Nuevos paradigmas para una nueva geopolítica

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Introducción

La geopolítica ha sido una disciplina extremadamente sensible a la imposición, sobre sus contenidos, de sesgos ideológicos de todo tipo. Difícilmente ha conseguido abrirse paso de manera libre frente a tales imposiciones. El más destacado de tales sesgos en la historia contemporánea lo ha sido el expansionista, asentado inicialmente sobre el imperialismo y, posteriormente, sobre el nacionalismo germano, con los efectos bélicos conocidos en la coinducción de dos guerras mundiales. Le antecedieron y le seguirían otros, signados por dependencias axiomáticas, paradigmáticas y conceptuales cuyo hilo conductor ha consistido siempre en teñir las relaciones internacionales e interestatales con una coloración de dominio: toda interacción entre Estados implicaba, según tales referentes, la presencia de un Estado hegemón, con la sumisión —o formas innovadas de vasallaje— como única alternativa posible para el otro Estado de la ecuación. Tal condición le asignaba una ineludible conflictividad. Por todo ello, la geopolítica llegó a ser considerada como ciencia de la hegemonía y del conflicto.

Con la Guerra Fría, a partir de 19461, tal inercia conceptual pareció verse conjurada en la bipolaridad, que mostraba una pretendida escisión hegemónica entre bloques; bloques constituidos por aleaciones de Estados aliados en cierta sintonía ideológica, traducida a una identidad en la aplicación de los mismos paradigmas. Sin embargo, la bipolaridad trajo consigo una reproducción del hegemonismo intramuros de cada bloque bipolar, de tal manera que nunca quedaba conjurado de forma completa.

La evidencia del hegemonismo en la ciencia geopolítica derivaba de la persistencia de un paradigma metodológico que asociaba —y sigue asociando— todo tipo de correlaciones con el concepto de causalidad. De una manera acrítica, se ha asumido como ineludible tal tipo de vinculación conceptual entre una y otra. Se generaba así un determinismo epistemológico que ha impregnado transversalmente, durante demasiado tiempo, numerosos escenarios del conocimiento, signados de tal manera por una conflictividad persistente derivada de aquel, de muy difícil erradicación en los hábitos científicos2.

Así pues, frente a los paradigmas conflictivos, compartidos por la dialéctica hegeliana transformada por el marxismo y por la ontología totalizante aplicada a la Ciencia Política por Karl Schmitt3, con su dicotomía amigo-enemigo, surgían y se aplicaban en la arena científica paradigmas de otro tipo. En ellos, la conflictividad quedaba relegada a un segundo plano, cuando no negada, para abrir paso a una sistemática de integración asentada sobre estructuras y funciones permanentes, que subsumía el conflicto a la propia funcionalidad del sistema, sin modificarlo A la conflictividad dialéctica se oponía la estabilidad funcional. A su vez, ambas entraban en contradicción y determinaban escenarios de confrontación ideológica, que acababan por insertarse en el esquema de las correlaciones de dominación4.

Comoquiera que todo paradigma científico es expresión de una convención, que determina el valor de su entidad epistemológica, es decir, que todo paradigma, por muy consistente que sea, no es ontológica y sustancialmente natural, sino fruto de un acuerdo entre científicos, su vigencia ni puede, ni debe, ni suele ser eterna. No obstante, en geopolítica, el paradigma hegemonista conflictivo, de dominación-sumisión, se ha perpetuado de manera desproporcionada casi ininterrumpidamente hasta nuestros días.

Escenario relevante donde la vigencia del hegemonismo ha sido continua lo constituye Europa, sometida a la doble hegemonía de la bipolaridad durante la Guerra Fría, manifiesta en dos zonas de sólida influencia político-militar y económica, soviética y estadounidense, euroriental y eurooccidental, respectivamente. La consunción de la URSS a partir de 1989 mermó su ascendiente hegemónico sobre la zona oriental del viejo continente; internamente, la URSS quedó desprovista de 15 de sus repúblicas integrantes de la Unión. Ello quebró su entidad superpotencial hasta entonces vigente, pese a su potente arsenal nuclear, para dar paso a una unipolaridad geopolítica suprema que recayó en Estados Unidos.

