En el Sahel el balance de violencia, de muertes y de disputas es tremendamente elevado por la acción de un creciente número de nuevos grupos de autodefensa

Siglo XXI… ¿y el Sahel yendo hacia la Edad Media?

photo_camera AFP/ PASCAL GUYOT - Un helicóptero Eurocopter Tiger (Eurocopter EC665 Tigre) aterriza en el aeropuerto de Mopti, en Sevare

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace

La caída del Imperio romano de Occidente abrió un período de la historia conocido como la Edad Media, en la cual, si bien no todo fueron sombras durante los mil años que abarca, la pérdida del (relativo) monopolio de la violencia de la etapa anterior permitió la emergencia de multitud de actores capaces de ejercerla; y dado que cada uno tenía su propio fin, sus propias razones e intereses para emplearla, el resultado fue una era de conflictividad permanente.

Por otra parte, la pérdida de ese espacio único y su atomización, tanto física como conceptual, condujo también a la fragmentación territorial, y a la consiguiente aparición de una multiplicidad de feudos donde el «señor» ejercía un derecho absoluto sobre la población de este, ante la dificultad de sus habitantes para poder garantizar de otra manera su seguridad y su propia subsistencia.

Una sucinta analogía sobre estos aspectos realizada entre el medievo y ese espacio clave para África —y para Europa— como es el Sahel, en este complejo siglo XXI, junto con una reflexión final relativa a las lecciones de la historia y la geopolítica, conforman el presente documento.
 

¿La Edad Media? Eran unos tiempos lejanos…

El intervalo temporal al que normalmente se hace referencia con el término Edad Media puede llegar a abarcar, en función de los acontecimientos empleados, un período de casi mil años1: los que median desde la caída del Imperio romano de Occidente (año 476 d. C.) hasta el siglo XIV, donde se pueden tomar como hitos, en función del historiador consultado, ya sea el descubrimiento de América por España en el año 1492 o la caída de Bizancio en el año 1453, fecha esta última que también coincide con el final de la guerra de los Cien Años2 y con el momento en el que estaba siendo impresa la Biblia de Gutenberg3. En cualquier caso, estos hechos ponen de manifiesto cómo se produce la apertura a nuevos espacios y la ampliación de horizontes a escala global, el resurgimiento de naciones (caso de España) o surgimiento de ese sentimiento en Francia e Inglaterra —con el paulatino intento asociado por generar estructuras políticas, económicas, sociales y securitarias comunes a toda la nación— así como la difusión, a una escala sin precedentes, de la información y el conocimiento… por consiguiente, del aislamiento y oscurantismo de la Edad Media se pasa a la apertura al mundo y al «Renacimiento», a la entrada en una nueva era más luminosa para la humanidad.

Ciertamente, y aunque suelen identificarse esos mil años como un tiempo absolutamente tenebroso en la historia, y si bien en su conjunto quizás las luces fueran bastantes menos que las sombras —existen diversas interpretaciones al respecto4—, obviamente, y considerando el amplio espacio físico y temporal que abarca el concepto «Edad Media»—sin olvidar incluso un cierto matiz etnocentrista, pues en muchos casos se identifica esencialmente el término Edad Media solo con Europa—, también hubo hitos y momentos en los que se sentaron las bases para lograr un avance significativo en el desarrollo económico y social; así, en el llamado «renacimiento del siglo XII», se comenzó a cuestionar el orden socioeconómico establecido debido tanto a la revitalización intelectual —una de cuyas muestras más patente fue la fundación de universidades— como a la aparición de la burguesía y al aumento de poder y riqueza de las ciudades… si bien la llegada desde China de una pandemia, la peste negra, la epidemia mundial más devastadora (hasta ese momento) sufrida por la humanidad, generó unas graves consecuencias a escala global y supuso un serio retroceso5 en muchos de los avances que se iban perfilando en ese momento.

En cualquier caso, durante la Edad Media se contempló un cambio drástico en la estructura del poder; tras la caída del Imperio romano, estructura política que nucleó el
«orden» económico, social y militar durante siglos y que generó una suerte de «globalización» —esencialmente, a escala europea y mediterránea—, la fractura de dicho espacio único generó multitud de nuevos subespacios y entornos, indujo a una reducción de la movilidad y de los intercambios, trajo aparejada la preponderancia de lo local y la autosuficiencia frente a ese interconectado mundo romano, y, también, y no por último menos importante, llevó a la pérdida del monopolio de la violencia y a la aparición de múltiples actores con capacidad de ejercerla. Y, por tanto, desaparece el contrato social, desaparece el concepto de ciudadano y cada agrupamiento humano trata de sobrevivir, como puede, en ese entorno complejo, violento, fracturado y siempre en disputa.

Toda esa conjunción de factores y realidades acaba generando, en una espiral que se va retroalimentando, y así es aceptado con carácter general, que durante cerca de esos mil años, primó el modo de producción feudal, se produjo la pérdida del concepto de ciudadanía y se contempló el incremento de la servidumbre y el nacimiento de los estamentos, se produjo la desaparición de estructuras centralizadas y la dispersión de los núcleos de poder y se asentó la preponderancia de las culturas teocéntricas — cristiana e islam en sus zonas respectivas— frente a la llamada «cultura clásica»6.

