Millones de votantes están convencidos de que el pasado fue mejor que el presente y que este último, a pesar de ser sombrío, es aún mejor que el futuro. Hoy, la política parece más caótica y menos predecible que en el pasado porque así es.

Nacionalpopulismo: por qué está triunfando y de qué forma es un reto para la democracia

photo_camera Nacionalpopulismo: por qué está triunfando y de qué forma es un reto para la democracia

El nacionalpopulismo es un movimiento que, a principios de este siglo, está cuestionando cada vez más la política dominante en Occidente. Su auge ha sido particularmente notable en numerosos países europeos y en Estados Unidos, pero existen otras manifestaciones importantes, como la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil en 2018. Los nacionalpopulistas dan prioridad a la cultura y los intereses de la nación, y prometen dar voz a quienes sienten que las élites, a menudo corruptas y distantes, los han abandonado e incluso despreciado. Es una ideología basada en corrientes muy profundas y duraderas que han ido girando bajo nuestras democracias y adquiriendo fuerza con el paso del tiempo.
(…) El ingeniero estadounidense William Deming señaló en una ocasión: «Confiamos en Dios; todos los demás aportan datos». A pesar de que vivimos en una época en la que disponemos de más datos que nunca antes, casi nadie hace una lectura correcta de la opinión pública. Creemos que esto se debe a que hay demasiadas personas que se centran en el futuro inmediato y no tienen en cuenta los cambios históricos de la política, la cultura y la economía que en la actualidad afectan seriamente a nuestras elecciones.
Los nacionalpopulistas surgieron mucho antes de la crisis financiera que estalló en 2008 y de la Gran Recesión que la siguió. Sus partidarios son más diversos que el estereotipo de «hombres mayores blancos y enfadados», quienes, como se dice a menudo, pronto serán sustituidos por una generación de millennials tolerantes. En realidad, el brexit y Trump fueron la antesala del auge mucho mayor de los nacionalpopulistas en Europa, como Marine Le Pen en Francia, Matteo Salvini en Italia y Viktor Orbán en Hungría, que forman parte de una revuelta creciente contra la política convencional y los valores liberales.
Este desafío a la corriente liberal dominante no es en general antidemocrático. En cambio, los nacionalpopulistas se oponen a determinados aspectos de la democracia liberal, como ha pasado en Occidente. A diferencia de las reacciones histéricas con las que fueron acogidos Trump y el brexit, quienes apoyan estos movimientos no son fascistas que quieren derribar nuestras principales instituciones políticas. Sí lo es una pequeña minoría, pero muchos muestran preocupaciones lógicas porque estas instituciones no representan a la sociedad en su conjunto, y, en todo caso, se están quedando cada vez más abandonados a su suerte con respecto al ciudadano medio.


«El ‘brexit’ y Trump fueron la antesala del auge mucho mayor del nacionalpopulismo en Europa»


Poco antes de que Trump llegara a la Casa Blanca, más de la mitad de los estadounidenses blancos sin títulos universitarios sentían que Washington no representaba a ciudadanos como ellos, mientras que justo antes de la victoria del brexit, aproximadamente uno de cada dos trabajadores del Reino Unido sentía que «personas como ellos» ya no tenían voz en el debate nacional. En medio de grandes escándalos sobre los grupos de presión, el «dinero negro», el abuso del gasto parlamentario, los discursos lucrativos a los principales bancos y la «política de puertas giratorias», en la que los antiguos políticos aprovechan sus contactos para financiar acuerdos privados, ¿acaso es de extrañar que numerosos ciudadanos hoy en día cuestionen abiertamente la integridad de sus representantes?
Algunos líderes nacionalpopulistas, como Viktor Orbán en Hungría, hablan de crear una forma nueva de «democracia iliberal», que plantea cuestiones preocupantes sobre los derechos democráticos y la demonización de los inmigrantes. Sin embargo, muchos votantes nacionalpopulistas quieren más democracia; más referéndums y más políticos comprensivos y que escuchen, para otorgar más poder a los ciudadanos y menos a las élites políticas y económicas existentes. Esta idea «directa» de democracia difiere de la «liberal» que ha surgido en Occidente tras la derrota del fascismo y que ha ido adquiriendo progresivamente un carácter elitista.
El nacionalpopulismo también plantea interrogantes democráticos legítimos que millones de personas desean debatir y abordar. Cuestionan el modo en que las élites se han ido aislando cada vez más de las vidas y las inquietudes de la gente corriente. Cuestionan el deterioro del Estado nación, al que ven como la única estructura que ha demostrado ser capaz de organizar nuestras vidas sociales y políticas. Cuestionan la capacidad de las sociedades occidentales para absorber rápidamente las tasas de inmigración y un «hipercambio étnico» sin precedentes en la historia de la civilización moderna. Cuestionan por qué el acuerdo económico actual de Occidente está creando sociedades con grandes desigualdades y abandona a determinados sectores de la ciudadanía, y si el Estado debería dar prioridad en el empleo y en la ayuda social a quienes han pasado sus vidas contribuyendo al fondo nacional. Cuestionan los programas cosmopolitas y de globalización, y preguntan si se nos tiene en cuenta y qué tipo de sociedades crearán. Y algunos preguntan si todas las religiones respaldan los aspectos principales de la vida moderna en Occidente, como la igualdad y el respeto por las mujeres y las comunidades LGTB. No existe la más mínima duda de que algunos nacionalpopulistas viran hacia el racismo y la xenofobia, sobre todo hacia los musulmanes, si bien esto no debería apartarnos de que también aprovechan la inquietud pública, generalizada y legítima, en una serie de ámbitos.


