El expresidente egipcio ejerció un dominio autoritario en el país durante tres décadas y fue depuesto por el Ejército tras las revoluciones de 2011

Muere Hosni Mubarak, el faraón destronado

PHOTO/REUTERS - El expresidente egipcio Hosni Mubarak ha fallecido a la edad de 91 años

Hosni Mubarak, expresidente de Egipto, ha muerto en un hospital militar de El Cairo. La noticia ha sido publicada por el diario local Al Watan y, posteriormente, confirmada por la televisión nacional. El exmandatario padecía problemas de salud y, de hecho, había sido intervenido de urgencia el pasado mes de enero. Desde entonces, había permanecido ingresado y sometido a cuidados intensivos, según las informaciones proporcionadas a la prensa egipcia por su hijo Alaa y su abogado Farid el-Deeb.

Mubarak, de 91 años, dirigió la política del país del Nilo durante treinta años, desde el magnicidio de su predecesor Anwar el-Sadat, asesinado por una célula yihadista en 1981, hasta que fue derrocado por el Ejército en 2011, tras meses de protestas ciudadanas en la cairota plaza Tahrir y sus alrededores. Previamente, en su etapa como ministro de Defensa, había sido uno de los ideólogos de la guerra del Yom Kippur (1973), que sumió al mundo en lo que se conoció como la crisis del Petróleo.

Líder del mundo árabe

Procedente de una familia humilde del norte de Egipto, Mubarak fue uno de los mandatarios más destacados del continente africano de finales del siglo XX y principios del XXI; en concreto, se le consideró una de las cabezas más visibles de todo el mundo árabe. Además, es, hasta la fecha, el dirigente que más tiempo se ha mantenido al frente de la Jefatura del Estado en Egipto desde la independencia del país, más aún que el líder de la descolonización Gamal Abdel Nasser.

En el seno de la región de Oriente Próximo, Mubarak hizo posible la readmisión de Egipto en la Liga Árabe y que la organización trasladase su sede a El Cairo. Su Gobierno tuvo como gran rival geopolítico a Irán. La oposición a la teocracia chií alineó a Egipto más con Arabia Saudí y los países del Golfo. Del mismo modo, sus relaciones con Israel, heredadas de la época de Sadat -precisamente, asesinado por firmar los Acuerdos de Camp David con Menachem Begin-, fueron cordiales, al tiempo que trató de situarse como un mediador para el conflicto palestino.

En materia de política internacional, Mubarak apoyó la respuesta internacional a la invasión de Kuwait por parte de Sadam Hussein, pero se opuso a la intervención estadounidense en Irak que llegó 10 años después tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. 

Corrupción y represión

En lo relativo a la política interna, su mandato estuvo caracterizado por ser, en la práctica, dictatorial. El autoritarismo marcó notablemente su gestión, con detenciones arbitrarias y juicios sumarios a la orden del día. Ideológicamente, siguió la senda que habían marcado sus predecesores y mantuvo la tendencia secularista que ha caracterizado a Egipto; grupos islamistas, como los Hermanos Musulmanes, no disfrutaron de demasiado protagonismo, pero, al menos, no fueron reprimidos con tanta intensidad como en épocas anteriores.

Aunque durante su mandato se celebraron comicios periódicos para designar a los representantes en los diferentes niveles de la administración, Mubarak siempre asentó más su poder en las armas que en las urnas. Mientras contó con el favor del Ejército, una de las instituciones más poderosas del territorio norteafricano, el dirigente aguantó en el cargo. La estrecha relación entre las esferas política y militar dio pie a que se generasen dinámicas de corrupción interna basadas en lealtades personales y favores.

La fortaleza de las Fuerzas Armadas ayudó a que, desde el punto de vista securitario, Egipto se mantuviese bastante estable durante una época de auge del terrorismo yihadista. Esta circunstancia atrajo un importante volumen de turismo e inversiones internacionales, pero la riqueza generada no se redistribuyó demasiado bien. Mientras que las familias de la élite, entre ellas la del propio Mubarak, amasaron cuantiosas fortunas, Egipto continuó siendo un país muy desigual.

Derrocamiento, juicio y retiro

La pobreza, la corrupción y las violaciones de derechos humanos acabaron pasando factura al mandatario, que había tratado de perpetuarse en el sillón presidencial como un dictador vitalicio. La política represiva ejercida por el régimen acabó desembocando en las protestas multitudinarias de 2011. Cientos de ciudadanos murieron a manos de las fuerzas del orden. Cuando la represión de las movilizaciones masivas se hizo insostenible, los militares forzaron la caída de Mubarak, así como la convocatoria de elecciones. 

No obstante, en el momento en que los Hermanos Musulmanes de Mohamed Mursi se proclamaron vencedores, se repitió la asonada y quedó instalado en el poder el mariscal de campo Abdelfatah al-Sisi, el actual presidente. En la práctica, la vida diaria de los ciudadanos egipcios no ha cambiado mucho bajo el yugo de uno u otro mandatario.

En 2016, un tribunal lo declaró culpable de corrupción, aunque ya había cumplido su condena durante su estancia en prisión provisional. Asimismo, a pesar de que se le condenó a cadena perpetua por su complicidad con los asesinatos de manifestantes durante las protestas de la plaza Tahrir, fue indultado. Desde que saldó sus cuentas con la justicia egipcia, se le autorizó a regresar a su domicilio en un lujoso barrio de El Cairo llamado Heliópolis: un retiro dorado hasta su fallecimiento en la mañana de este martes.

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