Ruanda: la Singapur de África

Marruecos Negocios/El Norte de Castilla

El pequeño país centroafricano se ha convertido en la Suiza africana o como algunos la llaman la Singapur de África. La mitad de sus doce millones de habitantes tienen menos de 15 años y el té y el café han sido sustituidos por el turismo y las nuevas tecnologías. Un país en pleno desarrollo económico que trata de huir de su pasado.

Con un tamaño similar a la Comunidad Valenciana, este país insertado en la región de los Grandes Lagos, una de las zonas más conflictivas del África Subsahariana, ha logrado atraer las miradas de todo el mundo. El despertar ruandés ha agotado las comparaciones. Los analistas hablan de la «Suiza africana» por su interesada neutralidad en los conflictos de Sudán del Sur o la República del Congo, sus vecinos.

Los expertos del Banco Mundial la han bautizado como la «Singapur de África» por tratarse de un ‘miniestado’ que atrae a los inversores occidentales y chinos. Y su presidente, el exlíder guerrillero tutsi Paul Kagame, siempre pone como ejemplo a Lee Kuan Yew, el visionario dictador que convirtió a la colonia asiática en un referente financiero.

Sin embargo la nueva Ruanda que está construyendo con mano férrea Paul Kagame tampoco olvida su tenebroso pasado. El 14 de abril finalizó la semana de homenajes nacionales en el Memorial del Genocidio. Sobre los pulcros túmulos del santuario del barrio de Gisozi, que reúne las tumbas de unas 250.000 víctimas, las familias no dejan de llevar flores, abrazarse y llorar sobre los interminables listados de nombres, sagas enteras.

La caída en las tinieblas se precipitó el 7 de abril de 1994. La noche anterior, un misil derribó el avión del presidente hutu, Juvénal Habyarimana, durante su regreso al país. La radio oficial daba la noticia e incitaba a la venganza: «¡Matad a las cucarachas tutsis!». La milicia de los Interahamwe, una especie de frente falangista de los hutu, inició una razia que se detuvo exactamente cien días después. En los poblados, las iglesias o los barrios de Kigali y otras poblaciones menores acabaron con la vida de un millón de tutsis o de hutus sospechosos de no secundar los crímenes. Diez mil muertos diarios, siete cada minuto. La más rápida y eficiente matanza del siglo XX necesitó pocas armas de fuego. Bastaron miles de machetes. Las venganzas aún continuaron durante años.

Nunca lo dicen en público, pero muchos ruandeses creen que las prisas de su presidente por conquistar el futuro tienen que ver con un olvido interesado del pasado. Paul Kagame y cuarenta de sus hombres fueron procesados por la Audiencia Nacional por genocidio, acusados de la muerte de cuatro millones de personas durante los años noventa, entre ellos nueve misioneros españoles.

En octubre pasado, el Tribunal Supremo archivó temporalmente el caso. «Ni el Tribunal Internacional de Ruanda ni los tribunales populares (los gacaca) examinaron nunca un solo caso de crímenes cometidos por los actuales dirigentes contra miembros de la mayoría hutu», denuncia en su blog ‘Bitácora africana’ el exmisionero comboiano en la zona José Carlos Soto. Kagame, muy activo en redes sociales, escribió en Twitter este 7 de abril: «Los que han contribuido directamente al genocidio de Ruanda y se niegan a asumir la responsabilidad permanecen en el lado equivocado de la historia y de la justicia».

El presidente de EE UU Bill Clinton resumió en su visita a Kigali en 1998 la mala conciencia occidental, incapaz de utilizar a los cascos azules de la ONU.«No hicimos todo lo que pudimos». Aquel momento ha pasado a la historia como ‘la disculpa de Clinton’. Un fracaso que se fue ‘lavando’ con una inyección de fondos internacionales que están en los cimientos de esta resurrección. La fundación del expresidente americano financió la construcción del Memorial del Genocidio y es uno de los principales canalizadores de los dólares que, en los primeros años de reconstrucción, representaron el 70% de la riqueza nacional.

Kagame se codea con magnates como Bill Gates, cuya fundación apoyaprogramas de salud y construye el Centro de Convenciones más moderno de África. El ‘premier’ gestiona su país como una empresa y con el aval de victorias electorales siempre por encima del 90%. Él mismo preside el Consejo Ruandés de Desarrollo, dedicado a cazar inversores.

Los resultados impactan cuando se recorren las calles de Kigali. Avenidas bien pavimentadas, un tráfico fluido en el que nadie pierde los nervios, un parque móvil a la europea y unas calles impolutas en las que está prohibido vestir harapos, practicar la mendicidad, ir descalzo o llevar bolsas de plástico (proscritas por ley desde 2007). En cada esquina se levantan nuevos proyectos entre los que sobresale la bandera de China.

El té y el café han dado paso al turismo y a las nuevas tecnologías y en 2020 se espera que el 95% de los ruandeses tengan wifi. Todavía el 45% de sus habitantes sufre pobreza, pero ha pasado del puesto 158 al 32 del Banco Mundial por la facilidad de crear empresas. Transparencia Internacional le acaba de puntuar con un 5,3 en los niveles de corrupción, solo seis décimas más que España.

A la paz social se añade la religiosa. «La tercera parte de los ruandeses son musulmanes, gente muy pacífica y honrada. Aquí no entran los discursos yihadistas como pasa en mi país», explica el keniata Erik Kipyegon, que trabaja como agente de seguridad en Ruanda.

Theobald Hategeka no disimula su orgullo por dirigir el Hospital Central Universitario de Kigali, el mayor centro médico del país. La mortalidad infantil se ha reducido a un tercio de la que sufrían en 1990, el sida se bate en retirada desde 2005 y presenta la mejor evolución del África negra. Donde más se detiene Hategeka es en su unidad de prematuros. «Antes perdíamos a dos de cada tres. Ahora recuperamos a casi todos». Son el nuevo latido de Ruanda.

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