«Algunos líderes del nacionalpopulismo viran hacia el racismo y la xenofobia, pero también aprovechan la inquietud legítima y generalizada en una serie de ámbitos»

Este movimiento necesita examinarse como un todo porque tiene carácter internacional. Muchos de nuestros debates sobre política son muy cerrados: nos centramos aisladamente en nuestros propios países. Los estadounidenses acostumbran a interpretar a Trump solo desde la perspectiva de la política estadounidense. Sin embargo, pueden aprender mucho de Europa, como ya están haciendo sus nacionalpopulistas. Por este motivo, en 2018, el antiguo jefe de estrategia de Trump, Steve Bannon, recorrió Europa y se reunió con varios líderes nacionalpopulistas, como Marine Le Pen en Francia, en países que han estado luchando contra ellos durante algún tiempo. Mucho antes de esto, el propio Trump mantenía unos vínculos estrechos con Nigel Farage, partidario de la salida del Reino Unido de la Unión Europea y antiguo líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), quien a su vez mantenía lazos con los populistas europeos, como Alternativa para Alemania, que se abrió paso en 2017 e hizo añicos el viejo mito de que el populismo nunca triunfaría en el país que dio al mundo el nacionalsocialismo.

Sectores de la sociedad en situación precaria apoyan los populismos

Otros controvertidos personajes populistas visitan con frecuencia Estados Unidos. Es el caso de Geert Wilders, de los Países Bajos, quien se jacta vilmente de que Europa se está «islamizando» y ha logrado el apoyo de congresistas republicanos como Steve King, y de miembros de la dinastía Le Pen en Francia, que han asistido a la Conferencia de Acción Política Conservadora estadounidense. En la Unión Europea, una gran alianza denominada Europa de las Naciones y de las Libertades agrupa a los nacionalpopulistas de diversos países, como Austria, Bélgica, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Polonia y Rumanía. Si nos fijamos únicamente en Trump o en el brexit, pasamos por alto las tendencias más generales.


