Los logros tácticos no fueron seguidos por una debida capitalización política, ni por parte de Francia, ni por parte de Mali

La retirada de las tropas francesas de Mali afianza la amenaza yihadista en el Sahel

AP/JEROME DELAY - Los soldados franceses de la fuerza Barkhane que terminaron su servicio en el Sahel abandonan su base en Gao, Malí, el miércoles 9 de junio de 2021

Después de varios meses de tensión entre París y Bamako, Emmanuel Macron anunció el pasado jueves 17 de febrero la retirada de las tropas francesas de Mali. La operación Barkhane debería llegar a su fin de aquí a unos seis meses, con el cierre de sus tres bases sitas en Gossi, Ménaka y Gao. El presidente galo se ha negado a hablar de fracaso y ha reafirmado su compromiso en la lucha contra el yihadismo en el Sahel y en el golfo de Guinea. Tras nueve años de operaciones sobre el terreno y la muerte de 59 soldados, llega la hora de hacer balance de la presencia francesa en Mali.

Fueron muchos los éxitos militares desde que Francia respondió a la petición de ayuda del entonces presidente interino Diocunda Traoré a principios de 2013. Éste temía que los grupos armados que ya se habían hecho con el control del norte del país el año anterior lanzaran una ofensiva hacia las principales ciudades malienses. Entre enero de 2013 y agosto de 2014, la operación Serval apoyó a las Fuerzas Armadas malienses —lo que permitió contrarrestar las ofensivas de los yihadistas, garantizar la seguridad de Bamako y devolver al Estado maliense la integridad de su territorio—, antes de ser reconfigurada para incorporarse al dispositivo regional Barkhane. Éste también dio resultados excelentes, como la recuperación de una gran cantidad de armas y droga y, sobre todo, la eliminación de varias decenas de líderes yihadistas, entre los cuales se encuentran Abdelmalek Droukdel y Adnan Abou Walid al-Sahraoui, respectivamente emires de Al-Qaeda en el Magreb Islámico y del Estado Islámico del Gran Sáhara. ¿Cómo explicar entonces la extensión de la zona de influencia de los yihadistas, anteriormente limitada a la “región de las tres fronteras” entre Mali, Burkina Faso y Níger, y que amenaza ahora a Togo, Benín y Costa de Marfil? En noviembre de 2019, el general François Lecointre, entonces jefe de Estado Mayor del Ejército francés, apuntaba a un fallo en el enfoque de la intervención en Mali al señalar que los militares sólo tenían parte de la respuesta. 

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Sin duda, los logros tácticos no fueron seguidos por una debida capitalización política, ni por parte de Francia, ni por parte de Mali. La Agencia Francesa de Desarrollo se asoció muy tarde al dispositivo Barkhane, en 2015, y con resultados dispares, en ocasiones francamente negativos, teniendo en cuenta el desvío de parte de la ayuda, que terminó financiando el yihadismo. Tampoco el Gobierno maliense restableció una presencia estatal satisfactoria en los territorios recuperados gracias a Serval y Barkhane, que han quedado desprovistos de justicia y servicios públicos mientras la corrupción endémica sigue haciendo estragos. Sobre estas cuestiones, Francia no logró imponer las garantías democráticas y los esfuerzos en el plano del desarrollo que pretendía exigir a cambio de su apoyo. El intento de instaurar un modelo democrático —contemplado por una parte de la población maliense como una injerencia de la antigua potencia colonial— fracasó definitivamente con los dos golpes de Estado de agosto de 2020 y mayo de 2021. Tras la llegada al poder de la junta militar liderada por Assimi Goita, Emmanuel Macron anunció que la pérdida de legitimidad democrática de las autoridades le llevaba a reconsiderar las modalidades de la presencia francesa, y se suspendieron temporalmente las operaciones conjuntas. Desde la tribuna de Naciones Unidas, el primer ministro mlaiense Choguel Kokalla Maïga denunció lo que tachó de abandono y advirtió de que forjaría nuevas alianzas.

Como era de esperar, estos nuevos aliados son rusos. Mientras que desde el verano pasado Mali imponía condiciones de intervención cada vez más engorrosas, poniendo en peligro al personal de Barkhane y de la MINUSMA, se rumoreaba que oficiales franceses eran expulsados de salas de reuniones y sustituidos por instructores rusos. En cambio, los mercenarios de la sociedad militar privada rusa Wagner campan a sus anchas. Estos presentan la ventaja de no tener ninguna exigencia en materia de gobernanza que pudiera incomodar al Ejército maliense. Su única promesa es asegurar la permanencia de la junta en el poder. A cambio, Wagner pide una compensación económica que difícilmente pueden asumir las arcas de un país en una coyuntura tan crítica, cuando no saquea los recursos naturales del país. También en el ámbito virtual es notable la influencia de Rusia, cuyas ‘troll farms’ llevan varios años avivando las brasas del sentimiento antifrancés. Las teorías del complot que difunden fomentan la desconfianza hacia los soldados de Barkhane, con unas repercusiones muy concretas. Así, se han dado varias situaciones absurdas como el bloqueo de varios convoyes franceses por civiles que sospechaban que Francia proporcionaba armas a los yihadistas o, más recientemente, la detención de cuatro militares en la República Centroafricana, acusados de planear un atentado contra el presidente, Faustin Archange Touadéra. Los malienses que en 2013 acogieron a François Hollande con vítores hoy celebran la retirada de las tropas francesas quemando banderas europeas. 

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Sin embargo, no todo el mundo se congratula de esta noticia. La marcha de Francia cuestiona la permanencia de la MINUSMA en el terreno, en vista de los riesgos que supone para su personal la supresión de la cobertura aérea francesa. Cabe recordar que los cascos azules han pagado un duro tributo en Mali con 154 muertes causadas por acciones hostiles. En cuanto a Alemania, ha expresado su escepticismo respecto de la renovación de su compromiso en este nuevo contexto. Puesto que la mayor parte del peligro yihadista se encuentra en Mali, el despliegue de fuerzas en los Estados vecinos prometido por Francia no compensa su retirada del teatro de operaciones maliense. Los presidentes de Senegal, Costa de Marfil y Ghana también han comunicado su preocupación frente a una posible consolidación y expansión del foco yihadista en el Sahel.

Y es que la próxima carta que podría jugar Bamako es la negociación con los yihadistas, lo que le permitiría contentar a su población aliviando la presión que pesa sobre ella. Existen precedentes a nivel local entre milicias y grupos afiliados al Frente de Apoyo al islam y a los musulmanes (conocido como JNIM o GSIM). A escala nacional, el asunto sigue pendiente. Ningún verdadero proceso ha sido oficialmente entablado, a pesar de las peticiones expresadas en este sentido durante dos foros nacionales malienses en 2017 y 2019. Esta voluntad de dialogar con los terroristas consumó la ruptura entre París y Bamako, pues lo que para Mali representa un acto de soberanía sigue siendo tabú para una democracia laica como Francia. Más allá del conflicto entre estos dos paradigmas nacionales, el realismo obliga a admitir que una negociación no sería más que un parche que distaría de estar a la altura del inmenso reto que plantea el yihadismo en el Sahel.
 

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