Como estaba previsto, el Senado exonera a Donald Trump de los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso que vertebraban el impeachment. ¿Qué deparará el futuro?

Más presidente que nunca

REUTERS/KEVIN LAMARQUE - Donald Trump, un presidente intocable

El senador se colocó detrás del atril. No parecía nervioso. Más bien, su cara reflejaba cansancio. No cansancio físico, sino, el tipo de agotamiento que se experimenta después de haber estado sometido a una presión emocional tremenda. Su voz trémula daba cuenta de que, en efecto, sus ideas habían ido en muchas direcciones distintas en los últimos días. No obstante, su discurso estaba revestido, asimismo, de una indiscutible pátina de firmeza, de la coherencia con la que habla aquel que sabe que está obrando de acuerdo con sus propios ideales.

“Supe desde el principio que la tarea de juzgar al presidente, al líder de mi propio partido, sería la decisión más difícil a la que nunca me había enfrentado. No me equivocaba”, confesó el senador. A continuación, pasó a anunciar el sentido de esa decisión: “El propósito del presidente fue personal y político. De este modo, el presidente es culpable de un abuso flagrante de la confianza del pueblo”. Un veredicto sencillo, pero toda una rareza: es el único senador en la historia de Estados Unidos que se ha atrevido a posicionarse en contra de un mandatario de su partido durante un proceso de impeachment. Ese mandatario es, por supuesto, Donald Trump; el partido es el republicano; el senador, protagonista, puede que involuntario, de esta historia, es Mitt Romney.

Mitt Romney, el único republicano que se atrevió a votar a favor de destituir a Trump

Romney: un mormón de Utah, un hombre que siempre se ha enorgullecido de actuar en base a sus profundas convicciones religiosas, también en esta ocasión: “Como senador jurado, hice un juramento ante Dios para impartir justicia de forma imparcial. Y jurar ante Dios supone enormes consecuencias para mí”. Unas creencias que ha trasladado a una larga vida política: es un representante republicano de toda la vida, que afrontó la difícil tarea de enfrentarse al ciclón Barack Obama en las elecciones presidenciales de 2012 y que, ahora, acumula una muesca más en su cinturón.

Sin embargo, por muy noble que sea la decisión de Romney, a efectos prácticos, quedará para la historia como poco más que una anécdota. En la tarde de este miércoles, hora de la Costa Este, el Senado absolvió a Donald Trump de los delitos de abuso de poder y de obstrucción al Congreso sobre los que la Cámara de Representantes había articulado el impeachment.

Cada cual, con su partido

Romney fue un verso suelto. Los resultados de las dos votaciones reflejaron fielmente la polarización partidista que atraviesa el clima político de Estados Unidos: todos a una con el presidente y a cerrar filas. Para que la Cámara Alta hubiese podido aprobar la destitución de Trump, habría sido necesario que otros 19 senadores republicanos hubieran roto la disciplina de voto. Solo así se habría alcanzado la mayoría cualificada de dos tercios -67 de 100- exigida por la Constitución para consumar el cese del jefe del Estado.

Muchos apuntan a que el resultado de este proceso contra Trump se escribió, en realidad, hace tiempo, cuando los ciudadanos eligieron a sus representantes para el Senado. Las probabilidades de que la Cámara Alta, mayoritariamente republicana, votase en contra de su propio líder se consideraron ínfimas desde el principio. No obstante, los demócratas, bajo el liderazgo de la incombustible Nancy Pelosi, lo intentaron. Con la investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016 en punto muerto, trataron de buscarle las cosquillas al presidente en otro país del este de Europa: Ucrania.

Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, se ha perfilado como una némesis de Trump en los últimos meses
Testimonios comprometedores

El proceso actual, que comenzó el pasado mes de septiembre, tenía como objetivo esclarecer si el actual inquilino de la Casa Blanca presionó de forma ilícita a su homólogo ucraniano Volodimir Zelenskiy para que investigase los lazos de Joe Biden, candidato en las primarias demócratas, y su hijo Hunter con la empresa de gas Burisma. Un asunto grave, según parecía. Los demócratas pensaron que, si podían reunir pruebas convincentes, sembrarían la duda entre los republicanos más transigentes, como ha ocurrido finalmente con Romney. 

Desde luego, si buscaban evidencias de comportamientos ilícitos por parte del presidente, las encontraron. Las comparecencias privadas y públicas se sucedieron durante semanas. Participaron en ellas rostros de la diplomacia, el Ejército y los niveles más altos de la administración, que fueron desfilando, primero, ante el Comité de Inteligencia presidido por Adam Schiff y, después, ante el Comité Judicial, presidido por Jerrold Nadler. Las dos instituciones, encuadradas en la Cámara de Representantes, contaban con mayoría demócrata.

: El presidente de Ucrania Volodimir Zelenskiy ha estado, a su pesar, en el centro del escándalo del impeachment

Gordon Sondland, Marie Yovanovitch, William Taylor, Alexander Vindman… Estos y otros nombres, hasta entonces desconocidos, fueron copando las portadas de la prensa mundial a medida que accedían a testificar oficialmente. Entre todos, fueron aportando declaraciones que, efectivamente, apuntaban a que Trump había incurrido en delito. Para unos, estos testigos se convirtieron en héroes cívicos; para otros, quedaron rebajados a la categoría de traidores antipatriotas.

