUU y financiación tanto americana como de Arabia Saudí, más interesados en el proselitismo religioso que en procurar una solución lo menos traumática posible al cenagal afgano. EEUU invirtió en combatir a la URSS en Afganistán alrededor de 5 billones de dólares.

En 1986 Mohammed Najibullah sustituye como presidente a Karmal, ha de enfrentarse al anuncio de la retirada soviética y a la reestructuración del Ejército. Najibullah es el hombre de Moscú en Kabul, exiliado en la URSS hasta 1979, dirige el servicio de inteligencia de la República Democrática de Afganistán de 1980 a 1986.

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En 1988 las tropas soviéticas se retiran, aunque se mantiene el apoyo económico y material a Najibullah. El colapso y descomposición de la URSS a partir de 1990, paraliza el apoyo soviético, el Gobierno de Najibullah sobrevive hasta febrero de 1992, cuando cae Kabul ante las milicias insurgentes.

Estamos ante el punto de inflexión de la historia reciente de Afganistán. Junto a la caída del Gobierno socialista, se recrudece el enfrentamiento civil entre las facciones opositoras. Los acuerdos de Peshawar firmados entre las diferentes organizaciones de muyahidines otorgaron la Presidencia al tayiko Rabbani, que apoyado en Massud, tayiko también y hasta el 94 en Dostum, uzbeko, se enfrentaron con los pastunes de Hekmatyar que no aceptaron el dominio tayiko sancionado en los acuerdos.

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Circunscrito a un conflicto civil en un área irrelevante en el contexto internacional de mediados de los 90, sin apoyo económico exterior, salvo los vaivenes de Pakistán, que surfea entre las facciones afganas, es cuando comienza la producción y exportación de opio a través de Pakistán como medio de financiar la guerra por parte de las organizaciones enfrentadas. Es a mediados de esta década, en el 94, cuando surge un nuevo actor en el entramado político y social afgano, los talibanes. El movimiento de los estudiantes estaba conformado por pastunes procedentes de campos de refugiados localizados al otro lado de la línea Durand, que durante la intervención soviética al mantenerse relativamente alejados del conflicto, canalizaron el apoyo económico. Principalmente saudí, en la formación religiosa de sus miembros en escuelas coránicas en Pakistán. A mediados del 94 los estudiantes, taalib, como se los conoce, financiados por Islamabad, forman unidades armadas, y realizan las primeras intervenciones en Afganistán. Un año más tarde, principios de 1995, liderados por el mullah Omar, el movimiento talibán, que alimenta sus filas gracias al prestigio que otorgan sus logros militares, se encuentra en disposición de tomar Kabul. La capital cae en 1996, logrando con la toma de Kabul una unificación relativa del país. Entre otros factores, la represión y la adopción de una versión rigorista de la ley islámica, que es vista como una imposición ajena a los usos y costumbres predominantes en la sociedad afgana, empujan a la oposición a tratar de cohesionarse en una frágil alianza denominada Frente Nacional Islámico Unido de Afganistán, más conocido como Alianza del Norte, que incluye tanto a tayikos y uzbekos como a hazaras.

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Los talibanes reciben financiación de Pakistán, Arabia Saudí, que se hace cargo de la mitad de la factura y de la financiación directa de las escuelas coránicas, y EAU, siendo los tres primeros Gobiernos que reconocen en el 96 al Gobierno liderado por el mulá Omar, así como de donantes privados, como Osama Bin Laden, al que protegen y dan refugio, junto con su organización. La responsabilidad de Al-Qaeda, la organización liderada por Bin Laden, en los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU es la causa esgrimida para la intervención en Afganistán en 2001 por parte de la coalición internacional liderada por el gigante norteamericano, que ahora se retira. 

De nuevo, este, extenso apunte sobre la historia reciente de Afganistán nos sirve para entender que Afganistán nunca, a lo largo de su historia, ha logrado conformar un Estado, en términos modernos, careciendo, a grandes rasgos, de un corpus legislativo y una burocracia o sistema administrativo y un sistema económico sujeto a unas dinámicas y regulaciones comunes. Afganistán es un país sujeto a lógicas, sectarias, étnicas y relaciones clientelares de tipo local o regional. Asistimos a la descomposición de un país, sustentado artificialmente durante 20 años por la potencia económica y militar de EEUU, que no ha dejado de resultar en la imposición de un sistema político ajeno a las características propias que conforman la identidad afgana, traducido en la ausencia de control real del Estado sobre el 80% del territorio y cerca de un 75% de la población.