Pese a todo, la inercia conceptual y categorial de cuño hegemonista aún vigente sigue asignando pulsiones hegemónicas incambiadas a la Federación Rusa. Para ello se esgrime el argumento del arsenal nuclear ruso. No obstante, otras potencias, como Gran Bretaña o Francia, Israel o la India, cuentan con arsenales nucleares considerables, sin adquirir por ello el rango de sujetos hegemónicos dentro de un esquema bipolar. Con todo, la dicotomía bipolar heredera del hegemonismo define y sitúa el nuevo –y otro- hegemón mundial en la República Popular China5. Como vemos, se reproduce el esquema hegemónico abocado al conflicto como un siniestro ritornello sin visos aparentes de salida.

Un apunte sobre el tránsito de la bipolaridad a la unipolaridad: al concluir formalmente la Guerra Fría, en torno a 1990, se abrió paso un breve período de unipolaridad que situaba en la primacía superpotencial a los Estados Unidos de América, periodo que, no obstante, ha resultado ser efímero. Así lo fue tras prescribir de hecho, habida cuenta de que se vio seguido por una interiorización de la anterior bipolaridad en el propio seno de los Estados Unidos. Lo hemos podido comprobar en el decurso y posterior desenlace, calificado por muchos analistas de «preguerracivilista» de la fase postrera del mandato presidencial de Donald Trump6. Las declaraciones del general de más rango en Estados Unidos, Mark M. Milley, sobre el temor del Estado Mayor estadounidense a que Trump diera un golpe de Estado contribuyen a corroborar lo antedicho7.

La percepción de legitimidad que, como baluarte de la democracia mundial, se proyectaba desde el interior de Estados Unidos sobre el designio geopolítico y geoestratégico del país norteamericano8, ha sufrido y sufre aún los efectos de un hondo y evidente quebranto. Esta erosión de legitimidad tenía su origen en el previo deterioro y desapego respecto a la legalidad internacional, con reiteradas transgresiones e injerencias políticas y militares en escenarios surasiáticos, hispanoamericanos y, señaladamente, mesorientales. Su herida no ha quedado, ni mucho menos, cicatrizada intramuros del país trasatlántico. La  sombra de la contienda civil, con  conflictivas proyecciones étnicas y sociales, ha hecho acto de presencia en la escena política interior estadounidense y sus repercusiones sobre la imagen de poder geoestratégico y sobre la consistencia de su democracia han resultado ser asimismo lesivas para su imagen y su ascendiente exterior.

Las endémicas, cíclicas y reiteradas crisis económicas y financieras inducidas por la desconfiguración mercantil desigual y perversa del denominado capitalismo de plataformas —última semblanza del capitalismo altamente especulativo— ha degradado la presencia estatal básica en los circuitos financieros: tal presencia se ha visto formal y sustancialmente erosionada, al verse convertido allí el Estado en mero contratista del sistema financiarizado para facilitar la acumulación, el incremento de la tasa de ganancia privada y la legitimación del sistema, asegurada por el monopolio legalizado de la coerción9.

Previamente quedó desregulada la anterior fiscalización estatal de la economía estadounidense por el presidente republicano, Ronald Reagan, bajo cuyo mandato se sitúan simultáneamente el cénit del poder y el origen del declive, estadounidenses: a partir de entonces, hoy son ya cerca de 50 los millones de pobres de solemnidad en el país norteamericano que así lo atestiguan, aumentando la brecha económica y social, asimismo en clave étnica concerniente a la población afroamericana, hasta límites insólitos potencialmente muy conflictivos, con estallidos de violencia civil y policial cada vez más numerosos. La criminalidad y su «naturalización» vía medios de comunicación, destacadamente el Cine; la abierta operatividad de hasta un centenar de cárteles de la droga y decenas de millones de adictos; el amplio margen de indefensión social ante la enfermedad y la pandemia, por la debilidad del sistema asegurador, depositado en los ingresos del individuo y en la muy cara medicina privada; más las sangrientas matanzas en escuelas e institutos, a cargo de francotiradores improvisados y otros hechos reiterados, denotan la existencia de muy graves síntomas de descomposición y desestabilización del denominado modelo democrático estadounidense.

