Judíos y cristianos celebran este año sus respectivas Pascuas en pleno confinamiento por el coronavirus, que deja escenas inéditas

Pascua en cuarentena para escapar de una epidemia de resonancias bíblicas

REUTERS/AMMAR AWAD - Un hombre porta una cruz mientras camina por la Vía Dolorosa, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, el Viernes Santo en plena epidemia de coronavirus

De acuerdo con el bíblico libro del Éxodo, la primera de todas las Pascuas -del hebreo Pésaj, ‘paso’- se celebró en la noche en que Dios envió la Décima Plaga a Egipto. El Señor mató a todos los primogénitos que no habían pintado los marcos de sus puertas con la sangre del cordero para permitir la liberación de los esclavos hebreos.

Desde hace miles de años los judíos recuerdan estos hechos al llegar el día 15 del mes de Nisán, al igual que los cristianos celebran desde el Concilio de Nicea, en el año 325 de nuestra era, una Pascua nueva en torno a la Resurrección de Jesucristo. Pero este año la Pascua se ha celebrado en todo el mundo de la manera más inopinada. Una Pascua que hebreos y cristianos están viviendo confinados en sus hogares para tratar de burlar a la epidemia del coronavirus. 

A lo largo de la Biblia hebrea -el Antiguo Testamento cristiano- las plagas estuvieron siempre asociadas a intervenciones divinas. Las epidemias eran castigos de Dios por el comportamiento pecaminoso de los hombres. En los actuales tiempos, en los que el mercado, la patria o el karma han sustituido a las viejas religiones, no faltan quienes ven en la epidemia de la COVID-19 un castigo de la madre naturaleza a los hombres. O al menos una queja amarga por su comportamiento irresponsable hacia la propia Tierra y en su incapacidad de vivir en paz y de manera cooperativa. Dicho de otra forma, un toque de atención para tener presente lo precario de nuestra condición y la necesidad de buscar soluciones conjuntas a los grandes problemas mundiales. 

Para añadir más pimienta a la cuestión hay quien ha esgrimido un pasaje del libro de Isaías (concretamente en 26:20; ¿anticipada la fecha del 26 de marzo de 2020?) para recordar que la epidemia estaba ya predicha en la Biblia: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra las puertas tras de ti; escóndete un instante hasta que pase la cólera. Pues el Señor sale de su morada para castigar los crímenes de los habitantes de la tierra”. 

Dos monjas y un hombre, con máscaras protectoras, se dirigen a la Vía Dolorosa, en Jerusalén, vacía de fieles el pasado Domingo de Pascua a causa de la crisis de la COVID-19

Pero los tiempos han cambiado y los rabinos no lo fían ya todo a la voluntad de Dios. En Israel los líderes religiosos aceptan las medidas de contención y admiten el “triste hecho de que las oraciones comunales y la penitencia, método usado por los judíos durante milenios ante las epidemias no solo es inefectiva, sino que es contraproducente”, como escribía Elon Gilad en el diario Haaretz. La Pascua judía o Pésaj comienza con el Séder, cena que preside el vino y el pan sin levadura o ‘matzá’, que conmemora en su precariedad la noche del éxodo.

Este año la Pascua –que comenzó el 8 de abril y se prolongará hasta el jueves próximo- está siendo radicalmente distinta. La fiesta de la memoria, en la que los judíos de varias generaciones se reúnen y comparten melodías, recuerdos y comida y dan la bienvenida al extraño, no está pudiendo ser. “Esta noche es distinta a todas las demás”, reza un fragmento de la Mishná convertido en canción tradicional del Séder. Este año, sin duda, es distinto a todos los demás. 

Lo cierto es que, como si de un castigo bíblico se tratara, las comunidades ultraortodoxas de Israel están siendo las más castigadas por la epidemia. Según datos de la BBC, entre el 30 y el 50% de los casos confirmados de la COVID-19 en el Estado de Israel y el 75% de los casos en Jerusalén se dan en miembros de estas comunidades.

La causa de estos datos estriba en una tradicional desconfianza de estos grupos –que representan aproximadamente el 12% de la población del país- hacia el Estado y sus leyes. Pero no solo a los ultraortodoxos golpea el patógeno: este domingo se conocía el fallecimiento del ex rabino principal de Israel, el sefardí Eliahu Bakshi-Doron, a causa del coronavirus. 

