Más de 132.000 personas con raíces sefardíes de todo el mundo han solicitado la nacionalidad española hasta el cierre esta semana del plazo

Sefarad: el anhelo imperecedero por la patria perdida

photo_camera AFP PHOTO / FADEL SENN - Un judío reza en una sinagoga de la medina de la ciudad de Marrakech el 13 de octubre de 2017.

Un acto de catarsis. Un gesto de justicia. Una reparación histórica necesaria. Son algunos de los calificativos que merece, porque así lo sienten las partes, la iniciativa del Gobierno de España para conceder la nacionalidad a los judíos sefardíes. Más de cinco siglos después de la expulsión decretada por los Reyes Católicos, a esta comunidad, repartida por numerosos lugares del mundo, le fue reconocido el derecho a ser, de nuevo, parte de la ciudadanía española. Hubo que esperar a 2015. Exactamente, 523 años después del destierro los judíos de la península ibérica regresan a la mítica Sefarad. 

El anhelo, largamente esperado, fue plasmado el día 25 de junio de ese año en el Boletín Oficial del Estado a través de la Ley 12/2015, de 24 de junio, en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España sin pérdida de su ciudadanía actual. El texto legal estipulaba que el plazo para tramitar las solicitudes para obtener la nacionalidad permanecería abierto durante tres años desde la entrada en vigor de la ley. Hubo que prolongar ese periodo de tiempo un año más. En concreto, hasta el pasado 1 de octubre. Este martes. 

“¡Cuánto os hemos echado de menos!”, se lamentó en su día el rey Felipe VI, cuando presentó la ley ante miembros de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE). Un sentimiento que los hechos –y las cifras- han demostrado ser mutuo. En cuatro años, el Consejo General del Notariado, dependiente del Ministerio de Justicia, ha recibido más de 132.000 solicitudes hasta el pasado 1 de octubre. El equivalente, de forma aproximada, a la población de la ciudad de Tarragona. Muchos han apurado prácticamente hasta el límite. 70.000 peticiones, casi dos de cada cinco, fueron registradas solo en el pasado mes de septiembre. México, Venezuela y Colombia lideran el elenco de países de origen de los solicitantes. Los hay de más de 60 nacionalidades.

Interior de una sinagoga de la ciudad marroquí de Marrakech

El retorno a Sefarad, nombre bíblico que la tradición judía ha vinculado a la Península –y que hoy en hebreo moderno es la denominación de España- ha sido un anhelo insatisfecho que ha acompañado a las comunidades israelitas descendientes de quienes fueron condenados a la expulsión a finales del siglo XV. En su diáspora, los sefardíes pusieron rumbo a lugares dispares del mundo. La mayor parte partió hacia el norte de África y a los dominios del Imperio otomano. Algunos llegaron hasta el este de Europa, después de sufrir una expulsión tras otra. Una parte de ellos pasó del Mediterráneo a la Europa Central y del Norte; otra cruzó el Atlántico para instalarse en las nuevas repúblicas latinoamericanas. México, Venezuela, Argentina y Colombia fueron sus destinos predilectos. 

En el Magreb, quizás por la cercanía a la península ibérica, las comunidades hebreas mantuvieron especialmente vivo el recuerdo de la memoria de Sefarad en su literatura y liturgia. No en vano, los judíos del norte de África desarrollaron su propio dialecto del español, la ‘haquetía’, que se hablaba, por ejemplo, en las calles de Tánger hasta principios de siglo XX. 

Sin embargo, la mayoría han conservado una característica común: la nostalgia. Una especie de ‘saudade’ a la española que los ha conectado a su tierra de origen a pesar de la distancia en el espacio y en el tiempo. Muchos han conservado con orgullo, incluso, las llaves de sus antiguas casas de generación en generación. Su otra mitad, las cerraduras donde algún día encajaron, ya no existen, como no existen las puertas de las casas que abrían. Los sentimientos de apego y amor hacia el hogar perdido no se han evaporado a pesar de tantos siglos esperando que la patria sefardí los correspondiera. Otros, en cambio, son conscientes de que han pasado muchos siglos y de que sus vidas, como las de varias generaciones que les precedieron, transcurrieron ya lejos de Iberia y se conforman con mantener vivo el recuerdo en su memoria y acervo. Una triple lealtad en algunos casos: hacia Sefarad, hacia la bíblica tierra prometida y, cómo no, hacia la tierra que les acoge -ya se trate de los Balcanes o Iberoamérica- en la actualidad. 

Un largo camino hacia la reparación

La histórica reparación tuvo que esperar para materializarse hasta el siglo XX. Dos nombres propios destacan en la historia de este reencuentro: Ángel Pulido y Ernest Lluch. El primero, senador de los tiempos del rey Alfonso XIII, promovió una campaña para que las comunidades sefardíes residentes en Europa y en el norte de África estableciesen contacto cultural y económico con España. Un precursor que da nombre al premio anual que entrega la FCJE a personalidades destacadas que hayan contribuido al bienestar de la comunidad. Precisamente, el rey Felipe VI ha sido la última figura sobre la que ha recaído el galardón. 

