De lobo a pastor: la contrainsurgencia talibana

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Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace

La llegada al poder el pasado mes de agosto ha supuesto para los talibanes, entre otras muchas cosas, pasar de ser insurgentes a liderar una campaña de contrainsurgencia contra los grupos armados opositores presentes en el país. Es difícil valorar el éxito de esta campaña, pero resulta evidente que es necesario un cambio de estrategia que supere la actual, basada en la mera represión, y se oriente hacia una de contrainsurgencia, encaminada a lograr el apoyo de los afganos.

La llegada al poder ha supuesto para los talibanes, entre otras muchas cosas, pasar de ser insurgentes a liderar una campaña de contrainsurgencia para sofocar a los grupos armados opositores presentes en el país. No es algo que haya debido sorprenderles. Era de esperar que, una vez en el poder, tendrían que continuar su larga lucha contra la filial afgana del Estado Islámico (el Estado Islámico en Jorasán, IS-K por sus siglas en inglés) y contra lo que pudiera quedar del anterior régimen: restos del ejército afgano, milicias de los señores de la guerra...

Para tratar de evitarlo, ofrecieron una amnistía al IS-K, que el grupo salafista rechazó. Tras un par de semanas de tregua, reinició su campaña de asesinatos selectivos contra los talibanes y los ataques terroristas indiscriminados contra objetivos civiles. Con la misma intención, en los primeros momentos negociaron también con algunos grupos armados vinculados al régimen anterior, como el Frente Nacional de Resistencia (FNR), liderado por Ahmad Massud. Las exigencias de este, que incluían un 50 % de los puestos en el nuevo gobierno, dieron al traste con las conversaciones. El FNR inició un movimiento de resistencia armada frente al nuevo régimen, haciéndose fuerte en el Panjshir, la región al norte de Kabul que ya protagonizó la resistencia frente a los talibanes en 1996-2001.

Enfrentados a dos amenazas simultáneas, los talibanes decidieron concentrar el esfuerzo en la más peligrosa: el 1 de septiembre lanzaron una operación para tomar el control del valle de Panjshir. Parece claro que esta operación fue exitosa. No solo se aplastó rápidamente a la naciente insurgencia, sino que se logró desalentar a posibles candidatos a unirse al movimiento armado antitalibán. Es difícil valorar qué hubiera podido ocurrir si este foco insurgente hubiera podido sobrevivir a la ofensiva talibán, convirtiéndose en referente para otros grupos disidentes.

Un análisis táctico acertado llevó a los talibanes a desentenderse de pequeños focos de resistencia diseminados por el país, para centrarse en atacar el centro de gravedad de la resistencia: el Panjshir. Esta operación exitosa ha conseguido que, hasta el día de hoy, la resistencia armada proveniente del FNR y grupos más o menos afines, sea poco más que anecdótica. Persisten pequeños focos en el norte y centro del país, pero nada parecido a una insurgencia organizada.

Esta operación victoriosa consiguió desarticular la resistencia armada que pudiera haber surgido de los restos del régimen derrocado, aunque es difícil saber hasta qué punto está completamente erradicada esta amenaza. De hecho, son cada vez más frecuentes las informaciones, difíciles de confirmar, que hablan de enfrentamientos armados en distintas provincias del norte, de bajas entre los talibanes y de la necesidad por parte de estos de enviar refuerzos al valle del Panjshir. Los próximos meses serán decisivos a la hora de evaluar la consistencia de esta amenaza.

La segunda amenaza provenía del IS-K. Desde su nacimiento en 2014, solo había conseguido medrar en las provincias del este de Afganistán, única zona donde el salafismo ha tenido tradicionalmente una presencia relevante. Desde entonces, se ha enfrentado a los talibanes tratando de implantarse en todo el país, pese al escaso predicamento del salafismo en el resto del territorio afgano. Para el IS-K, los talibanes son apóstatas cuyo acuerdo de paz con EE. UU. no fue sino una mera formalización de una alianza preexistente entre ambos, encaminada a acabar con los salafistas. Con esas premisas, lanzó una nueva ofensiva mientras trabajaba para reclutar a combatientes talibanes y de la red Haqqani descontentos con el acuerdo de paz con EE. UU.