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Para el Gobierno de EEUU la intervención en Afganistán supuso facilitar un objetivo a una sociedad que, en parte, reclamaba venganza tras los atentados del 11 de septiembre. De cara al exterior, se esgrimió el factor político y de estabilización, como parte de una operación de seguridad, para contar con el apoyo de Naciones Unidas y la OTAN, a pesar de tener la certeza de estar ante la praxis de un modelo erróneo. Un modelo que tras Afganistán se aplicó con mayor virulencia en Irak, esta vez sin apoyo de Naciones Unidas, ya que, si en Afganistán la intervención no implicó la destrucción del Estado, este era inexistente, en Irak se procedió a la voladura descontrolada de las estructuras del Estado, manifestándose la oposición armada antes y con consecuencias más traumáticas, debido a la confluencia de factores tanto endógenos como exógenos, lo erróneo del modelo aplicado por EEUU. En términos estratégicos, permitió a Washington establecer un punto de control avanzado sobre Pakistán y Rusia, dándose de nuevo el paradigma de tropas americanas desplegadas en un territorio fronterizo con Rusia, con la particularidad de ser, como vimos, parte del patio trasero de Moscú. Incluso, pudo servir para desplegar tropas en los límites de Irán y China, en un momento, a comienzos de siglo XXI, expansivo de la política exterior y de defensa de EEUU.

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Es probable que el hastío generado en una sociedad tradicionalmente aislacionista como la de EEUU, al respecto de un conflicto excepcionalmente largo, alrededor del cual surgieron otros nuevos, e incluso el advenimiento de Rusia y China como principales antagonistas de EEUU hayan pesado demasiado para llegar a una solución que siempre se supo, no iba a terminar bien. Desde 2014 la situación venía degradándose en Afganistán a un ritmo proporcional a la retirada de tropas y financiación por parte de EEUU y sus aliados. Es entonces cuando se muestran con más claridad la debilidad estructural del sistema afgano.

Afganistán posee un territorio de alrededor de 655.000 km² con frontera con Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, exrepúblicas soviéticas, al norte, al noreste con China, e India, Pakistán al este y sur y al oeste con Irán. Se trata de un territorio eminentemente montañoso, de profundos valles, con alturas que llegan hasta los 7.000 metros y pocas llanuras, destacando las de las zonas central y norte del país. Son estas zonas las que tradicionalmente han concentrado la mayor parte de los núcleos de población más importantes alrededor de las áreas cultivables y de los escasos núcleos industriales e infraestructuras del país. Sin sistemas de transportes de masas, durante los 70 y 80 la única infraestructura de transporte destacable fue la denominada Ring Road, una autopista radial que, rodeando Kabul se extendía hacia el resto de las capitales provinciales del país.

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Es una sociedad multiétnica, mayoritariamente rural y musulmana, donde la religión tiene un peso decisivo en una sociedad dominada por estructuras sociales muy básicas, teniendo como núcleos principales la familia y el clan, ampliándose hacia estructuras de tipo local y regional. El Qwam determinaría el elemento aglutinador entre estas unidades sociales menores, mediante relaciones de solidaridad, clientelares o parentesco. De esta manera, la sociedad estructurada en torno a los Qwam establece relaciones tanto de solidaridad como de competencia interna pero también, aspecto este que determinaría el denominado carácter afgano, de competencia entre los diferentes Qwam. Finalmente, los Qwam se organizan en torno a unidades religiosas o étnicas, determinando estas en último lugar las relaciones de solidaridad o competencia por la supremacía política en el país. Entre finales de los 70 y principios de los 90, la población rural era de aproximadamente el 90%. Hacia 2017, se habían reducido los niveles de población rural hasta situarla en un 73-75% de la población total del país, aumentando por tanto los flujos migratorios campo ciudad. La demografía en Afganistán se dispara desde la década de los 60, pasando, según datos del Banco Mundial, de una población de 8 millones de habitantes a en 1960 a cerca de 40 millones en 2020, con una esperanza de vida media de casi 65 años para los hombres y de 66 para las mujeres.

