Mazazo brutal a Irán con la ejecución de Soleimani

Soleimani

Era el principal artífice de la política geoestratégica de Irán, el general que convenció a Putin de meterse de hoz y coz en la guerra de Siria, el principal protector del régimen del presidente Bashar Al Assad, virtual ganador a la postre de una inconclusa guerra civil, cuyas consecuencias se extienden por todo Oriente Medio y Europa. El general Qasem Soleimani ha sido neutralizado, conforme a la jerga en la que se expresan los pilotos norteamericanos, encargados de accionar la tecla de ejecución en sus ordenadores, situados a miles de kilómetros de distancia del objetivo. 

Como se han encargado de divulgar los norteamericanos, la orden de acabar con su vida partió de su comandante en jefe, el mismísimo presidente Donald Trump, que a su vez lo expresó gráficamente publicando un tuit con la sola bandera de las barras y estrellas. 

La operación no era simplemente la pura eliminación del jefe de las Operaciones Exteriores de la Guardia Revolucionaria de Irán, la denominada Fuerza Quds (Jerusalén, en persa), verdadera unidad de élite del régimen de los ayatolás. A él se le atribuye no solo la planificación de numerosas operaciones militares sino la práctica totalidad de las acciones terroristas contra los intereses de Estados Unidos e Israel telecomandadas por Teherán en los últimos veinte años. 

Con él desaparece la figura más prominente y ensalzada por el régimen iraní en su lucha con Arabia y Egipto por la hegemonía musulmana. Una lucha en la que Soleimani participó desde los primeros años de la Revolución, cuando el Irak de Sadam Husein desencadenó en los ochenta la larga guerra contra Irán, saldada sin vencedor pero con más de un millón de muertos. 

Irak ha sido de hecho el principal territorio sobre y desde el que ha operado Soleimani. Fue el mediador entre las diferentes facciones del chiísmo y el primer dirigente en prever la fuerza potencial del yihadismo y el peligro para el liderazgo iraní del Daesh, el denominado Estado Islámico, al que combatió encarnizadamente. 

Como punta de lanza del régimen, Soleimani tenía a Israel en su punto de mira, dispuesto por lo tanto a atacarle a través de las milicias de Hezbolá, al tiempo que desde Teherán se impulsaba un programa nuclear destinado a dotarse del arma atómica. Una pretensión que tanto el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, como sus sucesivos líderes opositores, se han mostrado inflexiblemente decididos a cercenar en su raíz. 

Como era previsible, el líder máximo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, ha reaccionado anunciando grandes acciones de venganza y revancha. Si ello se produce, Trump ha dejado claro que no le temblará la mano  en acelerar gradualmente la intensidad de sus represalias. Al presidente, inmerso ya en el proceso de destitución (impeachment), esta operación le ha proporcionado a todas luces un notable incremento de popularidad. Las imágenes de la embajada de Estados Unidos en Bagdad –la más grande de las que tiene en el mundo- cercada y asaltada, recordaba a los ciudadanos americanos la que acaeció en Teherán en los albores de la Revolución iraní, que desembocara en el secuestro y humillación del personal allí retenido durante un año y medio. 

Trump ha despejado las posibles dudas sobre su presunta indecisión, y ha demostrado a sus conciudadanos que no se asesina impunemente a uno de ellos en cualquier lugar del mundo, aludiendo a la muerte de un diplomático contratista estadounidense como detonante de la espiral de las acciones que han culminado con la ejecución a distancia de Soleimani. 

Si había aún alguna esperanza de que reviviera el acuerdo nuclear con Irán, del que Trump abominó tan pronto como ocupó la Casa Blanca, puede darse por definitivamente finiquitado. De otra parte, la liquidación de Soleimani marca el principio de una nueva tragedia para Irak. El país ha estado de hecho apresado en tenaza entre americanos e iraníes, pero ahora tiene todas las papeletas para convertirse en el escenario principal del enfrentamiento americano-iraní. El propio régimen de Bagdad, sometido a las presiones de la calle, especialmente de las facciones chiíes de la denominada Movilización Popular, verá crecer las tensiones y las consecuencias de la escalada de las acciones iraníes. 

El dimitido primer ministro iraquí, Abdel Abdel Mahdi, ya ha preconizado que el raid desencadenado por Estados Unidos es el “preludio de una guerra devastadora en Irak, en el que las primeras víctimas serán precisamente el propio Irak, su Estado, su Gobierno y su pueblo”.
Tampoco es menor finalmente la advertencia de Trump de que, con esta acción y el envío de un nuevo contingente de soldados norteamericanos, que previsiblemente serán acantonados en Kuwait, Estados Unidos vuelve a Oriente Medio… si es que alguna vez se marchó.  

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