La capital económica de Sudáfrica afronta una renovación social y urbanística

¿El renacimiento de Joburg?

José Luis Silván Sen - Johannesburgo

Johannesburgo o Joburg es una de las 50 ciudades más grandes del mundo. Con seis millones de habitantes, se estima que en menos de diez años será una megaciudad que deberá resolver problemas de servicios y recursos básicos.

Desde el piso 51 del Ponte Tower, uno de los edificios más altos del continente africano, impresiona la visión cuadriculada de edificios altos, salpicada por jardines poco cuidados y el entramado de carreteras que forman verdaderos scalextrics. Agudizando la vista, impactan los tejados cubiertos por la basura que se lanza desde pisos superiores, las ventanas –e incluso paredes– destrozadas tras las que se percibe la vida cotidiana, con delatadores tendederos de ropa recién lavada. Todo ello junto a flamantes edificios restaurados y protegidos por cámaras y verjas eléctricas de seguridad.

Detalle de un edificio ocupado y realquilado por las mafias. Fotografía: José Luis Silván Sen

La historia de los 173 metros de altura del Ponte Tower, que se construyó en 1975 –sobre un suelo irregular de piedra y con un hueco en el centro para aumentar la luz de los pisos más bajos– con el objetivo de ser un edificio residencial para la clase -media-alta, quedó frustrada por no respetar las normas de segregación racial que imponía el régimen del apartheid. “Había mucha mezcla porque a los extranjeros blancos, europeos y estadounidenses [contratados por empresas locales ante la escasez de sudafricanos cualificados, como consecuencia de la imposibilidad de los negros de acceder a estudios superiores], les gustaba vivir en un barrio cosmopolita como Hillbrow, hacían fiestas, acudían a locales a escuchar música o a restaurantes, e incumplían el decreto –la Ley de pases– al compartir espacio con los negros, ya que estos solo podían estar en el centro de la ciudad para trabajar, portando un salvoconducto y sin posibilidad de pasar la noche”, explica Grant -Ncgobo, uno de los fundadores de Dlala Nje. Esta asociación cultural, ubicada en la planta baja del edificio, financia el apoyo escolar y actividades para niños y jóvenes de Ponte Tower. Entre otras iniciativas, organizan tours alternativos para que los blancos que no se atreven a pasear solos conozcan barrios del centro de la ciudad como Hillbrow, Berea o Yeoville.

Conocida como Igoli (ciudad de oro, en zulú), la urbanización de Joburg comenzó tras el descubrimiento de las minas de este metal precioso en 1896. Solo 35 años después ya contaba con 400.000 habitantes. Es también la urbe con mayor extensión de bosque plantado del mundo (6 millones de árboles) y su población se compone de un 76,4% de negros, 5,6% de mestizos, 12,3% de blancos y un 4,9% de ciudadanos de origen hindú. Además, según datos oficiales, el 7% de su población es analfabeta y el 34% solo ha recibido educación primaria. Mezcla también de religiones, el 53% son cristianos frente al 24% que no se identifica con ningún credo, el 14% sigue a las iglesias -independientes africanas, el 3% son musulmanes, el 1% judíos y otro 1% hindúes. También cuenta con una pequeña comunidad de mormones (49.000 personas) y fue la ciudad donde se edificó el primer templo en África de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Dejar atrás el apartheid

A pesar del impulso que los Gobiernos democráticos del país –el primero de ellos liderado por -Nelson Mandela– dieron a la construcción de vivienda social –entre 1994 y 2014 se construyeron en todo el país 2,9 millones de casas en el marco del Programa de Reconstrucción y Desarrollo– y al aumento de infraestructuras para servicios básicos destinadas a la población que sufrió la discriminación del apartheid, casi 30 años después de su final, la sensación de estancamiento junto con la frustración por las repetidas promesas y un tiempo medio de espera de décadas para acceder a un hogar, indican que el problema sigue estando lejos de resolverse. Según el portal World Population Review, el 80% de la población sudafricana reside en viviendas formales, el 13,6% en informales y el 5,5% en tradicionales. En el caso de Johannesburgo, se calcula que el 29% de sus residentes habitan en una vivienda informal, con limitado acceso a agua y electricidad, y deficientes condiciones de salubridad.

Los edificios en proceso de rehabilitación comparten espacio con otros que ya han sido recuperados. Los dos que aparecen en la fotografía superior están ubicados en una céntrica calle del barrio de Hillbrow. Fotografía: José Luis Silván Sen

“Creemos firmemente en la importancia de deshacer las divisiones espaciales que impuso la era del apartheid que siguen segregando nuestras ciudades teniendo en cuenta la raza y la clase social. Y para ello deben desarrollarse vecindarios integrados de viviendas desde la periferia, con oportunidades económicas y de ocio para los barrios del centro de la ciudad”, explican a MUNDO NEGRO desde Divercity, un fondo inmobiliario compuesto por grandes compañías privadas del sector (Atterbury, Ithemba, RMB, Future Growth y Nedbank Properties) que está colaborando con el Ayuntamiento de Johannesburgo para volver a hacer habitables zonas de la ciudad que fueron condenadas al corte de servicios y ocupadas –en inglés hablan de “secuestradas2 cuando se refieren a esas viviendas perdidas– por bandas criminales que, sin preocuparse por el mantenimiento de los edificios y bajo coacción y violencia, lograron asentarse en los barrios y cobrar alquileres al margen de la ley.

