La Galería Ansorena reúne hasta el 12 de octubre obras de 40 artistas emblemáticos, muchas de ellas son raras y procedentes de colecciones privadas

Los felices 80 y La Movida madrileña

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“Si viviste los 80 y te acuerdas es que no los viviste”. Es una frase de José Tono Martínez, que hizo fortuna, para resumir una década marcada por lo que dio en llamarse “la Movida madrileña”. En España, y de manera emblemática en su capital, había estallado la democracia, desmintiendo a los muchos augures que preconizaban una vuelta a la Guerra Civil, al enfrentamiento desgarrado entre españoles, para regocijo de tantos observadores extranjeros que nos miraban, condescendientes, bajo el prisma de la intolerancia y el garrotazo.

Lo cierto es que a finales de los años 70 y hasta bien entrados los años 80 se produjo una suerte de momento y movimiento creativo vital, cultural y social, de participación popular, que cambió las reglas del juego de lo que entonces se entendía como cultura, hasta entonces patrimonializada por élites tradicionales. Fue el momento álgido del debate modernidad-posmodernidad, cuando la alta cultura se deja contaminar por la baja, y se hace fluida, híbrida.

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Las músicas modernas, el pop, el rock, el punk y las otras músicas infrecuentes; el mundo de la historieta y el comic y de los “fanzines” callejeros; la moda y las modas en el vestir, diseñadas o inventadas; el diseño de objetos aplicado a todas las artes decorativas; las revistas culturales de nuevo tipo, como Dezine, La Luna de Madrid, Madrid me Mata, herederas de Nueva Lente; el teatro, la literatura y el cine, que dejan de ser arte y ensayo vindicativo o experimental y se hacen tragicomedia celestinesca, pasoliniana, juglaresca; el arte, la performance y la fotografía, ésta finalmente aceptada como arte con mayúsculas. Todo ello configura ese fresco iconográfico que pasó a llamarse, sin la anuencia de los protagonistas, La Movida. Y que también sin acuerdo general se suele constreñir a la década que va de 1978 a 1988.

Como señala el autor de la frase que encabeza esta crónica, que fuera director de La Luna de Madrid y comisario también de esta muestra, “han pasado ya unos 40 años de aquellas derivas, y poco a poco se van haciendo museo”. El epicentro de La Movida fue Madrid que, emancipada de su capitalidad asociada a la fenecida dictadura, proyectó su onda centrípeta a toda España, “atrayendo los numerosos electrones libres de otras ciudades”. Dice José Tono que “sin buscarlo, se produjo así el último movimiento total de carácter ‘nacional’, estatal: un estado de ánimo transitorio, imaginario, pero que ha dejado huella”. Si hoy lo llamamos feliz es porque fue muy libre, muy libertario, muy pegado a las calles recuperadas.

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Sería prolijo enumerar a los 40 artistas emblemáticos de la muestra. La gran mayoría forman parte de la memoria colectiva de los que vivieron aquel periodo si no mágico, sí bastante inédito, inesperado y asombroso para los observadores y analistas clásicos. En todo caso, es importante señalar que una gran parte de la obra seleccionada, al proceder de colecciones particulares, apenas ha sido vista por el público, lo que puede constituir un aliciente adicional para degustar esta exposición, que estará abierta hasta el 12 de octubre. Y que, para los más jóvenes, puede constituir un auténtico hallazgo, y un descubrimiento, quizá para ellos asombroso, sobre lo que fueron capaces de hacer e inventar sus mayores.      

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