La agresión redujo un 5% la producción mundial de crudo

Se cumple un mes del ataque de Saudi Aramco: otras infraestructuras en riesgo

photo_camera AFP/FAYEZ NURELDINE - El portavoz de la Coalición Árabe, el coronel Turki al-Maliki, muestra piezas de lo que dijo que eran misiles cruceros y aviones teledirigidos iraníes recuperados del lugar del ataque que atacaron las instalaciones de Saudi Aramco, durante una conferencia de prensa en Riad el 18 de septiembre de 2019.

Hace un mes, exactamente el 14 de septiembre, una ofensiva lanzada con drones impactaba sobre el corazón petrolero saudí: las refinerías de la petrolera estatal Saudi Aramco. En concreto, se producían daños en la instalación de procesamiento del petróleo Abqaiq y en el campo petrolífero de Khurais. La producción mundial del codiciado oro negro se redujo un 5%, provocando el incremento exponencial del precio del barril del petróleo, con una subida diaria posterior cercana al 20%. 

En las jornadas posteriores al ataque, comenzaron a surgir preguntas que alertaban sobre la alta vulnerabilidad de la que está considerada como una de las infraestructuras críticas por excelencia y, también, del resto de instalaciones operativas del Reino. “Si una sola armada de drones puede atravesar el espacio aéreo saudí sin ser detectada y alcanzar con éxito objetivos con precisión quirúrgica y daño máximo, entonces se puede concluir que la cuota de vulnerabilidad del país es bastante alta”, advirtieron al respecto los analistas Nicola de Blasio y Henry Lee en National Interest. 

La cuestión que se plantea entonces es, ¿cómo los responsables de la ofensiva pudieron llevarla a cabo con tanto nivel de precisión y, por consiguiente, con tanto éxito? 

Una parte metálica de un tanque dañado es vista en el sitio dañado de la planta petrolera Saudi Aramco en Abqaiq, Arabia Saudí, el 12 de octubre de 2019

Una fuente de seguridad saudí ya reconoció que sus instalaciones, concretamente la planta de Abqiaq, una de las dos afectadas, está totalmente expuesta porque “no tiene una cobertura real”. “Es una visión impactante de cuán abiertas deben ser las instalaciones industriales avanzadas para que puedan ser atacadas con nuevas tecnologías baratas y ampliamente disponibles”, afirmaba el experto Gideon Rachman en las páginas de Financial Times.

Cabe recordar, en este punto, que Arabia Saudí utiliza los sistemas estadounidenses Patriot como equipos de defensa aérea antimisiles, que si bien alcanzan un gran porcentaje de éxito en la intercepción de misiles balísticos que circulan a gran altitud, “los drones y los misiles de crucero vuelan más lentamente y a altitudes más bajas, por lo que son más difíciles de detectar para los Patriots con el tiempo adecuado para interceptarlos”, revelan Kalin y Westall.

“¿Dónde están los sistemas de defensa aérea y el armamento de Estados Unidos por el cual gastamos miles de millones de dólares para proteger el reino y sus instalaciones petroleras? Si hicieron esto con tanta precisión, también pueden golpear las plantas de desalinización y más objetivos”, alertó el mencionado funcionario saudí, que manifestó su deseo de permanecer en el anonimato.

Batería de misiles Patriot en una base militar

Las imágenes de satélite publicadas en los días posteriores revelaban que al menos un sistema de defensa fue instalado en las inmediaciones de la planta de Abqiaq, junto con otros cuatro sistemas de defensa de menor alcance, que están diseñados para interceptar objetivos más pequeños. El problema de estos últimos ha sido que están situados en el “extremo equivocado de la instalación” o que “vieron los pequeños drones y misiles demasiado tarde para derribarlos”, explica el investigador del Centro de Estudios de No Proliferación, Michael Duitsman, a The Guardian.

El ministro de Exteriores de Irán, Mohammad Javad Zarif, a cuyo país tanto Arabia Saudí como Estados Unidos y la Unión Europea le han atribuido la responsabilidad de los ataques, consideró como “vergonzoso” que “sus armas de cientos de miles de millones no interceptaran el fuego yemení”. Los expertos Stephen Kalin y Sylvia Westall también se pronunciaron en este sentido en una información publicada por Reuters: “Miles de millones de dólares gastados por Arabia Saudí en equipos militares occidentales de vanguardia diseñados principalmente para disuadir ataques a gran altitud no han demostrado ser compatibles con drones de bajo coste y misiles de crucero utilizados en un ataque que paralizó su gigantesca industria petrolera”.

Trabajadores arreglan los daños en el campo petrolero de Aramco en Khurais, Arabia Saudita, el viernes 20 de septiembre de 2019

La paralización de la industria del crudo por los ataques realizados con drones ha puesto de manifiesto las vulnerabilidades que se ciernen sobre el resto de las infraestructuras críticas saudíes, que han sido anunciadas como objetivo de las operaciones militares procedentes de los hutíes de Yemen -pues comunicaron en el mes de mayo que iban a atacar 300 objetivos tanto vitales como militares radicados en Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU).