Pero, y así subyace generalmente en la memoria colectiva, todo ello aconteció hace mucho, fueron tiempos muy remotos y lejanos y en los que cuestiones tales como la violencia extrema y la fragmentación de la realidad socioeconómica en feudos —espacio en el cual alguien ejerce un dominio absoluto7— estaba a la orden del día.

… ¿Tiempos de violencia extrema?

Los conflictos armados de la época8 eran largos, devastadores y brutales; la multiplicidad de actores capaces de ejercer la violencia —desde las huestes de los soberanos y las de los señores feudales, pasando por mercenarios, contratistas y señores de la guerra hasta llegar a las milicias de ciudades y pueblos, sin olvidar los ejércitos de los jerarcas religiosos— generaba una amplísima multiplicidad de fines, un abanico de razones para pelear de tal magnitud que raro era el lugar y el momento en el que se podía hablar de la existencia de paz.

Un ejemplo de esa multiplicidad de actores9, y ya estando avanzada la Edad Media, puede contemplarse en una de las grandes (y decisivas) batallas de la misma, como fue la acontecida en las Navas de Tolosa en el año 1212, en tierras de la Jaén actual; en ella, durante la Reconquista de España, participaron fuerzas militares de varios —no todos— de los reinos en los que estaba dividida la nación en ese momento (acudieron efectivos militares de Castilla, de Navarra y de Aragón), participaron obispos de diferentes diócesis, formaron parte del contingente órdenes militares —grupos de monjes soldados, tropas de élite de la época—, desplegaron milicias concejiles (urbanas) de pueblos y ciudades castellanas, y, hasta un tiempo antes de la batalla, también podían 

encontrarse —al haber sido proclamada como cruzada por el papa Inocencio III— varios miles de caballeros y tropas diversas de varias regiones de Europa, efectivos estos que por desavenencias con el proceder del rey Alfonso VIII al perdonar la vida y evitar el saqueo de varias guarniciones musulmanas que se rindieron, marcharon de regreso a sus feudos.

Si bien durante la Edad Media se produjeron «grandes batallas campales» entre grupos enfrentados —grupos que a duras penas sobrepasaban unas pocas decenas de miles de efectivos—, los procedimientos habituales de lucha normalmente devenían en evitar el enfrentamiento directo, empleándose con frecuencia el saqueo, la rapiña y la devastación del campo y los espacios del adversario, intentando así lograr su agotamiento, lo cual, consecuentemente, generaba unas campañas largas y sangrientas, y en las cuales la distinción entre «combatientes» y «población civil» no solo no estaba firmemente enraizada en el derecho de la guerra, sino que directamente no existía, y, en ocasiones, la eliminación directa de la población del rival constituía un modo habitual de batalla.

Así mismo, es necesario no olvidar que la búsqueda de simple beneficio económico, bien participando como soldado a sueldo —mercenario— bien por beneficio del señor, o bien actuando como simple bandido o saqueador implicaba que, en muchos casos, el conflicto armado se convertía en una actividad con un poderoso componente económico, en una cuestión de simple interés personal10, por lo que razias y saqueos se convertían en fines en sí mismos, en un modo de vida para ciertos grupos humanos.

Por tanto, en la era medieval, la concepción de la violencia era entendida de una manera absolutamente diferente a la actual11: no solo por ser un mundo donde se imponía el derecho del señor, no solo porque las disputas se solventaban a «espada y cuchillo», sino también porque era muy complejo establecer diferencias entre guerra civil, guerra extranjera y guerra privada. Todo era violencia, desorden y falta de libertad y derechos. La vida humana no tenía apenas valor, el radicalismo religioso propugnaba la eliminación de herejes, impíos, ateos e infieles y la violencia extrema ejercida por multitud de actores semejaba en gran medida lo que sería llamado «el caos hobbesiano», el «todos contra todos». Y ante esa fragmentación de las herramientas que han de dar seguridad, y ante la necesidad de protección y supervivencia, los núcleos humanos se aglutinan como pueden en pequeños grupos y espacios.

… ¿Tiempos de feudos?


Tras la descomposición de Imperio romano y la escasa pervivencia de estructuras políticas —de menor y progresivamente menguante entidad— que aglutinaran espacios y voluntades (como pudieron ser el Reino Visigodo, el Imperio carolingio o el Sacro Imperio, entre otros), esa falta de un poder centralizado12 va paulatinamente confiriendo mayor representatividad y presencia a las estructuras subordinadas, de tal modo que se llega a perder el propio concepto de «Estado» como elemento central unificador y se va sustituyendo no ya solo esa remota autoridad central imperial, sino también la de las diferentes partes en las que de manera creciente se descompone esa antaño unidad política; y los nuevos monarcas van contemplando también, a su vez, como paulatinamente se va subdividiendo —manteniendo algún o ningún grado de ligazón con el rey— el territorio en diferentes «feudos», que van así adquiriendo autonomía incluso judicial y administrativa.

Por lo tanto, la inexistencia o la incapacidad del Estado para estar presente y proporcionar soluciones a los problemas de sus habitantes —desde el elemento primigenio que es la seguridad a otros servicios— genera un proceso de «feudalización» de la sociedad, a consecuencia, especialmente, de la necesidad de autodefensa y autosubsistencia. Y ello va generando que paulatinamente los feudos fueran deviniendo en entes políticos, sociales y económicos cada vez más cerrados e independientes13… lo cual no era óbice, antes bien, todo lo contrario, para la existencia de luchas entre ellos —y en el interior de los mismos— en el intento de adquirir más poder, más tierra y más siervos.