De Hillbrow a Maboneng

“Joburg se está urbanizando rápidamente y se prevé que se convierta en una megaciudad en 2030, necesitando más casas para responder a la demanda actual y futura. Convertir los antiguos edificios comerciales del centro de la ciudad en alojamientos residenciales accesibles con un nivel de calidad alto en el núcleo urbano ayuda a responder económicamente a esta demanda”, apuntan desde una flamante oficina de Divercity en uno de los edificios restaurados en Maboneng, situado en la zona bautizada como Jewel City, cuyo brillo es imposible de ignorar.

Anuncio de alquiler de viviendas en un edificio rehabilitado. Fotografía: José Luis Silván Sen

Jewel City es apenas una avenida en la que la transformación es absoluta. Los edificios modernos decorados con llamativos colores convergen en plazas en las que los niños pueden jugar con seguridad. Se ven restaurantes internacionales de comida rápida y locales, supermercados bien abastecidos y cafés modernos con una gran variedad de productos… Es una escena limitada a un espacio muy concreto porque en las calles paralelas se pasa a una situación completamente diferente, con vías mal asfaltadas y locales en los que la abundancia y el desorden lo inundan todo.

Los edificios restaurados funcionan porque todos sus servicios, desde la recogida de basuras a los suministros de agua y electricidad, o la seguridad, son privados. Con buenas intenciones, el exalcalde Herman Mashaba lanzó en 2016 un plan (con una inversión inicial de 20.000 millones de rands, unos 1.220 millones de euros) para “reconstruir Joburg” que incluía kilómetros de carril bici cuyo color verde resiste por algunas calles del barrio de Hillbrow, y la colaboración con empresas inmobiliarias para que ofrecieran apartamentos de una a tres habitaciones a las que la población de clase media o baja pudiera acceder. Con alquileres que oscilan entre 900 y 4.500 rands –55 y 275 euros– dependiendo del número de habitaciones –sin incluir los servicios necesarios para que sean habitables como el agua y la electricidad–, Mashaba aseguraba durante su mandato –dimitió en 2019 para formar un nuevo partido político, Action SA, con el que concurrió a las elecciones locales de noviembre de 2021, sin obtener una mayoría que le permitiera continuar con su proyecto– que estimaban que más de 150.000 personas estaban en la lista de espera para acceder a una vivienda, y que una media de 3.000 migrantes llegaban a Johannesburgo cada mes buscando mejores oportunidades económicas para labrarse un futuro digno.

La plaza principal del renovado Jewel City. Fotografía: José Luis Silván Sen
Newtown y la cultura

Además de las imprescindibles viviendas a un precio asequible y con servicios mínimos garantizados, otras zonas del centro de la ciudad han experimentado una transformación algo ficticia, por darse en lugares concretos como Newtown, que alberga la plaza Mary Fitzgerald, donde suelen organizarse manifestaciones y encuentros políticos; el destartalado Museum Africa y el Market Theatre, que con sus funciones y performances experimentales que terminan entrada la noche ha proporcionado cierta normalidad de gran urbe, al margen de la obsesiva seguridad en la que cualquier ciudadano se mueve por Joburg.

Durante la época de Mashaba se aumentó el número de agentes de Policía en las calles para convertir el centro de la ciudad “en el lugar más seguro para invertir”. La pretensión se quedó en meras palabras porque los índices de criminalidad y de muertes violentas no han dejado de aumentar.

La entrada habitual de los edificios reformados, con evidentes medidas de seguridad. Fotografía: José Luis Silván Sen

Más al sur, entre las calles Market y Commisionner, en la plaza Ghandi y la zona de negocios de Marshalltown también sorprenden los espacios diseñados para sentarse y disfrutar del trasiego de la ciudad. Como ocurre en Maboneng, impresiona que al ampliar un poco el radio en el que se camina se llegue a una calle con boquetes y aceras en las que faltan las tapas de las alcantarillas. También aumenta la sensación de inseguridad, imposible de evitar ante la llamada de atención de los guardias en las entradas de los edificios que advierten sobre la peligrosidad de llevar el móvil en la mano. 

Combatir la desigualdad estructural que existe en toda Sudáfrica, pero que en grandes urbes como Johannesburgo aumenta por la presencia de mafias y una corrupción que en las últimas décadas se ha convertido en intrínseca, es el gran reto de la alcaldesa, Mpho Phalatse, que en enero prometió un “comienzo dorado” para la ciudad. Ese compromiso incluye el desarrollo del centro de la ciudad, el funcionamiento de los semáforos, el transporte público, el mantenimiento de las calles y la lucha contra el robo del cableado para evitar los cortes de energía, y ha supuesto también el rebautismo del recinto patrimonial de Joburg con el nombre del arzobispo Desmond Tutu. Queda mucho por hacer para que la ciudad se convierta en un lugar más humano.   

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