Combinación de imágenes tomadas el pasado 12 de abril en la que figuran las primeras nueve estaciones de la Vía Dolorosa sin fieles durante el Domingo de Pascua
De Jerusalén a Roma, la Semana Santa del confinamiento 

Lo cierto es que en Jerusalén el coronavirus ha logrado lo que no consiguieran ni cruzadas ni guerras. En contraste con el gentío multicolor y políglota que se hace con las calles de la ciudad vieja y alrededores jerosolimitanos en Semana Santa, este año el silencio y la soledad han reinado sin competencia en Jerusalén. Un grupo de franciscanos de la Custodia de la Tierra Santa, acompañados por el administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, Pierbattista Pizaballa, celebraron la oración del Domingo de Ramos desde el exterior de la iglesia del Dominus Flevit, en las faldas del Monte de los Olivos, bajo un cielo encapotado y el ‘skyline’ de una ciudad como de cuento de terror. “No será igual, admitía el arzobispo Pizzaballa al comenzar la Semana Santa, pero será una ocasión para las familias de rezar juntas de una nueva forma”. El mensaje, oración y bendición a la ciudad tres veces santa fueron transmitidos por ‘streaming’ en directo por el Christian Media Center. Las fotografías nos muestran a apenas cuatro franciscanos haciendo el Vía Crucis, cada uno con su preceptiva mascarilla, por una Vía Dolorosa desértica, comercios cerrados a cal y canto.  “No es un rezo que se haga con los labios y la lengua, sino caminando en los pasos de Jesús”, dijo a la agencia Efe fray Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, en la última estación. Quizá al Nazareno le habría gustado más un panorama así. 

Un judío ultraortodoxo reza durante la fiesta de la Pascua orientado hacia el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén el domingo 12 de abril de 2020

Similares escenas se sucedieron, en fin, a lo largo de la semana, culminando con la vigilia pascual del sábado y la misa de Pascua este domingo, celebradas sin público en el interior de la iglesia del Santo Sepulcro. Y en la mayoría de esos momentos, la tecnología estuvo al quite para trasladarlos al mundo. Pascua 3.0 para burlar al virus.

La tregua del coronavirus ha dejado escenas como la de la ambulancia israelí, estrella de David bien visible, junto a la que un profesional sanitario judío y otro musulmán rezan por separado, aunque luchan juntos la batalla contra el microscópico enemigo. Igualmente, el cerrojazo de este año habrá servido, a buen seguro, para templar los ánimos entre cristianos coptos, apostólicos armenios, ortodoxos griegos y católicos, todos fraternalmente enfrentados a diario en la custodia de los santos lugares.  

Foto proporcionada por el servicio nacional de emergencias del Magen David Adom (MDA) israelí el 24 de marzo de 2020 en la que se muestra a dos paramédicos rezando, uno musulmán y otro judío, junto a una ambulancia en la ciudad de Beerseva

Más allá de Tierra Santa, en el conjunto del orbe católico la Semana Santa ha dejado escenas inéditas. En Roma vimos al papa Francisco oficiar los rezos del Domingo de Ramos en una Plaza de San Pedro vacía. También la televisión y las redes nos mostraron el Viernes Santo al pontífice presidiendo el Vía Crucis desde la misma plaza -y no en el entorno del Coliseo, como es habitual- bajo un aguacero que hacía más dramática la imagen. Al día siguiente, Sábado Santo, impresionaba ver el interior semivacío de la basílica de San Pedro en la vigilia pascual. Una imagen similar a la del templo vaticano durante la misa de Pascua y la bendición ‘urbi et orbi’. 

Una vista general de la basílica de San Pedro del Vaticano muestra al papa Francisco impartiendo la bendición ‘urbi et orbi’ después de una misa del Domingo de Pascua a puerta cerrada

En una carta remitida a movimientos y organizaciones populares este domingo, el Papa abogaba por un “salario universal” para los trabajadores más desfavorecidos. “Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro”, escribe Francisco en lo que parece el resumen de su hoja de ruta para la etapa post-coronavirus. 

