Débil equilibrio entre el G5, Barkhane y el Ejército maliense

Otoño negro en el Sahel

AFP/SEBASTIEN RIEUSSEC - Soldado del Ejército de Mali de guardia a la entrada del G5 Sahel, una fuerza antiterrorista de cinco naciones (Malí, Burkina Faso, Níger, Mauritania y Chad), en una imagen tomada el 30 de mayo de 2018 en Sevare

Mali lleva todo el otoño anclado en el luto. Tampoco se salvan Níger o Burkina Faso. Indelimane, Mondoro, Boulkessy, Douvombo, Bahn, Yensé o Blabrine. Ha habido más. Habrá, sin duda, más. Es una zona de África, donde lo inmensidad del terreno y lo difuso de las fronteras ampara la actividad armada de grupos terroristas y sus movimientos transfronterizos. Una enfermedad, la del terrorismo, que se extiende, impune e implacable, por un terreno tan despoblado como ingobernable. Es una zona de África, donde la efectividad plena de la cooperación militar y policial se vuelve imprescindible, pero que ni la experiencia, ni los medios, ni las distancias la facilitan. Una cooperación que aunada bajo el grupo del G5 Sahel, y sostenida por las fuerzas francesas de la operación Barkhane, es aún, insuficiente. 

Ha sido, y es, la fuerza del G5, imberbe todavía, uno de los principales objetivos de los grupos terroristas. Estos necesitan impedir que la fuerza se asiente y madure, que la cooperación entre los países del Sahel se mantenga débil y que sus fronteras permanezcan líquidas, franqueables. Precisamente por esto, el ataque al acuartelamiento del G5 en Boulkessy, al norte de Burkina Faso, ha sido un objetivo terriblemente acertado. La base, que quedó destruida y en la que hubo una gran pérdida de vehículos y material, acogía un batallón paracaidista del ejército maliense. Y no hay mayor golpe a la línea de flotación de una coalición militar de estas características, que la pérdida de varias decenas de militares en un ataque en territorio extranjero. El incremento de los ataques en el país africano, y las cuantiosas víctimas mortales, han provocado tres reacciones: una internacional, liderada por Francia; otra operacional, que desgranó el presidente maliense Ibrahim Boubacar Keïta durante un discurso a la nación el pasado 4 de noviembre, a raíz del ataque a la base militar de Indelimane; y, por último, una social y política, tras unas manifestaciones de apoyo a las FAMa en Bamako, que reunió a varios miles de personas cuatro días después de las palabras de su presidente. 

Soldados mauritanos hacen guardia en un puesto de mando del G5 Sahel, erca de la frontera con Malí.

En el ámbito internacional, es innegable la fatiga que empieza a acusar Francia tras el enorme despliegue que mantiene en la región del Sahel con la operación Barkhane. El coste, no se limita exclusivamente a lo económico. Coincidiendo con el ataque a la base de Indelimane, se produjo la muerte de un militar francés de la operación Barkhane en Ménaka, a escasos kilómetros de la base atacada la víspera anterior. El vehículo en el que patrullaba, fue alcanzado por un IED, un artefacto explosivo improvisado. Su muerte, es la tercera de este mismo regimiento, Spahis, en poco más de un año. Esta muerte, ha ahondado en la sensación francesa de que el coste está siendo demasiado alto para ser llevado casi en solitario. En la actualidad cuenta con apoyo logístico español, alemán y americano, también con militares estonios y helicópteros británicos, pero tanto el liderazgo, como el grueso de las tropas, superiores a las 4.000, son francesas. En este sentido, el gobierno francés está llevando a cabo una serie de reuniones de forma bilateral con varios Estados Miembro de la UE, para que se adhieran a una nueva propuesta denominada operación Tacouba. A través de esta operación, que se debe ir concretando y en la que se baraja como fecha comienzos de 2020, Francia pretende que los aliados europeos contribuyan con tropas de operaciones especiales a la estabilización de la región. Así pretende Francia compartir el papel militar sobre el terreno. Tropas especiales, que son claves para llevar a cabo actuaciones como la que anunció la propia ministra de defensa francesa Florence Pearly, en la que indicaba que Ali Maychou, uno de los líderes terroristas más buscados de la región, había sido abatido en una operación durante la noche del 8 al 9 de noviembre. Ali Maychou, ejercía como líder religioso del GSIM, Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, que ya perdió otro de sus líderes en una actuación similar hace unos meses. Este grupo, vinculado a Al Qaeda, fue el encargo de reivindicar los ataques sufridos por el ejército maliense en Boulkessy y Mondoro.

