El segundo hijo del difunto dictador gana apoyos entre los líderes tribales del sur del país para avalar su candidatura de cara a unas hipotéticas elecciones

Saif al-Islam Gadafi emerge como alternativa a las dos facciones enfrentadas en Libia

photo_camera IMAGEN/ARCHIVO - En esta foto de archivo tomada a primera hora del 23 de agosto de 2011, Saif al-Islam Kadhafi, hijo del líder libio Moamer Kadhafi (retrato), está rodeado de partidarios y periodistas en el complejo residencial de su padre en la capital, Trípoli

Saif al-Islam llevaba siete años desaparecido. Nadie sabía a dónde había ido a parar el segundo hijo del difunto dictador Muamar Gadafi. Un grupo de rebeldes de su natal Zintan le capturó en una emboscada cerca de la remota ciudad desértica de Ubari, cuando huía apresuradamente hacia el sur para instalarse en el vecino Níger. Saif había presenciado la caída del régimen de su padre, que era también su régimen, un sistema represivo y de corte autoritario que había intentado reformar tímidamente desde dentro, pero que había defendido con las armas tras el estallido revolucionario. Ya no quedaba nada de la Yamahiriya que durante más de tres décadas había regido con mano de hierro el país. Los estragos de la Primavera Árabe habían arrasado con todo. 

Reapareció oficialmente una década después en las páginas de The New York Times. En un extenso reportaje publicado en julio de 2021, Saif hizo un balance de su recorrido y describió detalladamente su cautiverio. Pero no había concedido aquella entrevista para resolver dudas. Mostraba a las claras que quería seguir los pasos de su padre y gobernar Libia. En sus respuestas, Saif, que había vaticinado la fragmentación del país en los primeros días de la revuelta de 2011, amagaba con presentar su candidatura para las siguientes elecciones generales, fijadas inicialmente para el 24 de diciembre de 2021. Preparaba el terreno para su vuelta justo una década después. 

Fuerzas de seguridad Libia

En este tiempo, Libia ha sufrido dos guerras civiles y un colapso económico. El Estado quedó dividido en dos administraciones paralelas que rivalizan, aún hoy, por el poder. Una lo hace desde el este, en Tobruk, y otra desde el oeste, en Trípoli. Entre medias, las partes tuvieron que hacer frente a la insurgencia islamista, que estableció un pequeño califato en la costa. Ni siquiera la amenaza yihadista unió sus agendas. Los sucesivos acuerdos auspiciados por la ONU amortiguaron los golpes, detuvieron las hostilidades implantando un alto el fuego duradero, pero se han mostrado incapaces de resolver el dilatado bloqueo político. 

Saif al-Islam se postuló finalmente para aquellas elecciones, siendo el primer candidato reconocido a nivel nacional en inscribirse. Pero los comicios no llegaron a celebrarse a tiempo. De hecho, todavía no se han celebrado. El Gobierno de Unidad Nacional de Trípoli y la Cámara de Representantes de Tobruk, instituciones en liza por el control, no se ponen de acuerdo para redactar una ley electoral conjunta que encarrile el proceso. La élite política libia sigue atrincherada en el poder a falta de un texto legal que posibilite que la votación se lleve a cabo con garantías. “Libia se encuentra de nuevo con dos gobiernos, ninguno de los cuales ha sido elegido o escogido por los libios, sino que ambos son el producto de continuos desvíos por parte de políticos corruptos que no desean desprenderse de sus posiciones de poder”, sintetiza la activista libia Asma Khalifa. 

Abdul Hamid Dbeibé

Pero ha habido avances significativos en las últimas semanas. Khalid Almishri, jefe del Alto Consejo de Estado, un órgano que hace las veces de Cámara alta, mantuvo un encuentro el jueves pasado con el presidente del Parlamento de Tobruk, Aguilah Saleh, en El Cairo. El presidente del Parlamento egipcio, Hanafy El Gebaly, se encargó de organizar el cara a cara, poniendo de relieve el papel de mediador que quiere interpretar Egipto en la crisis libia. Aunque el régimen de El Sisi ha mostrado una clara preferencia por la facción del este que representa el propio Saleh y su aliado Jalifa Haftar. 

Los representantes de las dos administraciones acercaron posturas sobre el documento constitucional que debía regir el periodo preelectoral y postelectoral, pero dejaron muchas cuestiones en el tintero. No mencionaron fechas ni fijaron plazos. Tampoco determinaron si los ciudadanos con doble nacionalidad podrían presentarse a la presidencia, ni cuándo tendrían que renunciar a cualquier cargo los candidatos que deseaban presentarse. Estas dos cuestiones atañen al primer ministro del Gobierno de Unidad Nacional, Abdul Hamid Dbeibé, y al general Haftar, hombre fuerte del este. 