Respecto a la seguridad, a la necesidad de defensa, además de la aparición de unas ciertas capacidades de autodefensa, de grupos locales que intentan proteger sus vidas y haciendas, se busca la protección de un «señor» que por medio de la capacidad de ejercer un cierto grado de violencia —o de dar un mínimo de seguridad si se acepta una relación de vasallasaje o servidumbre— se convierte en el amo absoluto de vidas y haciendas en su feudo, y completa esa fuerza de seguridad con levas o con milicias de defensa de pueblos y aldeas; y la autosubsistencia se produce esencialmente en torno a la tierra, a la agricultura y la ganadería, pues las ciudades no devinieron en centros de producción significativos hasta el final de la Edad Media14, sobre todo a partir del Renacimiento.

Y si bien el comercio, a escala reducida, no dejó del todo de existir, los diferentes feudos y comunidades surgidos eran, en gran medida, autosuficientes, lo cual proporcionaba al jefe de dicha comunidad, al señor del feudo, la posibilidad de generar ciertas capacidades militares15, a la par que, ante la ausencia de posibilidad de protección desde el exterior —más allá de alianzas puntuales con otras comunidades o feudos—, resultaba imperativo proporcionarse capacidad de autodefensa. La necesidad de proteger cultivos y rebaños como casi único modo de vida proporcionaba una población cuasi anclada al terreno, que dependía tanto de sí misma como del «amparo de su señor» para poder sobrevivir, pues apenas existían, más allá de dedicarse al robo y al saqueo, alternativas viables.

En efecto, era la Edad Media, eran tiempos remotos… hoy, en el tercer milenio, y en un mundo global, estas cuestiones son irrepetibles…

…¿o no tanto? ¡Sahel, siglo XXI!

El término Sahel16, de significado orilla, constituye una amplia franja de terreno, de unos 400 kilómetros de anchura y más de 5.000 kilómetros de longitud que recorre África de manera transversal, de oeste a este, materializando dicha franja el límite —«la orilla»— sur entre el desierto del Sahara y la sabana, constituyendo, por tanto, una amplísima zona que recorre más de una decena de países y que presenta como característica bioclimática unas precipitaciones anuales de entre 200 y 600 litros por metro cuadrado.

La dureza de la vida en dicha región, regulada al compás de lluvias y sequías, no solo genera una economía que sigue estando, para más de dos tercios de sus habitantes, basada directamente en el aprovechamiento de recursos naturales, del agua y la tierra fértil: así, agricultura, ganadería, pesca y caza constituyen la forma de vida de la mayor parte de la población saheliana. La rudeza del entorno y la mutabilidad climática —y más en una era de cambio climático como la actual— motiva una constante lucha por los recursos que en muchas ocasiones se dirime por medio de conflictos y disputas armadas, dado que está en juego la propia supervivencia; y si a ello se le suma que cada grupo étnico —la principal señal identitaria en el Sahel— se encuentra mayoritariamente asociado a una determinada actividad económica, las luchas por los recursos devienen en luchas étnicas, seculares en muchos casos, que pueden llegar a alcanzar un nivel de violencia inusitado y con prolongación en el tiempo; así, por ejemplo, desde hace siglos no son solo disputas entre ganaderos y cazadores, son disputas entre los grupos étnicos peules y dogones, lo cual complica extraordinariamente la estabilidad de toda la región y la potencial solución de diferendos. Y si se le suma que la población se duplica cada 20 años, la competencia por esos escasos recursos —y consiguientemente, la pugna interétnica— crece exponencialmente.

Existe otra actividad económica, la que ofrece mayores opciones de riqueza, como es y ha sido en el pasado: el comercio. Esa amplia franja saheliana constituye uno de los espacios clave de interconexión en África, uniendo, y especialmente en su zona occidental a través de rutas milenarias, el África Subsahariana con el Magreb, y de ahí, con Europa. La apertura a otros espacios y el flujo de mercaderías —lícitas o no— no solo ha sido la base de la riqueza principal en el Sahel, sino que fue el elemento que permitió, durante esa Edad Media, el desarrollo de imperios sahelianos17 —desde el de Ghana al Songhai, entre otros—, imperios que fueron surgiendo al compás del control territorial y del monopolio de la violencia y que fueron cayendo, se fue produciendo la fractura de ese espacio en multitud de subespacios y entornos, precisamente, cuando la debilidad de sus estructuras y la decreciente presencia territorial, cuando las tendencias centrífugas de las periferias y la incapacidad de dar seguridad al territorio y poblaciones acabó generando la caída de los mismos… normalmente a manos de nuevos grupos capaces de, paulatinamente, en un nuevo ciclo, asegurar el territorio y ejercer en mayor grado la violencia organizada.