En esa otra Roma “triunfante en ánimo y grandeza”, que escribiera Cervantes, a orillas del Guadalquivir la Semana de Pasión dejó a los sevillanos cariacontecidos. Desde el Domingo de Ramos, cuando la Estrella de Triana, apodada ‘la valiente’ –fue la única de las cofradías de Sevilla que hizo estación de penitencia en el convulso 1932-, hasta el Domingo de Pascua, la ciudad ha asistido resignada a la realidad de una Semana Santa en blanco. Si para el calendario particular del sevillano el Domingo de Pascua es siempre día de nostalgias porque se acabó lo que se daba hasta el año que viene, este año la tristeza ha sido doble (o triple). El civismo de la sociedad española a la hora de cumplir con las medidas de confinamiento ha sido generalizado y se ha llevado estos días los elogios de instituciones como la OMS. No obstante, para quienes no han cumplido las órdenes de las autoridades no han faltado las multas; y es que el hombre es pecador, como también lo son los sacerdotes. De hecho, entre las anécdotas de estos días la Policía se vio obligada a intervenir para suspender una misa celebrada en la terraza de un edificio de viviendas precisamente en el barrio sevillano de Triana y otra en la mismísima catedral de Granada, ninguna de ellas autorizada.

Basílica de la Macarena, en Sevilla, adornada con flores dejadas por los fieles tras la suspensión de las procesiones de Semana Santa para prevenir la  propagación de la COVID-19

Al contrario de lo que ocurrió en aquella noche de premura en que los esclavos judíos de Egipto, comandados por Moisés, hubieron de preparar el pan sin levadura, esta Pascua y el confinamiento todo están siendo tiempos fecundos para la cocina. Las recetas reposteras –desde las torrijas españolas hasta los jaroset israelitas pasando por los huevos de Pascua de muchos países europeos- nos endulzan las largas jornadas de confinamiento a través de las redes sociales. En estos tiempos de encierro y distanciamiento social, somos más que nunca lo que comemos. Que el fin del mundo nos pille moviendo el bigote y entre fogones. 

Flores en la entrada de la sevillana capilla de los Marineros, sede de la hermandad de la Esperanza de Triana, en una foto tomada el jueves 9 de abril de 2020

El año 2020 pasará, en fin, a la historia como el de las Pascuas víricas y virales que aún no adivinamos capaces de marcar el paso de la esclavitud del confinamiento domiciliario a la libertad de la calle y de abrazar y tocar a nuestros seres queridos. Y el Ramadán -comienza el próximo 23 de abril- del coronavirus viene en camino, con una pandemia en los países de mayoría islámica cuyas dimensiones exactas aún se desconocen. Una relajación de las medidas de contención durante las celebraciones del mes sagrado musulmán pondrá en riesgo lo logrado en las últimas semanas. 

“De repente, un desastre de escala bíblica ha entrado en nuestras vidas. (…) Y la plaga se extendió por todo el mundo. Todo el mundo participa de este drama. Nadie está excluido. No hay nadie cuya participación sea menos intensa que la de los demás. Por un lado, debido a la naturaleza masiva de las muertes, los fallecidos que no conocemos son solo un número, son anónimos, sin rostro. Pero, por otro lado, cuando miramos hoy a los que están cerca de nosotros, a nuestros seres queridos, sentimos cuánto cada persona es una cultura entera, infinita”, afirma el escritor David Grossman en las páginas de Haaretz. 

Camino ya de la Octava de Pascua y Pentecostés, sigue corriendo con fuerza por las redes una imagen que puede ser la de la que mejor sintetice lo vivido estos días. Lleva la firma de la agencia británica Reuters. Dos hombres con mascarilla en el rostro portan a hombros una talla de Cristo exangüe y sin cruz por los pasillos de lo que parecen dependencias de la iglesia de Maria S.S. Addolorata de la ciudad italiana de Tarento para subirlo a la terraza del edificio y allí presida la celebración de una eucaristía.

Dos hombre llevan por un edificio una talla de tras la celebración de un Vía Crucis en la azotea de la iglesia de Maria S.S. Addolorata de Taranto (Italia) el pasado Viernes Santo

La metáfora es inmediata: Jesucristo sufre como los demás hombres y está con quienes padecen estos días la epidemia del coronavirus. Y resucita. Como tal vez la humanidad toda podría plantearse hacerlo una vez supere –con ayuda de Dios o sin ella- esta dolorosa e inesperada epidemia de tintes bíblicos. 

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