El Panjshir era la prioridad absoluta, por el riesgo que suponía para la supervivencia del régimen. Pero, una vez solucionado este problema, no se ha adoptado ninguna medida similar contra los reductos del IS-K, situados en los valles más inaccesibles de Kunar y Nuristán. Esta falta de ímpetu puede justificarse, en parte, por la inaccesibilidad de la zona.

Otro motivo que pudo llevar a los talibanes a no empeñarse en erradicar al IS-K tiene que ver con el valor que representa la pervivencia de la amenaza del grupo salafista para el Emirato: los talibanes sostienen ante sus vecinos que son la única defensa contra IS- K, por lo que les conviene apoyarles. Una campaña que erradicara al grupo salafista socavaría ese argumento. Este razonamiento explicaría que, en vez de atacar el núcleo duro del IS-K en Kunar y Nuristán, el Emirato haya centrado su esfuerzo en las áreas rurales de Nangarhar, donde el IS-K ha estado particularmente activo, y en las ciudades afectadas por la campaña de ataques terroristas del grupo, principalmente Kabul y Jalalabad.

Es difícil hacer una valoración sobre los efectos de la represión en estas zonas. En ocasiones parece haber sido indiscriminada, sobre todo en algunas zonas de Nangahar, donde hay denuncias de ejecuciones sumarísimas a manos de «escuadrones de la muerte» talibanes. Según algunas informaciones, se habría decapitado o colgado en público a sospechosos de pertenecer a IS-K. El despliegue de 1.000 soldados adicionales en Nangarhar el pasado otoño habría permitido incrementar la presión sobre los insurgentes. Entre los talibanes existe la tendencia a considerar a las comunidades salafistas como aliados naturales del IS-K, aunque no haya evidencias al respecto. Esta asunción ha llevado a numerosas ejecuciones extrajudiciales de civiles afganos que, en muchos casos, no tenían ninguna relación con el IS-K, más allá de compartir la misma escuela coránica1.

En otras zonas, en las que el salafismo no está tan presente como en las provincias del este, la represión parece haber sido más discreta, dadas las dificultades del movimiento para mimetizarse entre poblaciones abiertamente hostiles.

La campaña de contrainsurgencia talibana ha sido calificada por numerosos analistas como «brutal e inefectiva»2. Esta pretendida falta de efectividad parece responder a un apriorismo que considera que, por definición, las contrainsurgencias brutales son inefectivas, por alienar a la población, lo que conduce al fracaso de forma indefectible. Frente a esta teoría, la historia nos muestra ejemplos de represiones «brutales», pero no «inefectivas»: Ucrania y los países bálticos en 1944-1950, Kurdistán iraní en 1979, Tíbet 1959–74, Guatemala 1960–96, Biafra 1967–70, Argentina 1968–79, Kurdistán turco 1984–99 y Argelia 1992–2004, por nombrar algunos 3 . En todos ellos, desde la perspectiva de la élite política en el poder, la represión tuvo éxito pese a su brutalidad.

En el caso afgano, es pronto para determinar el éxito de la campaña, pero no puede descartarse que resulte exitosa a largo plazo, aunque, de momento, la idea generalizada es que los talibanes no están logrando imponerse al IS-K4. Sin embargo, las evidencias disponibles no parecen corroborar esta presunción. Los escasos datos disponibles para avalar esta perspectiva se basan en estadísticas que muestran un incremento en el número de ataques del IS-K hasta el pasado invierno. El hecho es que, desde el ataque al hospital militar de Kabul, en noviembre de 2021, el IS-K no ha llevado a cabo ningún otro gran ataque terrorista y el impacto de sus operaciones en Kabul se ha vuelto insignificante. Desde el 15 de agosto, IS-K no ha podido atacar a ningún líder talibán de peso y desde principios de noviembre, solo ha llevado a cabo hostigamientos contra patrullas talibanas y algunos asesinatos selectivos contra personas de bajo perfil, como funcionarios del gobierno anterior y simpatizantes de los talibanes. Su mayor logro en este período ha consistido en expandir sus ataques a varias ciudades donde anteriormente no operaba, logrando con ello distraer fuerzas y demostrar la incapacidad talibana para asegurar las ciudades. La debilidad del IS-K fuera de su feudo tradicional ha restado relevancia a estas actuaciones.

