La Administración Biden logra que Australia cancele la compra de 12 submarinos convencionales franceses y se decida por 8 norteamericanos de propulsión nuclear

París acusa a Washington de torpedear la industria naval militar de Francia

photo_camera PHOTO/Brendan Smialowski-AFP-AP - El Gobierno de Emmanuel Macron acusa a la Administración de Joe Biden de propiciar una decisión unilateral, brutal e imprevisible por parte de Australia. En Francia impera el sentimiento de haber recibido una gran bofetada e incluso una traición

El enfado del presidente Xi Jinping es monumental por la reciente creación de la Alianza AUKUS entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, cuyo objeto es parar los pies al expansionismo de China en el Indo-Pacifico. Pero la indignación del presidente Emmanuel Macron es mucho mayor. París ha visto menospreciado su potencial geoestratégico en el Pacifico, a la vez que, de la noche a la mañana, ha descubierto como se esfumaban miles de millones de euros de un mega contrato por una docena de submarinos. 

En fecha tan cercana como el 30 de agosto, la ministra francesa de Defensa, Florence Parly, y su homólogo australiano, Peter Dutton, se reunieron con el titular galo de Exteriores, Jean-Yves Le Drian y su equivalente australiana, Marise Payne. Todos ellos se dieron parabienes respecto a la importancia del programa bilateral de submarinos, a la vez que confirmaban su deseo de “profundizar la cooperación entre sus industrias de defensa”. Pero ha ocurrido exactamente lo contrario. 

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El pacto trilateral AUKUS liderado por Joe Biden lleva asociado un sólido componente de carácter industrial que ha torpedeado y herido seriamente las entrañas y expectativas de Francia. Australia ha suspendido de forma unilateral el contrato Gobierno-Gobierno que tenía suscrito desde hace cinco años con Francia y su industria naval militar. Ha ocurrido a pesar de que estaba acordado que los submarinos se iban a construir en el astillero de la compañía australiana ASC y que su sector nacional iba recibir más del 50% de la carga de trabajo. La alternativa que ahora se abre es “iniciar un proceso de cooperación” con Estados Unidos para dotarse de submarinos de propulsión nuclear, según el primer ministro australiano, Scott Morrison.

La doble patada política y económica que ha recibido París ha golpeado de lleno a su industria de defensa y al sentimiento nacional de grandeur. El afectado de forma directa es Naval Group, un gigante del sector naval europeo, con alrededor de 18.500 empleados y del que el estado francés posee el 62,49% de su accionariado y el 35% está en manos del grupo tecnológico Thales. 

El gobierno de Australia y el astillero Naval Group ‒cuyo papel es semejante al de Navantia en España‒ habían convenido en septiembre de 2016 la construcción en las instalaciones portuarias de Adelaida de una docena de submarinos por un valor total en torno a los 30.000 millones de euros. Con unas expectativas de negocio hasta el año 2050, entonces fue calificado como “el contrato del siglo”. Sin embargo, la reciente suspensión del acuerdo cambia la situación de modo radical. 

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La llamada Iniciativa de Seguridad Nacional dada a conocer en la noche del 15 de septiembre por el presidente norteamericano Joe Biden ‒con la presencia por vía telemática del primer ministro australiano Scott Morrison y el británico Boris Johnson‒, es un compromiso a tres bandas para hacer frente a las amenazas de China. Sin embargo, sus términos han caído como un jarro de agua fría sobre el Palacio del Eliseo por el enorme varapalo que conlleva para los intereses de Francia.

¿Y ahora qué va a pasar?

Los medios de comunicación galos recogen declaraciones de empresarios, políticos y autoridades del país que califican la suspensión del proyecto bilateral de submarinos de “burla”, “enorme bofetada”, “mazazo”, “puñalada” e incluso de “alta traición”. El ministro de Exteriores, Jean-Yves Le Drian, en una intervención en la cadena de televisión France 2 en la tarde del sábado, 18 de septiembre, ha acusado a Estados Unidos y Australia de “despreciar” a Francia y provocar “una gran ruptura de confianza”. 

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Hasta tal punto imperan esos sentimientos que el presidente Emmanuel Macron y su primer ministro, Jean Castex, han llamado a consultas a sus embajadores en Washington, Philippe Etienne, y en Australia, Jean-Pierre Thébault. Es una decisión que quiere dejar bien sentado el gigantesco malestar del Eliseo ante un acuerdo trilateral que se ha fraguado a sus espaldas en secreto. La llamada a consultas de embajadores suele ser un paso anterior a la ruptura de relaciones diplomáticas. Pero no llegará la sangre al rio. Todas las partes están interesadas en que no ocurra.