La colonización y el siglo XX contemplaron el surgimiento de los países sahelianos, estructuras que siguen perviviendo en la actualidad pero que, desde su propio nacimiento, en la mayor parte de los casos en la década de los 60 del siglo pasado, han sido Estados débiles, con reducidos ingresos y con una presencia, implantación y grado de desarrollo escasos, tanto a nivel territorial como en la prestación de servicios a la población. Por ello, cuando a raíz de la caída del régimen de Gadafi en Libia en el año 2011 se desintegra este país magrebí, por esas mismas rutas de interconexión desde y hacia el Sahel viaja la inestabilidad, las armas saqueadas de los inmensos polvorines libios y grupos armados que intentan no solo la creación de un Estado tuareg en el norte de Malí, sino también los grupos terroristas que redoblan sus esfuerzo para destruir las estructuras existentes y crear un nuevo califato regido por la sharía, la ley islámica… y todo ello mientras los poderosos grupos del crimen organizado18 asentados en la región incrementan exponencialmente sus capacidades —también armadas— en la situación de caos que se genera en Malí y, de manera creciente, en toda la región. Solo la llamada de auxilio del gobierno de Bamako y la ayuda militar internacional prestada por medio de la operación Serval (liderada por Francia) y MINUSMA (auspiciada por Naciones Unidas) en el año 2013 evitaron la caída total de Malí en manos de terroristas, secesionistas y grupos del crimen organizado.

Pese a ello, la espiral de violencia y desorden, de desestructuración de Malí —y paulatinamente de toda la región— va subiendo muchos enteros; y una nueva pandemia, esta vez en el siglo XXI, la de COVID-19, no hace sino empeorarlo todo19, quebrando en la mayoría de los casos el débil contrato social existente, mientras que va desapareciendo la presencia y acción de las estructuras centralizadas, aumenta la dispersión de los núcleos de poder y, en las zonas controladas por los yihadistas, la imposición de culturas teocéntricas, junto a una extinción casi total del concepto de ciudadanía.

En la actualidad, en este convulso siglo XXI en plena reconfiguración geopolítica y con poderosísimas fuerzas puestas en liza, y en el que no se obvia ninguna de las herramientas de violencia para alcanzar los fines deseados20 —basta contemplar la guerra entre Rusia y Ucrania, aparentemente impensable hace solo unos años—, el Estado continúa siendo una pieza clave de ese orden internacional.

Y el ejercicio de la autoridad con relación al uso (legítimo) de la violencia sobre un territorio constituye una de las características, quizás la más definitiva y unánime, respecto a lo que es un Estado —junto con la tenencia de un territorio propio— como elementos esenciales de entre los parámetros habitualmente señalados en ciencia política para tener tal consideración estatal (población, territorio, poder y reconocimiento internacional). En la concepción weberiana del término, Estado hace referencia a aquella comunidad humana que ejerce con éxito la violencia física legítima dentro de un territorio, es decir, el Estado es aquel que ostenta el monopolio legítimo de la violencia y que cuenta con las herramientas, con los modos y los medios necesarios para ejercerla, evitando de esta manera que se genere un caos hobbesiano, el «todos contra todos» y, por tanto, y a través de ese control, poder alcanzar el fin deseado, la seguridad y la estabilidad social. De ese acuerdo entre el Estado y sus administrados, sus ciudadanos, surge el contrato social por el cual se reconoce una autoridad, unas normas y unas leyes que han de ser obedecidas, siendo el Estado el garante de ese equilibrio convenido entre derechos y deberes.

Ciertamente, las tipologías que puede adoptar el Estado son variables, e incluso sobre el grado de centralización de la violencia —aspecto nuclear para la génesis y viabilidad estatal— se cuestionan determinados aspectos en ciertos ámbitos21, y se llega a considerar que ese «Estado», en determinadas circunstancias y espacios, no constituye más que una suerte de idea a la cual aspiran una parte de la sociedad y los propios agentes del Estado, pero que no se ha conseguido lograr que se implemente en sus aspectos funcionales y estructurales, pudiendo ser sustituido por ciertos acuerdos entre grupos de población, actores armados y élites a distintos niveles —local, regional o incluso nacional—. Ciertamente, el debate, al menos el académico, está servido.

En cualquier caso, en pleno siglo XXI, lejos de esos tiempos remotos medievales, y ante estos —y otros— cuestionamientos que son realidades plenas en determinadas partes del planeta, como acontece en el Sahel… ¿se consigue evitar la violencia (extrema) y la «feudalización» del territorio?


¡Tiempos de violencia extrema!

En el Sahel, el conflicto es largo, devastador y brutal, debido a la existencia de una amplia multiplicidad de actores capaces de ejercer la violencia: los (débiles) ejércitos nacionales, milicias locales de autodefensa, grupos de defensa de las diferentes etnias, poderosos grupos terroristas, poderosísimos grupos de crimen organizado, grupos separatistas armados, fuerzas militares bajo mandato internacional, mercenarios… un abanico tan amplio, y en la mayor parte de los casos con fines absolutamente sectarios y divergentes, que hace que sea muy complejo poder incluso pensar en la paz.

Como ejemplo de ese ejercicio extremo de la violencia —además de poder constatarlo fácilmente dando una simple ojeada a la prensa diaria— basta repasar lo acontecido22 en la ciudad maliense de Moura a finales de marzo de 2022, donde una unidad del ejército maliense, junto con lo que parecen ser mercenarios de la empresa rusa Wagner, asesinaron a más de 300 personas de manera sistemática en dicha localidad, en la cual si bien existían fuerzas terroristas yihadistas que fueron aparentemente eliminadas en el combate que se estableció, la «purga» indiscriminada posterior devino, de manera sumaria, en una matanza, que está siendo investigada como crimen de guerra; o las constantes luchas23 entre los grupos de autodefensa de las localidades y los diferentes grupos étnicos como acto extremo de la constante disputa por los recursos.

