Keynesianismo o liberalismo: la ideología al combate del virus

Donald Trump

Donald Trump, el empresario y multimillonario presidente del país más poderoso del mundo, ha dado un giro forzoso hacia posiciones de intervencionismo estatal para que su país no sufra las consecuencias económicas de la recesión que se avecina. Y la conclusión es que, en consecuencia, Trump era en el fondo un estatalista disfrazado de lobo de Wall Street. Que escondía en su armario los manuales de John M. Keynes, y los releía por las noches derramando lágrimas de cocodrilo por no poder decirle al mundo la verdad, que el capitalismo sólo le ha servido para llegar al poder, pero es un veneno que hay que extirpar. Un socialista disfrazado de potentado con edificio propio en la Quinta Avenida, cuyo verdadero objetivo en la vida es que los ciudadanos sean todos igual de pobres, pero sean conducidos por el Estado hacia la uniformidad de los antiguos regímenes comunistas. Aunque parezca una broma, hay quien sostiene este argumento. 

Trump llegó al poder con promesas de desregulación y rebaja de impuestos, y es exactamente lo que ha hecho durante los tres años que lleva en la Casa Blanca, hasta llegar al pleno empleo (el real, no el que en España se calcula en torno al 8-10 por ciento de parados del total de la población activa) y a crear riqueza para las empresas y las capas sociales norteamericanas. De tal suerte que su gestión económica ha logrado sostener mínimamente su liderazgo pese a su impopularidad, derivada de un manejo de la presidencia tan heterodoxo como populista. Y cuando ha llegado la emergencia, ha hecho lo que debía. También Roosevelt tuvo que corregir sus postulados económicos cuando los aviones japoneses bombardearon Pearl Harbor y Estados Unidos entró en la guerra, poniendo en marcha la mayor capacidad productiva al servicio del bien de una nación que se recuerda en cualquier país del mundo. Seguro que Roosevelt lo tenía previsto y formaba parte de su línea de pensamiento económico... Como entonces le ocurrió al presidente neoyorkino nacido en Hyde Park, los graves acontecimientos de la historia condicionaron una parte de su mandato en la que dejó a un lado sus recetas para hacer progresar al país y puso todo su empeño en mejorar la vida y la seguridad de sus ciudadanos, aplicando medidas que en tiempos de normalidad como el que disfrutábamos hasta hace unas pocas semanas, serían ilógicas y contraproducentes. 

Lo que Trump está haciendo es despertar a la bestia dormida, el Estado americano, cuyo poderío inimaginable no es necesario activar mientras el libre mercado funciona repartiendo la riqueza, y que ahora tiene una misión de salvador que no se le pide, que no se le permite, en momentos de calma económica. Ya antes lo hizo George W. Bush, el anterior demonio republicano, forzado a acometer un programa de gasto público de apoyo al sector bancario y al automovilístico cuando su mandato ya daba las últimas boqueadas a pocas semanas de que Barack Obama jurara su cargo en la escalinata del Capitolio. Y lo harán en el futuro cuantos presidentes de la primera potencia mundial, republicanos o demócratas, se vean en la necesidad de activar los resortes públicos del gobierno federal para mantener la seguridad y la esperanza en el futuro de sus ciudadanos. Así que el Estado, como bien decía Reagan, es el problema si interviene cuando no debe y es la solución, como también decía el 40º presidente natural de Tampico, cuando se requiere su músculo y su reactivación. 

El gran error económico de esta crisis sanitaria está siendo intentar aplicar la ideología marcando como reses las soluciones que se pueden adoptar para evitar que se hunda completamente al sistema productivo de los países. Pero es algo que en el actual momento de la historia no parece tener solución. En lugar de mirar si las medidas son útiles o no, si suponen la mejora de las condiciones de las empresas y los particulares, se les pasa el filtro de ideológico para deja en mal lugar al que siempre ha pensado distinto a nosotros. 

Achacar a Trump haberse convertido en un intervencionista es igual de ridículo que tratar de convertir a Pedro Sánchez ahora en un ultra del libre mercado, por el hecho de que sus medidas de inyección económica se quedan a años luz de lo esperado. El presidente español del PSOE no ha intervenido la economía regando de dinero público al sistema, como hace el líder yanqui y es tachado de intervencionista por ello. Este cambio de papeles no parece indignar a los “keynesianos” globales. Por su decisión, de momento firme, de no cerrar completamente las industrias de su país y no haciendo del Estado el único resorte en funcionamiento durante semanas y meses, ¿se ha vuelto Sánchez de repente un “friedmanista”, o busca las mejores soluciones para la economía española? Qué no se debería decir, en esta guerra en la que se arrojan a la cara las ideas, de quien defiende la sanidad pública en sus discursos excluyentes, y cuando necesita ser atendido por una infección respiratoria en plena crisis del coronavirus acude a un hospital privado buscado mil excusas de mutualista. 

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