Los islamistas tunecinos vuelven a la primera línea de la actividad política

Paco Soto

Pie de foto: Rachid Ghannouchi, líder del movimiento islamista Ennahda.

Ennahda (Partido del Renacimiento), el movimiento islamista presidido y liderado por Rachid Ghannouchi, ha vuelto a la primera línea de la actividad política en Túnez. Sucesor del Movimiento de la Tendencia Islamista (MIT) y fundado en junio de 1981, Ennahda está dirigido por un grupo de intelectuales, profesores universitarios y profesionales. Durante el régimen dictatorial de Zine El Abidine Ben Ali, Ennahda y otros movimientos islamistas fueron duramente reprimidos. Muchos dirigentes y militantes fueron detenidos, torturados y condenados a largos años de prisión, o tuvieron que exiliarse. El régimen de Ben Ali, que tuvo como principal aliado político europeo a Francia, acusó a Ennahda de utilizar la violencia y de querer desestabilizar el país. A pesar de la dura represión, Ennahda mantuvo una presencia importante en Túnez y fue una de las fuerzas opuestas a Ben Ali con mayor nivel de implantación social. La caída de Ben Ali durante la denominada ‘Revolución de los Jazmines’, a principios de 2011, abrió nuevas perspectivas políticas en Túnez. Ennahda ganó las elecciones legislativas y el islamista Hamadi Jebali formó gobierno con dos partidos laicos y de izquierda: el Congreso para la República (CPR) de Moncef Marzouki y el socialdemócrata Ettakatol de Mustafá Benjaafar.

Ennahda fue la fuerza con mayor protagonismo político en el Ejecutivo de Jebali. Ennahda condenó el terrorismo yihadista y renunció a aplicar la Sharia en Túnez. Demostró ser un partido pragmático, flexible y realista que sabe adaptarse a las circunstancias, pero no pudo ocultar su naturaleza ultraconservadora en múltiples aspectos. Esto último desencadenó muchas protestas de sectores laicos de la sociedad tunecina. La incapacidad por resolver los graves problemas económicos del país por parte del Gobierno tripartito también fue otra de las causas del descontento popular y del desencanto de muchos votantes islamistas.

La crisis de 2013

Nida Tounes, una formación laica liderada por el presidente del país, Beji Caïd Essebsi, en la que militan conservadores, expartidarios de Ben Ali, sindicalistas y activistas de izquierda moderada, ganó las elecciones generales y presidenciales de octubre y diciembre de 2014. Mucho antes, en febrero de 2013, Hamadi Jebali tuvo que dimitir, tras fracasar en un intento de formar un gobierno técnico para sacar al país magrebí de la crisis. Varios meses después, en diciembre de 2013, el tecnócrata Mehdi Jomâa se hizo con las riendas del Gobierno de Túnez. Los islamistas de Ennahda sufrieron una gran derrota política. Ennahda perdió las generales de 2014 y no presentó candidato a las presidenciales, pero Nida Tounes decidió formar un ejecutivo con los centristas de Afek Tounes, los liberales de la Unión Patriótica Libre (UPL) y los islamistas de Rachid Ghannouchi, segunda fuerza en la Cámara. Más de un año después, Ennahda, que goza de fuertes apoyos populares, ha tenido tiempo suficiente para reorganizarse y vuelve a desempeñar un papel importante en la vida política tunecina.

La crisis interna que ha sacudido a Nida Tounes en los últimos meses, objetivamente, favorece los intereses políticos y electorales de Ennahda, un movimiento vinculado a los islamistas sudaneses y que se inspira de pensadores como Hasan El Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes egipcios, del también egipcio Sayyid Qutb y del paquistaní Sayyid Abul Maududi. En la actualidad, Ennahda, que mantiene posiciones ambiguas en cuestiones polémicas para el islamismo político como la igualdad entre hombres y mujeres y la utilización del velo islámico por parte de las musulmanas, coincide en muchos aspectos con el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) de Turquía. Según algunos investigadores, Ennahda ha recibido financiación de monarquías del Golfo.

Pie de foto: Un grupo de islamistas se manifiesta en Túnez.

Descontento popular

El descontento popular, la crisis gubernamental y las urnas derrotaron a Ennahda, pero no hundieron a este partido pragmático y posibilista. El movimiento liderado por Ghannouchi vuelve a ser una alternativa al conservadurismo laico y a la izquierda. La travesía del desierto ha sido corta para Ennahda. Es la segunda fuerza parlamentaria del país y tiene a muchos seguidores entre las capas populares y la clase media. Tanto es así que algunos observadores de la actualidad política tunecina vaticinan un maremoto islamista en las elecciones municipales que se celebrarán a finales de 2016.  Los dirigentes de Ennahda han demostrado tener una gran capacidad de reorganización; superaron con facilidad el bache que significó la dictadura de Ben Ali y anteriormente el poder autoritario de Habib Bourguiba. Tras caer Ben Ali, en muy poco tiempo regresaron al país muchos dirigentes exiliados y pusieron en marcha el nuevo proyecto de Ennahda.

