Vivre dans un pays qui apparaît sur certaines cartes et pas sur d'autres ne fait pas oublier aux Kosovars que le monde est divisé en nations. L'Espagne ne reconnaît pas le Kosovo

La vida cotidiana de ser o no ser un país independiente en Kosovo

PHOTO/PIXABAY - La ciudad de Pristina, Kosovo

A pesar de las escasas oportunidades de contacto, los kosovares buscan formas de conectarse con lo hispánico. Desde las memorias de voluntarios albaneses en la Guerra Civil a la rivalidad entre Barça y Madrid, pasando por las telenovelas latinoamericanas.

Desde su declaración de independencia en 2008, la República de Kosovo vive en un bloqueo diplomático del que no parece haber una salida fácil y que lo lleva a emitir el pasaporte más débil de Europa. El 93% de su población es de etnia albanesa y el resto se divide entre serbios, turcos, bosniacos, romaníes y goranis, razón por la que Kosovo y Albania suelen ser vistos como estados hermanos. 99 de los 193 miembros de las Naciones Unidas reconoce Kosovo, entre ellos la mayoría de la Unión Europea. No lo reconocen Serbia –país que aún lo reclama como territorio propio, aunque no ejerce ninguna autoridad– ni las principales economías emergentes (Rusia, China, Brasil, India). Ni tampoco España, cuyas autoridades se incomodan cada vez que deben compartir mesa con sus pares de Kosovo.   

En la explicación del no reconocimiento de España a Kosovo se combinan factores internos y de contexto histórico. Para muchos, si el estado español lo reconociera cedería parte del debate territorial con el independentismo al habilitar analogías del tipo “Kosovo es como Cataluña”. Los propios albanokosovares, interiorizados en el asunto, suelen rechazar esta comparación y se esfuerzan por marcar las diferencias entre el estado español y la antigua Yugoslavia. 

Por otro lado, Kosovo declaró su independencia a dos semanas de las elecciones generales de 2008 que resultaron en la reelección del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Para algunos analistas como Pol Vila Sarriá, el hecho de que cuatro años antes la campaña del PSOE estuviera tan centrada en la legalidad internacional como crítica a la participación del gobierno de Aznar en la Guerra de Irak contribuyó al no reconocimiento. En 2010 la Corte Internacional de Justicia determinó que la declaración kosovar no violaba el derecho internacional, pero –como suele ocurrir en las relaciones internacionales– el momento ya había pasado.

Imagen del supermercado en Pristina. Foto: Juan Manuel Montoro
Comprar productos, comprar países

A pesar de las restricciones en viajes y relaciones internacionales, la vida cotidiana en la capital kosovar, Pristina, ofrece una de las postales más potentes del mundo globalizado: estantes de supermercado poblados de banderas de países, cada una junto a un producto, indican el periplo que recorren las mercancías antes de transformarse en nuestros consumos. Aunque uno esté físicamente en Pristina, allí recuerda que los juguetes de guerra vienen de China; debe escoger entre galletas búlgaras o marroquíes y, por más francés que suene el nombre de un perfume, queda al descubierto su origen turco. 

Cuando uno se informa con locales entiende que la proliferación de banderas responde a una fuerte política arancelaria que busca desestimular la compra de productos serbios y serbobosnios. En rigor desde noviembre de 2018, esta política llegó a paralizar los diálogos de normalización entre Serbia y Kosovo y, a nivel local, dividió a buena parte de la opinión pública en las últimas elecciones de octubre, que llevaron al poder al histórico opositor Albin Kurti, del partido de izquierdas Autodeterminación. 

Pero más allá del significado político y la tensión con Serbia, las banderas en supermercados pueden estar informándonos de una realidad mucho más profunda: entre las emigraciones constantes a países europeos más prósperos y el no reconocimiento por casi la mitad de los estados soberanos, los kosovares viven su día a día conscientes de que el nuestro es un mundo que se divide en naciones. 

Como si la promesa del consumo en un mundo globalizado emparchara parte de las restricciones de viaje, el mismo centro ostenta en sus galerías comercios llamados “English Home”, “Japanese Designer Brand” o “Scandinavian Living”. En las calles de Pristina proliferan gestorías para tramitar visados al espacio Schengen en los que destacan banderas de Noruega, Suecia y Austria, entre otras. La utopía europea llega, incluso, al ploteo de la ambulancia de un prestador de salud que promete cobertura médica en todo el continente.

Gestoría en Pristina para aplicar por visas

El dueño de un restaurante mexicano me dijo que no, que él nunca había ido ni conocido a nadie de México, pero que, como si fuera un verso más de la canción “Disneylandia” de Jorge Drexler, unos amigos albaneses oriundos de Macedonia le habían enseñado las recetas cuando se conocieron en Viena. Consumir es una forma de ubicarnos en el mundo y los especialistas en marca país lo saben muy bien. 