Después de haber escuchado los testimonios, la Cámara de Representantes certificó, gracias a la mayoría demócrata, que, en efecto, Trump se había servido de los fondos de cooperación para Ucrania para poner a Zelenskiy entre la espada y la pared; un dictamen que corroboró la Oficina de Responsabilidad del Gobierno, órgano independiente encargado de fiscalizar al Ejecutivo. La Cámara Baja consideró, igualmente, que el obstruccionismo del presidente, que vetó a numerosos testigos clave y puso todas las trabas posibles durante las primeras fases del juicio, era punible.

La exembajadora de EEUU en Ucrania Marie Yovanovitch despertó las iras de Trump durante su comparecencia pública ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes
El Senado, un muro infranqueable

El Senado tenía, pues, la última palabra. Desde el principio, se vio que los demócratas lo iban a tener casi imposible. Los senadores, que ejercían como jurados bajo la batuta del presidente del Tribunal Supremo John Roberts, ni siquiera accedieron a escuchar nuevos testigos. Los republicanos vetaron la comparecencia en el juicio de personajes de la talla de John Bolton, exasesor de seguridad nacional, o Mick Mulvaney, jefe de Personal de la Casa Blanca en funciones y director de la Oficina de Gestión de Presupuestos. Ambos estuvieron presentes durante la conversación telefónica que Trump mantuvo con Zelenskiy el pasado mes de julio y que se encuentra en el centro de todo el escándalo.

La negativa a aceptar más declaraciones se confirmó la semana pasada. En vista de las dificultades, Chuck Schumer, el líder de la minoría demócrata en la Cámara Alta, pareció aceptar, por fin, lo evidente: no habría manera de sacar a Trump de la Casa Blanca, a pesar de la solidez de los argumentos jurídicos que tenía en su contra.

Los representantes demócratas Adam Schiff (izq.) y Jerrold Nadler (der.) han estado en el centro de todas las miradas durante el impeachment

La semana pasada, el senador neoyorquino se avino a pactar un calendario breve con el líder de los republicanos, el senador por Kentucky Mitch McConnell. Seguramente, para no prolongar la agonía. El lunes y el martes de esta semana, la acusación -constituida por siete congresistas demócratas, entre los que figuraban Schiff y Nadler- y la defensa formularon sus últimas alegaciones. 

En las votaciones de este miércoles, ha sido la bancada de McConnell la que ha reído la última. El de Kentucky, un veterano de la vida institucional como Romney, no ha tenido problemas en adoptar las dudosas líneas narrativas del presidente. En el discurso previo a la votación, su argumento orbitó alrededor de una idea: si a los demócratas no les gusta lo que dicen las urnas, tratan de destruir las instituciones. “La respuesta a perder unas elecciones no puede consistir en atacar a la Administración”, sentenció McConnell. Schumer, por su parte, llamaba a sus compatriotas a “no perder la fe en la verdad y en el derecho”.

Mitch McConnell, líder de los republicanos en el Senado y, probablemente, una de las personas menos gratas entre las filas demócratas
Trump, en línea ascendente

A lo largo de todo el proceso, se ha podido observar con claridad este cruce de narrativas entre los dos grandes partidos. En base a un discurso victimista y poco comprometido con la verdad, Trump ha conseguido convertirse en el tercer presidente en la historia de Estados Unidos que sobrevive a un impeachment, después de Andrew Johnson y Bill Clinton. Es el primero, que, además, se presentará a la reelección al cargo. 

Ahora bien: ¿qué influencia puede tener el juicio político en el inminente proceso electoral? ¿Cómo reaccionarán a partir de ahora las distintas corrientes de opinión pública? Es cierto que, por una parte, el hecho de haber sido acusado formalmente y procesado es una mancha importante en el currículum de Trump. No obstante, está por ver que eso tenga consecuencias entre su base de votantes. Por otra, el haber salido indemne del juicio, gracias a su partido, representa un hito muy destacado y, a la larga, puede servirle como un argumento que arrojar a la cabeza de los demócratas en sus mítines.

Es probable, por tanto, que los partidarios de Trump lo defiendan más fieramente si cabe y sus detractores le guarden una animadversión todavía mayor. Al fin y al cabo, si esa dinámica de polarización ha ido funcionando hasta el momento, no hay razones aparentes para que no continúe en el futuro.

Trump, en un mitin en Des Moines, Iowa. Como era de esperar, arrasó en las primarias de su partido en este estado

En todo caso, no hay visos de que el presidente vaya a perder comba pronto. Las últimas semanas han traído una serie de acontecimientos que dan gasolina a Trump y le auguran un porvenir despejado, al menos a corto plazo. En materia de política internacional, el asesinato del general iraní Qasem Soleimani y el del líder de Daesh Abu Bakr al-Baghdadi, así como el principio de acuerdo comercial con China, son hechos que el presidente puede vender como victorias propias muy fácilmente.

En clave interna, la economía aguanta -a pesar de los crecientes niveles de deuda- y Trump está registrando los índices de popularidad más elevados desde que tomó posesión. Así lo atestigua una de las últimas encuestas publicadas por el portal Gallup, que situaba su nivel de aceptación en torno al 49%. Igualmente, el desastre demócrata en los caucus de Iowa le permite ir con cierto margen. Con unas primarias tan reñidas, sus rivales políticos estarán, previsiblemente, bastante ocupados tratando de asegurarse sus propios apoyos dentro del partido. 

Es Trump, en definitiva, el que parte en posición de ventaja en los comicios de noviembre. Los demócratas no pueden permitirse muchos errores si quieren remontar. En buena parte, sus posibilidades estarán condicionadas por quién se haga con la nominación en las primarias. Tendrá más posibilidades de vencer alguien que la sociedad perciba no solo como un líder para el partido, sino como una persona capaz de representar y gobernar para todo el país. Esa es una carta que Trump nunca podrá jugar.

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