En consecuencia, el principal foco de la atención política, a modo de tarea prioritaria desde sus poderes de hecho, se centra ahora hacia el interior de los Estados Unidos de América que hoy por hoy parece carecer de un creíble discurso ideopolítico, legitimador 

de su ascendiente geopolítico, económico y militar de cara a su propia base social, a su autoconciencia como gran superpotencia y a su proyección superpotencial sobre el mundo. Los efectos sobre la opinión pública mundial de la reciente retirada militar estadounidense de Afganistán se interpretan como síntoma de una evidente declinación de Estados Unidos y de su proyección a escala planetaria.

La crisis no es meramente ideológica o cultural, sino de orden estructural, señaladamente económico y geopolítico, que afecta transversalmente a la sociedad, a las instituciones y a las prácticas parlamentarias y políticas. La rotura de la ecuación que armoniza legalidad y legitimidad ha sido, por doquier, uno de los fenómenos más relevantes de nuestra contemporaneidad, siendo especialmente destacada esa brecha en los Estados Unidos de América10.

Por su parte, en el exbloque soviético, la Federación Rusa, desprovista ya de su condición superpotencial tras perder la antigua Unión Soviética, Ucrania y las repúblicas centroasiáticas, ha encarado con mayor o menor fortuna distintos escollos políticos internos, si bien las pulsiones micro y macronacionalistas no han desaparecido y perduran, como prueba el caso de las fricciones reiteradas con Kiev y la recuperación, vía político-militar de Crimea y su ascendiente portuario sobre el mar Negro, percibidas con inquietud desde Europa central.

Intramuros de la Federación Rusa persiste una indefinición de modelo sociopolítico, donde inercias estatalizantes perviven y pugnan contra evidentes pulsiones modernizadoras en clave capitalista sobre la producción y en la gestión económica. El precipitado resultante que aflora como denominador común de la Federación Rusa es un nacionalismo concebido como fundente estatal prioritario, con vigilancia y fiscalización extrema sobre los movimientos de grupos formales e informales de oposición, considerados por definición «antinacionalistas», más una plétora de importantes gestos hacia la Iglesia ortodoxa contemplada en su dimensión ideológica y geopolítica, con un espacio de inserción que se extiende por Rusia, más los Balcanes, Grecia y distintas comunidades del cercano oriente. La debilidad demográfica rusa acentúa, también, la erosión de su otrora condición de superpotencia.

Tras ver rechazado el intento de integrar a la Unión Soviética en la OTAN ofrecido formalmente a Washington por Nikita Kruschev el 31 de marzo de 1954, y ciertas pulsiones en sintonía con aquel deseo incumplido tras la implosión de la URSS en 1990, la política exterior de Moscú se ve hoy inquietada en sus fronteras occidentales por destacamentos militares de la Alianza, señaladamente en los países bálticos exsoviéticos.

Hoy, la Federación Rusa pugna, recobra o consolidad antiguas posiciones políticas en su glacis perimetral centroasiático donde, no obstante, fueron instaladas bases militares por Gobiernos afines a Washington. Además, influye decisivamente en escenarios meso- orientales como el de Siria, mientras mira hacia Pekín, al que se ve vinculado por la Organización de la Cooperación de Shanghái, pacto eurasiático de enorme trascendencia suscrito en 15 de junio de 2001, haciendo resucitar los viejos axiomas — y temores— de algunos de los principales teóricos de la geopolítica, Halford J. Mackinder dixit, hacia el potencial de Eurasia, con su reflejo en los patrones de conducta geopolítica inercialmente seguidos por Washington.

En cuanto a China, paulatinamente se ha hecho un lugar prominente —y al parecer irreversible en la geopolítica mundial— con palancas comerciales, tecnológicas y demográficas de primer orden, con una penetración en ámbitos mundiales hasta hoy inaccesibles a Pekín; mientras, se pertrecha en la esfera militar, destacadamente naval, espacial y cibersespacial, como suele corresponder a una gran potencia que aspira a superpotencia del más alto rango. Pero su talón de Aquiles para acceder al máximo escalón reside en la débil productividad, las bajas tasas de consumo y su excesiva dependencia exterior como gran potencia vendedora, si bien encuentra en Europa, gran potencia compradora, un singular y mutuamente beneficioso tándem comercial.

