Este 1 de julio está previsto que se empiece a aplicar el plan de anexión israelí de Cisjordania

La tierra partida

photo_camera PHOTO/REUTERS - Una vista aérea muestra el asentamiento judío de Maale Adumim en la Ribera Occidental ocupada por Israel, el 29 de junio de 2020

Con vistas a las montañas del Valle del Jordán, la casa de la pastora Um Mahmud pertenece a la denominada Área A de Cisjordania, con bandera palestina, pero su ganado no tiene acceso a los pastos que quedan a pocos metros, en la llamada Área C, con banderas israelíes pese a no ser Israel. En realidad, todo pertenece al pueblo palestino de Al Auya, en el fértil y estratégico valle cisjordano, fronterizo con Jordania y hoy fragmentado por colonias israelíes residenciales y agrícolas, además de áreas militares.

El complejo mapa en el que la ocupación y la colonización israelíes han convertido Cisjordania -dividida en Área A, bajo control palestino; B, con control administrativo palestino y de seguridad israelí y C, bajo control total israelí- es indescifrable incluso para quienes lo transitan y sus rutas desaparecen en los GPS.

Un manifestante con una bandera palestina hace gestos frente a las fuerzas israelíes durante una protesta contra el plan de Israel de anexionar partes de la Cisjordania ocupada, en Haris el 26 de junio de 2020

A partir de este miércoles, 1 de julio, este mapa podría verse nuevamente alterado por el plan del Gobierno israelí de extender su soberanía sobre Valle del Jordán y más de 200 colonias de Cisjordania, un proyecto que cuenta con el apoyo Estados Unidos.

El mapa secreto

“Uno de los mayores problemas después de la anexión será quedarnos confinados en pueblos pequeños sin posibilidad de expandirnos”, lamenta Taghrid al Nayi, beduina del consejo municipal de Al Auya.

En realidad, nadie ha visto el mapa final de la anexión que diseña un comité conjunto de Israel y EEUU. Washington es el promotor de esta nueva cartografía recogida en su llamada “Visión de Paz y Prosperidad”, a la que se opone la mayoría de la comunidad internacional, que lo ve como una violación del Derecho Internacional.

Lo único que se sabe es que la anexión modificará el trazado del Área C, que representa el 62% de Cisjordania y que hoy ya parece un queso gruyère, un territorio palestino agujereado por asentamientos judíos y controlado administrativa y militarmente por Israel desde los Acuerdos de Oslo (1992/93).

Activistas por la paz participan en una protesta contra el plan de Israel de anexionar partes de la Ribera Occidental ocupada por Israel, en la ciudad palestina de Jericó el 27 de junio de 2020

Este fue el último marco negociador entre Israel y los palestinos, que hoy pretende sustituir la iniciativa del presidente Donald Trump, rechazada frontalmente por estos últimos. La propuesta, como remarcó el mandatario estadounidense en su presentación, reconoce una realidad: en ese área viven más de 420.000 israelíes, considerados colonos por la comunidad internacional. Poco se sabe del cómo y el cuándo se llevará a cabo el nuevo plan, pero Al Nayi basa su recelo en el pasado, porque no es la primera vez que Israel absorbe un territorio ocupado.

Lo hizo con los Altos del Golán sirios en 1981 y el año anterior ya había oficializado de iure la anexión de Jerusalén Este, que comenzó a administrar de facto el mismo año que la ocupó, en 1967. Una soberanía no reconocida internacionalmente hasta hoy y que para los palestinos compromete la capital de su futuro Estado.

“Firmamos los Acuerdos de Oslo -que crearon las áreas A, B y C- solamente por cinco años, como paso de transición hacia el establecimiento de un Estado”, declara a Efe el ministro palestino de Asentamientos y Muro, Walid Assaf. Décadas después, no solo la solución política está aún más lejos, sino que la realidad sobre el terreno prácticamente la imposibilita, lamenta el ministro.

Los palestinos se manifiestan en contra de los planes de anexión de Israel a la Ribera Occidental, en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, el 29 de junio de 2020
El acuerdo del siglo

“Esta tierra es la cuna del pueblo judío y es hora de aplicarle la ley israelí y escribir un glorioso nuevo capítulo en la historia del sionismo. Esto no alejará la paz, sino que nos acercará a ella, porque la paz solo puede estar basada en la verdad”, dijo el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en su toma de posesión en mayo.

