El movimiento de inundar el mercado emprendido por Arabia Saudí ha pillado a contrapié a Moscú, cuyas finanzas se han resentido a corto plazo

Las relaciones de Rusia con el Golfo patinan a causa del petróleo

PHOTO/AGENCIA DE PRENSA SAUDÍ - El director general de Saudi Aramco Amin Al-Nasser

¿Nueva guerra en ciernes por el oro negro? A juzgar por lo sucedido desde finales de la semana pasada, el petróleo vuelve a situarse en el fondo de las disputas entre dos gigantes geopolíticos: Rusia y Arabia Saudí. No son dos países cualesquiera; se trata, respectivamente, del segundo y el tercer productor de crudo a nivel mundial. El primero es Estados Unidos.

A lo largo de los últimos años, la mayoría de países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), de la que el gigante norteamericano no forma parte, han tratado de coordinar sus acciones para resistir el empuje de Washington. Mientras que la Casa Blanca no ha tenido ningún reparo en seguir aumentando su producción y sus ventas, los demás, por el contrario, han estado intentando recortar en la medida de lo posible sus flujos. Es lo que se llamó el pacto OPEP+. De este modo, y siguiendo la ley de la oferta y la demanda, por muchos barriles que EEUU introdujese en el circuito, los precios se mantendrían relativamente estables y no correrían riesgo de desplomarse. Al menos, en teoría.

Producción de crudo en 2019 en millones de barriles diarios
Encuentro fracasado

La semana pasada, se celebró una cumbre de la OPEP en Viena en la que, se suponía, la mecánica iba a ser similar. Riad, que ejerce como portavoz no oficial de la organización, propuso recortar la producción por el descenso de demanda ocasionado por la expansión planetaria del coronavirus. Más allá de la lógica o la oportunidad de la medida, parecía una decisión en la línea de lo que venía sucediendo a lo largo de los últimos meses.

Sin embargo, Rusia se negó a aceptar el recorte. ¿La razón? Hay varias explicaciones no excluyentes. En primer lugar, sus exportaciones están menos diversificadas. Muchas se dirigen a los mercados europeos, entre los que se encuentran algunos de los más afectados por la crisis del COVID-19. Por esta razón, un recorte ahora sería, en comparación, más dañino para las arcas rusas que para las de otros Estados.

En segundo lugar, puede que a Rusia le convenga, en cierto modo, que los precios del crudo continúen descendiendo; al menos, temporalmente. ¿Por qué? Para empezar, podría ser un modo de dañar las exportaciones estadounidenses de gas de esquisto. Además, Rusia dispone de unas amplias reservas, cifradas en 570.000 millones de dólares. Le daría un margen importante para aguantar en caso de un descenso de los ingresos en las ventas de hidrocarburos.

El secretario general de la OPEP Mohammed Sanusi Barkindo
Riad, ¿en dirección contraria?

¿Cuál ha sido la respuesta de Arabia Saudí? Ya que el acuerdo requería la aquiescencia rusa, Riad optó por tomar el camino contrario. Si no se podía reducir el volumen de producción, la otra salida era aumentarla. La petrolera estatal Saudi Aramco ya dejó caer esta posibilidad a lo largo del fin de semana, cuando la cumbre de la OPEP ya había colapsado. Este lunes esa perspectiva cobró todavía más fuerza.

Ese día, Saudi Aramco hizo público que, a partir del próximo mes de abril, la compañía incrementará la producción en dos millones y medio de barriles más por día. Esa medida, explicó el director ejecutivo Amin al-Nasser, haría ascender su volumen total a 12,3 millones de barriles diarios, 300.000 por encima de la capacidad de producción máxima sostenible de la empresa. Una decisión tomada, a todas luces, unilateralmente, puesto que el ministro saudí de Energía Abdulaziz bin Salman, ha descartado una nueva cumbre de la OPEP para consensuar futuras acciones.

El impacto de la medida fue inmediato. Los ya maltrechos precios del crudo se desplomaron todavía más. En un solo día, el oro negro perdió, de forma aproximada, una cuarta parte de su valor bursátil, hasta situarse en poco más de 31 dólares por barril -unos niveles que no se habían visto en todo el mundo desde 2014.

Una vista muestra tanques de petróleo de marca en la instalación petrolera de Saudi Aramco en Abqaiq
Euforia en Riad, pesimismo en Moscú

Al día siguiente, pasado el susto, los mercados recuperaron la confianza. El petróleo volvió a apreciarse cerca de un 10%. Las acciones de Saudi Aramco, no por casualidad, se revalorizaron en la misma medida. Registraron así su mayor subida diaria desde su salida a bolsa. A remolque, el resto de bolsas del golfo Pérsico, aliadas estratégicas de Riad, pudieron remontar después del que ya se conoce como “lunes negro”.

A la bolsa de Moscú, mientras tanto, le llegó el gran bajón el martes, puesto que el lunes no había abierto. A la apertura, el RTSI de la capital rusa se desplomó más de 150 puntos, cerca de un 12%. Desde entonces, ha registrado subidas y bajadas no tan abruptas, pero no ha recuperado niveles anteriores. Los valores que cotizan -y el apetito de los inversores- se han mostrado volátiles y la incertidumbre es alta.

Este mismo miércoles, Riad ha redoblado la apuesta: Saudi Aramco ha anunciado que la producción diaria llegará hasta los 13 millones. El nuevo incremento ha agudizado la tendencia alcista en Riad y el pesimismo en Moscú. 

En el plano meramente bursátil, parece, a juzgar por los datos, que el que sale ganando, de momento, es el bloque del Golfo liderado por Arabia Saudí. Rusia, por el contrario, pierde. Aunque las dos partes siguen insistiendo en que su ambición es frenar a EEUU, parece haber fisuras en esa coalición. 

El ministro de Energía de Arabia Saudí, el Príncipe Abdulaziz bin Salman, y su homólogo ruso Alexander Novak, en una reunión de la OPEP y de la NO OPEP en Viena
Relaciones con muchas aristas

En la esfera geopolítica, las relaciones entre ambas potencias son complejas. El peso del petróleo es muy importante; el hecho de que haya habido un enemigo común en Washington ha contribuido a acercar las posturas de Moscú y Riad. En materia meramente política, son ambivalentes. Por una parte, Rusia ha cultivado en gran medida sus relaciones con Irán y Siria -rivales de Arabia Saudí- en su afán por extender sus esferas de influencia. Esta rivalidad de bloques se ha plasmado, por ejemplo, en el conflicto de Yemen, donde los iraníes apoyan a las milicias hutíes, mientras que los saudíes lideran una coalición para derrotarlas.

Por otra parte, ambas potencias han demostrado compartir intereses en un conflicto como el de Libia. En el país norteafricano, los dos han proporcionado respaldo inequívoco hacia el mariscal rebelde Jalifa Haftar, que lucha por derrocar el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés) de Trípoli reconocido por la ONU. 

Uno de los factores diferenciales entre ambos teatros es, precisamente, la presencia de hidrocarburos. Libia cuenta con unas grandes reservas de gas en su litoral de las que Yemen, el país más pobre de la península Arábiga, carece.

Más allá de las consecuencias económicas, queda por determinar si las actuales turbulencias en los parqués tendrán efectos a nivel político. La región de Oriente Próximo continúa albergando muchos conflictos internos -Siria, Libia, Yemen, Irak…- donde los intereses internacionales se agolpan. La mayoría, en busca del petróleo.

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