Las diferencias entre el sector militar y el político están lejos de desaparecer y la inestabilidad sigue aumentando

Se recrudece la tensión en Sudán

photo_camera REUTERS/MOHAMED NURELDIN - El primer ministro sudanés Abdalla Hamdok

El golpe de Estado que terminó con la esperanza democrática del pueblo sudanés sigue dejando terribles secuelas. Incluso después de alcanzar un acuerdo con el primer ministro Abdalla Hamdok, la situación no se ha reconducido ni muchísimo menos. De hecho, ese acuerdo entre el sector militar y el primer ministro que tenía como objetivo continuar con “los procedimientos del consenso constitucional, legal y político que rigen el periodo transitorio”, se podría haber echado a perder por “la falta de consenso entre las partes”, según revelan fuentes locales al medio Al-Sharq.

Desde este medio se apunta a una posible dimisión de Hamdok ya que “pretendía trabajar para llegar a un acuerdo”, pero todo parece indicar que las fuerzas militares no han puesto mucho de su parte. No obstante, la dimisión del primer ministro aún no se da por hecha ya que no existe una certeza de que se vaya a producir, a pesar de las trabas que pone el brazo liderado por el teniente general Abdel Fattah Al-Burhan. Lo que sí hace esta posible dimisión es aumentar la tensión en las calles de Sudán que llevan meses protestando en contra del levantamiento militar y pidiendo una transición democrática civil.

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Lo que preocupa es el estancamiento en el que lleva sumido el país desde el golpe de Estado. Si bien es cierto que los progresos hacia la democracia no eran todo lo rápido que se podía esperar cuando se derrocó al dictador Omar al-Bashir, sí que había una hoja de ruta y una voluntad de cambio. Ahora, no hay nada más que un grupo de militares al frente de un país que sale cada día a las calles parea pedir el regreso al camino democrático. Y es precisamente esta diferencia entre el pueblo y los que ostentan actualmente el poder lo que hace imposible un avance, y menos cuando las facilidades para reconducir un posible acuerdo con el primer ministro son totalmente inexistentes.

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Alaa El-Din Mahmoud, un periodista y analista político, decía a Al-Sharq que “las alianzas que buscan una especie de asociación con los militares no conducirán a algo nuevo, sino que solo conducirán a la reproducción del problema que viene sufriendo el Estado”. Lo que demanda Sudán es “cambiar la composición del viejo Estado, y crear un nuevo Estado basado en la libertad y la justicia”, algo que, en estos momentos, como explica Mahmoud, es imposible desde que el ala militar decidió acabar con todo lo que se había construido en los últimos dos años.

Otro experto, el analista Khaled Al-Tijani Al-Nur, decía al mismo medio que la única solución para el país es “acudir a las elecciones, pues, aunque estas elecciones no sean las ideales, producirán una especie de mandato, hasta que se instale un nuevo sistema civil”. Y esa era la intención hasta que a finales de octubre los militares dieron el golpe que ahora bloquea el país. De hecho, se esperaba que el acuerdo alcanzado entre el primer ministro Hamdok y Al-Burhan recondujese la situación, pero nada más lejos de la realidad. Abdalla Hamdok fue acusado de legitimar el golpe por permitir la participación de un componente militar en el periodo de transición.

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Las Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FCC), liderado por Minni Minnawi, se distanció del borrador y el acuerdo entre Hamdok y Al-Burhan precisamente por este motivo. El regreso del primer ministro a su cargo en medio de las críticas es otros de los aspectos que, según Al-Nur, le quitan la “legitimidad popular”. Cree que “incluso si Hamdok logra formar un nuevo gobierno, no podrá detener el fermento en la calle vinculado a una determinada idea, que es un cambio integral”. De ahí que el problema para Sudán parezca cada vez más complejo.

Por una parte, el primer ministro Hamdok representa la voluntad democrática del pueblo, y la posibilidad de su dimisión sería un enorme paso atrás en ese proceso que el pueblo sudanés aún confía en retomar. Por otro lado, la polémica que rodea su figura tampoco invita al optimismo desde el momento en el que decidió “aceptar” el golpe de Estado del ala militar, a pesar de haber sido incluso secuestrado durante la asonada. Lejos de solucionarse, la tensión parece aumentar sin atisbo de recuperación y la incertidumbre no hace que inundar las calles de un país que atraviesa uno de sus peores momentos desde que acabó con una dictadura de 30 años.
 

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