Ambulancia de empresa de salud. Foto: Juan Manuel Montoro.
La nación en el día a día

Días antes de viajar a Kosovo busqué varias veces cuál sería el estado del tiempo para preparar la maleta más ligera posible, pero la aplicación del celular no me daba ninguna respuesta. Los algoritmos, por más neutrales que busquen posicionarse, suelen convertir Kosovo en un área de difícil geolocalización. La población local, sin embargo, ya está acostumbrada a no encontrar su país en muchos formularios y a ver sus fronteras en línea punteada cuando abren Google Maps. En definitiva, a ser y no ser un país. Conviven con el hecho de ser un equivalente al gato de Schrödinger de las relaciones internacionales. 

En los últimos años la diplomacia serbia ha trabajado para lograr el de-reconocimiento de Kosovo en países periféricos que no tienen intereses fuertes en la región. Por eso, en un día normal el telediario kosovar puede irrumpir diciendo que un país lejano, tal vez Sierra Leona o Guyana, les ha revocado el reconocimiento. Las gestiones contrarias por parte de la diplomacia kosovar se han mostrado menos efectivas y por momentos torpes. El caso más reciente, este mes de febrero, fue el falso reconocimiento de Jamaica, celebrado en Twitter por el presidente Hashim Thaçi, y desmentido por la ministra de Relaciones Internacionales jamaiquina Kamina Smith por la misma vía. 

La enciclopedia geográfica es más detallada para aquellos que temen no tener un lugar reservado en ella, por eso los kosovares están habituados a vincularse simbólicamente con muchos países: a mirarlos, evaluarlos y soñar con ellos. 

El país más amado es Estados Unidos, por varios cuerpos de distancia. La admiración que en todo el mundo despierta la cultura popular norteamericana se suma al rol que tuvieron la administración Clinton y la OTAN en poner fin a la guerra en 1999 y a crear las bases para la actual República. No se trata solo de que en Pristina haya una estatua de Bill Clinton en el Bulevar que lleva su nombre. Kosovo debe ser el único lugar del mundo en el que encontraremos banderas estadounidenses flameando en los mítines de un partido de izquierdas antisistema, como Autodeterminación.

En segundo lugar, podremos encontrar otros países de la OTAN que mantienen relaciones fluidas, ya sea por afinidad diplomática o debido a las recientes migraciones. La bienvenida y agradecimiento que los kosovares ofrecieron a la selección de fútbol de Inglaterra cuando se enfrentaron en un partido en Pristina el pasado noviembre ocupó los titulares de varios medios británicos. Y no es un dato menor que varias artistas pop del momento en Gran Bretaña sean de origen albanokosovar, como Rita Ora o Dua Lipa.

Suiza, Alemania y Austria también son países que los kosovares miran con cariño. De hecho, la palabra “cariño” en alemán (schatz) creó la figura de los schatzis, un estereotipo local de la diáspora albanokosovar que se caracterizaría por usar esta palabra de muletilla cada vez que vuelve a Kosovo a vacacionar. Si miramos fenómenos similares en otras partes del mundo, este estereotipo puede asimilarse al resentimiento que sienten quienes se quedan en un panorama desolador hacia a quienes emigran y mejoran su calidad de vida. 

Sin embargo, muchos kosovares sienten orgullo por estos países de destino como si fueran propios, especialmente cuando bajo sus banderas destacan deportistas de origen albanokosovar. El festejo de los futbolistas Granit Xhaka y Xherdan Shaqiri en el que, jugando por Suiza, enseñaron el águila bicéfala –símbolo de identidad nacional albanesa– tras marcar un gol agónico ante Serbia en el Mundial de Rusia de 2018 fue posiblemente uno de los mayores acontecimientos deportivos de Kosovo en los últimos años. Kosovo no disputaba formalmente el Mundial, pero de un día para el otro medio mundo deportivo se preguntaba qué tenía que ver Kosovo con el festejo de dos futbolistas suizos tras marcar un gol a Serbia en Rusia. Otro verso para Drexler, por si quiere actualizar su canción en clave geopolítica.

¿Y qué ocurre con España y los países latinoamericanos?

Varios escalones por detrás viene España y los países hispanoamericanos. La falta de contacto intercultural y de interés diplomático desestimula intercambios fluidos entre los Balcanes y el legado hispánico. Pero, al contrario de lo que uno podría pensar, los albanokosovares no suelen mirar la posición diplomática de España con resentimiento. Por el contrario, tras haber conversado en profundidad con diez albanokosovares sobre este tema descubrí que hay tres ámbitos muy específicos del imaginario hispánico que se siguen con pasión desde Kosovo: las memorias de la Guerra Civil, el fútbol de La Liga y las telenovelas latinoamericanas.

Una buena parte de la educación en días de la Yugoslavia socialista de Tito se basó en la solidaridad de pueblos partisanos al enfrentarse al fascismo en Europa. Frente a la pregunta “¿cuál oíste hablar de España por primera vez?”, casi todos recuerdan cómo los libros escolares resaltaban a unos cientos de voluntarios albaneses que fueron a luchar heroicamente con el bando Republicano en la Guerra Civil Española. De Orwell a Hemingway, la Guerra Civil Española es un tópico muy presente en las narraciones de guerras del siglo XX y la literatura albanesa no es la excepción. La novela testimonial Hasta La Vista (título original, aunque nunca traducida al español) de Pietro Marko es unas de las piezas fundamentales de la literatura albanesa contemporánea y recrea una relación de amor entre un soldado albanés y una enfermera española, espejando un romance asimétrico que ha persistido desde el lado albanokosovar pero nunca ha sido correspondido por el mundo hispánico. 