Las anteriores ecuaciones bipolar y unipolar han dado paso a otra nueva situación donde el hegemonismo en estado puro —y sus recetas de guerra general, nuclear o convencional— resultan ya inviables, pese a que tentaciones de reedición no hayan desaparecido de la escena, como muestra la definición por Washington del tándem China-Rusia, como adversarios dentro de un esquema tripolar así reeditado.

Sin embargo, la actual situación geopolítica cabe definirla como de «multipolaridad errática», con vestigios de hegemonismo globalizante en retroceso, pero aún presentes. Ninguna superpotencia o gran potencia es capaz de aplicar de manera autónoma su propio designio hegemónico a escala planetaria. Y las grandes potencias en escena precisan, más que nunca, de amplias alianzas, transversales y habitualmente desniveladas e ideopolíticamente muy heterogéneas, que confirman la errática multipolaridad descrita.

Futuro de la seguridad europea

En este nuevo escenario se inserta el futuro de la seguridad europea, enclavada en el ámbito de la seguridad mundial. Dada la innovada entidad y acumulación de cambios sobrevenidos en la escena, donde el futuro de la seguridad continental y supracontinental, el de la estirpe humana en su conjunto, se ve amenazado, su tratamiento exige nuevos paradigmas capaces de orientar los métodos para abordarlo eficazmente. Las amenazas y los cambios sobrevenidos son relativos a los desafíos a la seguridad sanitaria de la humanidad planteados por recientes y letales pandemias y a los efectos, ya visibles e inexorables, de la crisis climática y medioambiental, con componente antrópicos y también cósmicos, interrelacionados. Ambos vectores, en su interacción, han cruzado ya unos umbrales presumiblemente irreversibles que preludian gravísimos riesgos para la salud y la viabilidad de la población de la Tierra.

Como muestran los hechos sobrevenidos durante los primeros meses de despliegue de la pandemia COVID-19-Sars 2 —hoy ya cuatro millones de muertos y cerca de 190 millones de personas contagiadas—, precedidos por pandemias mortíferas como el Sida, el Ébola y muchas otras, la inseguridad sanitaria de la población mundial se ha visto exponencialmente acentuada a escala mundial, más señaladamente la de aquella que habita entre los paralelos 30 y 50, los más poblados del planeta. Patógenos microscópicos envueltos en proteínas, de una naturaleza híbrida entre la de los seres vivos y los inorgánicos, dotados de virulencia inusitada, se muestran capaces de destruir vida animal y vegetal a una escala desconocida.

Por otra parte, pero simultáneamente, el reciente registro de temperaturas cercanas a los 50ºC en el círculo polar ártico, más desastres secularmente inéditos en latitudes templadas como el noroeste de Alemania en el verano de 2021, o el millar de incendios en el interior de los Estados Unidos, es el inequívoco y sintomático colofón de los previsibles —e imprevisibles también— resultados del cambio climático que incluye como causas y efectos el calentamiento incontrolado de la temperatura terrestre; la fusión de los casquetes polares; el deshielo de la tundra y del subsuelo denominado permafrost; el aumento desaforado de los niveles de las aguas marinas; la inundación de amplias franjas litorales; nuevas formas de erosión; extinción de especies animales, desde abejas, hormigas y mariposas hasta mamíferos; catástrofes naturales, como incendios, huracanes, más un inquietante número de consecuencias adicionales como devastaciones medioambientales hasta ahora nunca vistas y contrarias a la viabilidad humana, con efectos muy dañinos sobre cosechas, animales y plantas.

Ambos vectores, patógenos microscópicos y alteraciones macrocósmicas sitúan hoy la supervivencia de la especie humana ante un riesgo insospechado hace apenas unos lustros y plantea como incuestionable meta la de asegurarla a toda costa.