Jalifa Haftar

Después del encuentro en Egipto, Almishri y Saleh convinieron en verse de nuevo en su país para rubricar la versión final del texto legal. Pero a la sociedad libia y la comunidad internacional se le agota la paciencia. En palabras de la antigua enviada especial de Naciones Unidas para Libia, Stephanie Williams, “una clase dirigente transaccional, parte de cuya red puede rastrearse hasta los días del antiguo régimen, utiliza las instituciones estatales y soberanas de Libia como vacas lecheras en lo que podría describirse como una «cleptocracia redistributiva», incorporando a sus círculos de forma regular lo suficiente de sus compatriotas para sostener el sistema”. 

“Las divisiones en el seno de la comunidad internacional, las maniobras políticas de los actores libios y la falta de urgencia vinculada a la escasa intensidad del conflicto contribuyen al estancamiento actual”, explica en conversación con Atalayar Riccardo Fabiani, director de proyectos para el Norte de África del International Crisis Group. “Hay poca presión sobre los funcionarios libios para que se pongan las pilas y acuerden finalmente la celebración de elecciones y, por desgracia, de momento parece que la crisis continuará como está”.

Stephanie Williams

“Es necesario que el enviado de la ONU desempeñe un papel más proactivo para coordinar las posturas internacionales y presionar a los actores libios para que la situación avance”, añade Fabiani. El senegalés Abdoulaye Bathily ha dado continuidad a los esfuerzos de su predecesora, siempre en el marco de la ONU, manteniendo reuniones con representantes de ambas facciones y líderes regionales. El trabajo ha sido en balde. Necesitará el impulso del enviado especial de Estados Unidos, Richard Norland, que ha citado este viernes en Washington a sus homólogos de Francia, Alemania, Italia y Reino Unido para organizar de nuevo los comicios. 

Libia pierde la paciencia 

La sociedad libia ha dejado de tener expectativas en la clase política. Las instituciones que controlan el país perdieron su legitimidad hace demasiado tiempo. El Gobierno interino de Dbeibé nació en febrero de 2021 en el Foro del Diálogo Político Libio (FDPL), un órgano de 75 miembros designado por Naciones Unidas, con el cometido de celebrar las elecciones. No lo consiguió. El desconocido empresario de Misurata se comprometió a abandonar el poder después del pronunciamiento de las urnas y a no presentar su candidatura. Incumplió ambas promesas. Mientras que la Cámara de Representantes de Tobruk se estableció en junio de 2014 con una participación inferior al 20%. Es decir, lleva casi una década sin someterse al escrutinio de las urnas. 

Elecciones Libia

“Hay mucha frustración por el actual punto muerto, el deterioro de los servicios sociales y la falta de seguridad, y muchos libios han perdido la fe en la clase política hasta el punto de protagonizar protestas y disturbios, en ocasiones”, indica Fabiani. Es el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de un nuevo perfil que aglutine el descontento. Es esencial que sea percibido como un líder capaz de dejar atrás el periodo de crisis posrevolucionario. El nombre cada vez más repetido en determinados círculos es el del propio Saif al-Islam, popular entre los nostálgicos del régimen de Gadafi, un espectro copado de exfuncionarios, clanes y comunidades que tomaron partido por el dictador, especialmente las del denominado cinturón verde de Trípoli, que cuenta con gran peso demográfico. 

El analista del Crisis Group indica a este medio que el segundo vástago de Gadafi “conserva cierto grado de apoyo en Libia, pero por el momento nadie sabe cuál es el tamaño real de su apoyo. No ha habido elecciones en Libia desde hace ocho años y Seif al-Islam sigue siendo un personaje controvertido en muchos aspectos. Su base de apoyo está muy movilizada, pero no parece gozar de un gran respaldo del resto de la sociedad”. Para Fabiani, es más probable que los libios “busquen caras nuevas y no al hijo de Gadafi, a quien la gran mayoría de los libios aún recuerda al menos por sus palabras y su papel durante la revolución de 2011”.

Saif al-Islam Gadafi

Líderes tribales y figuras destacadas de Fezán han salido en defensa del derecho de Saif al-Islam de participar en las elecciones. El jefe del Consejo Supremo de Tribus y Ciudades de la región sudoeste del país, el jeque Ali Mesbah Abu Sbeiha, subrayó en una declaración la necesidad de tomar medidas para conseguir que el segundo de los nueve descendientes legítimos de Gadafi pudiera presentar su candidatura. Y es que, en diciembre de 2021, las autoridades tumbaron su inscripción en la carrera electoral por considerarla ilegal. Fue uno de los 25 candidatos rechazados por la Alta Comisión Nacional Electoral. 

La aparición de Saif estuvo envuelta en polémica desde el primer momento. Adel Karmous, el jefe de la Comisión Jurídica del Consejo de Estado, el comité encargado de supervisar las candidaturas, declaró que, independientemente de las condiciones de la candidatura y de si permiten o impiden que lo haga, “si pensamos con la razón y la lógica, ¿cómo puede presentarse a unas elecciones una persona que lleva una vida secreta y que le exige visitar todas las regiones del país para completar su campaña electoral?”. Saif no ha sido visto en público desde hace meses. Podría temer por su seguridad. La Corte Penal Internacional sigue exigiendo extraditarle por su presunta implicación en crímenes de guerra

Más en Política