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El elemento étnico establece un nuevo factor de complejidad en la ecuación afgana. Los pastunes son el grupo étnico mayoritario en el país, divididos entre Afganistán y Pakistán por la línea Durand. Tayikos, uzbekos y hazaras, estos últimos chiíes, son los principales grupos étnicos del país, por debajo existen grupos minoritarios, con un peso específico relativo dentro de la sociedad afgana, como turcomanos. El elemento religioso, es el único de los factores que determinan la composición de la sociedad afgana que es relativamente homogéneo. En un 99% se trata de una sociedad musulmana con un 85% de sunitas y un 15 % de chiíes. A finales de los 70 el elemento fundamentalista dentro de la sociedad afgana era minoritario. Este se dispara con la aparición de partidos y organizaciones islámicas financiados por terceros actores, como Pakistán, interesados en exaltar el factor religioso dentro del país por encima de factores políticos y como principal elemento aglutinador de las fuerzas opositoras a la intervención soviética.

Esta complejidad social unida al escaso desarrollo sociopolítico del país, tanto a nivel económico como en infraestructuras, ha conformado hasta hoy, una sociedad muy fragmentada, enfrentada por múltiples cuestiones y donde influyen una enorme cantidad de factores, y sobre la cual, la influencia y la proyección del poder central es y ha sido relativa. Esta, en la mayoría de los casos ha respondido a tres factores, relaciones clientelares o de solidaridad entre quienes detentaban el poder en Kabul y sus clientes o parientes, relaciones determinadas por la entrega de subsidios o favores a cambio de apoyo, clientelismo y en último término, sometimiento por la fuerza, lo que, debido a la sólida implantación de la venganza como medio para solucionar conflictos en la sociedad afgana, generaba a su vez nuevos conflictos y no un sometimiento real. La Loya Yirga, la gran asamblea de los pastunes fue el órgano de decisión, abierto a todos los grupos étnicos del país, adoptado para tomar decisiones por consenso, sobre cuestiones relevantes que afectaban a todo el territorio de Afganistán y como medio para resolver conflictos entre grupos enfrentados.

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El factor religioso, siendo importante como base ideológica frente a la intervención soviética, posteriormente no lo fue, ni es hoy, más importante que cualquiera de los otros factores que influyen en la sociedad afgana, pero como vemos con el movimiento de los estudiantes, si es el factor alrededor del que se han organizado un mayor número de personas, en su mayoría de etnia pastún.

A finales de los 70 la tasa de alfabetización de Afganistán era del 10% de la población, que se concentraba en las ciudades. En las áreas rurales la tasa de alfabetización no llegaba al 1% de la población. La educación, fue sobre el papel una de las prioridades de EEUU y sus aliados a la hora de estructurar el nuevo estado afgano, inversión en este campo, lastrada, por los niveles de corrupción a nivel regional y local.  Aquí, también entran en juego tanto los factores culturales afganos, que han limitado el impacto de iniciativas en campos como educación han tenido en zonas rurales, como la corrupción generada por los intereses económicos y políticos de las potencias ocupantes.

A nivel económico, obviando la producción de opio, Afganistán dispone de recursos minerales, que han concentrado la mayor parte de las inversiones en el país, siendo China uno de los países inversores más interesados debido a la alta concentración de las denominadas tierras raras en Afganistán. Estos recursos, según algunos medios internacionales se han cuantificado en alrededor de un trillón de dólares.

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De la misma manera que ocurrió durante la intervención soviética, la sociedad y el Gobierno afgano, se han resistido a las reformas económicas que se trataron de implementar en el país desde 2001. Parte debido a la resistencia al cambio inherente al sistema social afgano parte, parte, o como parte de este, debido a la corrupción.