En enero-febrero, el ritmo de las operaciones de IS-K se desaceleró considerablemente. Si bien es cierto que en Afganistán el invierno supone una ralentización de las operaciones, esta ralentización no tendría por qué afectar a las operaciones de guerrilla urbana, ni a las operaciones en las áreas cálidas del este de Afganistán, donde se concentran principalmente las fuerzas de IS-K. En particular, la «pausa operacional» del IS-K en Jalalabad y sus alrededores da cierta credibilidad a las afirmaciones de los talibanes de que sus esfuerzos de contrainsurgencia han sido exitosos en esta provincia5.

En síntesis, aunque pueda resultar arriesgado hacer valoraciones al respecto, dada la escasez de datos fiables, todo parece indicar que el Emirato de Afganistán estaría consiguiendo mantener bajo control, que no erradicar, al IS-K.

El modelo talibán de contrainsurgencia

Según Giustozzi6, el modelo seguido por los talibanes en su lucha contra el IS-K y otros grupos armados hostiles no hay que buscarlo fuera de las fronteras afganas, sino en la feroz y exitosa campaña seguida por el emir Abdur Rahman (r. 1880-1901) verdadero fundador del Estado afgano, para asegurar el control de Afganistán frente al poder de las tribus. En el ámbito internacional, el Emir de Hierro se aseguró de que ninguno de sus  vecinos, Irán, la Rusia zarista y el Imperio británico, tuviera incentivos para interferir en los asuntos internos de su reino. Incluso logró que su vecino más peligroso, el Imperio británico, apoyara activamente a su gobierno. En la misma línea, los talibanes han tratado en los últimos años de llegar a acuerdos duraderos con sus vecinos. Lo lograron antes de llegar al poder, aunque ahora hayan surgido tensiones tanto con Irán, a cuenta de los refugiados, como con Paquistán, por la presencia en suelo afgano de talibanes paquistaníes. A pesar de estas tensiones, resulta evidente que la prioridad de la política exterior talibana pasa por establecer relaciones amistosas con sus vecinos y convencerlos de que la única alternativa a su gobierno es el caos.

El apoyo, más o menos activo, de sus vecinos es un requisito claro para el triunfo de la contrainsurgencia. De hecho, parece evidente que una de las causas del fracaso de la OTAN y EE. UU. fue a la hora de abordar el problema de los santuarios insurgentes en Paquistán e Irán. Parece que los talibanes no van a tener este problema.

Solucionado el problema exterior, el régimen talibán tiene las manos libres para actuar contra los insurgentes con todos los medios a su alcance. Pero sin que trascienda la magnitud del problema. Desde su llegada al poder, los talibanes han mantenido una política de silencio absoluto sobre su lucha contra la insurgencia, cuya existencia pretende hacer invisible para los afganos. Con esta finalidad, desde el gobierno se alecciona a los medios para que describan los ataques contra insurgentes y células terroristas como acciones policiales contra delincuentes comunes, pese a que no pueden evitar que los informes de ataques y contraataques circulen en las redes sociales. Con ello parecen tratar de evitar que tanto el IS-K como otros grupos de oposición utilicen la información sobre sus acciones como una herramienta en su estrategia de propaganda y reclutamiento. Sean cuales sean las consideraciones éticas al respecto, parece que este procedimiento está resultando efectivo.

Aparte de estos detalles relacionados con la guerra de comunicación, es difícil valorar qué está haciendo el régimen talibán en este campo y hasta qué punto está resultando efectivo. Las directrices del Emirato parecen abogar por combinar brutalidad con precisión, asumiendo que la violencia indiscriminada en entornos de insurgencia tiende a ser contraproducente. El problema reside en la capacidad del liderazgo talibán para controlar a sus cuadros intermedios y evitar acciones brutales individuales.

Necesidad de una nueva estrategia

Afganistán lleva 43 años sufriendo un conflicto interno aparentemente inacabable. Si los talibanes lograran una mínima estabilidad, muchos afganos lo considerarían un éxito. Lograr la pacificación del país llevaría a muchos afganos a aceptar el régimen talibán, pese a su desacuerdo con muchas de sus políticas, otorgándoles una legitimidad imprescindible para mantenerse en el poder a largo plazo.

