El deporte es un vector de cambio social

Mujeres y hombres que revolucionaron el deporte

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El mundo del deporte históricamente siempre ha estado muy atento al desarrollo de nuevas ideas e iniciativas, de hecho, el binomio entre deporte e innovación es prácticamente indisoluble. Nadie duda de esta cuestión en la actualidad, cuando los jueces de silla de las competiciones internacionales de tenis determinan si una pelota entra dentro la pista con la ayuda del ojo de halcón.

También gracias a la tecnología se hacen pruebas en estos momentos con sensores montados en los cascos de los jugadores de fútbol americano o de los pilotos de Fórmula 1 para anticipar las consecuencias, incluso trágicas, de las conmociones cerebrales en estas disciplinas.

Estos son tan solo algunos ejemplos de los interesantes avances científicos y tecnológicos que en las próximas décadas seguirán desarrollándose en todos los deportes. Pero las revoluciones no se basan únicamente en las máquinas o los programas informáticos, detrás de la innovación siempre hay personas que han conseguido algo inesperado y muchas veces sorprendente.

La revolución de las pequeñas cosas

En muchas disciplinas deportivas, la auténtica revolución viene de las pequeñas cosas. Los grandes campeones no lo son solo porque tienen acceso a las mejores instalaciones, el mejor equipamiento o los mejores técnicos; lo son también por su compromiso, su dedicación y su empeño por ser mejores cada día.

Mujeres y hombres hechos de una pasta especial que ponen extrema atención a los detalles, a lo esencial, y buscan la forma de ir más allá. Es en esta conjunción de desarrollo y talento donde radica la clave del éxito, y los pioneros del deporte también lo son y lo serán en innovación.

No se puede entender la historia del deporte y de sus avances sin nombres como Panenka, Abebe Bikila, Billy Jean King o la catalana Montserrat Tresserras, por poner solo algunos ejemplos, que realizaron hazañas atléticas que cambiaron sus modalidades para siempre.

Así, la bielorrusa Olga Korbut con su “Korbut Flip” consiguió en Múnich 1972 asombrar con un movimiento gimnástico que nadie había visto hasta el momento, igual que el americano Dick Fosbury que en 1968 utilizó una nueva técnica en el salto de altura que se bautizaría con su nombre y que sigue siendo la técnica estándar en esta prueba.

Pero no todas las nuevas habilidades, pensadas con el ingenio que caracteriza a las mentes inquietas, tuvieron éxito en su empeño.

El revolucionario lanzamiento de jabalina del madrileño Miguel de la Quadra-Salcedo que, usando una técnica adaptada del lanzamiento de barra vasca ideada por el vasco Félix Erausquin, batió el record del mundo en diversas ocasiones en la década de 1950 fue prohibido por la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF). El argumento usado justificaba el peligro que representaba el hecho de que el lanzador pudiera perder de vista el implemento pues esta técnica implicaba un giro del ejecutante similar al de un lanzamiento de disco.

El deporte que revoluciona la sociedad

 

Las revoluciones en el deporte tienen también una importante derivada social. Alfonsina Strada, italiana y la primera mujer en competir en carreras de ciclismo reservadas únicamente para hombres, apodada “El Diablo con Faldas”, ocultó su verdadera identidad hasta el día en que debía participar en el Giro de Italia de 1924.

La americana de origen alemán Kathrine Switzer, optó por una estrategia similar cuando se inscribió como KV Switzer para participar en la maratón del Boston de 1967. Las imágenes de los miembros de la organización intentando detenerla han pasado a la posteridad. Switzer pudo acabar la prueba y posteriormente ya corriendo de forma totalmente regular, ganó la maratón de Nueva York de 1974 con un tiempo de 3 horas, 7 minutos y 29 segundos.

Las luchas de los deportistas de alto nivel por la normalización de las minorías en el deporte también son destacables, y seguramente estas nobles causas todavía tienen un importante recorrido.

Adebe Bikila, por ejemplo, fue el primer gran “embajador” de África en unos Juegos Olímpicos. El deportista, de nacionalidad etíope, proviene de uno de los países más deprimidos de la tierra, y es conocido como el “campeón descalzo” siendo una gran inspiración para otros deportistas con el mismo origen.

 
 

La gallega María José Martínez Patiño recurrió con éxito la retirada de su licencia por parte de la IAAF por no superar unas pruebas de verificación de género y pudo competir para la clasificación para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. La atleta, una mujer con cariotipo 46, XY con síndrome de insensibilidad a los andrógenos, recuperó su licencia en 1988, después de pagar un importante coste personal y deportivo, llegando incluso a perder su beca. Ahora es profesora e investigadora en la Universidad de Vigo.

Parece claro, pues, que bajar de las dos horas en el maratón o batir el próximo récord del mundo de natación son en la actualidad hitos al alcance de los deportistas de alta competición porque tiempo atrás alguien rompió las barreras y demostró que era posible. Porque alguien aportó nuevas ideas, iniciativas, ingenios tecnológicos y dedicó cuerpo y alma a encontrar la solución de un problema motriz, técnico o táctico.

No obstante, la innovación sin alma no puede mover el mundo y, si el deporte es un vector de cambio social, lo es también por aquellos deportistas que con su actividad han roto los estereotipos de género o han hecho que el deporte transcienda los conflictos políticos.

Tanto los que han encontrado soluciones que han mejorado el rendimiento deportivo, como aquellos que han hecho del deporte motor de cambio social y político han sido protagonistas de una pequeña revolución. La UVic-UCC las y los homenajea este mayo a partir de una exposición titulada Revolucionando el deporte.The Conversation

Javier Peña, Director del Centro de Estudios en Deporte y Actividad Física (CEEAF), Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya y Xavier Ginesta, Associate professor, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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