En el ámbito científico que nos ocupa, el de la geopolítica, las luchas de poder han dejado de ser a partir de ahora sujeto y objeto prioritarios de la historia humana pese a su presumible perpetuación inercial. Los nuevos desafíos muestran a una escala ecuménica
—el oikumenos de los griegos— que requerirá de una metodología profundamente innovada para encararlos, sobre la base de paradigmas consensuados por la comunidad internacional. El nuevo arsenal categorial implicará un desarme de preceptos obsoletos y un rearme conceptual de nuevo cuño, que ha de proponerse romper la inercia que ha regido las relaciones geopolíticas interestatales en términos exclusivamente de hegemonía política y militar durante las pasadas ocho décadas. Y ello para poder trocarlas por otras de distinta naturaleza, que permitan hoy afrontar ecuménicamente los nuevos retos.

En este nuevo proceso, la contribución securitaria, la cultura medioambiental y la ascendencia intelectual acuñadas por Europa a lo largo de siglos pueden ser cruciales como coadyuvantes para satisfacer tales propósitos, si las innovaciones requeridas encuentran un adecuado marco institucional receptor.

A grandes rasgos cabe señalar que la confrontación dialéctica y antitética que presidió geopolíticamente la escisión entre bloques de poder experimentada durante la Guerra Fría ha dado paso hoy a una nueva reconfiguración del orden mundial. Así, eludiendo su interpretación funcionalista, paralizante de su propia e intrínseca dinamicidad, desde una perspectiva dialéctica redefinida, su tesis vendría encarnada hoy por la supervivencia de la humanidad como sujeto del futuro; su antítesis, los cosmo-desafíos securitarios, sanitarios y medioambientales en presencia. La síntesis, generada en tal confrontación y ahora en proceso, se resolverá, si lo logramos, bien en una preservación asegurada, aunque costosa, de la especie humana o bien en su desaparición, nuestra desaparición, como especie, si fracasamos en esta lid.

Paso previo de este propósito reconfigurador será el rechazo a la arraigada convicción de que toda correlación ha de ser leída en términos de causalidad y que, en particular, toda relación geopolítica ha de cursar necesariamente en clave hegemónica. Geopolíticamente hablando y desde Europa, tal causalidad, en términos de seguridad, como señalábamos antes, ha sido interpretada en las últimas décadas en una clave fatalista, como mera asunción y sujeción político-militar a designios foráneos tanto en el este, como en el oeste europeos.

En presencia de este panorama, Europa ofrece un correctivo eficaz a la multipolaridad errática mediante la fórmula explícita del multilateralismo que aplica en el seno de la Unión Europea, pendiente, desde luego, de reformas que superen las metodologías de decisión, hoy en uso, basadas en una paralizante unanimidad. Se tratará de ensayar fórmulas superadoras, de abstenciones cualificadas o mayorías reforzadas, por ejemplo11. Será necesario conferir al Parlamento poderes legislativos, cometidos y atribuciones actualmente en manos de la Comisión y el Consejo.

La financiarización del capital, hoy ampliamente inserta en el sistema occidental bajo la configuración de una capitalismo de plataformas, ha proyectado y proyecta sobre el mundo social —y, destacadamente, el del trabajo—, una precarización llevada hasta extremos inéditos y hacia picos insuperables de desigualdad, que preludian una conflictividad antisistema de nuevo cuño, de la cual hemos visto ya significativas manifestaciones a modo de chispazos en el viejo continente, en Estados Unidos y los estamos viendo a Iberoamérica. El desenlace de este fermento conflictivo puede adquirir, como comprobamos, salidas en claves ideológicas tan dispares e imprevistas como extremas.

La remisión de todos los aspectos descriptivos de la contemporaneidad a una supuestamente inexorable globalización tecno-económico-financiera no ha permitido aún aceptar que su despliegue ha implicado, por doquier, la inseguridad social, jurídica, laboral, sanitaria, más la inestabilidad política, de amplias franjas de la población mundial. Estas se ven hoy sometidas a los vaivenes de una mercantilización desenfrenada de sus vidas, con profundos y adversos efectos sobre las estructuras sociales y, señaladamente, las clases medias eurooccidentales, en contraposición al auge mesocrático en países del denominado tercer mundo.