“Amo la cultura latina y ni bien pueda viajaré a Costa Rica porque fue el primer país que nos reconoció. Les debemos mucho” me contaba Atdhe, un agrimensor quien además es un apasionado de la salsa. Un amigo suyo salió a contradecirlo: “Yo creo que el primero fue Afganistán. ¿A que no te animas a ir hasta allí?” La polémica se resolvió, móvil en mano, cuando ambos entraron a internet y confiaron en el listado que les daba Wikipedia. Era Costa Rica. Pero el solo hecho de que existiera tal polémica muestra de qué modo el reconocimiento no es una condición suficiente para ser admirado como país entre la población local. En Costa Rica el reconocimiento actúa como un adicional, pero –al igual que ocurre en otros lugares de Europa– el imaginario de lo hispánico despierta admiración y amor en Kosovo. 

Kosovo es de los pocos países europeos, sino el único, en el que no se dan clases de castellano a nivel oficial. El pasado mes de octubre fue anunciado como un hito que la Universidad de Pristina invitó a un profesor de Tirana (Albania) para dar un curso de lengua española, pero por fuera de algunos institutos privados que se orientan a los hijos de los trabajadores de la comunidad internacional, el aprendizaje formal de la lengua es marginal. No obstante, en Pristina y otras ciudades un hispanohablante podrá cruzarse a lo largo del día con varios kosovares que hablan un castellano más que razonable.

“Cuando pienso en España, lo primero que viene a mi mente es mucha cultura” afirma Jehona, una economista de 25 años que se confiesa fanática de Argentina. “Después de ver varias telenovelas aprendí a diferenciar los acentos, pero al principio pensaba que eran lenguas diferentes” reconoce. Jehona, que se expresa en un castellano perfecto, enseñó a sus hermanos menores algunas palabras y tras el boom de las telenovelas latinas en los 90s y 2000s siguió practicando el idioma en chats y con turistas. Sofije, investigadora, recuerda que durante su adolescencia las telenovelas latinoamericanas eran una suerte de pasión colectiva. “Era algo nuevo y extraño. Las seguíamos porque nos gustaba la lengua y había un encanto que hoy, por ejemplo, las telenovelas turcas no tienen”. Varias personas reconocen que, a pesar de ser latinas, la imagen de España aparecía fundida como un todo, y que para muchos aprender la lengua era una forma de conectar con España.

Otra de las dimensiones notables de la hispanidad se da con el fútbol y, en especial, la rivalidad entre el Real Madrid y el FC Barcelona. La Penya Kosovar del Barça cuenta actualmente con unos 300 integrantes que siguen los partidos todas las semanas. “Las bromas después de un clásico pueden durar hasta un mes” enfatiza Fatlind, un estudiante de Ciencias Políticas. El presidente de la Penya, Adnan Ahmeti, reconoce que la rivalidad ganó peso entre los fanáticos futboleros kosovares cuando estaba la tensión entre Cristiano Ronaldo y Lionele Messi que se disputaban el honor de ser los mejores futbolistas del mundo. Pero más allá de esa rivalidad, Adnan identifica su forma de vivir el fútbol con la identidad institucional del Barça: ser más que un club. “Para nosotros se trata de amistad, de crear puentes entre culturas diferentes” insiste. Las dificultades diplomáticas entre España y Kosovo han impedido a la Penya participar de actividades oficiales con el FC Barcelona, aunque ninguno de sus seguidores se muestra abiertamente en favor del independentismo catalán. “Es un tema que tendrán que decidir catalanes y españoles” afirma Adnan. Fatlind se preocupa por dejar en claro que “España no es Serbia”, pero entiende por qué muchos kosovares, como él, sintonizan mejor con el Barcelona. “Para mí el Madrid representa al más fuerte, el poder centralista”. Algo similar comenta Sofije en un nivel más general: “muchos kosovares dejan de lado el contexto y prefieren visitar Barcelona antes que Madrid porque piensan que nos van a tratar mejor allí”.

Las relaciones entre Kosovo y España (o el mundo hispánico) están marcadas por una fuerte asimetría simbólica: Kosovo admira España, a pesar del poco interés español en la región. Pero quizás lo que muchos kosovares busquen no sea necesariamente el reconocimiento de los españoles, sino el conocimiento: saberse que existen, que tienen algo para ofrecerle a España y a Europa. Saber que el Hasta La Vista puede tener una mirada correspondiente, no condescendiente por la guerra, sino abierta y dispuesta a balancear relaciones con Kosovo y mirar los Balcanes con nuevos ojos.

Este artículo forma parte de un proyecto de investigación de la Kosovo Foundation for Open Society (KFOS) en el marco del proyecto Building knowledge about Kosovo

Juan Manuel Montoro ([email protected])

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