Si bien en ocasiones se producen enfrentamientos directos entre diferentes actores, normalmente el objetivo es otro; se ataca de manera puntual y rápida a las fuerzas de seguridad, o los grupos armados del «rival», pero y sobre todo se ataca a los civiles, se ataca a los medios de producción, se ataca a los pozos y puntos de agua24… se trata de hacer inviable el sustento de la población.

Además, las actividades delictivas empleando la violencia proporcionan un importante rédito económico; por ejemplo, la «economía de los secuestros»25 genera una importante fuente de financiación no solo para los captores, sino para toda la red de informadores y colaboradores en dicha actividad, que es preciso contextualizar adecuadamente, pues se ejecuta en zonas con un bajo nivel de vida, escasa renta per cápita, un alto paro juvenil y una falta de seguridad generalizada, incluyendo zonas fuera del control gubernamental. Todo ello genera que el flujo de dinero resultante de esta actividad ilícita, así como la sensación de estar «del lado de los fuertes» deviene en muchos casos como significativa y atractiva para una parte de la población, personas que habitualmente se encuentra absolutamente desposeídas de casi todo.

En un nuevo ejercicio de la complejidad de la propia supervivencia en un entorno de violencia desmonopolizada, y respecto a la explotación de oro26, metal precioso que supone el principal valor de exportación para muchos países de la región (92 % en el caso de Malí, 72 % para Burkina Faso, 54 % en Níger, etc.), este es explotado tanto por algunas grandes empresas extranjeras como por cientos de miles de personas de manera artesanal —en la mayor parte de los casos al margen de la ley—, así como por entramados de crimen organizado y grupos yihadistas que lo emplean como fuente de financiación. Las disputas en torno al codiciado metal han generado que la acción de las fuerzas gubernamentales en algunas regiones contra los mineros artesanos haya motivado que estos solicitaran a grupos yihadistas que les proporcionasen seguridad, si bien en otras ocasiones y zonas lo han hecho los grupos de autodefensa de las propias comunidades donde se extrae el preciado metal, o de grupos más «profesionalizados», a la par que en otras áreas es factible detectar, para permitir la ejecución de dicha actividad minera, el cobro de «impuestos» por parte de grupos del crimen organizado o la exigencia de la «zakat», una suerte de impuesto religioso, por parte de los yihadistas.

Por consiguiente, el balance de violencia, de muertes y de disputas es tremendamente elevado, al compás no solo de los cambios en la relación de fuerzas de los diferentes grupos armados, sino también por la acción de este creciente número de nuevos grupos de autodefensa27, pues si bien contribuyen inicialmente a proporcionar un cierto grado de seguridad, en breve plazo, y dado que en muchas ocasiones los métodos empleados por estos grupos no respetan los derechos humanos, lo que acaba ocurriendo es que contribuyen a agravar el problema en vez de ser parte de la solución, contribuyendo por otra parte a exacerbar las poderosas tensiones interétnicas presentes en amplias zonas de toda la región. Y además, y dada su relativa debilidad frente a otros actores, son susceptibles de ser instrumentalizados por determinadas élites o actores con mayor poder, sea económico, sea militar.

Como nuevo elemento añadido que complica aún más la ecuación, la presencia en Malí de la empresa Wagner, rusa, llamada por el gobierno golpista de Bamako, ha motivado que la Unión Europea28 suspenda temporalmente su misión de entrenamiento del Ejército maliense, así como la retirada de la fuerza francesa Serval (más de 400 efectivos y amplias capacidades) y Takuba, fuerza de operaciones especiales auspiciada por la Unión. Estos despliegues y repliegues de fuerzas, de invitaciones y rechazos por parte del gobierno de Malí —país que constituye el eje nuclear del Sahel occidental— solo pueden entenderse en el marco de la disputa global que no solo enfrenta, y de manera más activa cada vez, a naciones y coaliciones de todo el planeta, sino que también es preciso encuadrarla en la lucha global por los ingentes recursos y por el control de ese espacio geopolítico clave que es el Sahel debido, precisamente, a esa realidad como nodo de interconexión.

Por ello, y si se atiende a lo recogido en un párrafo previo: «Por tanto, en la era medieval, la concepción de la violencia era entendida de una manera absolutamente diferente a la actual: no solo por ser un mundo donde se imponía el derecho del señor, no solo porque las disputas se solventaban a “espada y cuchillo”, sino también porque era muy complejo establecer diferencias entre guerra civil, guerra extranjera y guerra privada. Todo era violencia, desorden y falta de libertad y derechos…» parece que, al menos en este aspecto, quizás las similitudes sean mayores de lo que a simple vista pudiera parecer.

¿Y puede haber aún más?


¡Tiempos de feudos!

Si bien, como ya se ha señalado, desde su mismo nacimiento los Estados sahelianos han sido débiles y de ingresos bajos, fallidos en ciertas ocasiones, la espiral de violencia y de actores capaces de ejercerla no solo ha quebrado la pervivencia de las estructuras políticas en la mayor parte de los casos, sino su propia presencia y legitimidad, siendo sustituida por espacios y estructuras a un nivel cada vez más reducido, dada la inseguridad creciente y la necesidad de proteger cultivos y ganado, los pilares básicos 

de la economía —y de la supervivencia— de la mayor parte de la población saheliana, lo cual va descomponiendo el territorio en diferentes «feudos» que van adquiriendo autonomía incluso judicial y administrativa.