Trump presentó en enero el plan de paz que abría la puerta a la anexión y reconocía la creación de un Estado palestino, pero inasumible para éstos: pérdida de casi un 30% del territorio cisjordano, sin control de cielo ni de fronteras, con soberanía limitada y una capital recluida en los suburbios de Jerusalén. Y sin la venerada Mezquita de Al Aqsa de la Ciudad Vieja, que acoge los centros cristianos y musulmanes más emblemáticos para los palestinos.

Todos saben que los cientos de miles de colonos en Judea y Samaria (nombre bíblico de Cisjordania) siempre permanecerán donde están en cualquier acuerdo de paz y es hora de que nuestros vecinos palestinos e incluso en esta Cámara reconozcan eso”, aclaró Netanyahu. El “Acuerdo del siglo”, tal y como ha sido denominado, es “una bofetada” para los palestinos, según Assaf.

El presidente de los Estados Unidos Donald Trump aplaude al primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu en una conferencia de prensa conjunta para discutir una nueva propuesta de plan de paz para Oriente Medio en la Sala Este de la Casa Blanca en Washington, EE. UU., el 28 de enero de 2020
Colonos contrariados

Israel plantea anexionar el Valle del Jordán, pero no a su población palestina: unos 56.000 residentes que todavía no saben si el nuevo mapa quedará delimitado con un muro, como la pared de hormigón de más de ocho metros de alto que Israel construyó en Cisjordania, incluido Jerusalén Este.

En cuanto al resto de colonias israelíes esparcidas por Cisjordania, entre olivos y bancales mediterráneos, la intención del Gobierno israelí es anexionarlas, pero no así las tierras colindantes, que formarían parte de un futuro Estado palestino. Como los bantustanes (o guetos) de Sudáfrica, consideran los palestinos.

Una cartografía que también rechaza la joven israelí Miri Maoz Ovadia, portavoz del Consejo Regional de Binyamin, un conjunto de asentamientos que rodea Jerusalén y la ciudad palestina de Ramala: “Es muy peligroso para nosotros estar rodeados. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) hoy anima a la incitación contra los israelíes, contra nosotros. Pagan a terroristas y es por lo que tenemos miedo a este plan”.

Las alertas por la seguridad, en la que Israel basa la anexión del Valle de Jordán para controlar las fronteras exteriores o la construcción del muro en Cisjordania, aumentaron tras la Segunda Intifada, alzamiento armado palestino (2000-2005) durante el que se cometieron múltiples ataques, incluidos atentados suicidas en autobuses civiles israelíes.

Una foto tomada el 13 de mayo de 2020 muestra las obras de construcción en el asentamiento judío de Givat Zeev, cerca de la ciudad de Ramala, en la Ribera Occidental, ocupada por los israelíes

Maoz Ovadia, que nació en una de las colonias desde donde se divisan poblaciones palestinas, no contempla la posibilidad de que “la desarraiguen”, pero agradece la anexión para que su estatus se iguale al de los israelíes que viven en la otra parte de la Línea Verde, la línea de armisticio de 1949 tras la que se encuentra el territorio que la comunidad internacional sí reconoce como Israel.

La controversia de la anexión ya la aplazará el tiempo, considera con calma y confianza una de sus vecinas israelíes, Naama Berg. “Nací en los Altos del Golán y también hace diez años era un área muy controvertida que decían que había que devolver a Siria. Creo que, en pocos años, en diez o veinte, la gente olvidará por lo que estamos pasando ahora. Esto (Cisjordania) es parte de Israel, el corazón de la tierra (de Israel), no hay posibilidad de separarlo”, vaticina, aunque solo los EEUU de Trump han reconocido la soberanía sobre el Golán, que sigue condenando la ONU.

Ni números ni colores

El certificado de nacimiento que guarda con mimo el jerosolimitano Yacoub Odeh está sellado por el Gobierno de Palestina del Mandato Británico, de 1922 a 1948, año en el que se creó el Estado de Israel. Lo muestra poco después de pararse con los brazos en jarras en un mirador de la ciudad de Jerusalén, que no es sólo el distrito municipal, sino una de los once provincias palestinas de Cisjordania que abarca desde la urbe hasta el mar Muerto. Desde allí, la vista de Odeh alcanza el desierto de Judea y la frontera con Jordania, que separa el río bíblico Jordán y donde se ubica el codiciado valle.