Cuatro palabras clave para entender el nacionalpopulismo
No podemos dar sentido a estas revueltas sin comprender cómo estas tendencias a largo plazo han estado remodelando la política en Occidente durante decenios. El nacionalpopulismo gira en torno a un conjunto de cuatro transformaciones sociales profundas que son la causa de la creciente preocupación entre millones de personas en Occidente. Nos referimos a estos cuatro cambios históricos como las «cuatro palabras clave». Suelen basarse en reivindicaciones legítimas, y es poco probable que desaparezcan a corto plazo.
La primera es el modo en que la naturaleza elitista de la democracia liberal ha fomentado la desconfianza hacia los políticos y las instituciones y ha alimentado la sensación entre numerosos ciudadanos de que ya no tienen voz en el debate nacional. La democracia liberal siempre ha tratado de minimizar la participación de las masas. Pero, en los últimos años, la distancia cada vez mayor que existe entre los políticos y los ciudadanos de a pie ha llevado a una ola creciente de desconfianza, no solo hacia los partidos mayoritarios, sino también hacia instituciones como el Congreso de Estados Unidos y la Unión Europea, una tendencia claramente indicada por los sondeos y otros datos. Nunca hubo una época dorada en que los sistemas políticos representaran a todos en la sociedad, y en los últimos años se han dado pasos importantes para garantizar que los grupos históricamente marginados, como las mujeres y las minorías étnicas, desempeñen un papel más importante en los órganos legislativos. Pero, al mismo tiempo, muchos sistemas políticos han pasado a ser cada vez menos representativos de los grupos principales, lo que ha llevado a muchos a concluir que carecen de representación, y ha impulsado el cambio hacia el nacionalpopulismo.
La segunda es cómo la inmigración y el hipercambio étnico están ayudando a la aparición de grandes temores sobre la posible destrucción de las comunidades y la identidad histórica de los grupos nacionales y de los modos de vida establecidos. Estos temores están envueltos en la creencia de que los políticos culturalmente liberales, las organizaciones transnacionales y la financiación mundial están mermando el país al alentar una mayor inmigración en masa, mientras que los programas «políticamente correctos» pretenden acallar cualquier oposición. Estas inquietudes no siempre se basan en una realidad objetiva, como refleja el hecho de que se ponen de manifiesto no solo en las democracias que han experimentado cambios étnicos rápidos y profundos, como en el Reino Unido, sino también en aquellas con niveles de inmigración mucho más bajos, como Hungría y Polonia. Son, no obstante, potentes, y lo serán aún más a medida que el cambio étnico y cultural siga afectando a Occidente en los próximos años.


«A pesar de que muchos partidarios del nacionalpopulismo cuentan con unos ingresos por encima de la media, creen que salen perdiendo en comparación con los demás»


La tercera es el modo en que la globalización de la economía neoliberal ha avivado unos fuertes sentimientos de lo que los psicólogos denominan privación relativa como resultado del aumento de las desigualdades en los ingresos y en la riqueza en Occidente y la pérdida de confianza en un futuro mejor. A pesar de que muchos partidarios del nacionalpopulismo tienen un puesto de trabajo y cuentan con unos ingresos medios o por encima de la media (incluso aunque muchos de estos empleos sean inseguros), la transformación económica de Occidente ha alimentado un intenso sentido de privación «relativa», la creencia entre determinados grupos de que salen perdiendo en comparación con los demás. Esto supone que sienten un gran temor sobre el futuro y lo que les espera para ellos y sus hijos. Este profundo sentido de pérdida está íntimamente ligado al modo en que el pueblo piensa sobre cuestiones como la inmigración y la identidad.
En la actualidad existen millones de votantes convencidos de que el pasado fue mejor que el presente y que este último, a pesar de ser sombrío, es aún mejor que el futuro. No forman parte de la clase marginal blanca y sin trabajo ni de quienes reciben ayuda social. Si el nacionalpopulismo dependiera del apoyo de los desempleados, entonces resultaría más fácil afrontarlo; se trataría de crear puestos de trabajo, sobre todo aquellos que ofrezcan una seguridad a largo plazo y unos salarios dignos. Sin embargo, la mayoría de las personas en esta categoría no se encuentran en el nivel más bajo de la escala; ahora bien, comparten la firme convicción de que el acuerdo actual ya no les sirve y que se está dando prioridad a otras personas.
Los líderes nacionalpopulistas se nutren de este profundo descontento, pero su camino en la corriente principal también se ha despejado por medio de una cuarta tendencia: el debilitamiento de los lazos entre los partidos mayoritarios tradicionales y el pueblo, o lo que denominamos como desalineamiento. La época clásica de la democracia liberal se caracterizó por una política relativamente estable, unos partidos mayoritarios fuertes y unos votantes leales; hemos sido testigos de cómo ha llegado a su fin. Numerosos ciudadanos ya no coinciden en gran medida con la corriente dominante. Los vínculos se están rompiendo. Este desalineamiento está haciendo que los sistemas políticos en Occidente sean mucho más inestables, fragmentarios e imprevisibles que nunca antes en la historia de la democracia de masas. En la actualidad, la política parece más caótica y menos predecible que en el pasado porque así es. Esta tendencia también se veía venir desde hace tiempo… y aún le queda mucho camino por delante.

Este es un extracto del libro Nacionalpopulismo: por qué está triunfando y de qué forma es un reto para la democracia, de Roger Eatwell y Matthew Goodwin (Ed. Península)Puedes comprar un ejemplar y seguir leyendo en este enlace

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