El Comité del Patrimonio Mundial da al Gobierno de Marruecos plazo hasta febrero próximo para que haga un "estudio de impacto" de los nuevos proyectos urbanísticos en la capital

Los sueños de grandeza de Rabat chocan con la UNESCO

photo_camera Imagen cortesía de Rafael de la-Hoz Arquitectos - Proyección de la futura Torre Mohamed VI de Rabat

La ciudad de Rabat tiene sueños de grandeza: se está llenando de museos, un teatro monumental, nuevas estaciones de tren, la torre más alta de África, puentes flamantes y anillos de circunvalación.

 Pero sus sueños se han topado con la UNESCO.

Y es que las autoridades no parecen haber tenido en cuenta que, habiendo declarado a Rabat Patrimonio de la Humanidad en 2012, deben algunas cuentas a la UNESCO, como por ejemplo comunicar con antelación los grandes proyectos urbanísticos planeados para la ciudad como "capital de la cultura".



El pasado mes de julio, el gobierno marroquí recibió una carta del Comité del Patrimonio Mundial en el que éste, en términos inusualmente duros, dijo "lamentar enormemente que los detalles completos de ese gran programa (urbanístico en Rabat) y los proyectos individuales que lo componen no hayan sido sometidos previamente a examen".

Y dio al gobierno un plazo hasta febrero próximo para realizar un "estudio de impacto" de sus proyectos, con especial énfasis en el impacto visual y paisajístico que esos proyectos representan. 

La carta cayó como una bomba en las altas esferas, según han dicho a Efe varios expertos conocedores del caso sin querer dar su nombre.





Dos eran los proyectos que hicieron sonar las alarmas en la UNESCO: la futura Torre Mohamed VI y la ampliación de la Estación de Rabat-Ciudad. Ambos fueron decididos sin previa comunicación al organismo internacional.

La torre es el proyecto más ambicioso: con sus 250 metros y con vocación de ser la más alta de África, se alzará majestuosa en el estuario del Buregreg (río que marca el límite norte de Rabat), donde nunca han existido edificios de más de tres pisos.

Defendida por prácticamente todos los arquitectos consultados por Efe, la UNESCO objeta sin embargo "el impacto visual potencialmente negativo que el proyecto de la torre puede tener sobre el valor universal excepcional" (del valle).

No es la primera vez que la UNESCO levanta la ceja ante una torre "agresiva": lo ha hecho en la Estación Central de Viena, en San Petersburgo con la Torre Okhta o en Sevilla con la Torre Pelli, con desigual fortuna: solo Rusia consintió mover unos kilómetros la torre de San Petersburgo.



En Rabat, la suerte está echada: los pilones de cimentación ya están colocados y toda la base terminada, y su alzado al lado del río es solo cuestión de meses, según acaba de anunciar su diseñador, el arquitecto español Rafael de la Hoz. 

Las autoridades marroquíes se han defendido diciendo que la torre se levanta fuera de la "zona protegida" patrimonial y de lo que UNESCO llama "perímetro de amortiguación", marcado por el río, pues queda exactamente en la orilla misma del Bouregreg.

En cualquier caso, todos consideran casi imposible que una torre que va a convertirse en símbolo del reinado de Mohamed VI, y más cuando lleva su nombre, vaya a reformarse. Sobre todo si hay algo parecido a la presión exterior, en un país tan sensible a las "injerencias" como es Marruecos.



Un agresivo centro comercial

Las obras de ampliación de la estación de Rabat son otro cantar: la estación forma parte de la "ciudad nueva" levantada por los colonizadores franceses a partir de 1912 y en solo treinta años para la llamada "población europea" de entonces. La estación, con las vías soterradas, es pequeña y discreta, y así se ha mantenido durante casi un siglo, como el resto de la avenida donde se integra, donde apenas ha habido cambios, algo que la UNESCO valoró como excepcional al declarar a la ciudad como Patrimonio Mundial.

Dentro de los ambiciosos planes para Rabat, que están llenando la ciudad de nuevos edificios, el gobierno proyectó detrás de la estación un enorme centro comercial de vidrio y acero situado además junto a la muralla almohade, hecha en adobe. Si la galería comercial es de por sí cuatro veces mayor que la propia estación, el proyecto de ampliación incluye además un enorme tejado externo en forma de caja que va a "engullir" el edificio original de la estación.

La UNESCO dice en su carta que "es lamentable no haber podido aportar modificaciones menores (...) en el proyecto de la estación para atenuar su impacto sobre las murallas de la ciudad".

El centro comercial ya está prácticamente terminado en su estructura; del techado, sin embargo, no hay levantados sino cinco enormes pilones y todavía habría tiempo de abandonar esa parte, precisamente la más agresiva.



Cómo dar vida al patrimonio

La Asociación "Rabat-Salé Memoria", la primera creada en la capital marroquí para proteger el patrimonio, aclara que está a favor de "crear actividad urbana" en torno al patrimonio, y en ese sentido no es contraria a la idea del centro comercial de la estación. Tampoco se oponen a la "inyección" de construcciones contemporáneas en los lugares históricos. Pero su fundador, Fikri Benabdellah, dice a Efe -y precisa que es a título personal- que el proyecto actual de la estación "tiene un problema de escala considerable que le da un carácter intrusivo".

Pocos son los que defienden hoy en Rabat, desde el punto de vista estético, esa transformación mayor de la estación, que cambiará el aspecto de todo el centro de la ciudad. Cuando precisamente el valor arquitectónico de Rabat es su excepcional conservación, siendo "uno de los proyectos urbanísticos más vastos y ambiciosos realizados en África en el siglo XX", según UNESCO.

Benabdellah no está entre los defensores del centro comercial en su forma actual, pero lamenta que "la torre esté pagando los platos rotos de la estación". Hay quien cree que todavía es posible una solución de compromiso entre uno y otro proyecto que permita a todas las partes proclamar una victoria.

Proyectos grandilocuentes

Pero después de todo, estos dos ejemplos cuentan la historia de una ciudad que parece estar pasando por una "crisis de crecimiento": durante toda su historia, Rabat ha sido una ciudad pequeña en comparación con Casablanca, Fez o Marrakech, una capital de funcionarios de ritmo casi provinciano. Hasta que llegó Mohamed VI y se empeñó en cambiar la cara de Rabat y convertirla en una ciudad de cultura, después de dotarla de una Marina en la desembocadura del río y de un moderno tranvía convertido en orgullo capitalino.

Poco a poco, las calles de Rabat se están llenando de museos, unos ya terminados (de arte contemporáneo o de arqueología) y otros en construcción o proyecto (de la música, de ciencias naturales, de artesanía o de la caza). A ellos se añadirá, en pocos meses, el Gran Teatro de Rabat, diseñado por la difunta arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid y que con sus líneas curvas supone toda una revolución en el paisaje rabatí.

 Pero el teatro, con sus 1.800 asientos y su inmensa superficie que a diario habrá que limpiar e iluminar, plantea varias preguntas que todos se hacen hoy en Rabat: ¿Habrá público para llenar ese teatro a diario, o siquiera semanalmente? ¿Lo habrá para llenar todos los museos que pronto estarán construidos? ¿Quién pagará las facturas de tamaños proyectos? ¿No estará Rabat contándose el cuento de la lechera?
 

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