Contrariamente a quienes ven la solución en que Europa se dote de un mercado propio de capitales, el viejo continente, políticamente integrado, puede ofrecer la alternativa de una Europa social, medioambiental y arbitral entre los tres grandes vectores geopolíticos en escena, desde el vértice occidental de Eurasia. En esta reconfiguración de la entidad geopolítica europea, basada sobre la sociabilidad, la legalidad y la legitimidad multilaterales, más los ideales civilizacionales, racionales e igualitarios que han presidido parte de la historia, la cultura y la contribución ecuménica de Europa desde Grecia, Roma y la cristiandad hasta la Ilustración, la modernidad y nuestros días, convierten la innovación axiomática y paradigmática descrita en una meta de importancia cardinal.

Así pues, el axioma que identificaba, de manera inercial, correlación geopolítica interestatal con sujeción hegemónica puede y debe quedar a un lado y dar paso a una serie de paradigmas nuevos que acentúan los procesos sinápticos multilaterales en contraposición a los de tipo genético-jerárquico-hegemónico- de cuño bipolar, unipolar o tripolar, condición sine qua non para afrontar los nuevos desafíos. La aplicación de los nuevos paradigmas a distintos ámbitos de interés estratégico puede salir eficazmente al paso del errático desquiciamiento que se vive en el mundo geopolítico extraeuropeo y reconfigurar el orden continental interno, aquejado por un inquietante rittornello de los nacionalismos, en clave británica o centroeuropea. Estas regresiones acentúan aceleradamente el proceso que va guiando paulatinamente el devenir de Europa hacia la periferia, desde una centralidad que va dejando de ocupar. Acceder a su ansiada autonomía político-militar continental, securitaria y de Inteligencia, será viable mediante los siguientes pasos prácticos a aplicar cardinalmente desde Europa:

