El presidente nigerino, Mohamed Bazoum, concentra el grueso de las misiones militares europeas tras la ruptura con Bamako

Níger, nuevo centro de las operaciones antiyihadistas en el Sahel

PHOTO/@PresidenceNiger - El presidente de Níger, Mohamed Bazoum, en la 61ª Cumbre Ordinaria de jefes de Estado y de Gobierno de la CEDEAO en Accra, 3 de julio de 2022

El desafío secesionista tuareg en Mali, rápidamente absorbido por la virulenta insurgencia yihadista, hizo saltar las alarmas en el Sahel hace ya más de una década por las múltiples derivadas que podría traer consigo el hundimiento del Estado maliense. El entonces inquilino del Elíseo, François Hollande, desplegó ‘in extremis’ la Operación Serval para aplacar el avance islamista a pesar de sus reticencias iniciales, legitimado por una resolución exprés del Consejo de Seguridad de la ONU. Desde entonces, Mali había sido el teatro de operaciones regional, el centro neurálgico de la lucha contra el terrorismo en el Sahel. Pero la ruptura definitiva entre París y Bamako ha transformado por completo el tablero. 

A medida que las tropas francesas y occidentales abandonan Mali —la última en ser expulsada del país fue Takuba, la fuerza antiterrorista europea—, decenas de mercenarios rusos del grupo Wagner, vinculados al Kremlin e implicados en numerosas atrocidades contra la población civil en el continente, aterrizan y ocupan las bases militares utilizadas durante la Operación Barkhane —heredera de Serval— para combatir desde allí a la insurgencia islamista. Este cambio de alianzas ha trastocado los planes del presidente francés, Emmanuel Macron, y del resto de los aliados europeos. Mali, considerado como el corazón del Sahel, ha dejado de ser un socio para reducir la amenaza yihadista. Toca repensar la estrategia. 

Níger se perfila en este escenario como la principal alternativa para Francia, Alemania y otros Estados miembros de la Unión Europea implicados en operaciones antiterroristas en el Sahel. Niamey se ha convertido en una pieza clave para canalizar todas las misiones europeas y regionales que antes operaban en Mali, como adelantó en febrero el presidente nigerino, Mohamed Bazoum, que dijo estar abierto a acoger misiones europeas: “El corazón de esta operación militar ya no estará en Mali, sino en Níger... y quizás de forma más equilibrada en todos los países de la región que quieran esta [ayuda de seguridad]”. Y es que el país es, en comparación con sus vecinos, un oasis de estabilidad rodeado de un mar de conflictividad.

Mapa Sahel

Bazoum, protagonista del primer traspaso de poder pacífico en la historia de Níger desde su independencia en 1960, ha adoptado una postura crítica con la junta militar golpista de Bamako, alineándose con los postulados de Francia y sus socios occidentales. Cuando esta retiró a Mali del G5 Sahel, el grupo de cooperación regional creado en 2014 para contrarrestar la insurgencia islamista, el presidente nigerino reconoció que la alianza “estaba muerta”. Tampoco tuvo reparos en prever que “la región estaría aún más infestada y que los grupos terroristas se fortalecerían” cuando la misma junta maliense, encabezada por el coronel Assimi Goita, expulsó a las fuerzas de Barkhane y Takuba. 

La nación nigerina se ubica en una zona crítica y cuenta con unas condiciones geográficas adversas. El 80% de su territorio está cubierto por el Sáhara y no cuenta con salida al mar, por lo que ha de hacer frente a las inclemencias del cambio climático, en su caso a la creciente desertificación. Cercada además por la inseguridad, Níger comparte frontera norte con Argelia y Libia, frontera este con Chad, frontera sur con Nigeria y Benín, y frontera oeste con Burkina Faso y Mali. La joya de la corona, sin embargo, es la triple divisoria que comparte con estos últimos, uno de los principales focos de delincuencia global donde operan terroristas, milicias armadas y organizaciones criminales transnacionales. Ninguna da tregua.

Sahel

Hace una década, la amenaza islamista solo afectaba a Mali. Desde 2015, sin embargo, la insurgencia se ha extendido a toda la región como consecuencia de la debilidad estructural de los Estados y su incapacidad para preservar el control en todo el territorio, sumado a la notable capacidad de adaptación que demostraron las milicias yihadistas. La porosidad de las fronteras hizo el resto y, ahora, las organizaciones yihadistas controlan grandes franjas de terreno. Imponen su ley. En el caso de Níger, ha influido además la fuerza de Boko-Haram en la vecina Nigeria. Eso explica la proliferación sin precedentes del fenómeno yihadista, que ha llevado al país a ocupar el octavo puesto en el último Índice Global del Terrorismo, el quinto en África. 

La fragilidad de sus socios regionales tampoco ayuda. Los sucesivos golpes de Estado registrados en Mali, Guinea-Conakry y Burkina Faso han desestabilizado a Níger, que también vivió su propio ‘putsch’ dos días antes de la toma de posesión de Bazoum en diciembre de 2020. Un grupo de militares sublevados intentó sin éxito derribar el Gobierno saliente en un contexto de creciente descontento entre las filas castrenses. Solo la guardia presidencial desbarató el golpe. El antiguo profesor de Filosofía y líder sindical, un candidato oficialista que había ocupado las carteras de Exteriores y Presidencia, tuvo que reaccionar.

Sahel

La estrategia de Bazoum ha combinado el enfoque militar y la preocupación por las causas profundas de la crisis en Níger y el Sahel en su conjunto. El presidente nigerino ha impulsado el diálogo con las organizaciones terroristas y, al mismo tiempo, ha tratado de ampliar y reforzar el papel del Estado. Desde el inicio se abrió a la colaboración exterior, no solo con los países europeos; también con Estados Unidos o Turquía. De hecho, Niamey adquirió en noviembre de 2021 drones Bayraktar TB2 a Ankara, además de aviones de combate Hürkuş y vehículos blindados, para mejorar su arsenal antiterrorista. 

La reciente visita a Níger del canciller alemán, Olaf Scholz, en su gira por el continente africano afianzó las relaciones entre Berlín, cabeza visible de la Unión Europea, y Niamey. El socialdemócrata se comprometió durante su encuentro con Bazoum a aumentar el número de efectivos desplegados en la MINUSMA, la misión de paz de Naciones Unidas en Mali, en un contexto en que el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS), la filial del Daesh en la región, avanza con rapidez por el área de la triple frontera. Aunque es Francia quien pretende mantener la influencia en Níger, el nuevo centro de operaciones antiterroristas. 

Chad, un socio estratégico habitual del Elíseo, estaba en las quinielas para concentrar el grueso de las misiones militares francesas y europeas, pero la inestabilidad en Yamena como consecuencia del semigolpe de Estado ejecutado por Mahamat Déby, hijo del longevo presidente Idriss Déby, muerto en extrañas condiciones en el frente de batalla, ha enfriado las relaciones. Niamey es, quizá, la última bala en la recámara de Francia para enderezar su intervención en el Sahel tras el final anticipado de la Operación Barkhane. Los retos serán los mismos que en Mali: el auge del sentimiento antifrancés y la gradual infiltración de Rusia en la franja saheliana a través del grupo Wagner. 

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