Además, dada la característica de espacio de interconexión que presenta el Sahel, y en la mejor línea con su pasado, la pretensión de un grupo es simplemente lograr el control territorial de un espacio, el dominio de una zona de terreno29 que permite obtener peaje por el paso de los flujos de todo tipo de recursos, tanto lícitos como especialmente los ilícitos, que transitan entre el norte, el Magreb y Europa, o el sur, el golfo de Guinea.

Por ello, y en función de la diferente tipología de los grupos armados existentes, bien sean de índole terrorista yihadista, o «simples» grupos del crimen organizado, si bien los fines pueden ser distintos —en el caso de los yihadistas, establecer un Estado regido por la sharía, mientras que, en el segundo caso, simplemente, que el Estado no sea capaz de entorpecer sus actividades delictivas—, los modos pueden plantear muchas similitudes, como el uso de la violencia extrema cuando sea precisa para el control territorial, la posesión y dominio de un «feudo».

En esa atomización del espacio y en la lucha por y en los diferentes feudos, las poblaciones, ante la falta de capacidad del Estado, recurren, como se ha señalado, a la autodefensa, fenómeno que si bien cuenta con raíces históricas en algunas comunidades sahelianas, la intensidad y extensión del fenómeno actual supera todos los referentes existentes30; y aunque inicialmente el gobierno, incapaz de proporcionar seguridad en todo el territorio, no veía con malos ojos la existencia de estas milicias de autodefensa, finalmente estas acaban contribuyendo a un incremento de la violencia intercomunitaria y a ser, en un muy complejo mosaico, más parte del problema que de la solución.

Necesario es entender que la presencia de grupos de autodefensa locales constituye una parte del proceso organizativo a ese nivel local, especialmente en las zonas rurales y periurbanas; en el complejo y cada vez más degrado entorno saheliano, estos grupos intentan cubrir la ausencia del Estado, no solo en lo relativo a la seguridad, sino a varios servicios públicos; de hecho, la ausencia de judicatura y de una acción policial que dé respuesta a los crecientes actos de robo y violencia no solo disgusta a la población, sino que legitiman a sus ojos a estos grupos que, ante ese vacío, amplían su radio de acción no solo sobre el terreno, sino también en competencias, incluyendo la aplicación de una «justicia» entendida de otra manera y, obviamente, sin ninguna garantía procesal ni de respeto a los derechos humanos. Y, además, su presencia física en las poblaciones y en los campos, donde se les ve patrullando, genera sensación de seguridad. Pero estos grupos, cuando son eficaces, tienden a expandirse y crecer, y pueden comenzar las disputas entre ellos y con las propias poblaciones —incluso por el «coste de los servicios prestados»—, además de con otros «feudos» y grupos, cuanto más si los diferendos étnicos aparecen… las particularidades y particularismos locales no suelen ser extrapolables al cien por cien a ámbitos nacionales31, y esas «soluciones feudales» no constituyen una solución para un proceso de construcción nacional.

Además, en ese proceso de «feudalización» de la sociedad, y dado que esa autodefensa constituye un paliativo parcial, se recurre, en muchos casos, a la protección de un «señor», bien el líder de un grupo yihadista, bien del crimen organizado, que a cambio del «vasallaje» de sus súbditos proporciona un cierto grado de seguridad, obviamente al margen de cualquier derecho o libertad. Incluso se encuentra cada vez más extendida la creencia32 de que un presidente fuerte, que gobierne el país con mano dura, podrá hacer frente en mejores condiciones al crecimiento de la violencia, lo cual está generando una cascada de golpes de Estado al margen de la legitimidad establecida, tanto en el Sahel como en otras zonas de África occidental (Chad, Guinea Conakry, Malí, Burkina Faso…), golpes de Estado en muchos casos aplaudidos por una población ansiosa, sobre todo, de seguridad… aunque, en la situación actual, algunos gobiernos controlan exclusivamente «su feudo», la capital, las ciudades grandes y algunas zonas del país, llegándose a señalar: «… uno tiene la sensación que en la franja sahelo-sahariana los 

dirigentes se atrincheran en sus capitales, que se abandona el campo a los yihadistas y que han renunciado a todos los poderes soberanos de educación o sanidad…»33.

Tanto es así que, como simple muestra de la creciente fractura y generación de subespacios, el gobernador de Kaduna, al norte de Nigeria, amenaza con contratar mercenarios extranjeros si el Estado no garantiza la seguridad —recientemente, a las muertes y acciones violentas «habituales», se le ha sumado el asalto a un tren completo donde decenas de pasajeros han sido secuestrados34…— los ataques a las infraestructuras de comunicación aíslan más cada una de las zonas, desvertebran el territorio y contribuyen a la fragmentación, a la pérdida de visión amplia y común, a la idea de nación y a la necesidad de autodefensa, en un círculo muy complejo y peligroso… el mismo que, paulatinamente, fue, y con las salvaguardas que quieran hacerse, generando la destrucción final del Imperio romano y la entrada en la Edad Media.

A modo de reflexión

Pues parece ser que, pese a la distancia en el tiempo y en el espacio, y con las matizaciones que obviamente se quieran introducir, ante estímulos similares las respuestas de los grandes grupos humanos suelen ser similares, cuanto más si afectan a una necesidad básica y primaria como es la seguridad y la posibilidad y capacidad de supervivencia.