“El valle del Jordán no solo representa un tercio del área de Cisjordania. No es solo geografía, sino que es nuestra cesta de alimentos”, señala sobre esta zona rica en recursos acuíferos y naturales, eje de la economía agrícola palestina. “No somos colores ni números. Somos seres humanos y ésta es nuestra tierra”, reivindica. Como la mayoría de palestinos de la Ciudad Santa, no cuenta con nacionalidad israelí, sino con un permiso de residencia permanente que no le permite votar en elecciones generales y que Israel puede revocar si deja de vivir en la ciudad varios años, aunque decenas de generaciones de sus ancestros hayan nacido aquí.

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el Ministro de Defensa israelí Benny Gantz asisten a la reunión semanal del gabinete en el Ministerio de Relaciones Exteriores en Jerusalén, el 14 de junio de 2020

La imposibilidad de reunificación familiar, la limitación de movimientos, una ciudad partida por el muro con zonas aisladas, la confiscación de tierras por Israel por la Ley de Ausentes son algunas de las anomalías, ya vistas en Jerusalén, que temen padecer los residentes del Valle del Jordán y cercanos a los asentamientos de Cisjordania.

Hay gente que tiene hora de entrada y de salida por una puerta metálica militar en el muro de hormigón para vivir o trabajar en Cisjordania y volver a sus residencias en Jerusalén. “Como un hotel”, describe con el portalón a la espalda custodiado por soldados israelíes armados Zakaria Odeh, director de una coalición de organizaciones por los derechos de los palestinos.

La raíz

“La ocupación israelí que comenzó en 1967 no es normal, tiene un elemento colonizador. Y ya en junio de este año Israel anexionó el este de Jerusalén y comenzó a construir asentamientos allí, mientras que, en el resto de Cisjordania, las colonias comenzaron donde estamos ahora, un área llamada Gush Etzion, entre Belén y Hebrón”, describe Yehuda Shaul, exsoldado y miembro de la organización israelí Rompiendo el Silencio, que denuncia la ocupación.

Shaul recuerda sus días de servicio en el Ejército con un claro objetivo: “Crear presencia en el terreno”, porque “un régimen militar es un régimen que controla a la población a través de la intimidación y el miedo”. Lo que más teme Shaul es que la anexión de Cisjordania legitime una “colonización”, alejando así una paz negociada que cuente con el visto bueno de la ONU. “La situación de ocupación es suficientemente mala, inmoral e inaceptable para nosotros, pero una anexión lo hará todo peor”, porque al aplicarse las leyes civiles del Parlamento de Israel se formalizaría un sistema de apartheid, con derechos políticos y civiles diferentes para un grupo de la población, opina.

Para Victoria, criada en México y hoy residente en una colonia de Binyamín, la anexión es, sin embargo, un necesario paso más hacia la creación de un Estado judío en toda su tierra bíblica. Y en la Biblia basa su título de propiedad, por encima de los derechos de las poblaciones que viven aquí desde hace siglos. “Depende en qué punto de la historia te pares. Si te vas a nuestros antepasados, empieza siendo nuestro”, reivindica, y vaticina que con el tiempo será un Estado judío en su totalidad. “Los palestinos tienen muchos otros países donde pueden ir”, propone en referencia a otras naciones árabes. Eso sí, con una compensación económica o compra de las tierras porque “no es cuestión de echarlos”.

Activistas por la paz palestinos e israelíes se reúnen para protestar contra los planes de Israel de anexionar partes de la Cisjordania ocupada en el cruce de Almog, al sur de la ciudad de Jericó en Cisjordania, el 27 de junio de 2020

La palestina Rania Mihareb, asesora legal de la ONG de derechos humanos Al Haq, remarca lo que establecen los tratados y la Convención de Ginebra: “La anexión, para la ley internacional, significa la adquisición de un territorio por la fuerza y la aplicación de las leyes de la potencia ocupante sobre el territorio ocupado”.

Sin embargo, cree que mirar únicamente a la anexión es un error: “La atención debería dirigirse a la raíz. En cómo, durante generaciones, se ha desposeído y desplazado de sus tierras a los palestinos y cómo esto continúa pilotando la política israelí, que consiste en conseguir la mayor cantidad de tierra posible con el menor número de palestinos”. 

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