Opinion

Irán ante el abismo de la pandemia

photo_camera El coronavirus en Irán

Las últimas dos semanas han pasado a toda velocidad, aunque al mismo tiempo parece que el mes de marzo empezó hace un siglo. Resulta difícil pensar en otra cosa que no sea la pandemia, el tema que ha estado copando incesantemente los titulares, los informativos televisivos y las redes sociales. Muchos análisis equiparan el caso español al italiano y comparan ambos a la gestión que están haciendo China o Corea del Sur, o con ejemplos europeos como Francia, Alemania o el Reino Unido. Sin embargo, hay un país que ―por desgracia para sus ciudadanos― está destacando por su pésima gestión de la epidemia.

Hace dos semanas escribía sobre la amenaza que el Coronavirus representaba para el régimen de la República Islámica de Irán. Desde entonces, la enfermedad ha seguido extendiéndose, y ya se han superado los 1.300 fallecidos. Las cifras oficiales contrastan con la información que ofrecen los periodistas y muchos iraníes desde las redes sociales. La opacidad de los medios oficiales iraníes ha creado un clima perfecto para la desinformación y la propagación de la epidemia. El propio jefe del Estado y la máxima autoridad religiosa de la teocracia iraní, Alí Jamenei, declaraba a finales de febrero que la epidemia no era más que propaganda extranjera para desincentivar a los iraníes a ir a votar en las elecciones legislativas. Una semana más tarde, cuando la cifra oficial de muertos superaba los 70, insistió en que no era un asunto serio y recomendó rezar y lavarse las manos con frecuencia. 

Poco después los acontecimientos comenzaron a precipitarse. Aunque las autoridades reaccionaron cerrando colegios y universidades y advirtiendo a la población, la pandemia siguió su curso y la situación en el sistema sanitario iraní se volvió crítica, aunque se sospecha que el Gobierno está cubriendo la verdadera dimensión de la crisis sanitaria ―esta semana la prensa estadounidense difundía fotos por satélite de unas supuestas fosas para víctimas del coronavirus del tamaño de campos de fútbol. 

No obstante, muchos iraníes siguen sin ser conscientes del problema. Esta semana, un grupo de fieles de la ciudad de Qom ―el principal foco de infección en el país― han intentado irrumpir en un santuario que había sido clausurado por las autoridades sanitarias.  El 20 de marzo, primer día del año nuevo persa (o Nouruz), se han registrado más de 1,2 millones de desplazamientos en coche, principalmente hacia las ciudades turísticas de la costa del Caspio. Mashad, un importante centro de peregrinación, ha recibido casi 60.000 coches en un día. Además, a pesar de las recomendaciones del gobierno, muchos iraníes han celebrado la festividad según la tradición: reuniéndose con sus familias y visitando a amigos y parientes lejanos.

El Estado iraní no puede implantar medidas de cuarentena estrictas debido a su precaria situación económica. El petróleo, una de las principales fuentes de ingresos del país, ha alcanzado estos días uno mínimos históricos debido a la guerra comercial entre Rusia y Arabia Saudí. Si se paraliza la actividad industrial y comercial, muchos iraníes de la ya precaria clase trabajadora se quedarían sin ingresos y sin asistencia social, pues el gobierno no se la podría permitir. Por este motivo, las autoridades iraníes han optado por intentar concienciar a la población de que se quede en casa, apelando al deber cívico, una estrategia que no está dando sus frutos. Por otro lado, Irán ha solicitado un préstamo al Fondo Monetario Internacional por primera vez desde la revolución islámica, 4.600 millones de € que se espera que ayuden al país a recuperarse, aunque es posible que EEUU ―que recientemente ha anunciado nuevas sanciones― vete el préstamo. China ha ofrecido ayuda médica y logística, pero es probable que sin unas medidas de contención eficaces los casos graves aumenten dramáticamente durante el próximo mes.

Las previsiones más catastrofistas anuncian la epidemia podría extenderse durante más de medio año. Esta semana, la televisión estatal iraní ha advertido sobre los riesgos de salir a la calle y ha presentado tres posibles escenarios basados en un estudio de la universidad Sharif de Teherán. El más optimista cifraba las potenciales víctimas en 12.000, siempre y cuando los iraníes cooperen con las autoridades sanitarias y se queden en sus casas. El escenario más moderado estimaba que los muertos superarían los 100.000. El más catastrofista, que concibe un colapso total del sistema sanitario iraní y una población no dispuesta a cooperar, prevé 3.500.000 muertos sobre una población de 81 millones. Es posible que este último escenario haya sido exagerado para concienciar a la población, pero en todo caso la situación en Irán no deja de ser crítica. Faltan medios y material sanitario, y el personal médico comienza a escasear debido a los contagios.

A pesar de que la OMS ha felicitado a Irán recientemente por las últimas medidas adoptadas, la República Islámica es un buen ejemplo de cómo no actuar en caso de emergencia sanitaria.  Aunque se escuden tras la excusa de las sanciones y la bajada de los precios del petróleo, las autoridades iraníes minusvaloraron el riesgo que planteaba el Coronavirus y trataron de presentarlo como una conspiración extranjera, después entraron en pánico e improvisaron medidas insuficientes a la vez que los distintos miembros del gobierno y el Estado ofrecían información contradictoria y se desautorizaban entre sí. Finalmente, una vez comprendidos los riesgos, han sido incapaces de convencer a la población de tomar precauciones, algo comprensible dada la línea oficial a finales de febrero. Un mes después, todavía no se han establecido cuarentenas ni se han aislado los principales focos de infección. Solo cabe esperar que, de los tres escenarios planteados por los expertos iraníes, se dé el más optimista, aunque eso depende de la responsabilidad individual de los iraníes más que de la gestión gubernamental.