  1. Deshegemonizar política y militarmente las relaciones euro-trasatlánticas, en una coyuntura histórica en la cual Estados Unidos precisa concentrar sus energías y su atención en el interior de su país, ya que ha vivido jornadas insólitas —aún irresueltas—. En ellas ha estado en juego la estabilidad del sistema democrático estadounidense, más la emergencia de una confrontación civil generalizada, con las consabidas repercusiones geopolíticas e ideológicas de tal inestabilidad a escala mundial. Ello señala la actual inviabilidad e inoportunidad de la asunción,por parte de Estados Unidos, de la defensa a escala mundial, la europea incluida, por la necesidad imperiosa de aplicar sus recursos al fortalecimiento de un esquema interior estadounidense muy erosionado política, social e institucionalmente, infraestructuralmente desatento y desligado de los intereses mayoritarios.
  2. Deshostilizar las relaciones con Eurasia, macrocontinente donde Europa se inserta geopolíticamente. A su potencial demográfico, geoeconómico y energético une un extraordinario e inusitado potencial de autodefensa supervivencial planetaria, ante los efectos del cambio climático: reside en la tundra siberiana, área semejante pero más extensa que el ámbito subpolar de Canadá, Alaska y norte de Noruega, presente asimismo en las islas Georgias y Sandwich del Sur. En la tundra y Canadá, el deshielo de las zonas subárticas y la liberación del permafrost deviene en presumible vector de desarrollo a escala mundial que podrá permitir la roturación masiva de las tierras que queden libres del hielo y coadyuven a la supervivencia alimentaria del Planeta, ensanchando así la dañada potencialidad de la biosfera.
  3. Coadyuvar a una re-descolonización del continente africano, ya en vías de plena alfabetización, cargado de posibilidades de desarrollo autóctono, aunque hoy sujeto a nuevas y amenazantes pulsiones hegemónicas foráneas y graves tensiones ideológico-políticas en clave islamista radical. Los recientes experimentos recolonizadores, inducidos por potencias europeas, como en el caso de Libia, no hacen sino acrecentar la hostilidad local y regional hacia las antiguas metrópolis, allanar el acceso de nuevos y foráneos recolonizadores —el caso de China— y radicalizar la oposición interna y la desestabilización de regiones enteras, como sucede actualmente en el Sahel y en Nigeria, en una clave de islamismo radicalizado.
  4. Desmercantilizar la relación entre Estados y capital financiero, sobre la base de una real autonomía política estatal, que dé paso a una reestatalización controlada en clave socio-medioambiental. Y ello habida cuenta de la inepcia mostrada por el capital financiero para gestionar sus cíclicas y autoinducidas crisis, entre ellas las medioambientales y las generadas por la pandemia, con una bochornosa puja privatista por las patentes de vacunas y fármacos en plena actividad del patógeno. La aplicación de las teorías de Ratzel y Kjiellman sobre el «espacio vital», trasladadas a la escena económica por Isaiah Bowman12, deben caer en desuso de modo definitivo.
  5. Embridar el desarrollo tecnológico con pautas de finalidad social que emancipen al mundo del determinismo tecnológico vigente y permitan recobrar las dimensiones espaciotemporales de la existencia humana, anuladas o profundamente devaluadas por una virtualidad telemática ínsita en el vigente modelo de control tecnocrático de masas, mediante el empleo desaforado del denominado Big Data. Esta virtualidad deshace las relaciones sociales e interhumanas y las precipita en un caos desmesurado, manifiesto, por ejemplo, en una productividad ilimitada del trabajo humano, que implica la imposibilidad de su medida y justa remuneración.
  6. Desmilitarizar y desnuclearizar el espacio exterior e inducir su transformación en un ámbito de correlaciones colaborativas, igualitarias y productivas, con miras a instar la colaboración aeroespacial interestatal para localizar, fuera de la biosfera, enclaves donde sea posible perpetuar la vida humana como alternativa existencial en caso de previsibles catástrofes. Asimismo, hallar conjuntamente un vector de transporte capaz de desplazar a un punto remoto e inocuo del Universo los residuos nucleares de alta intensidad y secular duración, tan peligrosamente depositados en enclaves terrestres.
  7. Movilizar la superpotencia comercial de compra de Europa y su transformación en vector político arbitral en la previsible e intencional confrontación comercial y tecnológica estadounidense y china.
  8. Aportar el potencial I-D-I acuñado desde Europa como contribución extraordinaria al desarrollo mundial y a la reducción del alcance de los retos sociales y energéticos en presencia.
  9. Rentabilizar geopolítica, diplomática y geo-culturalmente el ascendiente civilizacional e histórico-patrimonial de Europa, con miras a fundamentar un poder arbitral operativo, que fortalezca asimismo el sentido del proyecto integral europeo.
  10. Transformar la intercontinentalidad geopolítica y la multilateralidad, europeas, que confieren a la Unión un evidente potencial militar conjunto de autodefensa, en ascendiente arbitral susceptible de ser aplicado para fines de consenso frente a los litigios, rivalidades y conflictos aún en la escena.

Este decálogo se cierra en la premisa por alentar la urgencia por lograr un repunte institucional de la forma federal de Europa, convenientemente innovada para fortalecer su autonomía política y militar como palanca autónoma eficaz contra las crisis medioambientales y pandémicas en presencia. Y ello, siempre y cuando tal autonomía devenga en una realidad efectiva que emancipe a los Estados de sus meras funciones de acumulación y legitimación sistémicas, hasta ahora ínsitas en la práctica política estatal.

Desde estos nuevos paradigmas, que cuentan con un sustrato coadyuvante e infraestructural evidente, será posible sortear la dicotomía de los dogmas conceptuales binarios, como el existente entre seguridad y libertad, que han presidido y presiden aún la trayectoria intelectual europea. Si bien tal confrontación dicotómica ha existido secularmente, no debe perpetuarse y puede ser erradicada de las relaciones geopolíticas de Europa. No hay pues una relación causal de dependencia, sino de interdependencia deshegemonizada, entre ambos valores, sendos segmentos paritarios de la existencia de los individuos, comunidades y sociedades. Es hora y ocasión de descartar aquella lectura de su ecuación exclusivamente en clave hegemónica, que tanto daño, sufrimiento y miedo interno y exterior han causado durante décadas en nuestro vetusto continente.

La autonomía securitaria, militar y de Inteligencia de Europa desde estos nuevos paradigmas, aplicados de manera práctica y transversalmente a todos los grandes desafíos en presencia, es abiertamente viable, Y puede, sin duda, convertirse en principal dique para contener el aluvión de desafíos que la humanidad, a partir de ahora mismo, debe afrontar por su supervivencia, devenida en máxima prioridad frente a los viejos esquemas de las luchas de poder.