Por ello, y pese a todos los cuestionamientos y teorías que quieran hacerse, parece que la pérdida de monopolio legítimo de la violencia y el desmembramiento y parcelación de espacios antaño unidos puede conducir, de manera relativamente rápida, hacia una inseguridad y caos creciente, hacia un incremento del grado de violencia en paralelo al grado de «feudalización» de las sociedades.

En un mundo global, con poderosísimas fuerzas puestas en liza —desde grandes potencias a ingentes corporaciones con influencia global— es necesario tener una masa crítica de un amplio calado, de modo que posibilite constituirse como auténtico actor global y así poder mantener el modo y nivel de vida y los derechos tan duramente ganados durante siglos.

Por eso, separatismos, localismos extremos, exiteros y elementos disruptivos de diferente tipo y condición resultan tan potencialmente peligrosos, pues pueden fracturar un modelo que, si bien siempre es mejorable, al menos proporciona un común denominador, ofreciéndose a cambio una alternativa que, en la mayor parte de los casos, no es más que un ejercicio de utopía pura y dura.

Y ante eso, ante una fractura, lo que finalmente puede quedar, en un paradigma que aparente se replica a lo largo de la historia, es simplemente elegir entre «acogerse como vasallo» bajo un señor con poder sobre vida y hacienda o generar «milicias de autodefensa» que suelen devenir en una parte del problema en lugar de una solución.

O quizás esa vez la historia y la geopolítica estén equivocadas. Quizás.


Pedro Sánchez Herráez*
COL. ET. INF. DEM
Doctor en Paz y Seguridad Internacional
Analista del IEEE

Bibliografía

1 Un sencillo pero útil análisis puede consultarse en La Edad Media. Captivating History, 2019.

2 Largo, sangriento y duro conflicto que se extendió entre 1317 y 1453 por Europa, que enfrentó a Francia e Inglaterra, y que acabaría forjando la identidad nacional francesa e inglesa, VALDEÓN BARUQUE, Julio.
«La guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra», National Geographic. 14 de septiembre de 2021. Disponible    en:    https://historia.nationalgeographic.com.es/a/guerra-cien-anos-entre-francia-e- inglaterra_14691.
NOTA: Todos los vínculos de internet del presente documento están activos a fecha de 27 de abril de 2022.

3 A este respecto «Biblia de Gutenberg: 4 datos sorprendentes sobre el libro que marcó un antes y un después en la historia», BBC. 22 de diciembre de 2021. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-50832104

4 A modo de ejemplo, la obra del historiador Jacques Le Goff, que defiende la tesis relativa a que no todo fue lúgubre y oscuro durante la Edad Media. En este sentido, LE GOFF, Jacques. «La luz sobre la Edad Media»,    El    País.    5    de    abril    de    2014.    Disponible    en: https://elpais.com/cultura/2014/04/05/actualidad/1396733962_705934.html

5 En este sentido SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. Pandemias y ciudades: ¿hacia un orden mundial urbacéntrico? Documento de Análisis 14/2020. Instituto Español de Estudios Estratégicos, 6 de mayo de 2020.

6 Desde una determinada óptica, la obra del historiador y ensayista inglés Perry Anderson resulta muy significativa para entender este período, sus parámetros más significativos y su evolución.

7 Una de las acepciones del término feudo es «ámbito político, social, deportivo, etc., en el que alguien ejerce un dominio absoluto», Diccionario de la Lengua Española, Edición del Tricentenario. Real Academia Española, actualización 2021. Disponible en: https://dle.rae.es/feudo?m=form

8 En este sentido CONTAMINE, Philippe. War in the Middle Ages. Blackwell Publishing, Oxford, 1984; o el clásico de OMAN, Chadwick y CHARLES, William. The Art of War in the Middle Ages. Cornell University Press, Nueva York, 1953.

9 Un sencillo, pero muy adecuado esquema puede contemplarse en «La batalla de las Navas de Tolosa»,
grandesbatallas.es

10 CONTAMINE, Philippe. War in the Middle Ages. Blackwell Publishing, Oxford, 1984, p. 163.

11 KEEGAN, John. El rostro de la batalla. Ediciones Ejército, Madrid, 1990, pp. 130-131

12 «El auge del Occidente medieval se llevaba a cabo en un mundo sin Estado, caracterizado por una dilución radical de la autoridad central». BASCHET, Jérôme. La civilización feudal: Europa del año mil a la colonización de América. Fondo de Cultura Económica, México, 2009, p. 134.

13 DE LA TORRE VELOZ, Virginia y GÓMEZ VOGUEL, Lourdes. Breves notas sobre la organización social durante el feudalismo. Universidad Autónoma Metropolitana, México D. F., 1996, pp. 16-20. Disponible en:

14    «Economy    and    Trade»,    Encyclopedia.com.    Disponible    en: https://www.encyclopedia.com/humanities/encyclopedias-almanacs-transcripts-and-maps/economy-and- trade

15 LÓPEZ RASH, Juan Cruz. «El monopolio de la violencia en el feudalismo como problema historiográfico», Anuario Facultad Ciencias Humanas, año X, volumen 10, n.º 1. Universidad Nacional de la    Plata,    diciembre    2012,    p.    5.    Disponible    en

