Los jóvenes otomanos se enfrentan al férreo control del presidente Recep Tayyip Erdogan

Las nuevas generaciones contra Santa Sofía por el control de Estambul

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Santa Sofía, uno de los referentes de Turquía, ya no es lo que era. Hace seis meses, el actual Gobierno de este país, liderado por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), decretó la conversión del que era el museo de Ayasofya (su nombre en turco) en mezquita, así como lo fue hace 83 años.  Estas reformas, dispuestas para contentar a los más conservadores, poco han servido contra las nuevas generaciones que luchan por cambiar la actualidad del país.

Santa Sofía, famosa por su cúpula de 55 metros de altura, fue construida en el año 360 como catedral ortodoxa bizantina de Constantinopla, y ha ido pasando de mano en mano, o de religión en religión hasta que fue convertida en museo. Desde entonces, era considerada la atracción turística de Estambul por excelencia. Hasta hace poco más de seis meses, cuando entrabas en Santa Sofia podías ver cómo tres religiones (Iglesia Ortodoxa, cristianismo e islam) convivían en armonía. Desde el exterior, de color rojizo, y con cuatro minaretes rodeando su cúpula, este edificio podía pasar por mezquita, como lo fue apenas 80 años antes. Sin embargo, al entrar, no tenías que descalzarte o cubrirte. Los elementos propios de la religión musulmana como el Şadırvan (fuente donde los fieles de lavan antes de entrar a la oración) solo servían como parte de su arquitectura, que le dotaban de la belleza islámica. Al entrar, lámparas bajas, típicas también de las mezquitas, iluminaban la estancia; una sala con luz tenue donde descansaban mosaicos, luces, pinturas y todo tipo de elementos de estas tres religiones. Desgastados por el tiempo. En su centro, justo debajo de la cúpula central, podías ver el mosaico bizantino que representa a la Virgen María con el Niño Jesús descansado junto a los ornamentos que representan a Alá y a Mahoma propios del islam.

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Un puente entre culturas

Hagia Sophia (como fue bautizada cuando se construyó) podía considerarse un reflejo de lo que Turquía, en cuestión, es y ha sido siempre: un puente de unión entre culturas. Eso es lo que sentías al entrar; que las religiones podían vivir en armonía, como llevaba demostrando Turquía desde que era Constantinopla. Santa Sofía fue iglesia ortodoxa debido a la influencia del Imperio Bizantino, para aliarse con los Cruzados y transformarse en Iglesia Católica. Fiel a la historia, y mostrando la hegemonía del Imperio Otomano en el siglo XV se convirtió en mezquita. Y no se quedó atrás con la instauración de la República turca; Ayasofya, siguiendo los preceptos de Ataturk y de la secularización del país, se confirmó como museo. Capítulo tras capítulo, siendo el mejor libro de historia turca, que ahora tiene una nueva página.

El 10 de julio del pasado año, se aprobó la reconversión de este museo en mezquita remarcando, una vez más, el devenir de la República y abriendo de nuevo el debate sobre la islamización del país. Recep Tayyip Erdogan, presidente del país y líder del AKP, declaraba entonces que “solicitar la clausura al culto del Vaticano convirtiéndolo en museo e insistir en que Santa Sofía permanezca como museo son el producto de la misma lógica” al mismo tiempo que prometía que “Santa Sofía, que es el patrimonio común de la humanidad, con su nuevo estatus, continuará abrazando a todos de forma mucho más sincera y de forma mucho más original”.

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Ahora, en la entrada de Hagia Sophia la gente se amontona a la hora del rezo saltándose la distancia de seguridad necesaria en época de pandemia. Tan solo mascarilla obligatoria y nada de límite de aforo. Si eres mujer debes cubrirte la cabeza y si eres hombre prohibido las piernas al aire. En el patio, antes de entrar al edificio, el antes vacío Şadirvan es la primera parada de los fieles, donde ahora corre el agua y todos se agachan para lavarse pies y manos, y así purificarse antes de la oración.

Una vez dentro, lo primero que destaca es una tela blanca que tapa los mosaicos de la época bizantina que adornan ese primer pasillo de entrada. Antes de entrar a la zona central, ahora la zona de oración, debes descalzarte y dejar los zapatos en las cajoneras colocadas a los lados de las puertas. Las mujeres solo pueden entrar por la puerta de la derecha y deben quedarse en esa estancia. Ahora los suelos están cubiertos por alfombras, pero no es lo único tapado; una gran tela burdeos con bordados dorados en árabe tapa todo elemento no islámico. Una valla de madera se encarga de separar la sala de oración en dos, y a través de esta las familias o parejas se comunican o hacen fotos como pueden. Turistas o creyentes, todos siguen el mismo protocolo. Protocolo propio de una mezquita que difícilmente permite recordar que unos meses atrás era un museo. La distancia de seguridad propia en tiempos de la COVID-19 parece no existir en Hagia Sophia, y la gente se amontona para entrar, descalzarse, rezar o hacerse fotos. Llama la atención cómo parece que la visita el doble de gente que cuando era un museo. “Al principio no estaba de acuerdo con su reconversión, pero la gente está contenta. Solo hay que ver que 300.000 personas acudieron al rezo en su inauguración”, explica Gurkan, responsable de un pequeño hostal en la calle Istiklal, una de las más concurridas de la ciudad.

