Opinion

La empatía en tiempos de pandemia

photo_camera Desabastecimiento en los mercados por el coronavirus

Aunque no nos damos cuenta, los europeos vivimos sumidos en una interesante disonancia cognitiva. Durante las últimas semanas se ha desatado el pánico en algunas zonas del continente a causa de la epidemia del SARS-CoV-2 (popularmente conocido como Coronavirus) y se han vivido curiosas escenas de desabastecimiento en supermercados y comercios. Muchas personas sin formación en epidemiología han dado su opinión e incluso han compartido bulos y noticias falsas sobre la noticia, lo que ha fomentado cierto clima de histeria entre la población que no está familiarizada con la medicina o el sistema sanitario.

Aunque los virus no discriminan por los rasgos faciales o el color de piel, algunos desalmados también han aprovechado la ocasión para difundir rumores sobre la población de origen chino ―como sucedió en Totana― o incluso para pegar una paliza a un joven con rasgos asiáticos nacido en EEUU ―tal y como ocurrió la semana pasada en Madrid―.

Al mismo tiempo, gran parte la misma población europea permanece impasible o indiferente ante la crisis humanitaria que se está viviendo en el norte de Siria. Más de 900.000 personas ―un 80% de ellos mujeres y niños, según la ONU― se encuentran hacinados en pésimas condiciones en los campamentos de refugiados de la frontera sirio-turca. Las familias desplazadas ―muchas de las cuales habían sido previamente evacuadas desde otras partes del país― hacen frente desde sus precarias tiendas de campaña a un invierno especialmente duro en el que se han sucedido las lluvias torrenciales y las nevadas. Para una buena parte de la opinión pública europea, esta crisis humanitaria no ha sido un problema hasta que recientemente el gobierno turco ha decidido facilitar el paso de muchos migrantes al territorio griego, una forma de presionar a la Unión Europea para que apoye su errática política intervencionista en Siria. De pronto, defender la frontera de Grecia se ha convertido en una prioridad para algunos de los mismos periodistas europeos que tras la crisis de 2008 justificaban la dureza de la UE con los griegos e incluso especulaban con la posibilidad de expulsarles de la eurozona.

Por supuesto, Erdogan está usando a los inmigrantes como meros peones de su juego geopolítico, pero no estaría de más recordar que es la propia UE quien ha permitido esto al firmar el acuerdo con Turquía en 2016. Los gestores europeos, asustados por el ascenso de los partidos xenófobos y acostumbrados a la lógica electoral cortoplacista, pensaron que la mejor solución para “la crisis de los refugiados” era entregar 3.000 millones de Euros al gobierno turco, una cantidad que fue doblada en 2018. A nadie se le ocurrió entonces que este acuerdo con un socio inestable era un mero parche temporal que posponía lo realmente necesario: reformar la política europea de migración y asilo para hacer frente a este tipo de situaciones sin que el sistema se desborde. Ya es tarde para lamentarse, pero tal vez esos 6.000 millones de euros ―que se dice pronto― hubieran podido ser gastados de una forma más sensata, aunque por lo que parece la UE mantendrá su postura y seguirá pagando a Turquía. 

La mayoría de los inmigrantes detenidos por la policía griega cuando intentaban cruzar la frontera desde Turquía procede de Afganistán, un país que vive sumido en un estado de guerra casi permanente desde hace ya cuatro décadas. Mientras los estadounidenses negocian y llegan a acuerdos con los Talibán, el Estado afgano afronta una nueva crisis de legitimidad, con dos políticos que se han autoproclamado como presidentes al considerase ganadores de las elecciones de septiembre 2019, en las que la participación fue mínima. Al mismo tiempo, el Dáesh ―mal llamado “Estado Islámico” ― sigue cometiendo atentados terroristas en varias regiones del país. No obstante, para muchos comentaristas europeos, Afganistán es un país seguro y los afganos que tratan de llegar a Europa son meros inmigrantes económicos. 

Mientras tanto, muchos europeos hacen acopio de víveres “por lo que pueda pasar” a la vez que se agotan las existencias de mascarillas y fluido desinfectante. Obviamente, la epidemia de Coronavirus no ha de ser tomada a la ligera, especialmente porque existe el riesgo de colapso del sistema sanitario si no se mitiga y retrasa la difusión del virus entre la población. Sin embargo, no deja de ser paradójico que parte de quienes han reaccionado de forma irracional, egoísta y desmesurada sean los mismos que argumentan que quienes se dejan la vida cruzando el Mediterráneo no están tan mal “porque tienen un iPhone”. ¡Ojalá todos los europeos que han entrado en pánico estos días se lo vuelvan a pensar dos veces antes de juzgar a quienes huyen de la guerra y la miseria!