¿Qué va a pasar a partir de ahora? Los respectivos gabinetes jurídicos van a intentar solventar de la mejor manera posible el contencioso. Las autoridades de Canberra han estimado en una primera aproximación que la denuncia de su contrato con Naval Group va a costar a las arcas australianas alrededor de 250 millones de euros. El mega contrato está estructurado en diferentes contratos también multimillonarios, pero de menor entidad e independientes entre sí. Lo previsible es que ambos gobiernos se sometan al Tribunal Internacional de Arbitraje que tengan pactado.

En Australia, las previsiones son que durante los próximos 18 meses, equipos de altos funcionarios, militares y directivos de los gobiernos, Armadas y empresas de Washington, Canberra y Londres trabajarán para concretar el tipo de submarino de ataque de propulsión nuclear que va a ocupar el sitio antes reservado a los sumergibles franceses. 

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Hay que descartar que sea de nuevo diseño, “por el largo tiempo de desarrollo y los riesgos que conlleva un sumergible tan sofisticado”, confirman expertos del Arma Submarina española. Lo más probable es que la Marina Real Australiana “se incline por los norteamericanos de la clase Virginia bloque V o una versión posterior”, gigantes de 115 metros de eslora y 10.000 toneladas de desplazamiento.

Lo previsible es que sean construidos en Estados Unidos por el poderoso conglomerado formado por General Dynamics Electric Boat, Huntington Ingalls Industries y Newport News Shipbuilding, que presumiblemente derivaban importantes cargas de trabajo al tejido industrial australiano. 

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A la búsqueda de responsables

En lo que respecta a la hasta ahora supra valorada Inteligencia Económica organizada por el Gobierno francés, no cabe duda que ha sufrido un serio revés, al igual que sus Servicios de Inteligencia Exterior. No han sabido ver el inmenso iceberg que se les venía encima, por lo que es de prever que sus estructuras serán sometidas a una profunda revisión.

El máximo responsable de Naval Group, el ingeniero de armamento Pierre Eric Pommellet, pende de un hilo, puesto que la viabilidad de la empresa a largo plazo queda en entredicho. De 57 años, segundo hombre fuerte de Thales entre 2017 y 2020 y al frente del astillero desde marzo del pasado año, fue elegido por su “competencia, buen conocimiento del sector naval militar, de los negocios y las exportaciones”.

Uno de los primeros retos de Pierre Eric Pommellet consistió en poner fin a las diferencias entre Naval Group y el gobierno de Canberra, motivadas por criterios dispares, continuos incrementos de precios en la factura de los submarinos y la exigencia de proporcionar a la industria australiana el 60% de la carga de trabajo del proyecto. Viajo a Australia en febrero pasado, estuvo de reunión en reunión durante varias semanas y aparentemente lo consiguió. Sin embargo, ha quedado claro que no sirvió de nada. 

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La oferta de Naval Group fue la ganadora del concurso internacional basado en un proceso de evaluación competitiva planteado a principios de 2015 por el gobierno del entonces primer ministro australiano Tony Abbott. Para atenerse a los requisitos de la Marina Real, el astillero francés tuvo que reconvertir el diseño de su submarino de ataque de propulsión nuclear Barracuda ‒clase Suffren‒ en otro convencional con motores diesel-eléctrico. El resultado fue el australiano clase Attack, con un desplazamiento en superficie de 4.500 toneladas y una eslora de 97 metros, pero cuyo sistema de combate quedaba bajo la responsabilidad de la corporación norteamericana Lockheed Martin.

Habían competido por el pastel la oferta alemana de ThyssenKrupp Marine Systems y la propuesta del consorcio japonés formado por los gigantes Mitsubishi Heavy Industries y Kawasaki Shipbuilding, que construyen la flota de submarinos nipona. El 26 de abril de 2016 el proyecto de Naval Group fue declarado ganador y el 30 de septiembre el gobierno de Canberra y el astillero galo firmaron el contrato de Movilización y Diseño del Programa del Futuro Submarino, que se reforzó el 11 de febrero de 2019 con el llamado Acuerdo de Asociación Estratégica. Todo lo anterior no ha servido para nada.

La flota submarina de Australia está integrada por seis unidades de la clase Collins construidos en el país. Basados en el diseño Västergötland del astillero sueco Saab Kockums, tienen un desplazamiento de 3.000 toneladas, 78 metros de eslora y son de propulsión diesel-eléctrica. El primero fue botado en agosto de 1993 y entró en servicio tres años después. El último fue puesto a flote en noviembre de 2001 y forma parte de la Armada australiana desde marzo de 2003. El relevo de los Collins está programado para mediados de la próxima década.

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