Por el contrario, cuanto más tarden los talibanes en derrotar a la insurgencia del Estado Islámico, mayor será la amenaza para su posición de gobierno de facto de Afganistán. En primer lugar, porque el Estado Islámico planteará un desafío cada vez mayor a la legitimidad de los talibanes como movimiento yihadista y como gobierno. En segundo, porque cuanto más tiempo y recursos necesiten los talibanes para combatir al Estado Islámico, menos tendrán para ocuparse de la gobernabilidad y el desarrollo económico y social. Para abordar estos problemas, los talibanes deberían cambiar el enfoque frente al IS-K, pasando de uno contraterrorista, centrado principalmente en la represión, a uno de contrainsurgencia, que incluya herramientas dirigidas a lograr el apoyo popular.

A este respecto, es necesario tener en cuenta que, aunque se tienda a catalogar al IS-K como grupo terrorista, su naturaleza responde más a la de grupo insurgente. Sus objetivos pasan por conquistar territorio y reemplazar las estructuras de gobierno existentes, lo que hace que se asemeje más a una insurgencia que a un grupo terrorista puro. En palabras de Barnett Rubin: »La alternativa a los talibanes no es Karzai, Abdullah, Saleh o Massoud, es el Estado Islámico en Afganistán»7.

Para hacer frente a esta amenaza, los talibanes no pueden limitarse a asediar y atacar los bastiones del Estado Islámico, como hicieron con el Frente Nacional de Resistencia en el Panjshir.

Según Naciones Unidas, el Estado Islámico está activo en todas las provincias de Afganistán. Además, ha demostrado ser increíblemente resistente. Desde su nacimiento ha experimentado fases de expansión y contracción, estas como resultado de operaciones de EE. UU., las antiguas fuerzas de inteligencia y seguridad de Afganistán y los talibanes, a veces de manera coordinada. Pero, pese a todo, el Estado Islámico ha perseverado y, aparentemente, se encuentra nuevamente en una fase de expansión. Sus fundamentos ideológicos atraen un flujo constante, aunque pequeño, de reclutas y su posición como última resistencia armada contra el régimen talibán lo hace atractivo para quienes buscan venganza contra ellos. Esta última dinámica explica probablemente los informes sobre miembros de las fuerzas especiales y de inteligencia afganas que se han unido a la lucha del Estado Islámico contra los talibanes8.
Las tendencias actuales en Afganistán sugieren que el Estado Islámico persistirá y se consolidará como resistencia armada contra el régimen talibán. Cuanto más tiempo perdure esta situación, mayor será el desafío para los talibanes en su legitimidad como movimiento yihadista y como gobierno.

Algunos analistas han argumentado que el ascenso de Sirajuddin Haqqani dentro de la organización, dado su apoyo manifiesto a la yihad global, pudiera suponer un cambio en la política talibana que podría estar transitando de su enfoque tradicional, como movimiento yihadista nacionalista, a otro más internacionalista. Dicho en otras palabras, su referente último ya no sería el Emirato Islámico de Afganistán, sino el califato global9. Frente a esta hipótesis, la firme defensa de la validez del acuerdo con EE. UU., las muestras de solidaridad de Haqqani con los talibanes y la fuerza de la facción Kandahari de los talibanes sugieren que, probablemente, el grupo permanecerá centrado en Afganistán, sin involucrarse en la yihad global. Este enfoque nacionalista puede restar «legitimidad yihadista» a los talibanes frente a los grupos salafistas, completamente comprometidos con la yihad global.

El segundo gran desafío proveniente del IS-K es el de la legitimidad de los talibanes como gobierno. Si resultan incapaces de garantizar un mínimo de bienestar y de seguridad, protegiendo a los grupos más vulnerables de los ataques del Estado Islámico, ello socavará inevitablemente su legitimidad y llevará a esos grupos a tomar las armas para protegerse, como han empezado a hacer ya10.

Si los talibanes tienen alguna posibilidad de estabilizar Afganistán, frenando o derrotando al Estado Islámico y evitando el surgimiento de más grupos armados de resistencia, deberán acometer de inmediato al menos dos cambios. Primero, sus combatientes deberán dejar de comportarse como guerrilleros y matones armados, para empezar a actuar como fuerzas policiales. Esto implica un cambio de mentalidad, que supone pasar del enfoque basado en la violencia indiscriminada que el grupo ha estado utilizando durante las últimas dos décadas, a otro que dé primacía a la protección, en el que proteger a los civiles, en lugar de atacarlos, resulta primordial. En este sentido, los talibanes deberían recordar a su nueva generación de combatientes los orígenes del grupo en la década de 1990, cuando los talibanes tomaron el control de Kandahar y, en última instancia, de gran parte del país, protegiendo a la población de los abusos de los señores de la guerra y de criminales de todo tipo.