Mapa actividad terrorista Sahel

En el aspecto operacional, Ibrahim Keïta, anunciaba un cambio de estrategia sobre el terreno de las fuerzas armadas malienses ante la visible incapacidad del ejército de hacer frente a la versatilidad y movimientos de los grupos terroristas. De esta forma, el ejército se ha replegado de diferentes zonas, principalmente fronterizas, donde se ubicaban bases militares como la de Indelimane, para concentrarse en puntos más favorables y desde los que obtener mejores resultados estratégicos. El ejemplo más claro se ha dado en la provincia de Gao, donde se concentran gran parte de los ataques sufridos por las FAMa. Los militares ubicados en los complejos de Indelimane y Anderamboukane se han agrupado ahora en Ménaka, población clave por su cercanía a la frontera con Níger. El presidente maliense, también ha planteado una mayor actividad ofensiva que frene la virulencia de los ataques. En ese sentido, se han intensificado las operaciones contra los grupos armados, de forma paralela a la operación Bourgou 4, realizada por las tropas francesas de Barkhane. El foco de esta nueva ofensiva, se pone sobre las bases de estos grupos armados emplazadas en las zonas fronterizas con Burkina Faso y Níger, y desde las que partieron gran parte de los ataques sufridos los últimos meses. Las regiones de Mopti y Gao, según ACLED y el Africa Center, son el principal foco de actividad armada. 

En esta foto de archivo tomada el 29 de junio de 2018, en Sevare, en el centro de Malí, se ven los escombros esparcidos frente al cuartel general del grupo de trabajo antiterrorista, el G5 Sahel, tras el ataque de un terrorista suicida que intentó penetrar en la base.

Ya en el ámbito social y político, la crudeza de los ataques y el empeoramiento de la seguridad en muchas regiones ha echado a la gente a las calles, principalmente en la capital, Bamako. El luto nacional ha impregnado el sentir de la población más allá de los tres días oficiales. La manifestación de apoyo al ejército maliense, ha ido de la mano de protestas por la presencia de tropas extranjeras, ya sean de la fuerza de la operación Barkhane o de la MINUSMA. El propio presidente maliense, en su discurso, tuvo que resaltar el papel imprescindible de ambas misiones internacionales para combatir el terrorismo en la región, dada la juventud del proyecto del G5 Sahel.

Vehículo militar maliense (L) de las Fuerzas Malienses (FAMa) que participa en la operación conjunta de coordinación táctica Hawbi con soldados de la misión francesa de Barkhane (R).

El futuro pasará, indudablemente, por el fortalecimiento de esta coalición que no solo refuerza la cooperación militar y policial, sino que incide también en el desarrollo económico y la lucha contra la pobreza. En esta dirección han ido las declaraciones de los presidentes de Chad, Níger y el propio Boubacar Keïta, durante el desarrollo del II Foro de la Paz que ha tenido lugar en París esta semana. En él, los tres mandatarios aludieron a las necesidades que tiene el G5 para afianzarse como un actor en la región, para las cuales es imprescindible el apoyo internacional. También el presidente francés, Emmanuel Macron, manifestó de nuevo el papel de Francia en la lucha contra el terrorismo en el Sahel y su predisposición a seguir apoyando el fortalecimiento institucional de Mali a través de Barkhane y la embrionaria Tacouba. Aún es pronto para conocer si consigue incorporar a más países europeos a esta tarea o, al menos, que los que ya lo hacen, como es el caso de España, incrementen su papel en la región. 

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