Los modelos educativos deben ser concretos y dinámicos

Por qué nunca existirá un modelo educativo ideal (y por qué es bueno que así sea)

photo_camera PHOTO/REUTERS - Una estudiante que lleva una máscara protectora escribe notas de una conferencia en línea en un teléfono móvil en India

Los modelos educativos están obligados a transformarse a través de la innovación. Esto debe suceder en dos sentidos: para proporcionar a la persona las competencias que necesita en el presente –en este sentido, debe actualizarse– y las que necesitará en el futuro –en este sentido, debe futurizarse–. Ambos requisitos son incompatibles con costumbres e inercias educativas.

¿Es toda innovación innovadora?

Muchas de las innovaciones educativas no son innovadoras. Recordemos. En 1937, durante una epidemia de poliomielitis, unos 315 000 niños estadounidenses estuvieron recibiendo radio-clases. Esta misma solución, trasladada a los ordenadores, se puso en práctica en los meses de confinamiento, durante los peores momentos de la pandemia de la COVID-19.

Podemos retroceder más y descubrir cómo cosas que hoy se nos presentan como grandes cambios innovadores en educación ya fueron propuestas hace siglos. En 1640, Comenio presenta en su Didáctica Magna propuestas que ahora, en el s.XXI, se considerarían “innovaciones educativas”. Por ejemplo, no aprender los idiomas “con los andadores” de gramáticas y diccionarios y no repetir “como loros” las lecciones de textos elocuentes.

También podemos asomarnos a 1762, cuando Jean-Jacques Rousseau, en su novela Emilio o de la educación, presenta un nuevo modelo educativo basado en las etapas naturales del desarrollo humano. Este modelo estaba diseñado para formar a la persona en función de sus intereses, la experimentación y la acción, y no por medio de una disciplina impositiva, la memorización y la escucha pasiva. Rousseau tuvo y sigue teniendo muchos detractores.

¿Innovación educativa o solo tecnológica?

Hay innovaciones muy llamativas que, en realidad, no son una innovación educativa: solo consisten en la incorporación de herramientas tecnológicas a los mismos procesos de enseñanza y aprendizaje.

Normalmente, con ellos se hace “lo de siempre” de una manera nueva. Por ejemplo, hacer un examen por ordenador en lugar de en papel no es una innovación educativa, es una innovación tecnológica. Para que sea también educativa debe incorporar metodologías o didácticas nuevas.

Utilizar la realidad virtual para pasear por una Pompeya digitalmente reconstruida, en lugar de leer una descripción de cómo era, sí es una innovación educativa, además de tecnológica.

Denominador común: romper inercias

Sea cual sea el caso –algo viejo reutilizado (radio-clases), algo solo tecnológicamente nuevo (examen por ordenador) o algo realmente nuevo (realidad virtual)– cualquier innovación en educación tiene un denominador común: es algo distinto (viejo o nuevo, digital o analógico) que irrumpe y rompe un flujo de costumbres pedagógicas asentadas.

Una costumbre es un hábito que ha cristalizado en el tiempo y se ha convertido en una forma inercial de ser o de hacer. Inercial en el sentido físico-dinámico del término. Es decir, esa forma de ser o hacer permanece en su estado de movimiento constante hasta que algo distinto la fuerce a modificar ese estado.

Las costumbres educativas funcionan con la misma mecánica. Los hábitos pedagógicos, didácticos, metodológicos adquiridos en un momento histórico concreto, a falta de una fuerza que los modifique, se perpetúan y se convierten en costumbre: en una forma de ser profesor o alumno (los roles) y en una forma de hacer procesos de enseñanza-aprendizaje (la pedagogía). La actuación de una fuerza que tambalea la costumbre es el acto de innovación.

No puede ni debe existir un modelo ideal

Las costumbres, a su vez, no son buenas ni malas en sí, sino para las personas y dentro de su contexto vital (histórico, social, cultural, económico, político, familiar, psicológico, etc.). Y las costumbres educativas se extienden sobre el contexto vital del que aprende: el estudiante concreto y real. En este sentido, no existe un estudiante abstracto o “ideal”, esto es, fuera de un contexto.

Y consecuentemente no debe existir una educación abstracta o “ideal”, una educación independiente del contexto. Pues no es lo mismo enseñar ni aprender en plena revolución industrial que hacerlo en la revolución digital (o cualquier otra revolución que se nos avecine). La información y el acceso a la misma son distintos, los contenidos de conocimiento son distintos, las habilidades a adquirir (no solo para poder acceder a un trabajo, sino para vivir en sociedad) son distintas.

Por ello, la educación o, mejor dicho, los modelos educativos (contenidos articulados metodológica y pedagógicamente) deben ser concretos y dinámicos, enfocados a conseguir el máximo desarrollo de la persona en todas sus dimensiones dentro de su contexto. Pero no el contexto presente sino, y sobre todo, su contexto futuro.

Considerar la posibilidad de un modelo educativo abstracto y estático llevado al límite equivale a considerar que nuestros hijos y los hijos del ser humano del Paleolítico pueden formarse dentro del mismo modelo educativo, aprender los mismos contenidos y adquirir las mismas habilidades, y sobrevivir y vivir exitosamente en sus respectivos contextos vitales.

Actualización y futurización

Entonces, ¿qué es la innovación educativa? No es más que la ruptura con las inercias de las costumbres pedagógicas en un proceso dinámico de necesaria adaptación a los contextos presente y futuro del estudiante.

Consiste, principalmente, en la introducción de competencias, herramientas, contenidos y áreas de conocimiento acordes con las necesidades vitales –en el sentido más amplio de este término: psicológicas, sociales, culturales, académicas, técnicas, tecnológicas, etc.– presentes y, sobre todo, futuras del estudiante.

Y, precisamente porque tiene que avanzar el futuro del contexto en el que se va a desenvolver el estudiante, la educación debe futurizarse: proyectarse intencionalmente hacia el posible futuro de la persona educada y diseñar un camino hacia lo que aún no existe.

Esto es totalmente incompatible con mantener la inercia de determinadas costumbres educativas. Si no lo hacemos así, si no rompemos inercias, la educación “nunca dejará de estar anticuada” (como dice María Antonia Casanova) y, lo que es peor, formará personas desubicadas y descontextualizadas.The Conversation

Carmen Sánchez, decana de la Facultad de Educación, Universidad Camilo José Cela

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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