Esta propuesta posee validez interna, por su consistencia en cuanto al alto grado de identificación entre causas y efectos, ya que permite y descarta otras posibles explicaciones al fenómeno tratado. Posee, asimismo, validez externa, por cuanto que puede ser generalizadas a contextos distintos. Ambos tipos de validez permitirán a esta propuesta la condición de probabilidad típica observable regularmente y confirmada por la experiencia, lo cual le dota de estatuto científico. Las prescripciones enunciadas, siendo isomórficas, presuponen ausencia de conflictividad conceptual interior. Son asimismo objetivas, neutrales, consistentes, creíbles y fiables. Asentadas sólidamente en principios que, desde muy distintas culturas, han permitido a lo largo de la historia la supervivencia de la humanidad.

(*) Este artículo amplía la ponencia presentada al debate sobre “El futuro de la seguridad europea”, el día 8 de julio de 2021, dentro del Curso de verano de la Universidad Complutense, “Tendencias geopolíticas:
¿hacia dónde va Europa?” celebrado en San Lorenzo de El Escorial entre el 5 y el 9 de julio de 2021, organizado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Rafael Fraguas de Pablo
Periodista, sociólogo y doctor en Sociología por la UCM Experto en Servicios de Inteligencia e Islamismo

Referencias:

1 El origen de la Guerra Fría algunos autores como el jurista y politólogo español JOAN GARCÉS en su obra Soberanos e Intervenidos (siglo XXI), lo sitúan en la crisis política checoslovaca de 1947. Otros, la ubican en torno a las crisis de las Repúblicas Populares de Kurdistán y Azerbaiyán, en 1946, que registró la amenaza de desplegar el arma atómica sobre la URSS por parte del presidente estadounidense HARRY
S. TRUMAN, si Moscú no suprimía su apoyo militar, diplomático y político a ambas procesos políticos.

2 Las teorías del conflicto han sido desarrolladas en su dimensión sociológica, entre otros pensadores, por
L. COSER (Las funciones del conflicto social. FCE, México, 1961 y Nuevos aportes a la teoría del conflicto social, Amorrortu, Buenos Aires, 1970. RALPH DAHRENDORFF (Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial, Rialp, Madrid, 1965) y El conflicto social moderno, Mondadori, Madrid, 1990)

3 SCHMITT, Karl. Ensayos sobre la dictadura, 1916-1932. Tecnos 2013.

4 PARSONS, Talcott. La estructura de la acción social.Guadarrama. Madrid, 1968. Y en RADCLIFFE-BROWN A.R. Estructura y función en la sociedad primitiva. Península. Barcelona, 1974.

5 Discurso de JOSEP BIDEN en la sede de la OTAN. Bruselas. Julio de 2021.

6 El 6 de enero de 2021, una multitud cifrada en 10 000 personas y en actitud violenta, rodeó el Capitolio de Washington, principal sede parlamentaria de los Estados Unidos de América, que sería asaltada por una turba como colofón de una dinámica rupturista que impugnaba la limpieza de las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, que dieron la victoria a JOSEP BIDEN frente al presidente DONALD TRUMP.

7 Declaraciones del general MARK A. MILLEY recogidas por la agencia Efe, 15 de julio de 2021.

8 DOBRIANSKY, Paula J. Los derechos humanos y la tradición estadounidense. Revista Facetas núm.89. 3/1990.

9 ARENAS, Luis. Capitalismo de plataforma y trabajo digital, dentro de Capitalismo cansado. Editorial Trotta. Madrid. 2021.

10 HABERMAS, Jürgen. Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Amorrortu Editores, Buenos Aíres. 1986.

11 Intervención de JAVIER SOLANA, exsecretario general de la OTAN, en el seminario anual de la Asociación de Periodistas Europeos, en Madrid, julio de 2021.

12 BOWMAN, Isaiah. Vicepresidente de Guerra y Paz en el Consejo de Relaciones Exteriores canadiense y autor de Los problemas del nuevo mundo en geografía política (Montreal, 1878-1950).

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