Un judío reza en un templo de la ciudad de Marrakech

En 1965 el Estado concede la ciudadanía a varias decenas sefardíes residentes en Egipto y Grecia que eran antiguos protegidos de España y en esa misma década el régimen de Franco permite la llegada, en varias oleadas, de  judíos de origen norteafricano a nuestro país. Pero hubo que esperar hasta los años 80, cuando el diputado y ministro diputado socialista Ernest Lluch, asesinado en el año 2000 por la organización terrorista ETA, dio un impulso decisivo hacia el reconocimiento de la ciudadanía española a los judíos sefardíes. Suya fue la iniciativa para que los sefardíes estuviesen en igualdad de condiciones con los nacionales de territorios que pertenecieron en algún momento a la Corona española –repúblicas iberoamericanas, Filipinas, etc.- en el proceso de obtención de la nacionalidad.

El año 1990 representó un hito en las relaciones entre España y los judíos de raíces ibéricas, cuando les fue otorgado a las comunidades sefardíes el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. La concesión fue una constatación sin ambages de la voluntad de la Corona de España –y, en su nombre, del conjunto de la sociedad de nuestro país- de saldar una deuda histórica. Y el reconocimiento fue mutuo: en marzo de este año el propio monarca recibió el Premio Shalom del Congreso Judío Latinoamericano en Buenos Aires en agradecimiento a su labor en “pos de restituir los derechos cívicos” a los sefardíes.

Desde entonces, las relaciones se han ido estrechando hasta cristalizar en la ley de 2015. Iniciativas como la creación en Madrid del centro Casa Sefarad-Israel –dependiente del Ministerio de Exteriores español- y de la Academia Nasionala del Ladino, dedicada a la enseñanza del judeoespañol y fundada en colaboración con la RAE, han contribuido a recuperar el patrimonio cultural sefardí dentro y fuera de España. No en vano, el futuro del ladino o judeoespañol pasa hoy en gran medida por el Estado de Israel, donde esta variedad del castellano se puede estudiar en universidades y en el propio Instituto Cervantes. Además, de vuelta en nuestro país, numerosas iniciativas, como la de la señalización y puesta en valor del legado material e inmaterial de las antiguas juderías españolas avanzan en la línea del redescubrimiento del legado sefardí.

En fin, la publicación de la citada ley en el BOE marcó el principio de la ruta para los sefardíes que han querido obtener la nacionalidad española; un recorrido, sin embargo, no exento de inconvenientes. Mucha documentación, muchos trámites y muchos actores implicados: desde rabinos a traductores jurados, pasando por examinadores de conocimientos. Todos los solicitantes han tenido que aprobar dos exámenes: uno de lengua española -DELE A2- y otro sobre conocimientos constitucionales y socioculturales de España -CCSE. Ambos, gestionados por el Instituto Cervantes.
Es el caso de Michael Black, un sefardí residente en Londres que relató hace unos meses a la agencia Efe cómo había vivido todo el trámite administrativo. “Desde el momento en que empecé el proceso de solicitud, me he involucrado cada vez más emocionalmente en ello. Mi motivación en estos momentos es todavía mayor a causa de todo lo que he descubierto sobre mi familia y sus vínculos con Sefarad”, explicó en un perfecto castellano. 

Vista de una sinagoga de Marrakech

 

El caso de los sefardíes abre el debate sobre la reparación de otra comunidad que también hubo de sufrir la tragedia de la expulsión: los moriscos. Los descendientes de las comunidades moriscas de la península ibérica –la mayor parte de ellos residentes en el Magreb- reclaman un trato similar del Estado español al dispensado a los sefardíes.

“Los sefardíes ya no son españoles sin patria”, proclamaba recientemente el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE), Isaac Querub, satisfecho porque la ley “ha cumplido todos sus objetivos”. 

Resta por ver cuántas de las solicitudes prosperan. Por el momento las autoridades españolas no han divulgado cifra alguna sobre cuántas concesiones de ciudadanía se han registrado hasta la fecha. Cierto es que la cifra es modesta cuando se la compara con el total aproximado de judíos de origen sefardita –la mayoría residentes en el Estado de Israel-, que se estima en unos 3,5 millones de personas, entre una tercera y una quinta parte de todos los judíos del mundo. Pero lo importante es que el gesto de las autoridades españolas, aunque tardío, ha llegado. Y los esfuerzos desde la mítica Sefarad siguen produciéndose. Y teniendo una feliz acogida entre los hijos de aquellos españoles que una vez se vieron obligados a tener que dejar de serlo
 

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