Además, tendrán que decidir si, o en qué medida, aceptarán la ayuda de gobiernos e instituciones extranjeros, asistencia que podría suponer, simultáneamente, un beneficio y un lastre en su lucha contra el Estado Islámico. A los beneficios en forma de capacidades materiales y de inteligencia que puede aportar la colaboración internacional en la lucha contra el IS-K deberán contraponer el riesgo que esta alianza supone para su reputación de grupo yihadista.

Conclusión

Durante la guerra contra el gobierno afgano y sus aliados occidentales, se hizo célebre la frase «vosotros tenéis los relojes, nosotros el tiempo» supuestamente dirigida por algún talibán a sus enemigos occidentales. El caso es que, cada vez con más claridad, los talibanes son ahora los portadores de los relojes.

Se está acabando el tiempo disponible para dejar atrás tácticas de represión brutales y sustituirlas por un enfoque de contrainsurgencia más efectivo a la hora de evitar una mayor expansión del Estado Islámico y de otros grupos armados opositores. A menos que cambien su enfoque, tanto de la seguridad como de la gobernanza, podríamos asistir a la reanudación de una guerra civil que, hoy en día, podríamos considerar en estado de hibernación, pero no extinguida. En este caso, el conflicto enfrentaría a los talibanes con el Estado Islámico y otras milicias y grupos insurgentes que, presumiblemente, florecerían en el norte y centro del país. Como gobierno de facto de Afganistán, los talibanes ya no tienen el lujo del tiempo. Si quieren evitar ser el siguiente gobierno derrocado por una insurgencia, deben centrarse de inmediato en la protección de los civiles frente a actores como el Estado Islámico, al mismo tiempo que encuentran una manera de obtener y aceptar el apoyo internacional necesario para evitar una hambruna en todo el país y el colapso económico.

La medida en la que sean capaces de garantizar desarrollo económico y seguridad marcará las posibilidades de estabilidad y, por tanto, de supervivencia del régimen talibán.

Javier Ruiz Arévalo*
@jmruizarevalo
 

Bibliografía

1    CLARKE, Colin y SCHRODEN, Jonathan. «Brutally ineffective: How the Taliban are failing in their new role as counter-insurgents», War on the Rocks. Nov. 21, 2021. https://warontherocks.com/2021/11/brutally-ineffective-how-the-taliban-are-failing-in-their-new-role-as- counter-insurgents/

2    Ibid.

3    GIUSTOZZI, Antonio. «The Taliban’s Homemade Counterinsurgency», RUSI. 4 January 2022. https://www.rusi.org/explore-our-research/publications/commentary/talibans-homemade- counterinsurgency

4    LOBEL, Oved. «The Taliban are losing the fight against Islamic State», The Strategist. 6 Dec. 2021. https://www.aspistrategist.org.au/the-taliban-are-losing-the-fight-against-islamic-state/

5    GIUSTOZZI, Antonio. «How Much of a Threat is the Islamic State in Khorasan?», RUSI. 28 March 2022. https://rusi.org/explore-our-research/publications/commentary/how-much-threat-islamic-state- khorasan

6    ibid.

7    RUBIN, Barnett. «The once and future defeat in Afghanistan», War on the Rocks. Nov. 1, 2021. https://warontherocks.com/2021/11/the-once-and-future-defeat-in-afghanistan/

8    TROFIMOV, Jaroslav. «Left Behind After U.S. Withdrawal, Some Former Afghan Spies and Soldiers Turn to Islamic State», The Wall Street Journal. Oct. 31, 2021. https://www.wsj.com/articles/left-behind- after-u-s-withdrawal-some-former-afghan-spies-and-soldiers-turn-to-islamic-state-11635691605

9    SAYED, Abdul. «With Haqqanis at the Helm, the Taliban Will Grow Even More Extreme», Foreign
Policy. Nov. 2, 2021. https://foreignpolicy.com/2021/11/04/haqqani-network-taliban-relationship- afghanistan-pakistan-terrorism/

10    En el momento de cerrar este artículo (19 de abril) vuelve a producirse en Kabul un atentado sangriento contra la minoría chiita, blanco preferente de los ataques del IS-K. https://tolonews.com/afghanistan- 177645
 

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