El Parlamento de Montenegro ha aprobado una ley que fiscalizará las propiedades de la Iglesia Ortodoxa Serbia. La medida tiene un importante trasfondo geopolítico

Popes y geopolítica

photo_camera AFP/SAVO PRELEVIC - Clérigos y creyentes de la Iglesia Ortodoxa Serbia se paran frente a la policía en un puente cerca del parlamento, antes de la votación de una polémica ley sobre la libertad religiosa en Podgorica el 26 de diciembre de 2019

Montenegro ha topado con la Iglesia. No con la de Roma, sino con la Iglesia Ortodoxa Serbia. El pequeño país balcánico, miembro de la OTAN y cercano a la Unión Europea, ha elaborado una ley que obligará a la entidad religiosa a justificar las posesiones obtenidas durante la época yugoslava. Si no pueden hacerlo, los bienes pasarán a manos de la Administración.

La maniobra ha irritado, además de a los popes montenegrinos, a la minoría serbia del país, apoyada por el país vecino y también por su aliado histórico: Rusia. Los religiosos y sus feligreses temen que el documento no sea más que un pretexto para desamortizar sus propiedades.

El presidente montenegrino Milo Djukanovic ha encabezado la proposición para fiscalizar las propiedades de la Iglesia Ortodoxa Serbia

El texto legislativo fue aprobado el pasado viernes por un sector amplio del arco parlamentario. La moción, promovida por el Partido Democrático de los Socialistas del presidente Milo Djukanovic, fue apoyada por el Partido Socialdemócrata, que está en la oposición, así como por los representantes de las minorías albanesa, bosnia y croata.

El no a la iniciativa llegó procedente de las filas del Frente Democrático (FD), la coalición de formaciones asociadas a la minoría serbia. Sus 18 diputados fueron detenidos en el transcurso de la sesión plenaria, pues se abalanzaron contra el presidente de la Cámara. “Estamos preparados para morir por nuestra iglesia y nos manifestaremos por ello esta noche”, clamó el líder de FD, Andrija Mandic, durante la votación.

El líder de la oposición de Montenegro, Andrija Mandic

Dicho y hecho. Tras la accidentada asamblea, cientos de personas se concentraron en Podgorica y otras ciudades para protestar contra la ley ese mismo día. Muchos, de hecho, ya habían acudido a manifestarse antes de la votación. Desde entonces, las movilizaciones no han cesado. El tono de los discursos ha ido ‘in crescendo’ en las últimas horas.

El proserbio Mandic ha incluido en sus intervenciones referencias que no presagian una resolución sosegada de la controversia: “Invito a todos mis amigos de la guerra de 1991 a 1999 a que estén preparados. Pueden esperar lo peor”. Mandic, previamente, había vaticinado una maldición sobre aquellos parlamentarios que votasen afirmativamente la propuesta del Gobierno.

Manifestantes se reúnen en la Catedral de la Resurrección de Cristo antes de que el Parlamento vote la ley sobre libertades religiosas
Un poder muy terrenal

Sin llegar a invocar el maleficio, la Conferencia Episcopal de la Iglesia Ortodoxa Serbia ha llamado a los ciudadanos a rezar en las iglesias, pero también a “mostrar que no flaquearán ante el régimen”. La Policía, en respuesta, ha acusado a los sacerdotes de instigar la violencia. Lo cierto es que la escalada dialéctica ha tenido su reflejo en las calles.

Los agentes del orden se han visto obligados a intervenir en numerosas vías de comunicación donde los manifestantes habían levantado barricadas. Incluso, algunas marchas han tenido que ser dispersadas haciendo uso de gases lacrimógenos, según la agencia Reuters. 

Clérigos y creyentes de la Iglesia Ortodoxa Serbia se paran frente a la Policía cerca del Parlamento

El paso emprendido por el Ejecutivo montenegrino ha sido muy significativo; de ahí, en parte, sus profundas repercusiones en la esfera social. Con la nueva ley, Montenegro se confirma como la excepción a una regla bastante extendida en Europa del este: allí donde está implantada, la Iglesia Ortodoxa y el aparato de poder político van de la mano y procuran no hacerse daño mutuamente.

Un clérigo de la Iglesia Ortodoxa Serbia sostienen una bandera serbia cerca del Parlamento, antes de la votación de una polémica ley sobre la libertad religiosa en Podgorica

Así ocurre en la Rusia de Vladimir Putin y en la Serbia de Aleksandar Vucic, donde los patriarcas mantienen una relación prácticamente simbiótica con las altas esferas. Como consecuencia de este elevado estatus, los popes han disfrutado desde sus púlpitos de un gran poder para modelar las corrientes de opinión pública.

El Ejecutivo montenegrino, sin embargo, no parece dispuesto a pasar por ese aro. En el pequeño país, la figura de la Iglesia Ortodoxa Serbia se asocia a la influencia que tratan de ejercer tanto su país vecino como Rusia, su gran aliado. Por el momento, Belgrado ha reaccionado a la medida con cierta cautela. “Queremos ayudar a nuestra gente en Montenegro, pero no tenemos intención de quemar los puentes con nuestros vecinos”, ha manifestado el presidente serbio Aleksandar Vucic, en declaraciones recogidas por el portal Euronews.

El presidente serbio Aleksandar Vucic asiste a una conferencia de prensa en Sochi, Rusia, el 4 de diciembre de 2019
Rusia quiere salir al mar

Desde que se separaron en 2006, los dos Estados balcánicos han seguido trayectorias bastante distintas. Serbia ha quedado inmersa en la órbita del Kremlin. Montenegro, por su parte, ha mostrado una vocación más occidentalista. En 2017, entró a formar parte de la OTAN y, en la actualidad, espera que llegue su turno para engrosar la Unión Europea. La inclinación europeísta de Montenegro dificulta los esfuerzos de Rusia por continuar penetrando en la península de los Balcanes. Su principal satélite en la región, Serbia, no tiene salida al mar, pero Montenegro sí. Los puertos de Kotor y Bar hacen del pequeño país -de poco más de 600.000 habitantes- un enclave muy apetecible para el Kremlin. 

A Rusia, por tanto, le convendría, sin duda, que el Ejecutivo del país basculase hacia el este en lugar de hacia el oeste para así tener un aliado en el Mediterráneo. Su ambición ha llegado a sobrepasar los límites de lo legal. En las últimas elecciones generales montenegrinas, que tuvieron lugar en octubre de 2016, la inteligencia militar de Moscú (GRU, por sus siglas en ruso) y el Servicio Federal de Seguridad (FSB) urdieron un plan para deponer a Djukanovic e instaurar en el poder a Mandic, más favorable a sus intereses.

El presidente ruso Vladimir Putin (der.) y el patriarca Cirilo (cen.), junto al ministro de Cultura Vladimir Medinsky (izq.) en el Día de la Unidad Nacional Rusa

La estratagema consistía, simple y llanamente, en dar un golpe de Estado. 20 individuos comandados por Bratislav Dikic, un antiguo oficial de la Gendarmería serbia, debían asaltar el Parlamento. El Frente Democrático debía, al tiempo, proclamar su victoria. Finalmente, Djukanovic había de ser asesinado. Por fortuna, la estrategia fue desbaratada a tiempo por las fuerzas de seguridad montenegrinas.

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