De este modo, la economía también se ha resentido de manera notable con la retirada de EEUU y sus aliados del país. En 2017 las donaciones representaban casi el 70% de los presupuestos del Estado, los altos niveles de corrupción, la situación política y de seguridad, hicieron que las inversiones se redujesen de manera perceptible, aumentando los niveles de desempleo en las ciudades, y que afectaron principalmente a los flujos migratorios campo-ciudad. Estos factores, dieron impulso, de nuevo a la producción de opio y al desarrollo de redes de comercialización. Este sistema económico, que resurge alrededor del opio, proporcionaría los verdaderos niveles económicos y de PIB del país, que a medios de los 90 proporcionaban alrededor del 80% de este indicador y que según Turkish Policy Quarterly alcanzó su máxima producción durante los últimos 20 años, con una superficie cultivada de 328.000 hectáreas por un valor de 400 millones de dólares, proporcionando alrededor de 600.000 puestos de trabajo.

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Las elecciones de finales de 2014 trataron de legitimar, mediante un proceso democrático el liderazgo de Ashraf Ghani. El candidato tayiko y líder del Consejo de Reconciliación Nacional de Afganistán, Abdullah Abdullah, una figura de prestigio entre estos sería su principal adversario. La segunda vuelta de las elecciones fue un despropósito marcado por, la ausencia de poder estatal fuera de las grandes ciudades y sus zonas de influencia y por la endémica situación de corrupción en el país. La solución pactada por ambos candidatos, antes de llegar a un enfrentamiento militar que, hubiese adelantado en varios años la situación a la que hoy asistimos, fue el reparto de los cargos a cambio de no hacer públicos los resultados electorales. Ghani, representante de pastunes y uzbekos como presunto ganador de las elecciones es nombrado presidente y Abdullah, representante de tayikos y hazaras, primer ministro. Ghani es percibido fuera de Afganistán como una figura corrupta en mayor medida de lo que fue Karzai, al que EEUU dio una capa de prestigio de la que Ghani carece.

Esta perenne situación de disputa y corrupción se reflejó e influyó en la degradación de la situación política en el país, deslegitimando los llamamientos a la unidad lanzados desde el gobierno.

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La débil estructura estatal necesitada de financiación era víctima de las dudas que la corrupción generaba en los donantes que sostenían el Estado con los fondos aportados y de un acuerdo político cogido con pinzas en el que la rivalidad entre presidente y primer ministro era permanente. Con las principales partidas presupuestarias del gobierno auditadas, en un intento de atajar la corrupción, la principal objetivo teórico de las potencias occidentales en Afganistán para conseguir la estabilización sociopolítica era un logro que se veía cada vez más alejado.

En este escenario la situación de seguridad se degradó con rapidez. Las fuerzas armadas afganas, ANDSF, sustentadas por la potencia económica y militar de EEUU, y por la misión ISAF, sancionada por las Naciones Unidas por la resolución 1386/2001, también comenzaron a dar muestras de debilidad estructural con la retirada de esta misión en diciembre de 2014. A pesar de esto, se cumplieron los plazos establecidos para la creación de unas fuerzas armadas y de seguridad en condiciones de hacer frente a la insurgencia, a la que hasta ese momento habían hecho frente la ISAF y EEUU, completando el proceso de formación, instrucción y equipamiento necesarios para asumir el control de las operaciones. Incluso, ejecutaron algunas operaciones complejas contra la insurgencia con éxito. Ahora sabemos que las ANDSF estaba lejos de ser operativas sin el apoyo de EEUU y la ISAF, por lo que en un contexto político altamente volátil y con unas fuerzas de seguridad dependientes de las potencias que, comenzaban a retirarse, el desenlace que se ha producido a lo largo del pasado mes de agosto era totalmente previsible. Más si cabe, cuando teniendo la certeza de la debilidad estructural en todos los niveles del Estado que se trataba de conformar, parece que no se pusieron los medios adecuados para reforzarlo. Estos medios siempre pasaron por la mediación entre las facciones enfrentadas dentro del gobierno y por la mediación en forma de conversaciones de paz con los insurgentes. La insurgencia, no es un ente abstracto que empieza y termina en los talibanes, incluyen algunas organizaciones religiosas afines a los estudiantes, como la tan nombrada este último mes Red Haqqani, los talibanes paquistaníes, el Movimiento Islámico de Uzbekistán o el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental. Los acuerdos entre EEUU y los talibanes pasaban por la retirada gradual del ejército de EEUU y sus aliados, marcando como fecha límite para la retirada abril de este año, prorrogado hasta mayo al constatarse la imposibilidad de completar la retirada antes del final de abril.

