Los recursos gasísticos del Mediterráneo oriental son uno de los activos más codiciados de Libia, pero la rivalidad entre las dos potencias tiene un trasfondo político muy importante

Turquía y Egipto: una guerra más en Libia

PHOTO/ PRESIDENCIA TURCA A TRAVÉS DE AP - Recep Tayyip Erdogan posa con Fayez Sarraj, jefe del Gobierno de Acuerdo Nacional de Libia

Una de las aristas más afiladas de la guerra en Libia orbita en torno a los intereses que las principales potencias regionales tienen en el país norteafricano. Su plasmación más clara ha sido la reciente intervención promovida por el Gobierno de Turquía, que venía anunciándose meses atrás. En las últimas semanas, Recep Tayyip Erdogan ha enviado a Libia no solo tropas del Ejército, sino también unidades de combatientes sirios afines. Algunos de ellos han aprovechado para escapar hacia Europa.

El movimiento del dirigente turco ha hecho saltar muchas alarmas. Las tentativas de frenar la internacionalización del conflicto -Moscú, Berlín…- no han surtido demasiado efecto. Aunque múltiples actores piden una solución dialogada, esa premisa no se está llevando a la práctica y se corre el riesgo de que Libia se convierta en una segunda Siria; una guerra ‘proxy’ estancada y a merced de los intereses de las potencias externas. 

Una de sus derivadas reside en la rivalidad, precisamente, entre Turquía y Egipto. Ambas potencias regionales han apostado por cartas distintas y apoyan a bandos opuestos en la guerra civil del país norteafricano. Mientras que Ankara es el principal sostén financiero y logístico del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés) de Fayez Sarraj, que, por el momento, aguanta la línea de frente en torno a Trípoli y Misrata, El Cairo se ha alineado con el mariscal Jalifa Haftar y el Ejército Nacional Libio (LNA, por sus siglas en inglés). El presidente Abdelfatah al-Sisi, que condenó la injerencia turca en Libia, ha descartado una intervención de su país sobre el terreno por “respeto” a los propios libios. ¿Qué es lo que articula el antagonismo entre las dos potencias?

El presidente egipcio Abdelfatah al-Sisi recibe al Mariscal Jalifa Haftar antes de una reunión en el Palacio Presidencial
El gas, combustible de hostilidades

Las bolsas de gas que se encuentran en el Mediterráneo oriental, frente a las costas del territorio controlado por Haftar, explican, en buena medida, la creciente enemistad entre Turquía y Egipto. Los recursos de esta zona han sido una fuente de tensiones desde hace décadas, pero la atmósfera se ha enrarecido más aún desde Erdogan y Sarraj firmaron el pasado mes de noviembre un controvertido acuerdo para crear un corredor marítimo entre Turquía y Libia.

Un buque de guerra de la Armada turca patrullando junto al buque de perforación turco ‘Fatih’ enviado hacia el Mediterráneo oriental cerca de Chipre

En la práctica, el pacto redefiniría las fronteras marítimas de toda la región y otorgaría a las empresas extractivas turcas una posición de privilegio en la carrera por hacerse con los yacimientos. Esto, evidentemente, no ha gustado a los demás países que están implicados, principalmente a aquellos que integran el Foro de Gas del Mediterráneo Oriental (EMGF, por sus siglas en inglés). Egipto es, junto con Grecia, uno de los principales actores de esta iniciativa multilateral que busca garantizar la explotación de los recursos de acuerdo con unas normas comunes.

El gas no es la única fuente de ingresos que aguarda en Libia. En el supuesto de que se pueda llegar en el futuro a un armisticio permanente, el país habrá de ser reconstruido. Se calcula que, de forma aproximada, los contratos necesarios para afrontar esa labor estarán valorados en un billón de euros. De este modo, quien más influencia posea una vez que las aguas vuelvan a su cauce -una hipótesis, actualmente, improbable- obtendrá una parte del pastel más importante.

Al-Sisi y el ministro de Petróleo Tarek al-Molla (der.) inspeccionan maquetas de instalaciones de extracción de gas natural durante la inauguración del yacimiento de gas de Zohr en Port Said
El islamismo, en el fondo del debate

Las razones que han llevado a la discrepancia entre Egipto y Turquía con respecto al conflicto libio no obedecen solamente a cuestiones económicas. Existe un componente político e ideológico muy importante. Ese factor no es otro que los Hermanos Musulmanes

A lo largo del último medio siglo, la organización fundada por Hassan al-Banna en los años 20 ha constituido el principal vehículo de integración del islamismo suní en la esfera política de los diferentes países del mundo musulmán. En Egipto, la historia de este influyente movimiento es bastante turbulenta. En él militaron, en sus inicios, tanto Sayyid Qutb, principal ideólogo de la doctrina takfirista que ha modelado la acción del terrorismo yihadista, como Ayman al-Zawahiri, sucesor de Osama bin Laden al frente de Al-Qaeda. En general, los vínculos de los Hermanos Musulmanes con el terrorismo han seguido siendo firmes.

Miembros de los ilegalizados Hermanos Musulmana de Egipto, durante su juicio en un juzgado de El Cairo

Lo cierto es que los diferentes gobiernos de Egipto, desde la época del nasserismo, han sometido a la organización a una dura represión, incluso a sus miembros más moderados. En el siglo XXI, el panorama no ha cambiado demasiado. De hecho, el ganador de las últimas elecciones democráticas, Mohamed Morsi de los Hermanos Musulmanes, fue depuesto, encarcelado y condenado a muerte por el nuevo régimen de Al-Sisi. Falleció de un infarto antes de que se cumpliera sentencia.

Turquía, por el contrario, se ha mostrado muy permisiva con los integrantes de la agrupación, a quienes ha ofrecido asilo de forma oficiosa en su territorio. La deriva islamista de Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) ha reforzado la benevolencia de Ankara hacia los Hermanos Musulmanes.

Manifestantes cantan consignas durante una protesta contra la ejecución en Egipto de nueve presuntos miembros de la Hermandad Musulmana, frente al consulado de Egipto en Estambul

Esta divergencia de opiniones cristaliza, del mismo modo, en Libia. La rama de la agrupación islamista en el país ocupa nichos de poder nada desdeñables en las filas del GNA. Igualmente, ha mantenido lazos bastante sólidos con las milicias que han contribuido a mantener en su puesto a Sarraj.

Si bien esto está en línea con las actuaciones de Turquía -y también de Qatar-, Egipto tiene sus propios intereses. Al Ejecutivo de Al-Sisi no le interesa tener en su frontera oeste una presencia fuerte de los Hermanos Musulmanes. El éxito de los islamistas en el país vecino, previsiblemente, daría alas a sus homólogos egipcios, que siguen reteniendo una gran masa de apoyo popular a pesar de las acciones emprendidas en el ámbito gubernamental. Esta situación podría acarrear un nuevo ciclo de protestas e inestabilidad social en el país del Nilo, que ya tiene otros frentes abiertos con la presencia terrorista en la península de Sinaí.

Un egipcio sostiene un cartel durante una protesta contra el presidente Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes en la emblemática plaza Tahrir de El Cairo

Por esta razón, a Egipto le conviene que Libia esté regida por un poder fuerte y estable que no ceda terreno a los Hermanos Musulmanes. En este sentido, Haftar es la opción más idónea a ojos de El Cairo. 

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