En pocos meses, el partido abrió centenares de sedes en todas las regiones del país. Los dirigentes de Ennahda se convirtieron en interlocutores imprescindibles en el marco del proceso de transición a la democracia y en una fuerza legítima para amplias capas de la población y muchos adversarios laicos. Los islamistas desempeñaron una labor decisiva en la elaboración de la nueva Constitución democrática aprobada en enero de 2014 por la Asamblea Nacional Constituyente (ANC); hicieron concesiones a los laicos, pero también lograron que no quedaran eliminadas del texto las referencias a la religión musulmana y “el apego del pueblo a las enseñanzas del islam” y a su “identidad árabe-musulmana”.

El Sexto Califato

La llegada al poder de Ennahda, en 2011, consolidó su influencia en la sociedad y sus dirigentes pensaron que conseguirían algún día construir el Sexto Califato, el sueño de todas las corrientes del islamismo político, desde los Hermanos Musulmanes hasta los terroristas de Daesh y Al Qaeda, pasando por Jamaat Al-Tabligh. Ningún movimiento islamista, radical o moderado, pacífico o violento, puede abandonar el objetivo de conseguir que la umma (comunidad de creyentes del islam) se dote de un Estado supranacional que se extienda de los confines de la India y China, en el este, al océano Atlántico, en el oeste. Tampoco Ennahda en Túnez. El líder de este movimiento, Rachid Ghannouchi, es un político inteligente y seductor, y tiene una gran capacidad de maniobra. Quizá su error haya sido subestimar la capacidad de resistencia laica de la sociedad tunecina, que es la más moderna y abierta a Occidente del Magreb. La herencia laica de la larga etapa autoritaria de Bourguiba sigue presente en Túnez. Por eso Ennahda no consiguió aplicar la Sharia en el país durante el periodo en que dirigió el Gobierno nacional.

Durante los dos años de gobernanza, los islamistas no alcanzaron otro de sus sueños: el control de los aparatos del Estado. El propio Ghannouchi lo reconoció ante sus militantes, y les pidió paciencia e inteligencia política para ganar la batalla de la conquista del Estado. La corrupción y el enriquecimiento ilícito son otros dos problemas que han afectado a las filas de Ennahda, sobre todo a sus dirigentes, como es el caso de Rafik Abdessalem, yerno de Ghannouchi y ministro de Asuntos Exteriores de 2012 a 2013. Ennahda también cometió el gran error de enfrentarse a la poderosa central sindical Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT) y al activo mundo laico de los hombres de negocios, movimientos feministas, artistas e intelectuales progresistas.

Miedo al conflicto civil

Ennahda puso en movimiento la Organización Tunecina del Trabajo (OTT) para hacer frente a la UGTT, y en diciembre de 2012, según denunció la oposición, dio vida a unas milicias armadas que agredieron a sindicalistas y trabajadores laicos. El descontento generado por los islamistas en el Gobierno, el golpe de Estado militar que derrotó a los Hermanos Musulmanes en Egipto, en julio de 2013, pero sobre todo las movilizaciones populares acabaron echando del poder a Ennahda. Por poco tiempo. El miedo a un conflicto civil como en otros países árabes anunciado por Ennahda desembocó en un “diálogo nacional” entre diversas fuerzas sindicales y sociales que se concretó en el Gobierno tecnocrático de Mehdi Jomâa, en diciembre de 2013, y en la adopción de una nueva Ley Fundamental.

En un periodo de tiempo corto, los dirigentes de Ennahda han aprendido de sus errores; han apartado de la primera línea de fuego a sus jefes más radicales y gobiernan sin el menor problema con Nida Tounes y otros dos partidos liberales. Apoyan plenamente al presidente Beji Caïd Essebsi y también al primer ministro, el tecnócrata Habib Essid. En el Parlamento, en general, mantienen posturas moderadas y coinciden bastante a menudo con sus antiguos adversarios. Aseguran que no les interesa el poder sino el aumento del paro, la crisis económica, la pobreza y el auge del terrorismo yihadista. No es verdad, claro que les interesa el poder, pero no tienen prisa para alcanzarlo plenamente.

Acuerdo bilateral

Según algunos analistas, Ennahda y Nida Tounes habrían llegado a un acuerdo político de cara a las próximas elecciones municipales, a una especie de frente unido entre el conservadurismo laico y el islamismo supuestamente moderado de cara a consolidar el proceso de transición democrática, que contaría con el visto bueno de la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, los dos grandes socios occidentales de Túnez. Es una hipótesis bastante verosímil en la que Nida Tounes fortalecería su poder y conseguiría también que Ennahda se comprometiera definitivamente con la gobernanza del país magrebí.

Ennahda parece haber asumido que nadie puede obviar la realidad política y social de Túnez, tampoco los islamistas. Además, el movimiento dirigido por Ghannouchi es consciente de que todavía no tiene una élite con suficiente experiencia y competencia para asumir la total gestión de los asuntos públicos. Ennahda tendrá que ser paciente y mientras ir infiltrándose poco a poco en todos los mecanismos del Estado. Otro elemento que hay que tener en cuenta, y no es secundario, es que una parte sustancial de la sociedad tunecina sigue siendo hostil a que los islamistas gobiernen. Los dirigentes más pragmáticos de Ennahda son conscientes de esta realidad y han propuesto cambiar las siglas del partido en el congreso de 2017, y proponen un nombre alejado de cualquier connotación religiosa, como Partido Conservador, por ejemplo.

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