En esta línea se ha posicionado un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés) de Washington, que revela qué otros elementos que estarían en riesgo por posibles nuevos ataques –como ya han sido anunciados por los hutíes – son las plantas de desalinización, la red eléctrica, los sistemas de control industrial (ICS) y los sistemas de control de supervisión y adquisición de datos (SCADA).

Esferoides en reconstrucción son fotografiados en la planta petrolera Saudi Aramco en Abqaiq, Arabia Saudí, el 12 de octubre de 2019
Las plantas desalinizadoras

“Todas estas instalaciones son muy grandes y están por encima del suelo”, advierte el investigador principal del Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona, Eckart Woertz, refiriéndose en concreto a las plantas que producen agua potable y la larga red de tuberías por las que se transporta hasta las ciudades. En este punto, es importarte resaltar que, de acuerdo con el CSIS, el Reino obtiene el 50% del suministro de agua potable de dichas instalaciones, lo que, además, ha supuesto que el agua desalinizada haya reemplazado al agua subterránea como la principal fuente de agua potable en todo el país. 

Arabia Saudí también cuenta en su territorio con la planta desalinizadora más grande del mundo: Ras al-Khair, ubicada en la costa saudí del golfo Pérsico, una ubicación conocida en la actualidad por ser el blanco de numerosos incidentes que han sacudido la estabilidad de Oriente Medio en los últimos tiempos. De esta instalación depende fundamentalmente la capital, Riad, pues recibe de ella el 90% del agua potable. 

Analistas citados por CSIS exponen que “cada planta de desalinización construida es un rehén de la fortuna; son fácilmente saboteadas; pueden ser atacadas desde el aire o bombardeando desde la costa; y sus puertos de admisión deben mantenerse libres, lo que brinda otra forma simple de evitar su operación”. 

Por lo tanto, un ataque contra estas plantas pondría en una situación de grave peligro el acceso a un bien de primera necesidad tan vital como el agua, necesario para el desarrollo de cualquier actividad cotidiana y que, en la región, es un recurso escaso, por las precipitaciones limitadas y el consumo excesivo, entre otros factores. Cabe destacar, además, que una de las plantas desalinizadoras saudíes localizada en la costa oeste del país ya sufrió un ataque con cohetes -presumiblemente lanzado desde Yemen- el pasado 19 de junio, por lo que es un riesgo que ya se ha probado. “Aunque el ataque no dañó la planta, sí generó una amenaza crítica para Arabia Saudí y para el resto de países del Consejo de Cooperación del Golfo”, advierte el medio Mees.

La red eléctrica

Según el CSIS, “la red eléctrica de Arabia Saudí ofrece al menos cuatro vulnerabilidades potenciales en caso de un ataque”. El primero hace referencia a la relación con el petróleo y los hidrocarburos”, pues una ofensiva exitosa contra dicho sector afectaría, de lleno, a la red eléctrica, ya que “el petróleo crudo se utiliza como entrada en casi dos tercios de la generación de electricidad, y el gas natural sirve como combustible para la mayor parte restante”. Mientras, la segunda vulnerabilidad trata sobre la facilidad de ataque sobre los generadores con explosivos; la tercera sobre la utilización de los sistemas SCADA, posible blanco de ataques de índole cibernético; y, en cuarto y último lugar, “un ataque coordinado en múltiples líneas de transmisión o subestaciones podría sobrecargar los generadores y crear una falla de transmisión en cascada, lo que podría conducir a apagones generalizados”.

Los sistemas de control

Con la creciente digitalización, se han multiplicado exponencialmente los ciberataques, un riesgo que, en este contexto, se cierne concretamente sobre los sistemas SCADA, pues son las interfaces de control industrial que ayudan a regular la infraestructura a gran escala como tuberías de gas, sistemas de transmisión de energía, sistemas de transporte y sistemas de distribución de agua. “Todos estos componentes pueden ser vulnerables al ataque por interferencia humana directa (como el despliegue de malware en la unidad maestra) o por un diseño o configuración deficientes, lo que abre el sistema a la explotación cibernética remota”, revela el informe del CSIS. 

Específicamente, sobre Saudi Aramco, protagonista de la jornada de este lunes, Josefsson explica que, solo en el año 2012, 30.000 ordenadores de la compañía fueron pirateados, aunque sin consecuencias sobre los niveles de la producción de crudo.

“Los estados nacionales, los grupos terroristas, y los círculos del crimen organizado pueden cerrar las estaciones de bombeo con algo tan básico como un ordenador portátil con conexión a Internet”, alerta el director regional de Nozomi Networks, Marcus Josefsson, a Arab News, quien asegura, además, que aunque la tasa de éxito de los ciberataques sea muy baja, los responsables solo necesitan “ser afortunados una vez” para paralizar un país entero. 

“Los días en que las cercas y los guardias de seguridad eran suficientes se han ido para siempre”, concluye el analista Adam Robertson, en Washington Examiner.
 

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