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A mediados de 2017, los talibanes ya controlaban alrededor de la mitad del territorio de Afganistán, ralentizados únicamente por la presencia de tropas extranjeras, pero con el apoyo de parte de la población afgana que prefería una paz imperfecta bajo los talibanes a las que entienden como imposiciones extranjeras y la corrupción del gobierno de Kabul.

Sin el apoyo de EEUU y sus aliados, las ANDSF se han desmovilizado ante la primera ofensiva de envergadura de los talibanes. Washington era consciente de que, al finalizar la retirada de las tropas, el vació de poder lo iban a ocupar los talibanes, como lo demuestra la intención del presidente Biden en marzo de este año de negociar con ellos, el mantener unidades antiterroristas en el país tras la retirada de EEUU, cuando la milicia religiosa controlaba alrededor de un 70% del territorio afgano. También eran conscientes de que la retirada implicaría, ante un escenario de creciente inseguridad, la retirada de las organizaciones civiles extranjeras que operaban en el país, así como las inversiones y donaciones, hasta provocar el colapso total del gobierno de Kabul, como así ha ocurrido. Los talibanes han demostrado ser más eficaces que sus antagonistas y en una semana fueron capaces de tomar Kabul y forzar al gobierno a negociar una transición lo menos traumática posible dadas las circunstancias. Con el presidente Ghani huido, todo quedó en manos de Abdullah Abdullah, Gulbuddin Hekmatyar y el expresidente Hamid Karzai, El Panjshir fue en las últimas semanas de agosto el refugio de los restos del gobierno Ghani, donde el vicepresidente Saleh, en un intento de retener la legitimidad del gobierno, se autoproclamó presidente. La caída del valle durante las primeras semanas de septiembre reforzó, por lo simbólico, la legitimidad del nuevo poder en Kabul. Ni el Panjshir, al mando de Ahmad Masud, hijo del León del Panjshir, ni Saleh, evacuado a Tayikistán han resistido a los condicionantes históricos, culturales y sociopolíticos determinantes en la cuestión afgana, que crean unas dinámicas tan complejas de afrontar, que condicionan la viabilidad de cualquier proyecto político exógeno que se intente implementar. La caída del Panjshir, además, ha dejado a la vista, el subyacente apoyo pakistaní al gobierno talibán, no solo mediante financiación, si no mediante apoyo militar.

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Cabe pensar que, en tiempos de conflictos en zonas grises, Afganistán representaría una oportunidad de agitar el avispero ruso en una zona extremadamente sensible para los intereses de Moscú. Pero la multiplicidad de intereses en la región para EEUU, lo harían una jugada demasiado arriesgada, sobre todo para una administración no intervencionista y conservadora en política exterior. Afganistán tiene poder para desestabilizar la región y la proyección de los talibanes hacia el exterior puede tener consecuencias complejas en otros escenarios.

Afganistán, es un fracaso para EEUU, en términos de mantener la hegemonía política, económica y cultural. Exportar un modelo sociopolítico que permitiese una proyección real de su poder, en una región, cuyo control se antoja vital de cara a limitar la expansión de China hacia Pakistán, asegurar la región como parte de su proyecto Ruta de la Seda o de un mayor acercamiento entre Rusia y China en busca de un punto de confluencia en la región entre Pekín y Moscú.

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Podemos teorizar acerca de cuál va a ser el papel que van a jugar estas dos potencias regionales frente al gobierno de los estudiantes más allá de los múltiples intereses tanto económicos como estratégicos que poseen en Afganistán. En principio, la presencia tanto de China como de Rusia sirven para marcar distancias entre los talibanes y las organizaciones adscritas al califato presentes en el país. Los talibanes entienden que desligarse y enfrentarse a organizaciones como las adscritas al califato, o a organizaciones enfrentadas como la antigua Al-Qaeda pueden a corto plazo evitarles acusaciones de apoyar al terrorismo o de crear un estado que sustenta y da refugio a terroristas, hecho este, que en 2001 fue el detonante de la intervención de EEUU. A medio y largo plazo evitaría acciones punitivas contra Afganistán a la mínima sospecha de ser un santuario para este tipo de organizaciones. Las consecuencias de este giro en las relaciones de los estudiantes con respecto a sus antiguos aliados ya las hemos visto en los atentados en Kabul durante la última semana de agosto. La presencia del califato y sus organizaciones, lejos de ser residual, tampoco ha logrado una implantación potente en territorio afgano. Estas organizaciones no solo fueron contestadas por las ANDSF y por los talibanes, si no a nivel local por milicias y grupos armados. En cualquier caso, es probable que estas organizaciones, vean el cambio de la situación política en Afganistán como una ventana de oportunidad para fortalecer sus posiciones, resistir.