16 Un análisis con mayor grado de detalle sobre la región puede consultarse en SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. «Sahel: ¿Tormenta perfecta y de amplitud creciente?», Panorama Geopolítico de los Conflictos 2021.     Instituto     Español     de     Estudios     Estratégicos,    pp. 229-252. Disponible en: https://www.ieee.es/Galerias/fichero/panoramas/panorama_geopolitico_conflictos_21.pdf

17 WALTHER, Olivier J. y RETAILLÉ, Denis. «Mapping the sahelian space». Oxford handbook of the african Sahel.    1    de    mayo    de    2017.    Disponible    en: https://www.academia.edu/38826580/Mapping_the_Sahelian_Space

18 Esa presencia de diferentes actores armados en el Sahel puede consultarse en ECHEVERRÍA JESÚS, Carlos. «El Sahel. Tráfico y terrorismo», en El Sahel y G5: desafíos y oportunidades. Cuaderno de Estrategia 202. Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2019, pp. 67-102. Disponible en:

19 SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. El Sahel en tiempos de pandemia: ¿Aún peor? Documento de Análisis 24/2020. Instituto Español de Estudios Estratégicos, 15 de julio de 2020. Disponible en: https://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2020/DIEEEA24_2020PEDSAN_pandemiaSahel.pdf

20 SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. Rusia: ¿El retorno al paradigma del empleo de la fuerza militar? (reedición). Documento de Análisis 06/2022. Instituto Español de Estudios Estratégicos, 28 de enero de 2022 (publicado originalmente el 11 de mayo de 2016). Disponible en:

21 SUAZA ESTRADA, Edwin Jader y MARTÍNEZ MÁRQUEZ, Wilmar. «Tipologías y patologías de Estado. Otra lectura frente a la formación y prácticas de lo estatal», Estudios Políticos, n.º 48. Enero/junio 2016, pp. 52-72. Disponible en: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121- 51672016000100004#:~:text=El%20Estado%20es%20una%20organizaci%C3%B3n,(Weber%2C%2019

22 HUMAN RIGHTS WATCH. «Mali: massacre by Army, foreign soldiers». 5 de abril de 2022. Disponible en: https://www.hrw.org/news/2022/04/05/mali-massacre-army-foreign-soldiers

23 SWI. «Veinticuatro personas asesinadas por hombres armados en el centro de Nigeria». 13 de abril de 2022. Disponible en: https://www.swissinfo.ch/spa/afp/veinticuatro-personas-asesinadas-por-hombres- armados-en-el-centro-de-nigeria/47515424?msclkid=64599702c5f711ec919931457d61a86f

24 EUROPA PRESS. «Mueren siete personas en un nuevo ataque en el norte de Burkina Faso». 15 de marzo de 2022. Disponible en: https://www.europapress.es/internacional/noticia-mueren-siete-personas- nuevo-ataque-norte-burkina-faso-20220315090550.html

25 SB MORGEN. «The economics of the kidnap industry in Nigeria». Mayo de 2020. Disponible en

26 GARCÍA-LUENGO, Jesús. «Fiebre extractiva del oro en África occidental», Esglobal. 14 de octubre de 2021. Disponible en: https://www.esglobal.org/fiebre-extractiva-del-oro-en-africa-occidental/

27 INTERNATIONAL CRISIS GROUP. «Managing Vigilantism in Nigeria: A Near-term Necessity», Report n.º    308/Africa.    21    de    abril    de    2022.    Disponible    en:    https://www.crisisgroup.org/africa/west-

28 INFODEFENSA. «La UE acaba con su misión en Malí con la sombra de los rusos de Wagner de fondo». 13 de abril de 2022. Disponible en: https://www.infodefensa.com/texto-diario/mostrar/3548401/ue-acaba-

29 En este sentido MESA, Beatriz. Les groupes armés du Sahel. Conflits et économie criminelle au nord du Mali. Halfa Books, 2022.

30 DE LEÓN COBO, Beatriz. «El problema de la “etnización” de las milicias de autodefensa en el Sahel, los principales autores de la violencia en Burkina Faso y Malí». Atalayar. 5 de octubre de 2020. Disponible en: https://atalayar.com/content/el-problema-de-la-%E2%80%9Cetnizaci%C3%B3n%E2%80%9D-de-las-

31 DA CUNHA DUPUY, Romane y QUIDELLEUR, Tanguy. «Self-defence movements in Burkina Faso». Noria Research. Noviembre de 2018. Disponible en: https://noria-research.com/self-defence-movements- in-burkina-faso-diffusion-and-structuration-of-koglweogo-groups/

32 MCLEAN, Ruth. «Seis golpes en cinco países africanos: ¿Qué está pasando?», The New York Times. 1 de febrero de 2022. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2022/02/01/espanol/golpes-de-estado-

33 FRANCE24. «Burkina Faso: ¿jugó Francia un papel en el derrocamiento del presidente Kaboré?». 26 de enero de 2022. Disponible en: https://www.france24.com/es/%C3%A1frica/20220126-burkina-faso- papel-francia-golpe-estado

34 AGENZIA FIDES. «Las confesiones cristianas de Kaduna: “No a la hipótesis de contratar mercenarios extranjeros    para    luchar    contra    los    terroristas”».    4    de    abril    de    2022.    Disponible    en: http://www.fides.org/es/news/71952- AFRICA_NIGERIA_Las_confesiones_cristianas_de_Kaduna_No_a_la_hipotesis_de_contratar_mercenar ios_extranjeros_para_luchar_contra_los_terroristas
 


 

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