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Turistas y creyentes juntos a la hora del rezo

El rezo empieza con el imán recitando el Corán a modo de canción. Sin embargo, los turistas no son expulsados y la gente sigue entrando. Al contrario que en cualquier mezquita, incluso en otras turísticas como Mezquita Azul, situada justo enfrente de esta, donde la entrada a visitantes está prohibida durante los rezos. Por primera vez un turista puede asistir a una oración islámica. Puede que sean ciertas las palabras de Erdogan, y que, a pesar de todo, Santa Sofía siga “abrazando a todos”. La oración sigue e incluso las más avispadas pueden colarse en la zona de hombres para hacerse la correspondiente fotografía. La perspectiva es mejor desde ahí. Hay responsables encargados de controlarlo, que parecen permitirlo e incluso dejan hacer esas fotos. Y a los fieles rezando parece que les divierten estas intromisiones. Sin embargo, en menos de cinco minutos el mismo guarda aparece dejando claro que “ya es suficiente”. No, no es lo mismo que hace un año, cuando Santa Sofia aún permitía explorar sin miramientos.

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“Es solo una estrategia [de Erdogan] para contentar a sus votantes”, asegura Kaan, joven fisioterapeuta quien está seguro de que la reconversión del que era un museo “solo sirve para distraer de la situación económica del país”. Turquía con 82 millones de habitantes tiene una tasa de desempleo de casi el 15%, un sueldo mínimo de 3.760 liras (unos 420 euros) y una deuda pública que supone el 30% de su PIB. Kaan es uno de los muchos jóvenes frustrados por la situación económica del país, quien tiene claro que “la única forma de prosperar y ganar dinero es irse”. Para ellos, el que Santa Sofía sea museo o mezquita no tiene la menor importancia.

“Es innecesario. En Turquía ya tenemos muchas mezquitas. No era necesario otra y no es justo”, explica Ismael, líder espiritual aleví, minoría religiosa presente en Turquía que supone el 20% de su población, pero a quienes la Constitución turca no reconoce como culto. “Obviamente, nosotros querríamos que Santa Sofía fuera un Cemevi (centro religioso aleví), pero tampoco sería justo”.

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Santa Sofia es solo una estrategia más

Erdogan cada vez tiene menos miramientos para intentar disimular la islamización que está llevando a cabo en el país, como se deja ver con Santa Sofía. Ya en 1998 el presidente de la República estuvo en prisión por ‘intolerancia religiosa’. Ahora, el líder del AKP prioriza este tipo de medidas que parecen contentar a los más conservadores de sus votantes, que suponen su mayor apoyo y los que le hicieron ganar las presidenciales en 2018.

Lo de Ayasofya no es un hecho aislado. Hace dos años Erdogan compartió su intención de crear una “generación piadosa” que defendiera los valores islámicos junto con el nacionalismo turco, y ha invertido miles de millones de dólares en imam-hatip (colegios religiosos). “Erdogan sabe lo que tiene que hacer para conseguir votos. Tiene a sus votantes fieles y en ellos se centra.” asegura Kaan, “de ahí que la política turca priorice este tipo de decisiones”. Hagia Sophia, la islamización educativa, las cada vez mayores subvenciones a organizaciones religiosas, la criminalización de otras sectas como el movimiento de Fethullah Gülen considerado como organización terrorista en 2016 a quienes se culpó del golpe de Estado de ese mismo año, así como, la retirada de derechos que Ataturk concedió a minorías religiosas como los armenios o los alevíes son las pruebas del cambio de rumbo al que está intentando forzar el actual presidente.

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Las nuevas generaciones se hacen con Estambul

Sin embargo, Erdogan acaba de perder Estambul y Ankara en las elecciones municipales del país y, según él mismo, “quien pierde Estambul pierde Turquía”. Este resultado, a pesar de los intentos del presidente por atraer a los más conservadores, no es extraño si te paras a hablar con la juventud que domina las calles de la ciudad más importante del país. “La gente está harta, sobre todo los estudiantes. Queremos que las cosas cambien”, declara Burhan, estudiante de Arquitectura en la Universidad de Estambul.

Y es que, en los barrios turísticos, como Sultanhamet, donde se encuentra Santa Sofia, difícilmente puedes encontrar una cerveza; están siendo opacados por nuevas zonas rejuvenecidas. Adaptadas a los tiempos. Barrios como Balat, Feneryelu o incluso Galata, han sido tomados por las nuevas generaciones, quienes, ayudados por campañas sostenibles, han creado nuevos cafés-librerías, tiendas de vinilos, espacios deportivos al aire libre. Todos estos llenos de color, respetando la arquitectura y la estética del pasado, conviviendo con las minorías dueñas de sus casas, pero añadiendo el toque más moderno. Balat es el claro ejemplo, las antiguas casas de griegos ortodoxos han dado la bienvenida a esta generación revolucionaria y han pintado las fachadas de sus casas para crear ‘Balat: la ciudad de colores’. O Kuzguncuk donde los armenios conviven divertidos con los nuevos espacios sostenibles llenos de luces de colores. O el ya conocido barrio de Gazi donde fuerzas kurdas y alevíes se unen y toman las calles en señal de protesta ante las políticas del presidente, recordando siempre al que fue el padre de la República. “Erdogan está acabando con lo que Ataturk construyó” asegura el líder aleví, comunidad tradicionalmente kemalista. “Ya ha perdido Estambul y él sabe lo que eso significa, por eso está intentando contentar a los más conservadores. Es lo único que le queda”, explica Burhan.

Maniobras ‘in extremis’, como bien explica el joven, que poco importan a la población turca de a pie. “Lo de Hagia Sofia fue show político”, aseguran Kaan y Burhan. Y es que tanto ellos como toda esta nueva generación de jóvenes revolucionarios que tienen que vivir la realidad de Turquía, ahogados por una crisis económica interminable, tienen claro que “Erdogan no va a ganar en 2023”.

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