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Operando de la misma manera que ocurrió con el ataque a Qassem Soleimani en Irak en 2020, hemos comprobado que, EEUU es capaz de lanzar operaciones punitivas en territorio afgano, cuando lo considere necesario, mientras que los talibanes carecen de medios para repeler estas intervenciones. Con China y Rusia, establecen una relación de mutuo apoyo y condicionan las relaciones que las potencias que se retiran habrán de mantener en el futuro con el nuevo poder afgano. Mientras las potencias regionales sustentan al nuevo Gobierno de Kabul con financiación, China ya ha inyectado cerca de 30 millones de dólares en el país, y enviado cereal por valor de 200 millones de yuanes, asesoramiento y abastecimiento militar, y se convierten en sus valedores en el exterior: Los talibanes se encargarían, con respecto a Rusia, de evitar la exportación tanto de yihadistas hacia las repúblicas musulmanas dentro de Rusia como a las repúblicas musulmanas de Asia central. China realinearía a Kabul sobre la cuestión uigur, para pasar de la hostilidad hacia Pekín y dar refugio de esta minoría a apoyar las políticas chinas con respecto a los uigures, incluyendo políticas antiterroristas, cuestión esta, a priori, de especial relevancia para China.

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Uno de los aspectos que van a suscitar más interés va a ser, el papel que jueguen como soporte internacional del Gobierno talibán. No solo con respecto a EEUU y la UE, si no con respecto a potencias como Turquía, interesadas en extender su influencia regional. EEUU y la UE, ya han aceptado de facto como nuevo interlocutor al gobierno talibán, como vimos, EEUU en marzo, ya planteaba vías de dialogo con los talibanes en cuestiones de seguridad. A lo largo del proceso de evacuación del país de tropas y personal, durante el mes de agosto, se produjeron encuentros bilaterales entre representantes de Washington y de los talibanes, así como declaraciones del Alto representante en política exterior de la UE, Josep Borrell llamando al dialogo con el nuevo gobierno afgano, no solo para lograr una evacuación lo más ordenada posible, si no a posteriori. En este sentido, la UE declaró la intención de abrir una oficina permanente en Kabul y las reuniones bilaterales entre líderes talibanes y altos cargos del gobierno de EEUU son frecuentes. También Naciones Unidos decidió prorrogar la misión de asistencia en Afganistán, UNAMA, cuyo mandato terminó el 17 de septiembre, y que necesariamente habrá de establecer un diálogo fluido con el nuevo gobierno afgano.

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De manera cínica se presenta una victoria de los intereses de EEUU por cuanto estos, a pesar de haber reconocido el fracaso de su plan de estabilización del país, han declarado haber cumplido sus expectativas a la hora de luchar contra el terrorismo, el principal objetivo declarado de la intervención en Afganistán. Pero después de 20 años de guerra y cerca de 822 billones de dólares invertidos en el país, los talibanes, han vuelto a tomar el poder en Afganistán. Tres administraciones norteamericanas trataron de gestionar una retirada controlada, negociando con los talibanes, pero sin planificar, más allá de cuestiones de seguridad, el nuevo periodo hacia el que se dirigía el país.

En esta situación en el que contexto ha cambiado, el hegemón ve contestada su supremacía por otras potencias, que han aprovechado la indecisión de EEUU para reposicionarse en la región y planificar de acuerdo a sus intereses el futuro de la región. Mientras EEUU se prepara para dar la batalla en otro escenario, el Rimland teorizado por Spykman, el eje Asia-Pacífico, donde ha cerrado una nueva alianza, el AUKUS, Australia, Reino Unido y EEUU, con el objetivo de contrapesar a China en la región. El gran juego ha comenzado de nuevo, como esperábamos, pero como postuló Spykman, el que controle el Rimland dominará el corazón del mundo.

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